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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los robots del amanecer (10 page)

BOOK: Los robots del amanecer
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—Sí, señor.

Baley se volvió amargamente hacia Daneel.

—Me he puesto en ridículo, Daneel.

—Deduzco que te preguntabas si estábamos engañándote y te llevábamos a algún lugar que no fuera Aurora. ¿Tenías alguna razón para sospechar tal cosa, compañero Elijah?

—Ninguna. Puede haber sido el resultado de la inquietud generada por una agorafobia subliminal. Mientras estaba contemplando un espacio aparentemente inmóvil, no sentía ningún malestar perceptible, pero quizás estaba bajo la superficie, creando una inquietud creciente.

—La culpa ha sido nuestra, compañero Elijah. Conociendo tu aversión a los espacios abiertos, ha sido un error someterte a la astrosimulación o, habiéndolo hecho, no tenerte bajo estrecha vigilancia.

Baley meneó la cabeza con fastidio.

—No digas eso, Daneel. Ya tengo suficiente vigilancia. Me pregunto cuan estrechamente me supervisarán en Aurora.

Daneel repuso:

—Compañero Elijah, me parece que será difícil concederte libre acceso a Aurora y los auroranos.

—Sin embargo, eso es precisamente lo que deben concederme. Si debo resolver este caso de roboticidio, he de tener libertad para buscar información en el lugar de los hechos e interrogar a las personas implicadas.

Baley ya se encontraba bien, aunque un poco cansado. Inexplicablemente, la intensa experiencia por la que acababa de pasar le había producido un gran deseo de fumar en pipa, algo que creía haber superado más de un año antes. Notaba el sabor y el olor de humo de tabaco abriéndose paso por su garganta y su nariz.

Sabía que debería conformarse con el recuerdo. En Aurora no le permitirían fumar. No había tabaco de ninguna clase en ninguno de los mundos espaciales, y si él lo hubiera llevado consigo, se lo habrían quitado y destruido.

Daneel dijo:

—Compañero Elijah, eso tendremos que discutirlo con el doctor Fastolfe una vez aterricemos. Yo no tengo poder para tomar una decisión al respecto.

—Lo sé, Daneel, pero ¿cómo voy a hablar con Fastolfe? ¿Por medio del equivalente de un astrosimulador? ¿Con un mando en la mano?

—Nada de eso, compañero Elijah. Hablaréis cara a cara. Tiene la intención de ir a recibirte al espaciopuerto.

4
FASTOLFE
13

Baley prestó atención para oír los ruidos del aterrizaje. Naturalmente, ignoraba cuáles podían ser. No conocía el mecanismo de la nave, ni cuántos hombres y mujeres llevaba a bordo, ni qué tendrían que hacer durante el aterrizaje, ni qué tipo de ruido se produciría.

¿Gritos? ¿Zumbidos? ¿Una leve vibración?

No oyó nada.

Daneel dijo:

—Pareces estar en tensión, compañero Elijah. Preferiría que me informaras en seguida de cualquier molestia que sientas. Debo ayudarte en el mismo momento en que, por alguna razón, seas desdichado.

Hubo un ligero énfasis en la palabra «debo».

Baley pensó abstraídamente: «Eso es consecuencia de la Primera Ley. Sin duda ha sufrido tanto a su manera como yo he sufrido a la mía cuando he desfallecido sin que él lo previera a tiempo. Un desequilibrio de potenciales positrónicos puede no significar nada para mí, pero puede producir en él el mismo malestar y la misma reacción que un dolor agudo en mi.»

Siguió pensando: «No puedo saber lo que hay dentro de la seudopiel y la seudoconciencia de un robot, igual que Daneel no puede saber lo que hay dentro de mí.»

Y luego, sintiendo remordimientos por haber pensado en Daneel como un robot, Baley hundió la mirada en los dulces ojos del otro (¿desde cuándo le parecía dulce su expresión?) y dijo:

—Te informaría en seguida de cualquier molestia. No siento ninguna. Sólo intento oír algún ruido que me indique el comienzo del proceso de aterrizaje, compañero Daneel.

—Gracias, compañero Elijah —dijo Daneel con gravedad. Inclinó ligeramente la cabeza y prosiguió:— No sentirás ninguna molestia al aterrizar. Notarás la aceleración, pero ésta será mínima, pues la habitación cederá, hasta cierto punto, en la dirección de la aceleración. Es posible que aumente la temperatura, pero no más de dos grados centígrados. En cuanto a los efectos sónicos, quizás haya un tenue silbido cuando atravesemos la atmósfera. ¿Te molestará algo de esto?

—No lo creo. Lo que sí me molesta es no poder participar en el aterrizaje. Me gustaría saber algo de esas cosas. No quiero estar encerrado y ser privado de la experiencia.

—Ya has comprobado, compañero Elijah, que la naturaleza de la experiencia no se adapta a tu temperamento.

—¿Y cómo voy a superarlo, Daneel? —dijo Baley con tenacidad—. Esa no es razón suficiente para retenerme aquí.

—Compañero Elijah, ya te he explicado que se te retiene aquí para tu propia seguridad.

Baley meneó la cabeza con manifiesto disgusto.

—He pensado en eso y es una tontería. Tengo tan pocas posibilidades de resolver este misterio, con todas las limitaciones a las que me veo sometido y mi dificultad para comprender cuanto se refiere a Aurora, que nadie en su sano juicio se molestaría en intentar detenerme. Y si lo hicieran, ¿por qué molestarse en atacarme personalmente? ¿Por qué no sabotear la nave? Si nuestros adversarios son tan temibles como suponemos, considerarán que una nave, y las personas que se hallan a bordo, y tú y Giskard... y yo, naturalmente, no es un precio demasiado alto.

—Verás, compañero Elijah, esta eventualidad ya ha sido prevista. La nave fue examinada minuciosamente. Cualquier indicio de sabotaje habría sido detectado.

—¿Estás seguro? ¿Totalmente seguro?

—La seguridad, en estos casos, nunca puede ser absoluta. Sin embargo, Giskard y yo llegamos a la conclusión de que el grado de certeza era muy alto y que podíamos proceder con un mínimo riesgo de desastre.

—¿Y si os hubierais equivocado?

Algo parecido a un ligero espasmo contrajo el rostro de Daneel, como si le pidieran que considerase algo que obstruía los mecanismos positrónicos de su cerebro. Contestó:

—Pero no nos hemos equivocado.

—Eso no puedes saberlo. Estamos acercándonos al momento del aterrizaje y será entonces cuando habrá mayor peligro. De hecho, ni siquiera hay necesidad de sabotear la nave. Mi peligro personal es mayor ahora... ahora mismo. No puedo esconderme en esta habitación si debo desembarcar en Aurora. Tendré que atravesar la nave y estaré al alcance de los demás. ¿Has tomado precauciones para que el aterrizaje sea seguro? —(Se estaba mostrando mezquino; atacando in-necesariamente a Daneel porque se sentía irritado por su larga reclusión... y por la indignidad de su momentáneo derrumbamiento.)

Pero Daneel respondió con calma:

—Las hemos tomado, compañero Elijah. Y por cierto, ya hemos aterrizado. Nos encontramos sobre la superficie de Aurora.

Por un momento, Baley se quedó estupefacto. Miró a su alrededor, pero naturalmente no vio nada más que una habitación cerrada. No había notado u oído nada de lo que Daneel había descrito. Ni la aceleración, ni el calor, ni el silbido del viento. Sin duda, Daneel habla planteado deliberadamente el tema de su seguridad personal para que no pensara en otros temas inquietantes... pero secundarios.

Baley dijo:

—De todos modos, aún queda la cuestión de abandonar la nave. ¿Cómo lo hago sin ponerme a merced de posibles enemigos?

Daneel se acercó a una pared y tocó un punto en ella. La pared se dividió en dos, y ambas mitades se separaron rápidamente. Baley se encontró ante un largo cilindro, un túnel.

Giskard habia entrado en la habitación en ese momento y

dijo:

—Señor, nosotros tres saldremos por el tubo. Otros lo tienen bajo observación desde fuera. El doctor Fastolfe espera en el otro extremo del tubo.

—Hemos tomado todas las precauciones —dijo Daneel.

Baley musitó:

—Mis disculpas, Daneel... Giskard. —Entró en el tubo de salida con expresión sombría. Todos sus esfuerzos para asegurarse de que se habían tomado precauciones también le aseguraban que dichas precauciones se consideraban necesarias.

A Baley le gustaba pensar que no era un cobarde, pero estaba en un planeta desconocido, donde no había modo de distinguir a un amigo de un enemigo, donde no había modo de buscar consuelo en algo familiar (excepto Daneel, naturalmente). En momentos cruciales, pensó con un estremecimiento, no dispondría de una capa protectora que le brindara seguridad y alivio.

14

Efectivamente, el doctor Han Fastolfe estaba esperando... y sonriendo. Era alto y delgado, con el cabello castaño claro y no muy abundante y, por supuesto, estaban las orejas. Eran unas orejas que Baley recordaba muy bien, a pesar de los tres años transcurridos. Orejas grandes, separadas de la cabeza, que le daban un aire vagamente gracioso, una fealdad agradable. Fueron las orejas lo que hizo sonreír a Baley, más que la bienvenida de Fastolfe.

Baley se preguntó de paso si la tecnología médica aurorana no se extendía hasta la cirugía plástica requerida para corregir la imperfección de aquellas orejas. Sin embargo, era posible que a Fastolfe le gustara su aspecto, igual que le ocurría (para su propia sorpresa) a Baley. Hay mucho que decir acerca de una cara que hace sonreír.

Quizá Fastolfe valoraba el hecho de gustar a primera vista. ¿O tal vez consideraba útil que le subestimaran? ¿O que le encontraran diferente?

Fastolfe dijo:

—Detective Elijah Baley. Le recuerdo bien, a pesar de que sigo imaginándomelo con la cara del actor que le personificó.

El rostro de Baley se ensombreció.

—Ese drama de hiperondas me persigue, doctor Fastolfe. Si supiera adonde ir para escapar de él...

—A ningún sitio --dijo Fastolfe con jovialidad—. Al menos, yo no conozco ninguno. Pero si no le gusta, lo excluiremos de nuestras conversaciones desde ahora mismo. No volveré a mencionarlo. ¿De acuerdo?

—Gracias. —Con calculada rapidez, le tendió la mano a Fastolfe.

Fastolfe titubeó perceptiblemente. Luego aceptó la mano de Baley, asiéndola con cautela —y por pocos segundos— y dijo:

—Confío en que no sea usted un saco de infecciones, señor Baley.

Luego añadió con pesar, mirándose las manos:

—Sin embargo, debo admitir que mis manos han sido recubiertas con una película inerte que no resulta del todo cómoda. Soy una víctima de los temores irracionales de mi sociedad.

Baley se encogió de hombros.

—Como todos. A mí no me gusta estar en el Exterior; al aire libre, quiero decir. Y por cierto, tampoco me gusta haber tenido que venir a Aurora en las circunstancias en que me encuentro.

—Lo comprendo muy bien, señor Baley. Tengo un coche cerrado para usted y, cuando lleguemos a mi establecimiento, haremos todo lo posible para que siga estando resguardado.

—Gracias, pero durante mi estancia en Aurora creo que tendré que salir de vez en cuando al Exterior. Estoy preparado para ello; lo mejor que puedo.

—Comprendo, pero no le impondremos el Exterior más que cuando sea necesario. Ahora no lo es, de modo que consienta en estar resguardado.

El coche estaba esperando en las sombras del túnel y no fue necesario salir al Exterior para pasar de uno a otro. Baley advirtió la presencia de Daneel y Giskard a su espalda, completamente distintos en apariencia pero ambos idénticos en su actitud grave y expectante, ambos infinitamente pacientes.

Fastolfe abrió la puerta posterior y dijo:

—Entre, por favor.

Baley entró. Rápida y suavemente, Daneel entró detrás de él, mientras Giskard, casi al mismo tiempo, como si fuera un movimiento de danza bien coreografiado, entraba por el otro lado. Baley se encontró encajado, aunque no de un modo opresivo, entre los dos. De hecho, le tranquilizó pensar que entre él y el Exterior, por ambos lados, se hallaba el grosor de un cuerpo de robot.

Pero no hubo Exterior. Fastolfe subió al asiento delantero y, cuando la puerta se cerró tras él, las ventanillas se oscurecieron y una tenue luz artificial bañó el interior. Fastolfe dijo:

—No suelo conducir de este modo, señor Baley, pero no me importa hacerlo y quizás usted lo encuentre más cómodo. El coche está totalmente computerizado, sabe adonde va, y puede hacer frente a cualquier obstáculo o emergencia. No es necesario que nosotros intervengamos en nada.

Hubo una ligerísima sensación de aceleración y luego otra de movimiento, muy vaga y apenas perceptible.

Fastolfe dijo:

—Será un trayecto muy seguro, señor Baley. Me he tomado muchas molestias para cerciorarme de que el menor número de personas posible supiera que usted viajaría en este coche, e indudablemente nadie le verá dentro de él. El recorrido en coche, que, por cierto, está propulsado por aire, de modo que, en realidad, es un vehículo aerodinámico, no será largo, pero si lo desea, puede aprovechar la oportunidad para descansar. Ahora está totalmente seguro.

—Habla —dijo Baley— como si creyera que estoy en peligro. En la nave me han protegido hasta el punto de hacerme sentir encarcelado... y ahora, también. —Paseó la mirada por el reducido interior del coche, donde estaba rodeado por la estructura de metal y cristal opaco, por no mencionar la estructura metálica de los robots.

Fastolfe se rió alegremente.

—Estoy pecando de exagerado, lo sé, pero los ánimos están un poco exaltados en Aurora. Llega usted aquí en un momento de crisis y prefiero ser tachado de exagerado antes que correr el tremendo riesgo de quedarme corto.

Baley dijo:

—Creo que comprende, doctor Fastolfe, que mi fracaso aquí sería un duro golpe para la Tierra.

—Lo comprendo muy bien. Estoy tan decidido como usted a evitar su fracaso. Créame.

—Le creo. Además, mi fracaso aquí, por la razón que sea, también será mi ruina personal y profesional en la Tierra.

Fastolfe se volvió en el asiento para mirar a Baley con una expresión sobresaltada.

—¿De veras? Eso no sería justo.

Baley se encogió de hombros.

—En efecto, pero es lo que ocurrirá. Seré el blanco perfecto para el desesperado gobierno de la Tierra.

—No pensé en eso cuando le mandé llamar, señor Baley. Puede estar seguro de que haré lo que pueda. Sin embargo, con toda sinceridad —desvió los ojos—, será muy poco, si perdemos.

—Lo sé —dijo Baley con amargura. Se recostó en el mullido asiento y cerró los ojos. El suave movimiento del coche invitaba a conciliar el sueño, pero Baley no se durmió. En cambio, pensó intensamente... con todas sus fuerzas.

BOOK: Los robots del amanecer
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