—¿Un crimen pasional, quizá? ¿Un asesinato?
—No exactamente un asesinato.
—No comprendo, señora.
—En Aurora hay seres humanos, señor Baley. Y también hay robots, la mayoría de ellos bastante parecidos a los nuestros, no mucho más perfeccionados en la mayor parte de los casos. Sin embargo, hay unos cuantos robots humaniformes, robots tan humaniformes que pueden tomarse por humanos.
Baley asintió.
—Lo sé muy bien.
—Supongo que la destrucción de un robot humaniforme no es exactamente un asesinato, en el estricto sentido de la palabra.
Baley se inclinó hacia delante, con los ojos muy abiertos. Gritó:
—¡Jehoshaphat, mujer! Déjese de rodeos. ¿Me está diciendo que el doctor Fastolfe ha matado a R. Daneel?
Roth se levantó de un salto y pareció dispuesto a abalanzarse sobre Baley, pero la subsecretaria Demachek le contuvo con un gesto. Permanecía impasible. Dijo:
—En vista de las circunstancias, pasaré por alto su falta de respeto. No, R. Daneel no ha sido asesinado. Él no es el único robot humaniforme de Aurora. Otro robot, no R. Daneel, ha sido asesinado, si se empeña en utilizar ese término. Para ser más precisos, su mente ha sido destruida por completo; fue sometido a un robloqueo permanente e irreversible.
Baley inquirió:
—¿Y dicen que el doctor Fastolfe lo hizo?
—Eso dicen sus enemigos. Los extremistas, partidarios de que sólo los espaciales se desplieguen por la Galaxia y de que los terrícolas desaparezcan del Universo, eso dicen. Si estos extremistas consiguen que se celebren otras elecciones en las próximas semanas, no hay duda de que obtendrán el control absoluto del gobierno, con resultados incalculables.
—¿Por qué es este robloqueo tan importante políticamente? No lo entiendo.
—Ni yo misma estoy segura —dijo Demachek—. No pretendo comprender la política aurorana. Deduzco que los humaniformes estaban relacionados de algún modo con los planes de los extremistas y que la destrucción les ha enfurecido. —Arrugó la nariz—. Encuentro su política muy desconcertante y sólo le confundiría si tratara de interpretarla.
Baley hizo un esfuerzo por dominarse bajo la serena mirada de la subsecretaria. Preguntó en voz baja:
—¿Por qué estoy aquí?
—Por Fastolfe. Una vez ya salió al espacio para resolver un asesinato y lo consiguió. Fastolfe quiere que vuelva a intentarlo. Irá a Aurora y descubrirá quién fue responsable del robloqueo. Él cree que es su única posibilidad de contener a los extremistas.
—Yo no soy un robótico. No sé nada de Aurora...
—Tampoco sabía nada de Solaria, pero se las arregló. La cuestión es, Baley, que nosotros estamos tan ansiosos como Fastolfe por averiguar lo que realmente sucedió. No queremos que sea destruido. Si lo es, esos extremistas espaciales nos someterán a una clase de hostilidad que probablemente será mayor que todo lo que hemos experimentado hasta ahora. No queremos que eso ocurra.
—No puedo asumir esta responsabilidad, señora. La misión es...
—Casi imposible. Lo sabemos, pero no tenemos alternativa. Fastolfe insiste... y, por el momento, el gobierno aurorano le respalda. Si usted se niega a ir o si nosotros nos negamos a dejarle ir, tendremos que afrontar las iras auroranas. Si va y consigue su propósito, estaremos salvados y usted será debidamente recompensado.
—¿Y si voy... y fracaso?
—Haremos todo lo posible para que la culpa recaiga sobre usted y no sobre la Tierra.
—En otras palabras, los círculos oficiales quedarán a salvo.
Demachek dijo:
—Hay otro modo de enfocarlo y es que usted será echado a los lobos con la esperanza de que la Tierra no sufra demasiado. Un solo hombre no es un precio muy alto por nuestro planeta.
—A mí me parece que, como estoy seguro de fracasar, es mejor que no vaya.
—Sabe muy bien que esto es imposible —replicó Demachek—. Aurora le ha reclamado y usted no puede negarse a acudir. Además, ¿por qué iba a negarse? Lleva dos años intentando ir a Aurora y estaba muy descontento porque no le concedíamos el permiso.
—Quería ir en son de paz para solicitar ayuda en la colonización de otros mundos, no para...
—También puede intentar obtener su ayuda para colonizar esos otros mundos, Baley. Al fin y al cabo, imagínese que triunfa. Después de todo, es posible. En ese caso, Fastolfe estaría mucho más obligado hacia usted y le prestaría todo su apoyo. Y nosotros mismos estaríamos lo bastante agradecidos para respaldarle. ¿No cree que vale la pena correr el riesgo, aunque sea grande? Por pocas que sean sus posibilidades son nulas si no va. Piense en ello, Baley, pero por favor... no se tome demasiado tiempo.
Baley apretó los labios y, al fin, comprendiendo que no tenía alternativa, preguntó:
—¿De cuánto tiempo dispongo para...?
Y Demachek contestó tranquilamente:
—Oh, vamos. ¿No le he explicado que no tenemos opción... ni tiempo? Se marcha —consultó su banda horaria de pulsera— dentro de seis horas escasas.
El espaciopuerto estaba en las afueras de la ciudad, en un sector casi desierto que, en realidad, se hallaba en el Exterior. Esto quedaba paliado por el hecho de que las taquillas y las salas de espera estaban en la Ciudad y de que el trayecto hasta la nave en sí se realizaba en vehículo a lo largo de un camino cubierto. Por tradición, todos los despegues se efectuaban de noche, de modo que un manto de oscuridad atenuaba aún más el efecto del Exterior.
El espaciopuerto no estaba muy concurrido, considerando el carácter populoso de la Tierra. Los terrícolas muy rara vez dejaban el planeta y el tráfico se reducía exclusivamente a la actividad comercial organizada por robots y espaciales.
Mientras esperaba que la nave estuviera lista para poder embarcar, Elijah Baley ya se sentía aislado de la Tierra.
Bentley se encontraba con él y un triste silencio reinaba entre ambos. Finalmente, Ben dijo:
—Imaginé que mamá no querría venir.
Baley asintió.
—Yo también. Recuerdo cómo se puso cuando fui a Solaria. Esto no es distinto.
—¿Has logrado calmarla?
—He hecho lo que he podido, Ben. Ella cree que estoy destinado a sufrir un accidente espacial o que me matarán en cuanto llegue a Aurora.
—Regresaste de Solaria.
—Eso sólo contribuye a aumentar sus temores por arriesgarme una segunda vez. Piensa que se nos acabará la suerte. Sin embargo, saldrá adelante. Tú ayúdala, Ben. Pasa más tiempo con ella y, hagas lo que hagas, no le hables de ir a colonizar un nuevo planeta. Esto es lo que le preocupa realmente, ¿comprendes? Tiene el presentimiento de que te irás un día de éstos. Sabe que ella no podrá marcharse y, por lo tanto, nunca volverá a verte.
—Es posible —dijo Ben—. Quizá sea esto lo que ocurra.
—Tal vez tú puedas afrontar serenamente esa posibilidad, pero ella no, de modo que no hables de ello mientras estoy fuera. ¿De acuerdo?
—De acuerdo... Creo que está un poco inquieta por Gladia.
Baley levantó los ojos vivamente.
—¿Acaso le has...?
—No he dicho una sola palabra. Pero ella también vio aquel maldito drama, ¿sabes?, y no ignora que Gladia está en Aurora.
—¿Y qué? Es un planeta muy grande. ¿Crees que Gladia Delmarre estará esperándome en el espaciopuerto? Jehoshaphat, Ben, ¿no sabe tu madre que esa porquería de programa era ficción en un noventa por ciento?
Ben cambió de tema con visible esfuerzo.
—Es curioso... estar sentado aquí, sin equipaje de ninguna clase.
—Pues aún llevo demasiado. Está mi ropa, ¿no? Se librarán de ella en cuanto suba a bordo. Me la quitarán, la someterán a un tratamiento químico, y luego la arrojarán al espacio. Después me darán un guardarropa totalmente nuevo, una vez me hayan fumigado y limpiado y bruñido, por dentro y por fuera. Ya he pasado antes por esto.
Volvió a haber un silencio y luego Ben dijo:
—Verás, papá... —y se detuvo repentinamente. Lo intentó de nuevo—: Verás, papá... —y tampoco lo logró. Baley le miró fijamente.
—¿Qué estás tratando de decir, Ben?
—Papá, me siento como un idiota diciendo esto, pero creo que debo hacerlo. Tú no eres el clásico héroe. Ni siquiera yo lo he pensado jamás. Eres un buen hombre y el mejor padre que puede haber, pero no un héroe.
Baley gruñó.
—Sin embargo —prosiguió Ben—, cuando te paras a pensarlo, fuiste tú quien borró Espacioburgo del mapa; fuiste tú quien puso en marcha este proyecto de colonizar otros mundos. Papá, tú has hecho más por la Tierra que todos los miembros del gobierno juntos. Así pues, ¿por qué no te aprecian más?
Baley contestó:
—Porque no soy el héroe clásico y porque ese estúpido drama de hiperondas me perjudicó mucho. Ha convertido en enemigos a todos los hombres del departamento, ha inquietado a tu madre y me ha dado una fama que me resulta incómoda. —La luz de su avisador de pulsera centelleó y Baley se levantó—. Ahora debo irme, Ben.
—Lo sé. Pero lo que quiero decir, papá, es que yo te estoy agradecido. Y cuando esta vez regreses, todo el mundo te agradecerá lo que vas a hacer por nosotros.
Baley notó que se enternecía. Asintió rápidamente, puso una mano en el hombro de su hijo, y murmuró:
—Gracias. Cuídate, y cuida de tu madre, mientras yo esté fuera.
Se alejó, sin mirar atrás. Había dicho a Ben que iba a Aurora para tratar del proyecto de colonización. Si fuera así, podría regresar triunfante. Sin embargo...
Pensó: «Regresaré desprestigiado... si es que regreso.»
Era la tercera vez que Baley subía a bordo de una nave espacial y los dos años transcurridos no habían empañado en absoluto sus recuerdos de las dos primeras. Sabía exactamente lo que debía esperar.
Habría la incomunicación: nadie le vería ni tendría ningún contacto con él, excepto (quizás) un robot. Habría el constante tratamiento médico: la fumigación y esterilización. (No podía llamarse de otra manera.) Habría el intento de hacerle apto para convivir con los aprensivos espaciales, que consideraban a los terrícolas como sacos andantes de múltiples infecciones.
Sin embargo, también habría diferencias. Esta vez no tendría tanto miedo del proceso. Seguramente la sensación de desamparo por encontrarse fuera del claustro materno sería menos horrible.
Estaría preparado para los espacios más amplios. Esta vez, se dijo con osadía (aunque, también, con un nudo en el estómago), quizás incluso fuera capaz de insistir en que le permitieran ver el espacio.
Se preguntó si sería distinto de las fotografías del firmamento nocturno tomadas desde el Exterior.
Recordó la primera vez que vio la bóveda de un planetario (protegido, dentro de la Ciudad, por supuesto). No tuvo la sensación de estar en el Exterior, y no experimentó la más ligera inquietud.
Luego estaban las dos veces —no, tres— que salió de noche al Exterior y vio las estrellas verdaderas en la auténtica bóveda celeste. Fue mucho menos impresionante que la bóveda del planetario, pero en ambas ocasiones hubo un fresco viento y una sensación de distancia, lo cual le resultó mucho más alarmante que la bóveda, aunque mucho menos que durante el día, pues la oscuridad formaba una muralla de protección a su alrededor.
¿Serían las estrellas, vistas desde la ventana panorámica de una nave espacial, más parecidas a un planetario o al cielo nocturno de la Tierra? ¿O sería una sensación completamente distinta?
Se concentró en eso, como para borrar el pensamiento de dejar a Jessie, Ben, y la Ciudad.
Por simple jactancia, rechazó el coche e insistió en recorrer a pie la corta distancia desde el portal hasta la nave en compañía del robot que había ido a buscarle. Al fin y al cabo, sólo era un pasillo cubierto.
El pasillo describía una ligera curva y miró atrás mientras aún podía ver a Ben en el otro extremo. Levantó la mano con naturalidad, como si fuese a tomar el expreso de Trenton, y Ben agitó ambos brazos frenéticamente, formando con los dos primeros dedos de cada mano el antiguo símbolo de la victoria.
¿Victoria? Un gesto inútil, pensó Baley con certeza.
Intentó pensar en otra cosa que le llenara y ocupara la mente. ¿Cómo sería subir a bordo de una nave espacial de día, con el sol arrancando brillantes destellos a su superficie metálica y estando él mismo y todos los demás pasajeros expuestos al Exterior?
¿Qué se sentiría al ser plenamente consciente de un diminuto mundo cilíndrico, un mundo que se desprendería del mundo infinitamente más grande al que estaba temporalmente conectado y que luego se perdería en un Exterior infinitivamente más grande que ningún Exterior de la Tierra, hasta que al cabo de una interminable extensión de Nada encontraría otro...?
Mantuvo el ritmo constante de sus pasos, sin permitirse el menor cambio de expresión... o eso pensó él, cuando menos. Sin embargo, el robot que caminaba a su lado le hizo detenerse.
—¿Se encuentra mal, señor? —(No dijo «amo», sino simplemente «señor». Era un robot aurorano.)
—Estoy bien, muchacho —dijo Baley con voz ronca—. Adelante.
Mantuvo los ojos fijos en el suelo y no volvió a levantarlos hasta que la misma nave se alzó ante él.
¡Una nave aurorana!
No le cupo ninguna duda. Perfilada por un cálido reflector, parecía más alta, más estilizada, y sin embargo más potente que las naves solarianas.
Baley pasó al interior y la comparación siguió favoreciendo a Aurora. Era más espaciosa que las de las dos veces anteriores; más lujosa y más cómoda.
Sabía exactamente lo que se avecinaba y se quitó toda la ropa sin vacilar. (Quizá sería desintegrada por medio de un soplete plasmático. Indudablemente, no le sería devuelta cuando regresara a la Tierra... si regresaba. Así ocurrió la primera vez.)
No recibiría ninguna otra ropa hasta que le hubieran bañado, examinado, medicado, e inyectado. Casi acogió con agrado los humillantes procedimientos por los que tuvo que pasar. Al fin y al cabo, contribuyeron a hacerle olvidar lo que estaba sucediendo. Apenas percibió la aceleración inicial y apenas tuvo tiempo para pensar en el momento en que abandonó la Tierra y entró en el espacio.
Cuando finalmente volvió a estar vestido, inspeccionó los resultados con desconsuelo en un espejo. El material, cualquiera que fuese, era suave y reflectante y variaba de color al cambiar el ángulo. Las perneras de los pantalones se le adherían a los tobillos y, a su vez, estaban cubiertas por la caña de unos botines que se amoldaban a sus pies. Las mangas de la blusa se le pegaban a las muñecas y sus manos estaban cubiertas por unos guantes finos y transparentes. La parte superior de la blusa le cubría el cuello y una capucha incorporada le permitía cubrirse la cabeza si así lo deseaba. Baley sabía que le recubrían de este modo no para su propia comodidad, sino para tranquilidad de los espaciales.