Baley se sintió extrañamente desconcertado. Al parecer, se suponía que querría observar y, no obstante, tenían la intención de impedírselo. Su presencia como observador no era deseada.
Dijo:
—Muy bien, Giskard —y el robot salió.
Baley frunció el ceño. ¿A qué otras limitaciones se vería sometido? Improbable como era el cumplimiento satisfactorio de su misión, se preguntó de cuántas formas distintas conspirarían los auroranos para hacerla imposible.
Baley se volvió y dijo a Daneel:
—Me molesta, Daneel, tener que permanecer recluido aquí sólo porque los auroranos de esta nave temen que yo sea una fuente de infección. Eso es pura superstición. Me han sometido a tratamiento.
Daneel contestó:
—No es a causa de los temores de los auroranos por lo que se te pide que permanezcas en tu habitación, compañero Elijah.
—¿No? ¿Por qué otra razón?
—Quizá recuerdes que, durante muestro primer encuentro en esta nave, me preguntaste las razones por las que me habían enviado a escoltarte. Yo te dije que lo habían hecho para ponerte al corriente de lo sucedido y para complacerme. Estaba a punto de comunicarte la tercera razón cuando Giskard nos interrumpió con la pantalla y las películas, y después nos embarcamos en una discusión sobre el roboticidio.
—Y no llegaste a decirme la tercera razón. ¿Cuál es?
—Pues bien, compañero Elijah, es, simplemente, que yo podría ayudar a protegerte.
—¿De qué?
—El incidente que hemos acordado llamar roboticidio ha despertado pasiones insólitas. Tú has sido llamado a Aurora para ayudar a demostrar la inocencia del doctor Fastolfe. Y el drama de hiperondas...
—Jehoshaphat, Daneel —dijo Baley con indignación—. ¿Es que también han visto eso en Aurora?
—Lo han visto en todos los mundos espaciales, compañero Elijah. Fue un programa muy popular y ha dejado muy claro que eres un investigador extraordinario.
—De modo que quien esté detrás del roboticidio puede tener un miedo exagerado de mis habilidades y, por lo tanto, puede hacer lo que sea para impedir mi llegada... o para matarme.
—El doctor Fastolfe —repuso Daneel con calma— está convencido de que no hay nadie detrás del roboticidio, ya que ningún ser humano aparte de él mismo podría haberlo llevado a cabo. En opinión del doctor Fastolfe, fue un suceso puramente fortuito. Sin embargo, hay quienes intentan sacar provecho de tal suceso y podrían estar interesados en impedir que tú lo demostraras. Por esa razón, debes ser protegido.
Baley dio unos pasos rápidos hasta una pared de la habitación y luego hasta la otra, como para acelerar sus procesos mentales por medio del ejemplo físico. Inexplicablemente, no tenía ninguna sensación de peligro personal.
Preguntó:
—Daneel, ¿cuántos robots humaniformes hay ahora en Aurora?
—¿Quieres decir ahora que Jander ya no funciona?
—Sí, ahora que Jander está muerto.
—Uno, compañero Elijah.
Baley miró a Daneel con estupefacción. Mudamente, articuló la palabra: ¿Uno? Al fin, dijo:
—A ver si lo he entendido, Daneel. ¿Tú eres el único robot humaniforme de Aurora?
—Y de cualquier mundo, compañero Elijah. Pensaba que ya lo sabías. Yo era el prototipo y luego se construyó a Jander. Desde entonces, el doctor Fastolfe se ha negado a construir otros y nadie más tiene la habilidad necesaria para hacerlo.
—Pero en ese caso, ya que de dos robots humaniformes, uno ha sido asesinado, ¿no se le ocurre al doctor Fastolfe que el humaniforme restante, tú, Daneel, puede estar en peligro?
—Admite esa posibilidad. Pero es muy improbable que un suceso tan insólito como el bloqueo mental se produzca una segunda vez. No la toma en serio. Sin embargo, teme que pueda suceder algún otro percance. Creo que ése fue uno de los motivos por los que me envió a la Tierra a buscarte. Me ha mantenido alejado de Aurora durante más de una semana.
—Y ahora eres tan prisionero como yo, ¿verdad, Daneel?
—Soy prisionero —dijo Daneel gravemente— en el sentido de que no puedo abandonar esta habitación, compañero Elijah.
—¿En qué sentido se es prisionero?
—En el sentido de que la persona tan limitada en sus movimientos se rebele contra esa limitación. Un verdadero encarcelamiento tiene la implicación de ser involuntario. Yo comprendo plenamente el motivo para estar aquí y convengo en la necesidad.
—Tú, sí —gruñó Baley—. Yo, no. Yo soy prisionero en todos los sentidos. Además, ¿por qué se supone que estamos seguros aquí?
—En primer lugar, compañero Elijah, Giskard se encuentra de guardia junto a la puerta.
—¿Es lo bastante inteligente para el trabajo?
—Entiende las órdenes perfectamente. Es robusto y fuerte y se hace cargo de la importancia de su tarea.
—¿Quieres decir que está dispuesto a ser destruido para protegernos a nosotros dos?
—Sí, naturalmente, igual que yo estoy dispuesto a ser destruido para protegerte a ti.
Baley se sintió apabullado, y dijo:
—¿No te rebelas contra una situación en la que puedes verte obligado a dar tu existencia por mí?
—Es mi programación, compañero Elijah —contestó Daneel en una voz que pareció suavizarse—. De todos modos, aunque no fuese por mi programación, creo que salvarte haría que la pérdida de mi propia existencia resultara muy trivial en comparación.
Baley no pudo resistirlo. Alargó la mano y apretó con fuerza la de Daneel.
—Gracias, compañero Daneel, pero no permitas que eso ocurra. No deseo la pérdida de tu existencia. Yo creo que la preservación de la mía sería una compensación insuficiente.
Y le sorprendió descubrir que era cierto. No pudo dejar de sentirse horrorizado al comprender que estaría dispuesto a arriesgar su vida por un robot... No, no por un robot. Por Daneel.
Giskard entró sin anunciarse. Baley había terminado por aceptarlo. El robot, como guardián, tenía que ser libre de ir y venir a su antojo. Y, a juicio de Baley, Giskard sólo era un robot, por mucho que perteneciese al genero masculino y por mucho que uno no mencionara la «R». Aunque Baley estuviera rascándose, hurgándose la nariz u ocupado en alguna función biológica, Giskard se mostraría indiferente, imperturbable, incapaz de reaccionar en modo alguno, y se limitaría a registrar fríamente la observación en algún banco de datos interno.
Eso convertía a Giskard en un simple mueble móvil y Baley no experimentaba la menor turbación en su presencia. No era que Giskard le hubiese sorprendido nunca en un momento inoportuno, pensó con equidad.
Giskard llevaba un pequeño cubículo consigo.
—Señor, sospecho que aún desea observar Aurora desde el espacio.
Baley se sobresaltó. Sin duda, Daneel había advertido su irritación, había deducido su causa y quería remediarla de ese modo. Encargar a Giskard que lo hiciera y lo expusiera como una idea propia era una muestra de delicadeza por su parte. Le evitaría la necesidad de expresar su gratitud. O eso debía de pensar Daneel.
En realidad, Baley se había sentido más irritado por la prohibición —innecesaria, a su juicio— de observar Aurora que por su forzada reclusión. La imposibilidad de ver el panorama le había obsesionado durante los dos días transcurridos desde el Salto. Así pues, se volvió y dijo a Daneel:
—Gracias, amigo mio.
—Ha sido idea de Giskard —declaró Daneel.
—Si, claro —concedió Baley con una leve sonrisa—. También le doy las gracias a él. ¿Qué es esto, Giskard?
—Un astrosimulador, señor. Funciona como un receptor tridimensional y está conectado con la sala panorámica. Querría añadir...
—¿Sí?
—No encontrará la vista demasiado interesante, señor. No desearía que se sintiera innecesariamente decepcionado.
—Intentaré no esperar demasiado, Giskard. De todos modos, no te haré responsable de la decepción que pueda sentir.
—Gracias, señor. Debo regresar a mi puesto, pero Daneel podrá ayudarle con el aparato si surge algún problema.
Salió y Baley se volvió hacia Daneel con aprobación.
—No cabe duda de que Giskard ha sabido manejar el asunto. Puede ser un modelo sencillo, pero está bien diseñado.
—El también es un robot de Fastolfe, compañero Elijah... Este astrosimulador es autónomo y autoajustable. Puesto que ya está enfocado sobre Aurora, sólo es necesario tocar el borde del mando. Eso lo pondrá en funcionamiento y no tendrás que hacer nada más. ¿Quieres ponerlo en marcha tú mismo?
Baley se encogió de hombros.
—No es necesario. Hazlo tú.
—Muy bien.
Daneel había colocado el cubículo encima de la mesa sobre la que Baley había visionado las peliculas-libro.
—Esto —dijo, señalando un pequeño rectángulo que tenía en la mano— es el mando, compañero Elijah. Sólo tienes que sujetarlo por los bordes de este modo y luego ejercer una ligera presión hacia dentro para accionar el mecanismo... y luego otra para desconectarlo.
Daneel oprimió el borde del mando y Baley lanzó una exclamación ahogada.
Había esperado que el cubículo se iluminara y mostrara una representación holográfica de un campo estelar en su interior. No fue eso lo que ocurrió. En cambio, Baley se encontró en el espacio —en el espacio— con relucientes estrellas en todas direcciones.
Sólo duró un momento y luego todo volvió a ser como antes: la habitación y, en su interior, Baley, Daneel y el cubículo.
—Lo lamento, compañero Elijah —dijo Daneel—. Lo he desconectado en cuanto he advertido tu malestar: No me había dado cuenta de que no estabas preparado para esto.
—Entonces, prepárame. ¿Qué ha sucedido?
—El astrosimulador opera directamente sobre el centro visual del cerebro humano. No hay modo de diferenciar la impresión que deja y la realidad tridimensional. Es un invento relativamente nuevo y hasta ahora sólo se ha utilizado para escenas astronómicas que, al fin y al cabo, son pobres en detalle.
—¿Lo has visto tú también, Daneel?
—Si, pero muy defectuosamente y sin el realismo que experimenta un ser humano. Veo el tenue contorno de un paisaje superpuesto sobre el contenido, aún claro, de la habitación, pero me han explicado que los seres humanos sólo ven el paisaje. Indudablemente, cuando el cerebro de los que son como yo esté mejor afinado y ajustado...
Baley habia recobrado el equilibrio.
—La cuestión es, Daneel, que yo no era consciente de nada más. No era consciente de mí mismo. No me veía las manos ni notaba dónde estaban. Me sentía como si fuera un espíritu incorpóreo o... bueno... como supongo que me sentiría si estuviera muerto pero existiese conscientemente en otra vida inmaterial.
—Ahora comprendo por qué lo has encontrado un poco inquietante.
—De hecho, lo he encontrado muy inquietante.
—Lo lamento, compañero Elijah. Haré que Giskard se lo lleve.
—No. Ahora ya estoy preparado. Déjame ese cubo... ¿Podré desconectarlo, aunque no sea consciente de la existencia de mis manos?
—Se te adherirá a la mano, con objeto de que no se te caiga, compañero Elijah. El doctor Fastolfe, que ha experimentado este fenómeno, me contó que la presión se ejerce automáticamente cuando el ser humano que lo sujeta desea ponerle término. Es un fenómeno automático basado en la manipulación nerviosa, al igual que la visión. Al menos, así es como funciona con los auroranos y me imagino...
—Que los terrícolas son lo bastante similares a los auroranos, fisiológicamente, para que funcione de igual modo con nosotros. Muy bien; dame el mando y lo intentaré.
Con un ligero respingo interno, Baley oprimió el borde del mando y volvió a encontrarse en el espacio. Esta vez lo esperaba y, en cuanto descubrió que podía respirar sin dificultad y no se sentía en modo alguno como si estuviera inmerso en un vacío, procuró aceptarlo como una ilusión visual. Respirando de un modo bastante estertoroso (quizá para convencerse a sí mismo de que verdaderamente respiraba), miró con curiosidad en todas direcciones.
Súbitamente consciente de que oía el áspero sonido de su respiración en la nariz, dijo:
—¿Me oyes, Daneel?
Oyó su propia voz —un poco distante, un poco artificial—, pero la oyó.
Y luego oyó la de Daneel, lo bastante diferente como para poder distinguirla.
—Sí, te oigo —dijo Daneel—. Y tú también deberías oírme, compañero Elijah. Los sentidos visual y cinestético están interferidos con objeto de alcanzar una mayor ilusión de realidad, pero el sentido auditivo permanece intacto. En gran medida, cuando menos.
—Bueno, sólo veo estrellas... estrellas corrientes, quiero decir. Aurora tiene un sol. Estamos lo bastante cerca de Aurora, supongo, para que la estrella que es su sol brille más que las otras.
—Brilla tanto, compañero Elijah, que ha sido ofuscada para evitarte una lesión en la retina.
—Entonces, ¿dónde está el planeta Aurora?
—¿Ves la constelación de Orion?
—Si, en efecto. ¿Quieres decir que aún vemos las constelaciones igual que en el firmamento de la Tierra, como en el planetario de la Ciudad?
—Más o menos. En lo que a distancias estelares se refiere, no estamos lejos de la Tierra y el Sistema Solar del que forma parte, de modo que tienen un paisaje estelar común. El sol de Aurora se conoce en la Tierra con el nombre de Tau Ceti, y sólo está a 3.67 parsecs de allí. Si trazas una línea imaginaria desde Betelgeuse hasta la estrella intermedia del cinturón de Orion y la continúas durante una longitud igual y un poco más, la estrella de brillo mediano que verás es el planeta Aurora. Irá haciéndose inconfundible a lo largo de los próximos días, a medida que nos acerquemos rápidamente a ella.
Baley la contempló gravemente. No era más que un objeto estelar brillante. No había ninguna flecha luminosa, que se encendiera y apagara, señalando hacia ella. No había ninguna inscripción que la identificara como Aurora.
Preguntó:
—¿Dónde está el sol? La estrella de la Tierra, quiero decir.
—En la constelación Virgo, vista desde Aurora. Es una estrella de segunda magnitud. Desgraciadamente, el astrosimulador que tenemos no está bien computarizado y no sería fácil indicártelo. De todos modos, lo verías como una simple estrella, normal y corriente.
—Bien, no importa —dijo Baley—. Ahora voy a desconectar este chisme. Si tengo problemas... ayúdame.
No tuvo problemas. El astrosimulador se desconectó cuando él pensó en hacerlo y se encontró parpadeando a la luz súbitamente intensa de la habitación.