Los robots del amanecer (9 page)

Read Los robots del amanecer Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Los robots del amanecer
7.43Mb size Format: txt, pdf, ePub

Sólo entonces, cuando hubo recobrado sus cinco sentidos, se le ocurrió que durante unos minutos le había parecido estar en el espacio, sin pared protectora de ninguna clase, y a pesar de ello no había experimentado la agorafobia que sentía en la Tierra. Se había sentido muy cómodo, una vez aceptada su propia inexistencia.

Eso le desconcertó y le apartó de las películas-libro durante un rato.

Periódicamente, regresó al astrosimulador y echó otra ojeada al espacio que se veía desde un lugar privilegiado fuera de la nave, sin que él estuviera presente en ningún sitio (aparentemente). En algunas ocasiones no fue más que un momento, para asegurarse de que seguía sin sentirse atemorizado por el vacío infinito. En otras, se encontró perdido en el esquema de las estrellas y empezó a contarlas o a formar figuras geométricas, deleitándose en la facultad de hacer algo que, en la Tierra, habría sido incapaz de hacer porque el creciente desasosiego agorafóbico habría arrollado instantáneamente todo lo demás.

Al final comprobó que la luminosidad de Aurora aumentaba. No tardó en hacerse fácil de detectar entre los otros puntos de luz, luego fue inconfundible, y finalmente inevitable. Empezó como un minúsculo destello de luz y, a partir de entonces, se agrandó rápidamente y comenzó a mostrar fases.

Era un semicírculo luminoso casi perfecto cuando Baley se percató de la existencia de fases.

Baley preguntó y Daneel contestó:

—Nos estamos acercando desde fuera del plano orbital, compañero Elijah. El polo sur de Aurora se encuentra aproximadamente en el centro de su disco, algo adentrado en la mitad iluminada. Es primavera en el hemisferio austral.

Baley dijo:

—Según el material que he estado leyendo, el eje de Aurora tiene una inclinación de dieciséis grados. —Había leído la descripción física del planeta con escasa atención, debido a la ansiedad que sentía por llegar a los auroranos, pero recordaba ese dato.

—Sí, compañero Elijah. Más adelante entraremos en la órbita de Aurora y entonces las fases cambiarán rápidamente. Aurora gira con más rapidez que la Tierra...

—Tiene un día de 22 horas. Sí.

—22.3 horas tradicionales. El día aurorano se divide en 10 horas auroranas, y cada hora se divide en 100 minutos auroranos que, a su vez, se dividen en 100 segundos auroranos. Así pues, el segundo aurorano equivale a unos 0.8 segundos terrestres.

—¿Es eso lo que quieren decir los libros cuando se refieren a horas métricas, minutos métricos, y así sucesivamente?

—Sí. Al principio no fue fácil persuadir a los auroranos de que abandonaran las unidades horarias a las que estaban acostumbrados y se utilizaban ambos sistemas, el convencional y el métrico. Naturalmente, a la larga se impuso el métrico. En la actualidad sólo hablamos de horas, minutos y segundos, pero nos referimos invariablemente a las versiones decimalizadas. Se ha adoptado el mismo sistema en todos los mundos espaciales, a pesar de que, en los demás mundos, no se corresponde con la rotación natural del planeta. Como es lógico, cada planeta utiliza también un sistema local.

—Como la Tierra.

—Sí, compañero Elijah, pero la Tierra sólo utiliza las unidades horarias originales. Eso supone un inconveniente para los mundos espaciales en lo que al comercio se refiere, pero permiten que la Tierra siga su camino en esto.

—No por amistad, me imagino. Sospecho que desean poner de relieve la diferencia de la Tierra. ¿Cómo concuerda la decimalización con el año? Al fin y al cabo, Aurora debe de tener un período natural de revolución en torno a su sol que controle el ciclo de sus estaciones. ¿Cómo se mide todo esto?

Daneel dijo:

—Aurora gira en torno a su sol en 373.5 días auroranos o en unos 0.95 años terrestres. No se considera que eso sea una cuestión de vital importancia en la cronología. Aurora acepta 30 de sus días como equivalentes a un mes, y 10 meses como equivalentes a un año métrico. El año métrico equivale a unos 0.8 años estacionales o a unos tres cuartos de año terrestre. Por supuesto, la relación es diferente en cada mundo. Diez días constituyen un decimés. Todos los mundos espaciales utilizan este sistema.

—¿Supongo que habrá un modo fácil de seguir el ciclo de las estaciones?

—Cada mundo tiene, asimismo, su año estacional, pero eso carece de importancia. Con ayuda de una computadora se puede averiguar la posición de cualquier día —pasado o presente— en el año estacional si, por algún motivo, se desea esa información. Y esto sirve para cualquier mundo, donde la conversión a y de los días locales es fácilmente posible. Y, por supuesto, compañero Elijah, cualquier robot puede hacer lo mismo y guiar la actividad humana en lo que al año estacional o la hora local se refiere. La ventaja del sistema métrico es que proporciona a la humanidad una cronometría unificada con insignificantes diferencias de decimales.

A Baley le preocupó que nada de esto constara en los libros que había visionado. Sin embargo, por su propio conocimiento de la historia de la Tierra, sabía que, en otros tiempos, el mes lunar había sido la clave del calendario y que más tarde, para simplificar la cronometría, el mes lunar fue descartado y no volvió a utilizarse. No obstante, si él hubiera dado libros sobre la Tierra a algún extranjero, éste no habría encontrado ninguna mención del mes lunar ni ningún cambio histórico en los calendarios. Se habrían dado fechas sin explicación.

¿Qué más se daría sin explicación?

¿Hasta qué punto podía depender de los conocimientos que estaba adquiriendo? Tendría que preguntar constantemente, no dar nada por sentado.

Habría tantas oportunidades para no advertir lo evidente, tantas oportunidades para cometer errores, tantas maneras de tomar el camino equivocado...

11

Aurora ya llenaba su visión cuando utilizaba el astrosimulador y se parecía a la Tierra. (Baley nunca había visto la Tierra del mismo modo, pero sí había visto las fotografías que aparecían en los manuales de astronomía.)

Pues bien, lo que Baley vio en Aurora fueron las mismas capas nubosas, las mismas manchas de zonas desérticas, las mismas extensiones de día y noche, la misma configuración de luces centelleantes en el área del hemisferio nocturno que mostraban las fotografías del globo terráqueo.

Baley contempló con admiración el panorama y pensó:

¿Y si le habían llevado al espacio, diciéndole que le conducían a Aurora, y en realidad le devolvían a la Tierra por alguna razón, alguna sutil e insensata razón? ¿Cómo iba a advertir la diferencia antes de aterrizar?

¿Había motivos para sospechar? Daneel le había explicado que las constelaciones eran las mismas en el cielo de ambos planetas, pero ¿no sería eso lo natural en planetas que giraban alrededor de estrellas vecinas? El aspecto de ambos planetas desde el espacio era idéntico, pero ¿no sería eso de esperar si ambos eran habitables y estaban cómodamente adaptados a la vida humana?

¿Había algún motivo para que le hicieran víctima de un engaño tan forzado? ¿Con qué propósito? Y, sin embargo, ¿por qué no hacerlo aparecer como forzado e inútil? Si hubiese un motivo evidente para ello, él lo habría vislumbrado en seguida.

¿Estaría metido Daneel en tal conspiración? Ciertamente no, si fuese un ser humano. Pero sólo era un robot; ¿no podía haber un modo de ordenarle que se comportara adecuadamente?

No había forma de llegar a una decisión. Baley se encontró buscando algún contorno continental que pudiera reconocer como terrestre o no terrestre. Esa sería la prueba concluyente, pero no dio resultado.

Las confusas imágenes que aparecían y desaparecían rápidamente entre las nubes no le sirvieron de nada. No conocía lo bastante bien la geografía de la Tierra. Lo que realmente conocía de la Tierra eran sus ciudades subterráneas, sus cuevas de acero.

Los fragmentos de litoral que vio le resultaron desconocidos; tanto podían pertenecer a Aurora como a la Tierra. ¿Por qué aquella desconfianza, en todo caso? Cuando fue a Solarla, no dudó ni un solo momento de cuál era su destino; no sospechó ni un solo momento que podían estar devolviéndole a la Tierra. Ah, pero entonces tenía una misión bien definida con razonables posibilidades de éxito. Ahora intuía que no había absolutamente ninguna.

Tal vez fuera que quería ser devuelto a la Tierra y estaba fabricando una falsa conspiración en su mente para poder creer que era posible.

Su incertidumbre había llegado a cobrar vida propia. No podía sobreponerse a ella. Se encontró observando Aurora con una intensidad casi demencial, incapaz de volver a la realidad de la habitación.

Aurora se movía, giraba lentamente... Llevaba observando el tiempo suficiente para darse cuenta de ello. Mientras había estado contemplando el espacio, todo parecía inmóvil, como un decorado, un esquema de puntos luminosos silencioso y estático en el que, más tarde, apareció un pequeño semicírculo. ¿Fue la inmovilidad lo que le libró de la agorafobia?

Pero ahora veía que Aurora se movía, y se percató de que la nave descendía en espiral en la última etapa antes de aterrizar. Las nubes ascendían...

No, las nubes no ascendían; la nave descendía. La nave se movía. Él se movía. De pronto fue consciente de su propia existencia. Estaba abalanzándose sobre el planeta a través de las nubes. Estaba cayendo, desprotegido, a través del aire hacia terreno sólido.

Se le contrajo la garganta; le costaba mucho respirar. Se dijo a sí mismo con desesperación: «Estás enclaustrado. Las paredes de la nave te rodean.» Pero no percibía ninguna pared. Pensó: «Incluso sin tener en cuenta las paredes, sigues estando enclaustrado. Estás envuelto en piel.» Pero no percibía ninguna piel.

La sensación era peor que una simple desnudez; era una personalidad no acompañada, la esencia de la identidad totalmente descubierta, un punto viviente, una singularidad rodeada por un mundo abierto e infinito, y estaba cayendo. Quiso poner fin a la visión, oprimir el borde del mando, pero no sucedió nada. Sus terminaciones nerviosas habían alcanzado tal estado de anormalidad que la desconexión automática por la simple voluntad no funcionó. No tenía voluntad. Sus ojos no se cerraban, sus dedos no se doblaban. Estaba atrapado e hipnotizado por el terror, inmovilizado por el miedo.

Lo único que percibía ante sí eran nubes, blancas... no del todo blancas... blancuzcas... con una ligera tonalidad dorado-anaranjado.

Y todo se volvió gris... y se estaba ahogando. No podía respirar. Luchó desesperadamente por desatascar su garganta obstruida, por llamar a Daneel pidiéndole ayuda...

No pudo emitir ningún sonido.

13

Batey respiraba como si acabase de alcanzar la meta al término de una larga carrera. La habitación estaba torcida y había una superficie dura debajo de su codo izquierdo.

Comprendió que estaba en el suelo.

Giskard se encontraba de rodillas junto a él, con su mano de robot (firme pero algo fría) cerrada sobre el puño derecho de Baley. La puerta de la habitación, visible para Baley por encima del hombro de Giskard, estaba entornada.

Baley supo, sin preguntar, lo que había sucedido. Giskard habla agarrado aquella inútil mano humana y la había oprimido sobre el borde del mando para poner fin a la astrosimulación. De otro modo...

Daneel también estaba allí, con la cara cerca de la de Baley y una expresión que muy bien podría haber sido de dolor.

Dijo:

—No has dicho nada, compañero Elijah. Si hubiera advertido antes tu malestar...

Baley intentó indicarle con un gesto que lo comprendía, que no importaba. Aún no podía hablar.

Los dos robots esperaron hasta que Baley hizo un débil movimiento para levantarse. Cuatro brazos se extendieron inmediatamente hacia él y le ayudaron. Lo sentaron en una silla y Giskard le quitó el mando de las manos.

Giskard dijo:

—Aterrizaremos dentro de poco. Creo que ya no volverá a necesitar el astrosimulador.

Daneel añadió gravemente:

—De todos modos, sería mejor llevárselo.

Baley dijo:

—¡Espera! —Su voz fue un ronco susurro y no estuvo seguro de que la palabra hubiera sido inteligible. Aspiró una profunda bocanada de aire, carraspeó débilmente, y repitió—: ¡Espera! —y luego—: Giskard.

Giskard se volvió.

—¿Señor?

Baley no habló en seguida. Ahora que Giskard sabía que le necesitaban, esperaría largo rato, quizás indefinidamente. Baley intentó recobrar sus cinco sentidos. Agorafobia o no, las dudas acerca de su destino no le habían abandonado. Eso había existido primero y muy bien podía haber intensificado la agorafobia.

Tenía que averiguarlo. Giskard no mentiría. Un robot no podía mentir... a menos que le dieran cuidadosas instrucciones. Y ¿por qué hacerlo con Giskard? Su compañero era Daneel, y sólo él debía estar siempre en su compañía. Si había alguna mentira que decir, ésta sería tarea de Daneel. Giskard era un simple ayudante, un centinela. Nadie se molestaría en adoctrinarle cuidadosamente para que mintiera.

—¡Giskard! —dijo Baley, con voz casi normal.

—¿Señor?

—Estamos a punto de aterrizar, ¿verdad?

—Dentro de dos horas escasas, señor.

Debía de referirse a dos horas métricas, pensó Baley. ¿Más de dos horas reales? ¿Menos? No importaba. Eso sólo le desorientaría. Sería mejor olvidarlo.

Baley dijo, tan severamente como pudo:

—Dime ahora mismo el nombre del planeta donde vamos a aterrizar.

Un ser humano, en el caso de que hubiera contestado, sólo lo habría hecho después de una pausa; y entonces, con un aire de considerable sorpresa.

Giskard contestó al momento, con una afirmación terminante y sin inflexiones.

—Es Aurora, señor.

—¿Cómo lo sabes?

—Es nuestro destino. Además, no podría ser la Tierra, por ejemplo, ya que el sol de Aurora, Tau Ceti, sólo tiene una masa equivalente al noventa por ciento de la del sol de la Tierra. Por lo tanto, Tau Ceti es un poco más frío, y su luz posee un marcado tinte anaranjado a los ojos inhabituados de los que vienen de la Tierra. Es posible que ya haya visto el característico color del sol de Aurora en el reflejo de la capa superior del banco de nubes. Sin duda la verá en el aspecto del paisaje... hasta que sus ojos se acostumbren a ella.

Baley apartó la mirada del impasible rostro de Giskard. Había advertido la diferencia de color, pensó, y no le habia dado importancia. Un gran error.

—Puedes irte, Giskard.

Other books

Secrets of the Wolves by Dorothy Hearst
Only His by Susan Mallery
Snow Raven by McAllister, Patricia
Lady Pirate by Lynsay Sands
Crais by Jaymin Eve
False Witness by Aimée and David Thurlo
Paris After the Liberation: 1944 - 1949 by Antony Beevor, Artemis Cooper