Baley permaneció en pie, con una mano en el respaldo de la silla en la que había estado sentado.
—Lo siento mucho, señor Baley. He perdido los nervios. No me había sucedido nada semejante desde que soy adulto. Me ha acusado usted de... de estar celoso. Ningún aurorano respetable utiliza nunca esa palabra para dirigirse a otro, pero tendría que haber recordado que es usted terrícola. En nuestro planeta, esa palabra sólo aparece en las novelas históricas, y aun en ellas suele escribirse solamente una ce, seguida de puntos suspensivos. Naturalmente, en su mundo no debe de ser así, y debería haberlo comprendido.
—Yo también lo lamento, señor Gremionis —dijo Baley con aire ceremonioso—. He olvidado las costumbres auroranas y eso me ha llevado a cometer esta torpeza. Le aseguro que no volverá a repetirse un lapsus semejante. —Tomó asiento y añadió—: No sé si queda algo más por hablar...
Gremionis no parecía estar escuchando.
—Cuando era un niño —dijo—, a veces empujaba a alguien, o alguien me empujaba, y transcurría cierto tiempo hasta que los robots se tomaban la molestia de acudir a separarnos, así que...
—Permíteme explicar eso, compañero Elijah —intervino Daneel—. Ha quedado perfectamente demostrado que la represión total de cualquier acto agresivo entre los niños tiene consecuencias indeseables. Siempre que no se produzcan daños reales, está permitido e incluso se fomenta un cierto grado de actividad y de juego que conlleve la competencia física. Los robots encargados de los niños están cuidadosamente programados para saber distinguir los riesgos y el grado de daño que puede producirse. Yo, por ejemplo, no estoy adecuadamente programado en este aspecto y no serviría para cuidar a los niños, salvo en caso de alguna emergencia y durante breves períodos de tiempo. Lo mismo sucede con Giskard.
—Esa conducta agresiva es reprimida durante la adolescencia, supongo —comentó Baley.
—Se hace gradualmente —dijo Daneel—, conforme va aumentando el nivel de daño que se pueda causar, y conforme se hace más pronunciada la conveniencia del autocontrol.
—Cuando alcancé la edad y el nivel adecuado para pasar a la educación superior —intervino Gremionis—, yo, como todos los auroranos, sabía perfectamente que toda competencia se basa en la comparación de las capacidades mentales y de los talentos naturales.
—¿Sin competencia física? —preguntó Baley.
—La hay, pero sólo de manera que no se base en contactos físicos deliberados con intención de producir daño.
—Pero desde que era usted un muchacho... —añadió Baley.
—No he atacado a nadie, por supuesto que no. Naturalmente, en alguna ocasión he sentido ese impulso. Supongo que no sería del todo normal si no lo sintiera, pero hasta este momento siempre había podido controlarlo. Nunca nadie me había llamado... eso.
—En cualquier caso, no serviría de nada atacar si los robots iban a detenerle, ¿verdad? Supongo que siempre hay un robot cerca, tanto del agresor como del agredido.
—Es cierto. Una razón más para que me avergüence de haber perdido el control. Espero que no lo incluya en su informe.
—Le aseguro que no hablaré con nadie de ello. No tiene nada que ver con el caso.
—Gracias. ¿Ha dicho usted que la entrevista ha terminado?
—Creo que sí.
—En tal caso, ¿hará lo que le he pedido?
—¿A qué se refiere?
—¿Le dirá a Gladia que no tuve nada que ver con la desactivación de Jander?
Baley titubeó y, finalmente, respondió:
—Le diré que esa es mi opinión.
—Póngale un poco más de énfasis —insistió Gremionis—. Quiero que Gladia tenga la absoluta certeza de que no tuve nada que ver con ello; sobre todo si le gustaba el robot en el aspecto sexual. No podría soportar que ella me creyera c... Siendo solariana, podría entenderlo así.
—Sí, quizá tenga razón —asintió Baley, pensativo.
—Escuche —dijo Gremionis, hablando rápidamente y con aire de gran seriedad—, yo no sé nada sobre robots y nadie, ni la doctora Vasilia ni ninguna otra persona, me ha explicado nada acerca de su funcionamiento. De verdad, no pude destruir a Jander de ninguna manera.
Baley pareció sumido en sus pensamientos durante un instante. Después respondió, claramente de mala gana:
—No tengo otra opción más que creerle. Lo cierto es que no sé nada seguro. No se ofenda, pero es posible que alguien me esté mintiendo: usted, la doctora Vasilia o ambos. Conozco muy poco la naturaleza íntima de la sociedad aurorana, y quizá se me pueda engañar fácilmente. Con los datos que poseo, no tengo otro remedio que creerle, pero no puedo decirle a Gladia más que es usted totalmente inocente en mi opinión. Tengo que incluir esa frase, «en mi opinión», pero estoy seguro de que ella lo encontrará suficiente.
—En tal caso, tendré que conformarme con ello —dijo Gremionis con aire sombrío—. Por si le sirve de algo, sin embargo, le doy mi palabra de ciudadano de Aurora de que soy inocente.
Baley sonrió ligeramente.
—Jamás me atrevería a dudar de su palabra, pero mi preparación me obliga a confiar únicamente en las pruebas objetivas.
Se puso en pie, miró solemnemente a Gremionis durante un instante, y añadió:
—Lo que voy a decirle no debe tomarlo como una ofensa, señor Gremionis. Supongo que su interés en que yo proclame su inocencia delante de Gladia se debe a que quiere conservar su amistad.
—Lo deseo fervientemente, señor Baley.
—Y tiene intención de ofrecerse a ella en la próxima ocasión propicia, ¿verdad?
Gremionis se ruborizó, tragó saliva visiblemente y respondió:
—Sí, así es.
—¿Puedo darle entonces un pequeño consejo, señor? No lo haga.
—Si era eso lo que quería decirme, podría habérselo ahorrado. No pienso rendirme jamás.
—Me refería a que no lo siga intentando como ha hecho hasta ahora. Sería mejor que probara simplemente —prosiguió Baley al tiempo que apartaba la mirada, inexplicablemente azorado— a estrecharla entre sus brazos y besarla.
—¡No! —contestó Gremionis con vehemencia—. ¡Haga el favor! Una mujer de Aurora jamás lo toleraría. Ni un hombre tampoco.
—Señor Gremionis, ¿No se da usted cuenta de que Gladia no es aurorana? Gladia es de Solaria y tiene otras costumbres, otras tradiciones. Si yo estuviera en su lugar, intentaría lo que le digo.
La mirada baja de Baley ocultó una repentina irritación interna. ¿Quién era Gremionis para que él le diera un consejo como aquél? ¿Por qué decirle a otro que hiciera lo que él mismo ansiaba hacer?
Baley volvió al tema en un tono de voz un poco más grave del habitual.
—Señor Gremionis, hace un rato ha mencionado el nombre del jefe del Instituto de Robótica. ¿Podría repetirlo, por favor?
—Kelden Amadiro.
—¿Habría algún modo de localizarlo desde aquí?
—Bueno, sí y no —respondió Gremionis—. Puede ponerse en contacto con su telefonista o con su ayudante, pero dudo que pueda hablar con él personalmente. Es un hombre bastante reservado y con aires de superioridad, según me han dicho. Yo le he visto alguna que otra vez, pero nunca he hablado con él.
—Deduzco, entonces, que no tiene tratos con usted como diseñador de ropa o para cuidar su estética personal.
—No sé que los tenga con nadie y, por las pocas ocasiones en que le he visto, puedo decirle sinceramente que se nota a la legua. Aunque espero que no repita usted mi observación...
—Estoy seguro de que tiene usted razón, pero guardaré la confidencia —asintió Baley con toda seriedad—. Me gustaría intentar ponerme en contacto con él, pese a su fama de reservado. Si dispone usted de un triménsico, ¿le importaría que lo utilizara con este fin?
—Brundij puede llamarle por usted.
—No. Prefiero que lo haga mi compañero, Daneel. Esto es, si no le importa...
—No me importa en absoluto —dijo Gremionis—. El aparato está ahí dentro, así que, sígueme, Daneel. El código que has de marcar es 75-30-arriba-20.
—Gracias, señor —contestó Daneel con una inclinación de cabeza.
La sala donde estaba el triménsico estaba absolutamente vacía, salvo por un pequeño pilar situado a uno de los lados. El pilar llegaba hasta la altura de la cintura y terminaba en una superficie plana sobre la que descansaba una consola bastante complicada. El pilar estaba en el centro de un círculo marcado con un color gris neutro sobre el fondo verde claro del suelo. Cerca de él había otro círculo de idéntico tamaño y color, pero en este segundo no había pilar.
Daneel avanzó hasta el pilar y, al hacerlo, el círculo en el que se encontraba se iluminó con un leve resplandor blanquecino. El robot pasó la mano por la consola y sus dedos se movieron a tal velocidad que Baley no pudo apreciar claramente lo que hacían. Transcurrió apenas un segundo y el otro círculo se iluminó exactamente igual que el primero. En él apareció un robot, con aspecto tridimensional pero con una levísima fluctuación que ponía de manifiesto que se trataba de una imagen holográfica. Junto al robot se veía una consola igual a la que acababa de manipular Daneel, pero también ésta fluctuaba levemente, indicando que se trataba sólo de una imagen.
—Soy R. Daneel Olivaw —se presentó Daneel, haciendo un ligero énfasis en la «R.» para que el otro robot no le confundiera con un ser humano—, y represento a mi compañero Elijah Baley, detective del planeta Tierra. Mi compañero querría hablar con el maestro roboticista Kelden Amadiro.
—El maestro roboticista Amadiro está reunido. ¿Desea que le pase con el roboticista Cicis?
Daneel se volvió rápidamente hacia Baley. Éste asintió y Daneel contestó:
—Sí, está bien.
—Si el detective Baley es tan amable de ocupar su lugar, intentaré localizar el roboticista Cicis.
—Quizá sería mejor que primero... —empezó a decir Daneel. Sin embargo, Baley le interrumpió:
—Está bien, Daneel. No me importa esperar.
—Compañero Elijah —contestó Daneel—, como representante personal del maestro roboticista Han Fastolfe has asimilado su estatus social, al menos temporalmente. Y no corresponde a su posición tener que esperar a...
—Está bien, Daneel —insistió Baley, con suficiente énfasis para dar por terminada la conversación—. No deseo causar un retraso por una pequeña discusión sobre protocolo.
Daneel salió del círculo iluminado y Baley se adelantó hasta él. Al hacerlo, notó un hormigueo, quizá puramente imaginario, que desapareció en seguida.
La imagen del robot del otro círculo se difuminó hasta desaparecer. Baley aguardó pacientemente y, por fin, otra imagen fue formándose con su apariencia tridimensional.
—Aquí el roboticista Maloon Cicis —dijo la imagen con voz clara y un poco aguda. Lucía un cabello de color bronce muy corto que bastaba por sí solo para darle un aspecto que Baley consideró típico de un espacial, aunque el perfil de su nariz tenía una asimetría poco habitual en los espaciales.
—Soy el detective Elijah Baley, de la Tierra. Me gustaría halar con el maestro roboticista Kelden Amadiro.
—¿Está citado con él, detective?
—No, señor.
—Si desea usted verle, tendrá que concertar una cita con anterioridad, y me temo que no queda ni un momento libre esta semana ni la que viene.
—Repito que soy el detective Elijah Baley, de la Tierra...
—Creo haberle entendido perfectamente, pero eso no cambia las cosas.
—A petición del doctor Han Fastolfe, y con el permiso de la Asamblea Legislativa Mundial de Aurora, estoy aquí para investigar el asesinato del robot Jander Panell...
—¿El asesinato del robot Jander Panell? —repitió Cicis con gran educación, como para demostrar su desdén.
—Bien, si lo prefiere, llámelo roboticidio. En la Tierra, la destrucción de un robot no sería un asunto de gran importancia, pero aquí en Aurora, donde los robots son tratados más o menos como seres humanos, me pareció que podría utilizarse la palabra «asesinato».
—Bueno, sea asesinato, roboticidio o nada en absoluto, sigue siendo imposible que vea al maestro roboticista Amadiro —insistió Cicis.
—¿Puedo dejarle un mensaje?
—Adelante.
—¿Le será entregado inmediatamente? ¿Ahora mismo?
—Lo puedo intentar pero, como es lógico, no se lo garantizo.
—Es suficiente. Voy a enumerar una serie de puntos, y voy a dárselos por orden. Quizá será mejor que los anote.
—Creo que podré recordarlos —contestó Cicis con una leve sonrisa.
—Primero, donde hay un asesinato, hay un asesino, y querría darle al doctor Amadiro una posibilidad de hablar en su propia defensa...
—¡Cómo! —exclamó Cicis.
(Gremionis, que observaba desde el otro extremo de la sala, se quedó boquiabierto.)
Baley intentó imitar la leve sonrisa que, de pronto, había desaparecido de los labios de su interlocutor.
—¿Voy demasiado de prisa para usted? ¿Preferiría tomar notas, después de todo?
—¿Está acusando usted al maestro roboticista Amadiro de tener algo que ver en el asunto de Jander Panell?
—Al contrario, roboticista Cicis. Precisamente porque no quiero acusarle es por lo que debo verle. Me disgustaría mucho tener que considerar la posible relación entre el maestro roboticista y el robot desactivado en base a una información incompleta, cuando una sola palabra suya puede aclararlo todo.
—¡Usted está loco!
—Muy bien. Entonces dígale al maestro roboticista que un loco quiere tener una charla con él para evitar acusarle de asesinato. Hasta aquí el punto primero. Ahora el segundo. ¿Podría decirle que ese mismo loco acaba de efectuar un detallado interrogatorio al artista de la personalidad Santirix Gremionis, y que está llamando desde el establecimiento de éste? Y punto tercero..., ¿voy demasiado rápido para usted?
—¡No! ¡Termine!
—El punto tercero es el siguiente: puede que el maestro roboticista Amadiro, quien seguramente tiene en la cabeza muchos otros asuntos de mayor importancia, no recuerde quién es el artista de la personalidad Santirix Gremionis. En tal caso, haga el favor de indicarle que se trata de una persona que vive en terrenos del Instituto y que, durante el último año, ha realizado muchos y largos paseos con Gladia, una mujer de Solaria que actualmente vive en Aurora.
—No puedo hacerle llegar un mensaje tan ridículo y ofensivo, terrícola.
—En tal caso, ¿será tan amable de decirle que acudiré directamente a la Asamblea y que anunciaré que abandono la investigación porque un tal Maloon Cicis ha decidido por su cuenta y riesgo que el maestro roboticista Kelden Amadiro no colabore conmigo en la investigación sobre la destrucción del robot Jander Panell, ni se defienda de la acusación de ser responsable de dicha destrucción?