—¿Le parece que Vasilia conoce esos extraños sentimientos que experimenta usted por Gladia?
—Nunca se lo he dicho —respondió Gremionis, poniéndose tenso—. Me refiero a que nunca se lo he dicho con esas palabras,
—¿Es posible que ella comprenda sus sentimientos sin tener que preguntarle? ¿Está enterada Vasilia de que usted se ha ofrecido repetidamente a Gladia?
—Bueno... Vasilia suele preguntarme qué tal me va, como suele hacerse entre viejos conocidos. Yo le contesto vaguedades. Nada íntimo.
—¿Está seguro de que nunca le ha dicho nada íntimo? Seguramente, ella le habrá animado a que siga ofreciéndosele...
—¿Sabe?, ahora que lo menciona me parece ver un aspecto nuevo en todo este asunto. No sé cómo ha conseguido meterme esa idea en la cabeza. Supongo que ha sido por las preguntas que me ha hecho, pero ahora me da la impresión de que Vasilia ha seguido animando mi amistad con Gladia. Sí, decididamente ella ha estado incitándome —añadió con inquietud—. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
—¿Por qué cree que le ha incitado a que se ofreciera una y otra vez a Gladia?
Gremionis frunció el ceño con aire triste y se llevó el índice al bigote.
—Supongo que podría decirse que intentaba librarse de mí. Que intentaba asegurarse de que no seguiría molestándola. —Emitió una risilla y prosiguió—: Eso no es muy lisonjero para mí, ¿verdad?
—¿Ha dejado de comportarse amistosamente con usted la doctora Vasilia?
—En absoluto. En todo caso, se muestra más amistosa que nunca.
—¿Ha intentado alguna vez Vasilia explicarle cómo podría tener más éxito con Gladia? ¿Mostrando un mayor interés por el trabajo de ésta, por ejemplo?
—Eso no hace falta que me lo diga. El trabajo de Gladia y el mío son muy similares. Yo trabajo con seres humanos y ella con robots, pero ambos somos diseñadores, artistas. Eso ayuda a intimar, ¿sabe? Salvo cuando me ofrezco y ella me rechaza, el resto del tiempo somos buenos amigos. Y eso es mucho, si se para usted a pensar.
—¿Le sugirió la doctora Vasilia que mostrara un mayor interés por el trabajo del doctor Fastolfe?
—¿Por qué iba a hacerlo? No sé nada de su trabajo.
—¿Quizás a Gladia le interesase la labor de su benefactor, y ése podía ser un modo de que usted se congraciara con ella.
Gremionis entrecerró los ojos. Se levantó con una fuerza casi explosiva, dio unos pasos hasta el otro extremo de la sala, regresó, se quedó de pie frente a Baley y exclamó:
—¡Escúcheme bien! No soy el mejor cerebro del planeta, ni siquiera el segundo mejor, pero tampoco soy un imbécil. Ya sé por dónde va usted, ¿me oye?
—¡Ah!
—Todas sus preguntas han servido para llevarme a decir que la doctora Vasilia me ha hecho enamorarme y... y eso es... —Se detuvo, sorprendido—. ¡Estoy enamorado, como en las novelas históricas! —declaró por fin. Pensó en lo que acababa de decir, con una expresión de duda en los ojos. A continuación, dio paso nuevamente a la cólera—. Usted está insinuando que Vasilia hizo que me enamorara de Gladia y, después, que siguiera enamorado de ella, para así poder averiguar datos sobre el trabajo del doctor Fastolfe y descubrir el modo de paralizar a ese robot, Jander.
—¿Y no cree que fuera así?
—¡No, de ningún modo! —gritó Gremionis—. Yo no sé nada de robótica. Nada en absoluto. Aunque me explicaran algo de la manera más sencilla, seguiría sin entenderlo. Y no creo que Gladia comprendiera mucho más que yo. Además, nunca le he preguntado a nadie cuestiones relacionadas con la robótica. Ni el doctor Fastolfe ni nadie más me ha explicado nada sobre el tema. La doctora Vasilia no lo ha sugerido en ningún momento. —Bajó enérgicamente las manos a los costados y sentenció—: Esa maldita teoría suya no es correcta. No lo es, olvídela.
Volvió a sentarse, cruzó los brazos sobre el pecho rígidamente y apretó los labios hasta formar con ellos una fina línea, que hizo destacar más su pequeño bigote.
Baley alzó la mirada hacia la bola del techo, que todavía emitía su tonada de fondo, agradablemente variada, y sus suaves cambios de color, mientras se balanceaba de forma hipnotizadora formando un lento y corto arco.
Si la explosión de cólera de Gremionis trastornó en algo el sistema de ataque de Baley, éste no lo demostró en absoluto.
—Comprendo lo que me dice, pero ¿no es verdad que sigue viendo mucho a Gladia?
—Sí, es cierto.
—Sus repetidos ofrecimientos no la ofenden, pero... ¿no le ofenden a usted sus repetidos rechazos?
Gremionis se encogió de hombros y respondió:
—Mis ofrecimientos son educados, y sus negativas son amables. ¿Por qué íbamos a sentirnos ofendidos cualquiera de los dos?
—Pero ¿cómo pasan el tiempo juntos? Evidentemente, no mantienen relaciones sexuales, y tampoco hablan de robótica. ¿A qué se dedican entonces?
—¿Es eso lo único que puede hacerse en compañía? ¿Sexo o robótica? Hacemos muchas cosas juntos. Charlar, por ejemplo. Gladia siente una gran curiosidad por Aurora y paso horas describiéndole el planeta. Ella ha visto muy pocas cosas de Aurora, ¿sabe? Y pasa horas enteras hablándome de Solaria y de lo infernal que resulta ese mundo. Por lo que ella dice, me parece que preferiría vivir en la Tierra... No se lo tome corno una ofensa. Y también habla de su difunto esposo. Vaya tipo tan miserable. Gladia ha tenido una vida muy dura, la pobre.
«También vamos a algún concierto, y la he llevado a veces al Instituto de Artes. Además, trabajamos juntos, como ya le he dicho. Repasamos conjuntamente sus diseños y los míos. Para ser totalmente sincero, le diré que no considero muy provechoso trabajar con robots, pero todos tenemos nuestras propias ideas, ¿verdad? Por eso pareció sorprenderse cuando le expliqué que es muy importante cortarse el cabello correctamente. Porque Gladia no lleva un peinado perfecto, ¿sabe? Sin embargo, lo que más hacemos Gladia y yo es pasear.
—¿Pasear? ¿Por dónde?
—Por ningún sitio en particular. Sencillamente, paseamos. Es una costumbre de Gladia, porque asi se educó en Solaria. ¿Ha estado alguna vez en Solaria? Sí, sí, por supuesto. Lo siento. En Solaria existen esas inmensas fincas con sólo uno o dos seres humanos, rodeados de robots. Uno puede caminar kilómetros y kilómetros en completa soledad, y Gladia dice que eso le hace sentirse a uno como si fuera dueño de todo el planeta. Los robots siempre están allí, naturalmente, para vigilarle y cuidarle a uno, pero se mantienen fuera de la vista. Gladia echa de menos esa sensación de poseer un mundo, aquí en Aurora.
—¿Significa eso que desea poseer el planeta?
—¿Se refiere a que si tiene ansias de poder? ¿Gladia? ¡Vaya tontería! Lo único que quiere decir con eso es que echa de menos la sensación de estar a solas con la naturaleza. Yo no comparto ese sentimiento, ¿sabe usted?, pero me gusta complacerla. Naturalmente, en Aurora no puede ser igual que en Solaria. Aquí uno está condenado a cruzarse con otras personas, especialmente en el área metropolitana de Eos, y los robots no están programados para mantenerse fuera de la vista. De hecho, los auroranos suelen ir acompañados por robots. Sin embargo, pese a ello, conozco algunas rutas agradables y no muy frecuentadas, y Gladia se lo pasa bien recorriéndolas.
—¿Y usted? ¿También se lo pasa bien?
—Bueno, sólo porque estoy con Gladia. A los auroranos también les gusta caminar, pero debo reconocer que a mí no me entusiasma. Al principio, mis músculos protestaban por el esfuerzo y Vasilia se reía de mí.
—Vasilia ha estado al corriente de sus paseos, ¿verdad?
—Bueno, un día fui a verla cojeando y con agujetas, y tuve que explicarle la causa. Ella se echó a reír y me dijo que era una buena idea, y que el mejor modo de conseguir que un caminante aceptara un ofrecimiento era caminar a su lado: «Sigue así», me dijo, «y ella dejará de rechazarte antes de que tengas otra oportunidad para ofrecerte. Ella misma se ofrecerá a ti». Después, Gladia no reaccionó como yo esperaba, pero con el tiempo han acabado por gustarme a mí también esos paseos.
Gremionis parecía haber superado su. ataque de furia y estaba ahora mucho más relajado. Baley pensó que el aurorano debía de estar recordando los paseos, pues en sus labios había aparecido una media sonrisa. Parecía una persona simpática —y vulnerable—, mientras su mente retrocedía a Dios sabía qué párrafo de alguna conversación sostenida durante un paseo Dios sabía por dónde. Baley casi correspondió a su aire ensimismado con otra sonrisa.
—Así pues, Vasilia estaba al corriente de que usted y Gladia seguían con los paseos.
—Supongo que sí. Comencé a tomarme libres los miércoles y los sábados porque así coincidía con Gladia, y Vasilia se burlaba de mis «paseítos sabatinos» cuando los mencionaba de pasada.
—¿Les ha acompañado la doctora Vasilia en alguno de esos paseos?
—Desde luego que no.
Baley cambió de posición en su asiento y fijó la mirada en las puntas de sus dedos al tiempo que comentaba:
—Supongo que, al menos, llevaban con ustedes algún robot...
—Por supuesto. Uno mío y uno de ella. Sin embargo, siempre procuraban permanecer apartados, sin seguir nuestros pasos «al estilo de Aurora», como dice Gladia. Ella deseaba tener la soledad de Solaria, y yo cedí a su voluntad, aunque al principio hasta me dolía el cuello de tanto mirar alrededor para ver si Brundij se mantenía cerca.
—¿Y qué robot acompañaba a Gladia?
—No era siempre el mismo, pero todos procuraban permanecer fuera de nuestra vista. Nunca llegué a hablar con ninguno.
—¿Qué me dice de Jander?
Al instante, desapareció del rostro de Gremionis parte de su expresión risueña.
—¿Qué sucede con él?
—¿Les acompañó alguna vez? Si lo hubiera hecho, usted lo sabría, ¿no?
—¿Un robot humaniforme? Naturalmente que lo sabría. Y no nos acompañó nunca, ni una sola vez.
—¿Está seguro?
—Completamente —murmuró Gremionis—. Supongo que Gladia lo consideraba demasiado valioso para que perdiera el tiempo en una tarea que podía realizar cualquier robot normal.
—Parece usted molesto. ¿No compartía acaso la opinión de Gladia?
—El robot era suyo. A mí no me preocupaba eso.
—¿Y nunca llegó a verle en sus visitas al establecimiento de Gladia?
—Jamás.
—¿Y ella no le dijo nunca nada acerca de él? ¿No le habló de él?
—No, que yo recuerde.
—¿No le pareció extraño?
—No. ¿Por qué íbamos a hablar de robots? —respondió Gremionis haciendo un gesto de negativa con la cabeza.
Baley fijó su sombría mirada en el rostro de su interlocutor.
—¿Tenía usted idea de la relación existente entre Gladia y Jander?
—No irá a decirme que Gladia mantenía relaciones sexuales con el robot, ¿verdad?
—¿Le sorprendería que así fuera? —replicó Baley.
—Suele suceder —contestó Gremionis, impasible—. No es infrecuente. En ocasiones pueden utilizarse los robots, si a uno le complace. Y un robot humaniforme, completamente humaniforme, según creo...
—Completamente —asintió Baley, haciendo un explícito gesto.
—Bien, en ese caso —prosiguió Gremionis, curvando los labios hacia abajo—, a una mujer le costaría resistirse.
—Pero Gladia se resistió a usted. ¿No le molesta que Gladia pudiera preferir a un robot, antes que a usted?
—Bueno, hablando en serio, no estoy seguro de que esté diciendo la verdad, pero si es así, no tengo por qué preocuparme. Un robot no es más que un robot. Una mujer con un robot, o un hombre con un robot, no es más que una masturbación.
—Sea sincero: ¿de verdad no sabía nada de esa relación, señor Gremionis? ¿Nunca había sospechado nada?
—Ni siquiera había pensado en ello —insistió Gremionis.
—¿No lo sabía? ¿O lo sabía pero no le importaba?
—Ya está presionándome otra vez —protestó Gremionis—. ¿Qué quiere hacerme decir? Ahora que me ha metido esa idea en la cabeza con tanta insistencia, si echo una mirada atrás me parece que quizás había llegado a preguntarme alguna vez algo así. Pero da igual, porque nunca había notado que sucediera algo semejante hasta que usted ha empezado a hacer preguntas.
—¿Está seguro?
—Sí, lo estoy. No me acose.
—No estoy acosándole. Sólo estaba preguntándome si sería posible que usted supiera en realidad que Gladia mantenía relaciones sexuales de forma regular con Jander, y que se diera cuenta de que ella nunca le aceptaría como amante mientras la situación siguiera así, y que la amara tanto que estuviese dispuesto a no detenerse ante nada con tal de eliminar a Jander y que, en resumen, estuviera tan celoso que...
En aquel instante, y como si de repente se hubiera soltado un resorte contenido con dificultad durante unos minutos, Gremionis saltó sobre Baley soltando un grito estruendoso e incoherente. Baley, tomado absolutamente por sorpresa, se echó hacia atrás instintivamente y su silla se volcó.
Inmediatamente, sintió sobre él unos fuertes brazos. Notó que le levantaban, que ponían la silla en su posición vertical, y se dio cuenta de que estaba en brazos de un robot. Qué fácil resultaba olvidarse de que estaban en la misma habitación cuando permanecían inmóviles y silenciosos en sus nichos.
No obstante, no había sido Daneel ni Giskard quien había acudido en su ayuda. Era Brundij, el robot de Gremionis.
—Espero que no se haya hecho daño, señor —dijo Brundij, con una voz poco natural.
¿Dónde estaban Daneel y Giskard?
La pregunta encontró contestación de inmediato. Los robots se habían repartido el trabajo limpia y rápidamente. Daneel y Giskard, valorando en un instante que una silla caída ofrecía menos posibilidades de causar daño a Baley que un Gremionis enloquecido, se habían lanzado sobre el anfitrión. Brundij, al comprender al instante que no era necesario en aquella dirección, se ocupó del estado del invitado.
Gremionis, que seguía en pie y respiraba pesadamente, estaba totalmente inmovilizado por el cuidadoso abrazo doble de los robots de Baley. Con una voz que apenas era más que un susurro, el aurorano musitó:
—Dejadme. Vuelvo a tener control de mí mismo.
—Sí, señor —dijo Giskard.
—Desde luego, señor Gremionis —añadió Daneel en un tono de voz que era casi dulce.
Pero aunque ambos robots apartaron sus brazos de Gremionis, ninguno de los dos se retiró a su nicho durante un rato. Gremionis miró a derecha y a izquierda, se colocó bien la ropa y luego, pausadamente, se sentó. Su respiración era todavía jadeante y tenía el cabello ligeramente despeinado.