Los robots del amanecer (19 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Los robots del amanecer
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Ambos se volvieron a mirar a Baley. Fastolfe con una expresión irónica, y Gladia con aire triste. (A Baley le irritó que Fastolfe, cuyo futuro era tan sombrío como el suyo propio, pareciese afrontarlo con humor.) «¿Qué tiene la situación de gracioso para hacer reír a alguien como un idiota?», pensó Baley con acritud.

—La ignorancia —declaró lentamente— puede no significar nada. Una persona puede no saber cómo ir a un cierto lugar y, sin embargo, puede darse la casualidad de que llegue a él andando a ciegas. Uno podría hablar con Jander y, sin saberlo, pulsar el botón del bloqueo mental.

Fastolfe preguntó:

—¿Y cuáles son las posibilidades de que eso ocurra?

—Usted es el experto, doctor Fastolfe, y supongo que me dirá que son muy pocas.

—Casi nulas. Una persona puede no saber cómo ir a un cierto lugar, pero si el único camino es una serie de cuerdas flojas tendidas en direcciones que cambian bruscamente, ¿qué posibilidades tiene de encontrarlo si anda a ciegas?

Las manos de Gladia temblaron con gran agitación. Apretó los puños, como si quisiera inmovilizarlas, y las bajó hasta apoyarlas en las rodillas.

—Yo no lo hice, accidentalmente o no. No estaba con él cuando sucedió. No estaba. Hablé con él por la mañana. Estaba bien, totalmente normal. Horas más tarde, cuando le llamé, no acudió. Fui a buscarle y estaba en su lugar habitual, con aspecto normal. Lo malo fue que no me respondió. No me respondió en absoluto. No ha vuelto a responder desde entonces.

Baley preguntó:

—¿No es posible que algo de lo que le habías dicho, totalmente de pasada, produjera el bloqueo mental después de que le dejaras... una hora después, por ejemplo?

Fastolfe intervino con viveza:

—Es completamente imposible, señor Baley. Si ha de producirse un bloqueo mental, se produce en seguida. Haga el favor de no importunar a Gladia de este modo. Ella es incapaz de originar deliberadamente un bloqueo mental, y es im-pensable que lo originara de modo accidental.

—¿No es impensable que fuera ocasionado por un desplazamiento positrónico, como usted dice que tuvo que ocurrir?

—No tanto.

—Ambas alternativas son sumamente improbables. ¿Cuál es la diferencia en improbabilidades?

—Muy grande. Me imagino que un bloqueo mental por desplazamiento positrónico tiene una probabilidad de 1 entre 1012; por inducción accidental, de 1 entre 10100. No es más que un cálculo, pero muy razonable. La diferencia es mayor que la existente entre un solo electrón y todo el Universo, y está a favor del desplazamiento positrónico.

Hubo un silencio.

Baley señaló:

—Doctor Fastolfe, antes ha dicho que no podría quedarse mucho rato.

—Ya me he quedado demasiado.

—Bien. Entonces, ¿por qué no se marcha?

Fastolfe empezó a levantarse, y luego preguntó:

—¿Por qué?

—Porque quiero hablar con Gladia a solas.

—¿Para importunarla?

—Debo interrogarla sin que usted intervenga continuamente. Nuestra situación es demasiado grave para preocuparnos por la cortesía.

Gladia declaró:

—No tengo miedo del señor Baley, querido doctor —añadió con meloncolía—: Mis robots me protegerán si su descortesía resulta excesiva.

Fastolfe sonrió y contestó:

—Muy bien, Gladia. —Se levantó y le alargó la mano. Ella se la estrechó brevemente. El dijo:

—Me gustaría que Giskard permaneciera aquí por razones de protección general... y Daneel continuará en la otra habitación, si no te importa. ¿Podrías prestarme uno de tus robots para que me escolte hasta mi establecimiento?

—Por supuesto —accedió Gladia, alzando los brazos—. Creo que ya conoces a Pandion.

—¡Naturalmente! Una escolta muy de fiar. —Salió, seguido de cerca por el robot.

Baley esperó, observando a Gladia, examinándola. Permanecía inmóvil, con los ojos fijos en las manos, que tenía unidas en el regazo.

Baley estaba seguro de que no se lo había dicho todo. Ignoraba cómo podría persuadirla a hablar, pero también estaba seguro de otra cosa. Mientras Fastolfe estuviera allí, no diría toda la verdad.

24

Finalmente Gladia levantó los ojos; y su rostro parecía el de una niña. Preguntó en voz baja:

—¿Cómo estás, Elijah? ¿Cómo te encuentras?

—Bastante bien, Gladia.

Ella añadió:

—El doctor Fastolfe me dijo que te traería aquí por el exterior y que procuraría hacerte esperar un rato en el peor lugar.

—¿Oh? ¿Con qué fin? ¿Por simple diversión?

—No, Elijah. Yo le había contado cómo reaccionabas al aire libre. ¿Recuerdas aquella vez que te desmayaste y te caíste al estanque?

Elijah meneó la cabeza rápidamente. No podía negar el suceso ni su recuerdo de él, pero tampoco aprobó la referencia. Dijo con aspereza:

—Ahora ya no soy así. He mejorado.

—Pero el doctor Fastolfe dijo que te sometería a una prueba. ¿Ha ido todo bien?

—Bastante bien. No me he desmayado. —Recordó el episodio a bordo de la astronave durante la aproximación a Aurora y los dientes le rechinaron levemente. Aquello fue distinto y no había necesidad de explicarlo.

Cambiando deliberadamente de tema, preguntó:

—¿Cómo te llamo aquí? ¿Cómo me dirijo a ti?

—Has estado llamándome Gladia.

—Quizá sea inadecuado. Podría llamarte señora Delmarre, pero tal vez hayas...

Ella se sobresaltó y le interrumpió vivamente:

—No he usado ese hombre desde que llegué aquí. No lo uses tú tampoco, por favor.

—Entonces, ¿cómo te llaman los auroranos?

—Gladia Solaria, pero eso es sólo para indicar que soy extranjera y tampoco me gusta. Soy simplemente Gladia. Un nombre. No es un nombre aurorano y dudo que haya otro en este planeta, de modo que es suficiente. Yo seguiré llamándote Elijah, si no te importa.

—No me importa.

Gladia dijo:

—Me gustaría servir el té. —Fue una aseveración y Baley asintió. Comentó:

—No sabía que los espaciales bebieran té.

—No es el té de la Tierra. Se trata de un extracto vegetal que es agradable pero no se considera perjudicial en ningún sentido. Lo llamanos té.

Levantó el brazo y Baley observó que la manga se mantenía ajustada a su muñeca y que unos finos guantes de color carne le recubrían las manos. Seguía exponiendo el mínimo de superficie corporal en su presencia. Seguía reduciendo al mínimo la posibilidad de infección.

Su brazo permaneció un momento en el aire y, al cabo de unos momentos, apareció un robot con una bandeja. Ese era incluso más primitivo que Giskard, pero distribuyó con eficiencia las tazas de té, los pequeños emparedados y las porciones individuales de pastel. Sirvió el té con gran desenvoltura.

Baley preguntó con curiosidad:

—¿Cómo lo haces, Gladia?

—¿Cómo hago qué, Elijah?

—Levantas un brazo siempre que quieres algo y el robot siempre sabe qué es. ¿Cómo ha sabido éste que querías el té?

—No es difícil. Cada vez que levanto el brazo, éste distorsiona un pequeño campo electromagnético que hay en la habitación. Las distintas posiciones de mi mano y mis dedos producen distintas distorsiones que mis robots pueden interpretar como órdenes. Sólo lo utilizo para órdenes sencillas: ¡Ven aquí! ¡Trae té!, y cosas por el estilo.

—No he observado que el doctor Fastolfe usara este sistema en su establecimiento.

—No es un sistema realmente aurorano. Es el que utilizamos en Solaria y yo estoy acostumbrada a él. Además, siempre tomo el té a esta hora. Borgraf lo espera.

—¿Este es Borgraf? —Baley miró al robot con cierto interés, consciente de que antes sólo le había echado una ojeada. La familiaridad daba paso rápidamente a la indiferencia. Otro día y ni siquiera se fijaría en los robots. Estos evolucionarían a su alrededor sin ser vistos y las tareas parecerían hacerse solas.

Sin embargo, no quería dejar de fijarse en ellos. Quería que ellos dejaran de estar allí. Dijo:

—Gladia, quiero estar solo contigo. Sin robots... Giskard, ve a reunirte con Daneel. Puedes montar guardia desde allí.

—Sí, señor —contestó Giskard, súbitamente alertado por el sonido de su nombre. Gladia parecía divertida.

—Los terrícolas sois muy extraños. Sé que tenéis robots en la Tierra, pero no pareces saber tratarlos. Les gritas las órdenes, como si fueran sordos.

Se volvió hacia Borgraf y dijo en voz baja:

—Borgraf, ninguno de vosotros tiene que entrar en la habitación hasta que os llamemos. No nos interrumpáis si no es en caso de una emergencia clara e inmediata.

Borgraf contestó:

—Sí, señora. —Retrocedió, echó una ojeada a la mesa como para asegurarse de que no había omitido nada, se volvió y salió de la habitación.

Ahora fue Baley quien se sintió divertido. Gladia había hablado en voz baja, pero su tono había sido tan tajante como el de un sargento mayor dirigiéndose a un recluta. Por otra parte, ¿de qué se sorprendía? Sabía muy bien que era más fácil ver las faltas de los demás que las propias.

Gladia dijo:

—Ya estamos solos, Elijah. Incluso los robots se han marchado.

Baley preguntó:

—¿No tienes miedo de estar sola conmigo?

Lentamente, ella meneó la cabeza, en señal negativa.

—¿Por qué iba a tenerlo? Un brazo levantado, un gesto, un grito de alarma, y varios robots se presentarían al momento. No hay ninguna razón para que nadie tema a otro ser humano en un mundo espacial. Esto no es la Tierra. De todos modos, ¿por qué lo preguntas?

—Porque hay otros temores aparte de los físicos. Yo no te sometería a ninguna clase de violencia ni te maltrataría físicamente de ninguna manera. Pero, ¿no temes mi intervención y lo que pueda descubrir acerca de ti? Recuerda que esto tampoco es Solaria. En Solaria me compadecí de ti y luché con todas mis fuerzas para demostrar tu inocencia.

Ella preguntó en voz baja:

—¿Y ahora no te compadeces de mí?

—Esta vez no se trata de un marido muerto. Tú no eres sospechosa de asesinato. Sólo se trata de un robot que ha sido destruido y, que yo sepa, no eres sospechosa de nada. Mi problema es el doctor Fastolfe. Es de la mayor importancia para mí, por razones que no vienen al caso, que pueda demostrar su inocencia. Si el proceso resulta ser perjudicial para ti, yo no podré evitarlo. No pienso desviarme de mi camino para ahorrarte sufrimientos. Es justo que te lo diga.

Ella irguió la cabeza y le miró a los ojos con arrogancia.

—¿Por qué iba a haber algo perjudicial para mí?

—Quizá logremos averiguarlo —respondió Baley fríamente—. Ahora que el doctor Fastolfe no está aquí para interferir. —Pinchó uno de los pequeños emparedados con un tenedor (no tenía objeto cogerlo con los dedos y privar quizás a Gladia de todos los demás), lo trasladó a su plato, se lo metió en la boca y luego tomó un sorbo de té.

Ella le imitó emparedado por emparedado, sorbo por sorbo. Si él iba a mostrarse frío, ella también, al parecer.

—Gladia —dijo Baley—, es importante que sepa, exactamente, la relación que existe entre tú y el doctor Fastolfe. Vives cerca de él y los dos formáis virtualmente una sola comunidad robótica. Él está preocupado por ti. No ha hecho ningún esfuerzo para defender su propia inocencia, aparte de declarar que es inocente, pero te defiende a ti con todas sus fuerzas en cuanto yo endurezco mi interrogatorio.

Gladia esbozó una sonrisa.

—¿Qué sospechas, Elijah?

Baley contestó:

—No me respondas con evasivas. No quiero sospechar. Quiero saber.

—¿Te ha mencionado el doctor Fastolfe a Fanya?

—Sí, en efecto.

—¿Le has preguntado si Fanya es su esposa o simplemente su compañera? ¿Si tiene hijos?

Baley se movió con desasosiego. Naturalmente, podría haber formulado dichas preguntas. Sin embargo, en las estrecheces de la superpoblada Tierra, la intimidad era muy apreciada, precisamente porque casi había perecido. En la Tierra era virtualmente imposible no conocer todos los hechos sobre los asuntos familiares de los demás, de modo que uno nunca preguntaba y simulaba ignorancia. Era un engaño mantenido universalmente.

En Aurora, por supuesto, no regían las costumbres de la Tierra y, sin embargo, Baley se había guiado automáticamente por ellas. ¡Estúpido!

Baley confesó:

—Aún no lo he preguntado. Dímelo.

Gladia explicó:

—Fanya es su esposa. Ha estado casado varias veces, consecutivas, claro, aunque el matrimonio simultáneo para alguno o ambos sexos no es algo inaudito en Aurora. —El leve desagrado con que lo dijo dio paso a una defensa igualmente leve—. En Solaria lo es.

»Sin embargo, el actual matrimonio del doctor Fastolfe probablemente se disolverá pronto. Entonces ambos serán libres de contraer nuevas uniones, aunque es frecuente que alguna o ambas partes no espere a la disolución para hacerlo... No digo que comprenda esta manera indiferente de tratar la cuestión, Elijah, pero así es cómo los auroranos establecen sus relaciones. Por lo que yo sé, el doctor Fastolfe es bastante escrupuloso. Siempre mantiene un matrimonio u otro y no busca nada fuera de él. En Aurora esto se considera anticuado y bastante tonto.

Baley asintió.

—Había deducido algo así por mis lecturas. Tengo entendido que el matrimonio tiene lugar cuando hay la intención de tener hijos.

—En teoría es así, pero hoy en día apenas nadie se toma eso en serio. El doctor Fastolfe ya tiene dos hijos y no puede tener más, pero se vuelve a casar y solicita un tercero. Naturalmente se lo deniegan, y él lo sabe. Algunas personas ni siquiera se molestan en solicitarlo.

—Entonces, ¿por qué molestarse en casarse?

—El matrimonio implica ciertas ventajas sociales. Es bastante complicado y, como no soy aurorana, no estoy segura de comprenderlo.

—Bueno, no importa. Háblame de los hijos del doctor Fastolfe.

—Tiene dos hijas de dos madres distintas. Ninguna de las madres fue Fanya, por supuesto. No tiene hijos varones. Cada una de las hijas fue incubada en el seno materno, como es costumbre en Aurora. Ahora ya son adultas y tienen sus propios establecimientos.

—¿Está unido a sus hijas?

—No lo sé. Nunca habla de ellas. Una es roboticista y supongo que él tiene que estar en contacto con su trabajo. Creo que la otra ha presentado su candidatura para un puesto en el concejo de una de las ciudades o que ya lo ha conseguido. No lo sé exactamente.

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