Las palabras iban surgiendo una tras otra, como si cada una de ellas le costara un esfuerzo terrible.
—Prosiga —dijo Baley.
—He creído que tenía que hablar con usted para explicarle que no tuve nada que ver con ese robot. ¡Nada! Gladia no sabía dónde podía estar usted, pero he pensado que el doctor Fastolfe conocería su paradero.
—¿Así que le ha llamado?
—Oh, no. Yo... yo no creo que tenga valor para... El doctor es un científico muy importante. Sin embargo, Gladia le ha llamado por mí. Gladia es de este tipo de persona. El doctor le ha dicho que usted había salido a ver a su hija, la doctora Vasilia Aliena. Ha sido una suerte, porque yo conozco a la doctora.
—Sí, ya sé que la conoce —asintió Baley. Gremionis pareció algo inquieto.
—¿Cómo es que...? ¿También a ella le ha preguntado por mí? —Su inquietud pareció degenerar hasta convertirse en aflicción—. Por último, he llamado a la doctora Vasilia y me ha dicho que acababa usted de marcharse y que probablemen-te le encontraría en algún Personal comunitario. Este es el más próximo al establecimiento de la doctora, y he pensado que no debía de haber ninguna razón para que acudiera a otro más lejano. ¿Por qué iba a hacerlo?, me he dicho.
—Ha razonado usted muy acertadamente, pero ¿cómo ha conseguido llegar tan pronto?
—Trabajo en el Instituto de Robótica y mi establecimiento está situado en terrenos del Instituto. Mi motosilla me ha traído aquí en unos minutos.
—¿Ha venido solo?
—Sí. Sólo con un robot. La motosilla es biplaza, ¿sabe?
—¿Y el robot le está esperando fuera?
—Sí.
—Dígame otra vez por qué quiere hablar conmigo.
—Tengo que asegurarme de que usted no piense que tuve algo que ver con ese robot. Yo no había oído hablar siquiera de él hasta que el asunto apareció en los noticiarios. Y bien, ¿puedo hablarle ahora?
—Sí, pero no aquí —dijo Baley con firmeza—. Salgamos.
Baley pensó en lo extraño que resultaba sentirse tan agradecido de dejar atrás los muros del edificio y salir al Exterior.
En aquel Personal había algo que le resultaba mucho más extraño que cualquier otro objeto o lugar de Solaria o de Aurora. Más desconcertante aún que el hecho de su uso indiscriminado en todo el planeta, había sido el horror de que alguien le hablara allí dentro, abierta y despreocupadamente. Aquélla era una conducta que impedía diferenciar el Personal, y el uso del mismo, de cualquier otro lugar y propósito.
Las peliculas-libro que había visionado no decían nada de aquello. Evidentemente, como había señalado Fastolfe, no se habían escrito para terrícolas sino para auroranos y, en menor medida, para posibles turistas de los otros cuarenta y nueve mundos espaciales. Al fin y al cabo, los terrícolas casi nunca viajaban a los mundos espaciales, y menos aún a Aurora. Allí no eran bien recibidos. ¿Por qué, entonces, habían de mencionarse las diferencias en el uso del Personal?
Y sin embargo, ¿aquel comportamiento no se contradecía con el nombre que recibía el edificio? Pese a todo, Baley no pudo evitar pensar en los Personales para mujeres de la Tierra donde, como frecuentemente le había contado Jessie, las mu-jeres charlaban sin parar, sin sentir el menor malestar por ello. ¿Por qué las mujeres, y no los hombres? Baley nunca había pensado seriamente en ello, sino que lo había aceptado como una mera costumbre, una costumbre inmutable. Y sin embargo, si las mujeres lo hacían, ¿por qué los hombres no?
No importaba. El pensamiento sólo afectó a su intelecto, y no a la parte de su mente que le hacía sentir un abrumador e inextirpable desagrado ante la mera idea.
—Salgamos —repitió.
—Pero ahí fuera están sus robots —protestó Gremionis.
—En efecto. ¿Y qué?
—Considero que éste es un asunto que deberíamos tratar en privado, de hombre a... hombre —tartamudeó al terminar la frase.
—Supongo que quiere usted decir de espacial a terrícola.
—Si lo prefiere así...
—Mis robots son necesarios —afirmó Baley—. Son mis colegas en la investigación.
—Pero esto no tiene que ver con la investigación. Es precisamente lo que estoy intentando decirle.
—Eso ya lo decidiré yo —insistió Baley con firmeza, saliendo del Personal.
Gremionis titubeó y, a continuación, salió tras él.
Daneel y Giskard aguardaban fuera, impasibles, inexpresivos y pacientes. Baley creyó adivinar en el rostro de Daneel lo que podía ser un asomo de preocupación, pero recordó que sólo su imaginación podía descubrir emociones en aquellos rasgos inhumanamente humanos. Giskard, con su apariencia menos humana, no mostraba ninguna expresión en sus rasgos, ni siquiera para el más voluntarioso e imaginativo de los hombres propensos a personificar a los robots.
Un tercer robot aguardaba junto a ellos. Sin duda, se trataba del que acompañaba a Gremionis. Era más sencillo incluso que Giskard y todo él tenía un aire desharrapado. Resultaba evidente que Gremionis no era muy rico.
Daneel, con una voz que Baley tomó automáticamente por cálida y aliviada, le saludó:
—Me alegro de ver que estás bien, compañero Elijah.
—Estoy perfectamente. Sin embargo, siento curiosidad por una cosa. Si me hubierais oído pedir auxilio desde ahí dentro, ¿habríais entrado?
—Al instante, señor —dijo Giskard.
—¿Aunque estéis programados para no entrar en el Personal?
—La necesidad de proteger a un ser humano, especialmente a usted, señor, habría prevalecido.
—Así es, compañero Elijah —dijo Daneel.
—Me alegro de saberlo —dijo Baley—. Este es Santirix Gremionis. Señor Gremionis, éste es Daneel y éste, Giskard.
Los dos robots inclinaron la cabeza solemnemente. Gremionis se limitó a mirarles y a levantar una mano en señal de indiferente saludo. No se molestó siquiera en presentar a su robot.
Baley miró a su alrededor. La luz era claramente más mortecina, el aire era más frío y el sol estaba totalmente oculto por las nubes. En los alrededores se apreciaba un resplandor que no pareció afectar a Baley, quien seguía encantado de haber salido del Personal. Le producía una gran euforia la sorpresa de experimentar una sensación de agrado en el Exterior. Reconocía que se trataba de una situación muy especial, pero era un principio y no pudo evitar considerarlo un triunfo.
Baley estaba a punto de volverse hacia Gremionis para reanudar la conversación cuando sus ojos, captaron algo que se movía. Una mujer, acompañada de un robot, se acercaba hacia ellos cruzando el césped. Era evidente que se dirigía hacia el Personal.
Baley extendió una mano en dirección a la mujer, como para detenerla, aunque ella todavía se encontraba a más de treinta metros, y murmuró:
—¿Y esa mujer? ¿No sabe que esto es un Personal para hombres?
—¿Cómo? —exclamó Gremionis.
La mujer siguió acercándose mientras Baley la observaba, absolutamente perplejo. Por último, el robot de la mujer se hizo a un lado y aguardó mientras la mujer entraba en el edificio.
—¡Pero ella no puede entrar ahí! —exclamó Baley, incrédulo.
—¿Por qué no? Es un Personal comunitario —dijo Gremionis.
—¡Pero es para hombres!
—Es para personas —le corrigió Gremionis, con aire de total incomprensión.
—¿Para ambos sexos? Estoy seguro de que se refería a eso, ¿verdad?
—Sí. Es para todos los seres humanos, naturalmente. ¡Por supuesto que me refería a eso! ¿Cómo pretende usted que fuera, si no? No le comprendo.
Baley se volvió de espaldas. Hasta hacía apenas unos minutos, había creído que mantener una conversación en un Personal era el colmo del mal gusto, de las «cosas que no deben hacerse».
Si hubiera querido pensar en algo aún peor, no se le habría ocurrido ni por casualidad la posibilidad de encontrar a una mujer en un Personal. Los convencionalismos de la Tierra exigían hacer caso omiso de la presencia de otros hombres en los grandes Personales comunitarios de ese planeta, pero ni siquiera todos los convencionalismos inventados jamás le habrían impedido reconocer si la persona que pasaba frente a él era un hombre o una mujer.
¿Y si mientras él estaba en el Personal hubiera entrado una mujer como la que acababa de hacerlo, con aquel aire tan despreocupado e indiferente? Peor aún, ¿y si él hubiera entrado en el Personal y hubiese encontrado allí a una mujer?
No pudo estimar cuál habría sido su reacción. Nunca había sopesado tal posibilidad, ni mucho menos sé había encontrado en tal situación, pero la idea le resultó absolutamente intolerable.
Y las películas-libro tampoco le habían dicho nada al respecto.
Había estudiado todas aquellas películas para no iniciar la investigación ignorando totalmente el sistema de vida de Aurora, y ahora resultaba que ignoraba por completo las costumbres más importantes.
¿Cómo podía, entonces, resolver aquel enrevesadísimo rompecabezas de la muerte de Jander, si a cada paso que daba se descubría sumido en la ignorancia?
Un instante antes, había considerado un triunfo una pequeña conquista sobre el terror que sentía por el Exterior, pero ahora tenía que afrontar la sensación de ser un absoluto ignorante, un ignorante incluso de la naturaleza de su ignorancia.
Fue entonces, mientras luchaba por no imaginarse a la mujer recorriendo el mismo espacio físico que él había ocupado minutos antes, cuando alcanzó un grado de desesperación casi absoluto.
Giskard intervino nuevamente (y de un modo que permitía reconocer su preocupación, si no en el tono de voz, al menos en sus palabras).
—¿No se encuentra bien, señor? ¿Necesita ayuda?
—No, no. Me encuentro bien —murmuró Baley—. Pero apartémonos un poco. Estamos en medio del camino de las personas que desean utilizar esa instalación.
Se encaminó rápidamente hacia el planeador, que descansaba en el terreno abierto al otro lado del camino de grava. Más allá había un pequeño vehículo de dos ruedas con dos asientos, uno detrás del otro. Baley reconoció la motosilla de Gremionis.
Se sentía deprimido y amargado, y advirtió que su malestar se veía aumentado por el hecho de tener hambre. Ya hacía mucho que había pasado la hora del almuerzo y todavía no había probado bocado. Se volvió hacia Gremionis y le dijo:
—Está bien, hablemos. Pero, si no le importa, hagámoslo mientras comemos. Esto es, si no ha almorzado usted todavía... y si no le importa comer conmigo.
—¿Dónde va a comer?
—No lo sé. ¿Dónde se puede comer, aquí en el Instituto?
—En el comedor comunitario, no, desde luego —dijo Gremionis—. Allí no podríamos hablar.
—¿Hay alguna alternativa?
—Venga a mi establecimiento —se ofreció Gremionis de inmediato—. No es de los más bonitos de por aquí, pues no soy uno de los altos ejecutivos. Aun así, tengo algunos robots a mi servicio y creo que podremos preparar una comida decente. Vamos a ver: yo iré en la motosilla con Brundij, el robot, y usted puede seguirme con los suyos en el planeador. Tendrá que ir despacio, pero no estoy a más de un kilómetro de aquí. Apenas tardaremos un par o tres de minutos.
Gremionis se alejó al trote. Baley le observó y pensó que parecía haber en él una especie de desmañada juventud. No resultaba sencillo juzgar su edad a primera vista, naturalmente; los espaciales no reflejaban en su físico el paso de los años y Gremionis podía fácilmente tener más de cincuenta, pero actuaba como un joven, casi como lo que un terrícola tomaría por adolescente. Baley no estaba seguro de qué tenía Gremionis para que le diera aquella impresión. Se volvió de pronto hacia Daneel y le preguntó:
—¿Conocías a Gremionis, Daneel?
—No le habia visto nunca, compañero Elijah.
—¿Y tú, Giskard?
—Le había visto una vez, pero sólo al pasar.
—¿Sabes algo de él, Giskard?
—Nada que no se aprecie a simple vista, señor.
—¿Sabes su edad? ¿Conoces su personalidad?
—No, señor.
—¿Preparados? —gritó Gremionis. Su motosilla rugía bastante ruidosamente. Era evidente que el vehículo no iba asistido por chorros de aire, y que sus ruedas no se levantarían del suelo. Brundij tomó asiento detrás de Gremionis.
Giskard, Daneel y Baley subieron de nuevo al planeador, rápidamente.
Gremionis empezó a avanzar en la motosilla, describiendo un amplio círculo. El viento le agitaba el cabello, y Baley tuvo una repentina sensación de cómo debía de notarse el viento cuando uno viajaba en un vehículo abierto como la motosilla. Agradeció estar totalmente encerrado en el planeador, que de pronto le pareció un medio de transporte mucho más civilizado.
La motosilla enderezó el rumbo y avanzó rauda con un sordo rugido mientras Gremionis les hacía un gesto con la mano indicando que le siguieran. El robot que iba sentado detrás mantenía el equilibrio con una facilidad casi negligente y sin asirse a la cintura de Gremionis, como Baley estaba seguro de que hubiera tenido que hacer cualquier ser humano.
El planeador siguió al otro vehículo. Aunque el suave avance de la motosilla parecía ser una gran velocidad, aparentemente ello se debía a la ilusión que creaba su pequeño tamaño. El planeador tuvo ligeras dificultades en mantener una velocidad lo bastante baja para no echarse encima del otro vehículo.
—Hay algo —dijo Baley en actitud pensativa— que sigue preocupándome.
—¿De qué se trata, compañero Elijah? —preguntó Daneel.
—Vasilia se ha referido a ese Gremionis despreciativamente, llamándole «peluquero». Al parecer, ese hombre se ocupa del cuidado del cabello, del vestuario y de otros asuntos de embellecimiento personal. ¿Cómo es, entonces, que tiene un establecimiento en los terrenos del Instituto de Robótica?
Transcurrieron apenas unos minutos antes de que Baley se encontrara en el cuarto establecimiento de Aurora que visitaba desde su llegada al planeta, un día y medio atrás: ya había estado en los de Fastolfe, Gladia y Vasilia, y ahora le tocaba el de Gremionis.
El establecimiento de Gremionis parecía más pequeño y gris que los demás, aunque presentaba signos de haber sido construido recientemente que Baley apreció pese a su poca práctica en asuntos auroranos. Pese a todo, en el edificio estaba presente el rasgo distintivo de los establecimientos de Aurora: los nichos para robots. Al entrar, Giskard y Daneel se situaron en dos de ellos, que estaban vacíos, y permanecieron situados de cara a la sala, inmóviles y silenciosos. El robot de Gremionis, Brundij, se colocó en un tercer nicho casi inmediatamente.