Se apoyó en la puerta y se encontró al aire libre. El pañuelo cayó a la hierba húmeda y rala, y se agachó automáticamente a recogerlo, sosteniéndolo entre las manos mientras se alejaba del vehículo tambaleándose. Se sentía abrumado por la cortina de agua que le empapaba el rostro y las manos. Al cabo de poco rato tenía la ropa mojada y pegada al cuerpo y estaba temblando de frío.
En el cielo estalló un relámpago sobrecogedor, demasiado rápido para que Baley tuviera tiempo de cerrar los ojos, seguido de un poderoso rugido que le hizo quedarse agarrotado de terror tapándose los oídos con las manos.
¿Acaso la tormenta volvía a intensificarse? ¿O sólo había sonado más intenso porque se encontraba al aire libre?
Tenía que moverse. Tenía que apartarse del vehículo para que los perseguidores no pudieran encontrarle demasiado fácilmente. No debía titubear y permanecer en sus proximidades, pues para eso igual podía haberse quedado dentro... y sin mojarse.
Intentó secarse el rostro con el pañuelo, pero éste estaba tan mojado como aquél y lo dejó correr. Era inútil.
Siguió avanzando con las manos extendidas al frente. ¿No había una luna que orbitaba Aurora? Le pareció recordar que alguien había mencionado algo así, y pensó cuánto agradecería su luz. Sin embargo, tampoco serviría de nada pues, aunque existiera y estuviese en el firmamento en aquel instante, las nubes la ocultarían.
Notó algo. No alcanzó a ver qué era, pero supo que se trataba de la rugosa corteza de un árbol. Indudablemente, era un árbol. Hasta un hombre de Ciudad podría reconocerlo.
Entonces recordó que los rayos podían caer sobre los árboles y matar a quien se encontrara debajo. No recordaba haber leído nunca una descripción de lo que se sentía al ser alcanzado por un rayo, o de si existían medidas para evitarlo. Tampoco conocía a nadie en la Tierra que hubiera sido alcanzado por alguno.
Tanteó el tronco del árbol y se sintió abrumado por el miedo. ¿Cuánto era la mitad de su circunferencia, para poder seguir en la dirección que llevaba? ¿No estaría volviendo sobre sus pasos?
¡Adelante!, se dijo.
Bajo sus pies, los matorrales se hicieron más espesos y le hicieron difícil avanzar. Era como si unos dedos huesudos le retuvieran. Dio un tirón, malhumorado, y oyó el sonido de la tela al desgarrarse.
¡Adelante!
Le castañeteaban los dientes y todo su cuerpo temblaba.
Otro relámpago. Y no de los pequeños. Por un instante, tuvo una visión de dónde se encontraba.
¡Arboles! Un buen grupo. Estaba en un pequeño bosque. ¿Era más peligroso un grupo de árboles que uno solo por lo que a los relámpagos se refería?
Lo ignoraba.
¿Sería preferible no tocar los árboles?
Tampoco lo sabía. La muerte por efectos de un rayo no existía en las estadísticas de las Ciudades y las novelas históricas que la mencionaban (e incluso los relatos auténticamente históricos) no entraban en detalles.
Alzó la mirada al negro firmamento y notó la lluvia que le caía de lleno. Se limpió los ojos mojados con las manos, igualmente mojadas.
Siguió avanzando a trompicones, procurando levantar los pies del suelo. En un momento dado, sus pies se hundieron en una pequeña corriente de agua y resbaló sobre los guijarros del fondo.
Era extraño, pero aquello no le hizo sentirse más mojado.
Siguió adelante. Los robots no le encontrarían. ¿Y Giskard?
No sabía dónde estaba, ni a dónde se dirigía, ni a qué distancia estaba de cualquier sitio.
Si quería regresar al planeador, no sabía por dónde hacerlo.
Si intentaba saber dónde se encontraba, tampoco podía hacerlo.
Y la tormenta seguiría eternamente hasta que finalmente Baley se disolviera y formara un arroyo y entonces ya nadie podría encontrarle jamás.
Y sus moléculas disueltas flotarían corriente abajo hasta el océano.
¿Había océanos en Aurora?
¡Naturalmente que los había! Y mayores que los de la Tierra, aunque en los polos de Aurora había más hielo.
Y él flotaría hasta el hielo, ay, y allí quedaría congelado, brillando bajo el frío sol anaranjado.
Sus manos volvieron a tocar un árbol... las manos mojadas... el árbol mojado... el rumor del trueno... qué curioso que no hubiera visto el fulgor del relámpago... ¿o el relámpago había llegado primero...? ¿Le había tocado?
No sintió nada... salvo el suelo.
Tenía el suelo debajo porque sus dedos estaban escarbando en el frío barro. Volvió la cabeza para respirar. Se sentía muy cómodo. No tenía que caminar más. Podía esperar allí. Giskard le encontraría.
De pronto se sintió totalmente seguro de ello. Giskard tenía que encontrarle porque...
No, había olvidado el porqué. Era la segunda vez que olvidaba algo. Antes de dormirse... ¿Era lo mismo lo que había olvidado en ambas ocasiones...? ¿Era lo mismo...?
No importaba.
Todo acabaría bien... todo...
Y quedó allí tendido, solo e inconsciente, bajo la lluvia y al pie de un árbol, mientras la tormenta seguía descargando.
Cuando todo hubo pasado, echando la vista atrás y calculando el tiempo, podía apreciarse que Baley había permanecido inconsciente no menos de diez minutos y no más de veinte.
Sin embargo, entonces, podía haber transcurrido cualquier lapso de tiempo entre el cero y el infinito. Tuvo conciencia de una voz cerca de él. No alcanzó a entender las palabras, sólo captó la voz. Le confundió el hecho de que le sonara extraña y resolvió el asunto a su satisfacción cuando reconoció la voz como perteneciente a una mujer.
Notó en torno a él unos brazos que le rodeaban. Un brazo —un brazo suyo— quedó colgando a un costado. También la cabeza le colgaba.
Intentó débilmente incorporarse, pero no lo consiguió. Volvió a oír la voz de la mujer.
Abrió fatigosamente los ojos. Se sintió frío y mojado, y de pronto advirtió que la lluvia había dejado de golpearle. Tampoco estaba a oscuras, o al menos no del todo. Había una suave luz difusa y, gracias a ella, reconoció el rostro de un robot.
—Giskard —susurró al advertir quién era, y con el nombre volvió a su recuerdo la tormenta y el vuelo. Giskard había llegado primero; Giskard le había encontrado antes de que lo hicieran los otros robots.
«Sabía que lo conseguiría», se dijo Baley con satisfacción.
Dejó que los ojos se le cerraran de nuevo y notó que avanzaba rápidamente, pero con una leve, aunque manifiesta irregularidad que le hizo darse cuenta de que alguien le llevaba a cuestas. Después, notó que se detenían y aguantó algunas sacudidas hasta que se encontró descansando en algo mucho más cálido y cómodo. Supo que se trataba del asiento de un vehículo cubierto, quizá, con toallas, pero no se preguntó cómo podía saberlo.
Tuvo la sensación de avanzar suavemente por el aire, y sintió el tacto de un tejido suave y absorbente en el rostro y en las manos. Se dio cuenta de que le abrían la camisa, notó una corriente de aire frío en el pecho, y luego el mismo tejido suave y absorbente que le secaba.
Después, las sensaciones se agolparon sobre él.
Estaba en un establecimiento. Había destellos de paredes, de luces, de objetos (diversas formas y siluetas de muebles), que percibía de vez en cuando, al abrir los ojos.
Notó que le quitaban metódicamente la ropa e hizo unos débiles e inútiles intentos de colaborar. A continuación, percibió que le sumergían en agua caliente y le frotaban vigorosamente. El masaje se prolongó, y deseó que no cesara nunca.
En un momento dado, se le ocurrió algo y asió el brazo de quien estaba frotándole.
—¡Giskard! ¡Giskard! —susurró.
—Estoy aquí, señor —oyó responder al robot.
—Giskard, ¿y Daneel, está bien?
—Perfectamente, señor.
—Bien.
Baley volvió a cerrar los ojos y no hizo ningún esfuerzo para colaborar en el secado. Notó que le daban vueltas y vueltas bajo un chorro de aire caliente, y que le vestían otra vez con una especie de cálido batín.
¡Un lujo! No le había sucedido nada semejante desde que era un niño, y de pronto sintió lástima por los bebés, a quienes había que hacérselo todo y que no tenían suficiente conciencia de ello para disfrutarlo.
¿O sí la tenían? ¿Era acaso el recuerdo oculto de aquel lujo de la infancia un determinante de la conducta en la edad adulta? ¿Era quizá la sensación que ahora percibía una mera expresión del placer de ser otra vez un niño?
Además, había oído una voz de mujer. ¿Su madre?
No, eso era imposible.
—¿Mamá?
Ahora estaba sentado en una butaca. Sintió, comprendió de algún modo, que aquel breve y feliz instante de infancia reencontrada estaba a punto de terminar. Tenía que volver al triste mundo adulto en que cada uno se cuidaba de sí mismo.
Sin embargo, quedaba aquella voz de mujer... ¿Qué mujer?
Baley abrió los ojos.
—¿Gladia?
Fue una pregunta, una interrogación sorprendida, pero en el fondo de su ser no estaba verdaderamente extrañado. Pensándolo bien, advirtió, había reconocido su voz desde el primer momento.
Miró a su alrededor. Giskard estaba en la habitación, pero Baley no le hizo caso. Lo primero era lo primero.
—¿Dónde está Daneel? —preguntó.
—Acaba de limpiarse y secarse en las habitaciones de los robots y está poniéndose ropa seca —contestó Gladia—. Le acompañan mis robots domésticos, que tienen instrucciones muy precisas. Te aseguro que ningún extraño puede acercarse a menos de cincuenta metros de mi establecimiento sin que lo sepamos de inmediato. Giskard también está ya limpio y seco.
—Sí, ya lo veo —asintió Baley. No le preocupaba Giskard, sino Daneel. Se sintió aliviado al ver que Gladia parecía aceptar la necesidad de proteger al robot sin ponerle a él en el compromiso de tener que explicarle las razones para ello.
Sin embargo, le asaltó de pronto la idea de que había una brecha en aquella cortina de seguridad y en su voz apareció una nota quejumbrosa.
—¿Por qué le dejaste solo para venir a buscarme, Gladia? Ausente tú, no quedaba en el establecimiento ningún humano que pudiera detener a una banda de robots extraños. Daneel pudo ser raptado.
—Tonterías —respondió Gladia con brío—. No hemos estado fuera mucho rato, y el doctor Fastolfe estaba al corriente. Muchos de sus robots se han unido a los míos, y él podía presentarse aquí en cuestión de minutos si era necesario. ¡Y me gustaría ver qué grupo de robots extraños puede enfrentarse con él!
—¿Has visto a Daneel desde que hemos regresado, Gladia?
—¡Naturalmente! Está a salvo, te lo aseguro.
—Gracias. —Baley se relajó y cerró los ojos. Pensó que, aunque pareciera mentira, las cosas no estaban tan mal.
Por supuesto que no. Había sobrevivido, ¿no? Cuando pensó en ello, algo en su interior sonrió y se sintió feliz.
Había sobrevivido, ¿verdad? Abrió los ojos y murmuró:
—¿Cómo me habéis encontrado, Gladia?
—Ha sido Giskard. Han llegado aquí los dos, y Giskard me ha puesto rápidamente al corriente de la situación. Yo me he dispuesto en seguida a asegurarme que Daneel permaneciera a salvo, pero él no ha querido moverse hasta que le he prometido que enviaría a Giskard en tu busca. Su actitud ha sido muy elocuente, Elijah. Las respuestas de Daneel respecto a tí son muy intensas.
»Daneel se ha quedado aquí, naturalmente. La idea no le ha gustado en absoluto, pero Giskard ha insistido en que yo le ordenara quedarse con toda la autoridad de que fuera capaz. Debiste de darle a Giskard unas órdenes muy tajantes. Después, nos hemos puesto en contacto con el doctor Fastolfe y, a continuación, hemos salido en mi planeador personal.
Baley movió la cabeza con aire preocupado.
—No deberías haber venido, Gladia. Tu lugar estaba aquí, asegurándote de que Daneel estuviera a salvo.
El rostro de Gladia adoptó una expresión enfurruñada.
—¿Y dejarte agonizando en plena tormenta, según las noticias que teníamos? ¿O dejar que te cogieran los enemigos del doctor Fastolfe? Ya tengo una pequeña holografía de mí misma dejando que tal cosa suceda. No, Elijah. Mi presencia podía ser necesaria para ahuyentar a los otros robots si ellos te habían encontrado antes. Quizá no sirva para muchas cosas más, pero permíteme que te recuerde que cualquier nativo de Solaria sabe manejar multitudes enteras de robots. Estamos muy acostumbrados a hacerlo.
—Pero ¿cómo me habéis encontrado?
—No ha sido tan terriblemente difícil. En realidad, tu planeador no estaba muy lejos, así que hubiéramos podido ir a buscarte a pie de no haber sido por la tormenta.
—¿Significa eso que casi habíamos conseguido llegar hasta el establecimiento de Fastolfe?
—En efecto —-contestó Gladia—. O bien el sabotaje del planeador no había sido suficiente para obligaros a abandonarlo antes, o la habilidad de Giskard lo ha mantenido en marcha más tiempo del que esos vándalos habían previsto. Si el planeador se hubiera averiado más cerca del Instituto, quizás os habrían capturado a todos. Como te decía, hemos acudido con mi planeador al lugar donde habíais caído. Giskard sabía dónde se encontraba, naturalmente, y hemos salido...
—Y te has quedado empapada, ¿verdad, Gladia?
—No me he mojado lo más mínimo —replicó ella—. Llevaba una gran capa para la lluvia y una esfera de luz. Los zapatos han quedado un poco embarrados y me ha entrado un poco de humedad en los pies, porque no había tenido tiempo de rociarlos con látex, pero eso no tiene importancia. Como decía, hemos regresado a tu planeador menos de media hora después de que Giskard y Daneel lo abandonasen y, naturalmente, no estabas allí.
—He tratado de... —empezó a decir Baley.
—Sí, ya lo sabemos. Creí que los otros te habían capturado, pues Giskard me había explicado que os seguían. Sin embargo, Giskard ha encontrado tu pañuelo a unos cincuenta metros del vehículo y ha dicho que debías de haberte alejado en aquella dirección. Ha dicho también que era un acto ilógico, pero que a menudo los humanos hacían cosas ilógicas y que debíamos buscarte. Así pues, los dos hemos empezado a rastrear tu pista utilizando la esfera de luz, pero ha sido Giskard quien te ha encontrado. Ha dicho que veía el resplandor infrarrojo del calor de tu cuerpo en la base del árbol, y entre los dos te hemos recogido y te hemos traído de vuelta.
—¿Por qué era tan ilógico que me alejase del planeador? —preguntó Baley un poco enojado.