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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los robots del amanecer (3 page)

BOOK: Los robots del amanecer
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—Gracias, comisario —dijo Baley—. Creo que el desmántelamiento de Espacioburgo fue una de las consecuencias.

—En efecto... y fue algo muy aplaudido por toda la Tierra. También se ensalza su actuación en Solaria hace dos años y, antes de que me lo recuerde, el resultado fue una revisión de los tratados comerciales con los mundos espaciales, lo cual favoreció considerablemente a la Tierra.

—Creo que eso consta en el informe, señor.

—Y el resultado es que usted se convirtió en un héroe.

—Yo no diría tanto.

—Le han ascendido dos veces, una después de cada misión. Incluso se hizo un drama de hiperondas basado en los sucesos de Solaria.

—Sin mi permiso y en contra de mi voluntad, comisario.

—De todos modos, le convirtió en una especie de héroe.

Baley se encogió de hombros.

El comisario, tras esperar una respuesta más explícita durante unos segundos, prosiguió:

—Pero no ha hecho nada importante en casi dos años.

—Es natural que la Tierra pregunte qué he hecho por ella últimamente.

—Así es. Sin duda pregunta. Todo el mundo sabe que usted es el impulsor de esa nueva moda consistente en salir al Exterior, trabajar la tierra y emular a los robots.

—Está permitido.

—No todo lo permitido es digno de admiración. Es posible que más personas le consideren peculiar que heroico.

—Eso estaría más de acuerdo con la opinión que yo tengo de mí mismo.

—El público tiene muy mala memoria. En su caso, lo heroico está desvaneciéndose rápidamente detrás de lo peculiar, de modo que si comete un error tendrá serios problemas. La reputación en la que usted confía...

—Con todos los respetos, comisario, yo no confío en ella.

—La reputación en la que el Departamento de Policía cree que usted confía no le salvará, y yo tampoco podré hacerlo.

La sombra de una sonrisa pareció distender momentáneamente las hoscas facciones de Baley.

—No querría, comisario, que arriesgara su puesto en un intento desesperado por salvarme.

El comisario se encogió de hombros y esbozó una sonrisa igualmente leve y fugaz.

—No debe preocuparse por eso.

—Entonces, ¿por qué me dice todo esto, comisario?

—Para advertirle. No intento destruirle, por supuesto, de modo que le advierto una vez. Va a verse envuelto en un asunto muy delicado, en el cual puede cometer fácilmente un error, y le estoy advirtiendo que no debe cometer ninguno. —Aquí su cara se relajó en una sonrisa inconfundible.

Baley no respondió a esa sonrisa. Preguntó:

—¿Puede revelarme cuál es ese asunto tan delicado?

—No lo sé.

—¿Está relacionado con Aurora?

—Es lo que R. Gerónimo debía decirle, si era necesario, pero yo no sé nada al respecto.

—Entonces, ¿cómo sabe, comisario, que es un asunto muy delicado?

—Vamos, Baley, usted es un investigador de misterios. ¿Por qué viene un miembro del Departamento de Justicia de la Tierra a la Ciudad, cuando usted podría haber ido a Washington, como hizo dos años atrás en relación con el incidente de Solaria? Y ¿por qué esa persona del Departamento de Justicia frunce el ceño y parece irritada y se impacienta cuando no le localizamos instantáneamente? Su decisión de permanecer inaccesible ha sido un error, un error del que yo no soy responsable en absoluto. Quizá no sea fatal en sí mismo, pero considero que ha empezado con mal pie.

—Sin embargo, usted me retrasa aún más —dijo Baley, frunciendo el ceño.

—No lo crea. El enviado del Departamento de Justicia está tomando una pequeña colación; ya sabe cómo son los terrícolas. Se reunirá con nosotros cuando haya terminado. Le he avisado de su llegada, de modo que continúe esperando, tal como hago yo.

Baley esperó. En su momento, había comprendido que el drama emitido por hiperondas en contra de su voluntad, aunque favoreciera los intereses de la Tierra, perjudicaría su posición en el departamento. Le había presentado en relieve tridimensional frente a la llanura bidimensional de la organización que le había convertido en un hombre famoso.

Había accedido a una graduación superior y a mayores privilegios, pero eso también había incrementado la hostilidad del departamento hacia él. Y cuanto más arriba estuviese, más fuerte sería el golpe en caso de caída.

Si cometía un error...

4

El enviado del Departamento de Justicia entró, miró con indiferencia a su alrededor, dio la vuelta a la mesa de Roth y tomó asiento. Como oficial de mayor rango, tenía derecho a hacerlo. Roth se sentó tranquilamente en otra silla.

Baley permaneció en pie, esforzándose por no revelar su sorpresa.

Roth podía haberle advertido, pero no lo había hecho. Por el contrario, había escogido cuidadosamente las palabras para no darle ningún indicio.

El enviado del Departamento de Justicia era una mujer.

No había ninguna razón para que no fuese así. Cualquier funcionario podía ser una mujer. El secretario general podía ser una mujer. También había mujeres en el cuerpo de policía, e incluso una mujer con el grado de capitán.

La cuestión era que, sin previo aviso, uno nunca lo esperaba. En algunas épocas de la historia las mujeres habían ocupado puestos administrativos en número considerable. Baley lo sabía; conocía bien la historia. Pero aquélla no era una de esas épocas.

Era una mujer bastante alta y se sentaba muy erguida en la silla. Su uniforme no se diferenciaba demasiado del de un hombre, ni tampoco su peinado. Lo que traicionaba su sexo inmediatamente eran sus senos, cuya prominencia ella no in-tentaba ocultar.

Tenía alrededor de cuarenta años, y unas facciones regulares y nítidamente marcadas. Llevaba bien su edad, sin una cana visible en su cabello oscuro.

Dijo:

—Usted es el detective Elijah Baley, clasificación C-7. —Fue una aseveración, no una pregunta.

—Sí, señora —contestó, no obstante, Baley.

—Soy la subsecretaria Lavinia Demachek. Es usted muy distinto de cómo le representaron en el drama emitido por hiperondas.

Baley había oído ese comentario con frecuencia.

—No podían retratarme tal como soy y reunir mucho público, señora —contestó secamente.

—No estoy tan segura de eso. Usted tiene más personalidad que aquel actor con cara de niño que le representó.

Baley titubeó unos segundos y decidió correr el riesgo, o tal vez no pudo resistirse a hacerlo. Solamente, declaró:

—Tiene un gusto muy refinado, señora.

Ella se echó a reír y Baley exhaló un suspiro de alivio.

Luego la mujer dijo:

—Eso me gusta creer... En fin, ¿qué se propone haciéndome esperar?

—No me informaron de que vendría, señora, y era mi tarde libre.

—Que, por lo visto, pasaba en el Exterior.

—Sí, señora.

—Debe de ser uno de esos chiflados, como diría si no tuviese un gusto tan refinado. Déjeme preguntarle, en cambio, si es uno de esos entusiastas.

—Sí, señora.

—¿Espera emigrar algún día y fundar nuevos mundos en la inmensidad de la Galaxia?

—Quizá no, señora. Es posible que sea demasiado viejo para eso, pero...

—¿Cuántos años tiene?

—Cuarenta y cinco, señora.

—Sí, los aparenta. Casualmente, yo también tengo cuarenta y cinco años.

—No los aparenta, señora.

—¿Aparento más o menos? —Se echó a reír nuevamente y luego dijo—: Pero dejémonos de juegos. ¿Insinúa que soy demasiado vieja para ser una pionera?

—Nadie puede ser pionero en nuestra sociedad sin entrenarse en el Exterior. Los jóvenes son quienes mejor resisten ese entrenamiento. Yo espero que mi hijo ponga algún día los pies en otro mundo.

—¿De veras? Sabrá usted, naturalmente, que la Galaxia pertenece a los mundos espaciales.

—Sólo son cincuenta, señora. En la Galaxia hay millones de mundos que son habitables, o pueden llegar a serlo, y que probablemente no poseen una vida autóctona inteligente.

—Sí, pero ni una sola nave puede abandonar la Tierra sin permiso de los espaciales.

—Eso podría arreglarse, señora.

—No comparto su optimismo, señor Baley.

—Yo he hablado con espaciales que...

—Sé que lo ha hecho —le interrumpió Demachek—. Mi superior es Albert Minnim, quien, hace dos años, le envió a Solaria. —Se permitió curvar ligeramente los labios.— Un actor le personificó en un papel secundario del drama de hiperondas, y se le parecía bastante, si no recuerdo mal. Lo que sí recuerdo con toda claridad es que a él no le gustó nada.

Baley cambió de tema.

—Pedí al subsecretario Minnim...

—Le han ascendido, ¿sabe?

Baley comprendía plenamente la importancia de los grados de clasificación.

—¿Su nuevo título, señora?

—Vicesecretario.

—Gracias. Pedí al vicesecretario Minnim que me solicitara el permiso para visitar Aurora con objeto de tratar esta cuestión.

—¿Cuándo?

—No mucho después de mi regreso de Solaria. Desde entonces he renovado la petición dos veces.

—¿Pero no ha recibido una contestación favorable?

—No, señora.

—¿Le sorprende?

—Me decepciona, señora.

—No tiene por qué. —Se recostó un poco en la silla—. Nuestras relaciones con los mundos espaciales son muy delicadas. Quizás usted crea que sus dos misiones anteriores han mejorado la situación... y así ha sido. Ese espantoso drama de hiperondas también ha contribuido. Sin embargo, el camino que hemos recorrido es éste —colocó el pulgar y el índice a unos milímetros de distancia— frente a todo éste —y separó mucho las manos.

»En estas circunstancias —continuó—, no podemos correr el riesgo de enviarle a Aurora, el mundo espacial dominante, y dejarle hacer algo que quizás engendrara un brote de tensión interestelar.

Baley la miró a los ojos.

—He estado en Solaria y no he hecho ningún daño. Por el contrario...

—Sí, lo sé, pero fue allí a petición de los espaciales, lo cual es muy distinto de ir a petición nuestra. Tiene usted que comprenderlo.

Baley guardó silencio.

Ella soltó un leve resoplido y dijo:

—La situación ha empeorado desde que el vicesecretario recibió, y desechó muy acertadamente, sus solicitudes. Ha empeorado mucho más en el último mes.

—¿Es ése el motivo de esta entrevista, señora?

—¿Se está impacientando, señor? —le preguntó sardónicamente Demachek—. ¿Me apremia para que vaya al grano?

—No, señora.

—Claro que sí. Y ¿por qué no? Empiezo a resultar tediosa. Déjeme concretar un poco más preguntándole si conoce al doctor Han Fastolfe.

Baley respondió con cautela:

—Nos encontramos una vez, hace casi tres años, en lo que entonces era Espacioburgo.

—Le gustó, supongo.

—Era amigable... para ser espacial.

Ella dio otro resoplido.

—Me lo imagino. ¿Está enterado de que ha sido una importante fuerza política en Aurora durante los dos últimos años?

—Me enteré de que estaba en el gobierno por un... un compañero que tuve una vez.

—¿Por R. Daneel Olivaw, el robot espacial amigo suyo?

—Ex compañero mío, señora.

—¿Cuando usted resolvió un pequeño problema relacionado con dos matemáticos a bordo de una nave espacial?

Baley asintió.

—Sí, señora.

—Como verá, estamos bien informados. El doctor Han Fastolfe ha sido, más o menos, la luz que ha guiado al gobierno aurorano durante dos años, una figura importante de su Cuerpo Legislativo Mundial, e incluso se habla de él como posible futuro presidente. El presidente, como sabrá, es lo más cercano a jefe de estado que tienen los auroranos.

—Sí, señora —dijo Baley, y se preguntó cuándo llegaría a aquel asunto tan delicado del que había hablado el comisario. Demachek no parecía tener prisa. Dijo:

—Fastolfe es un... moderado. Así es como se llama a sí mismo. Opina que Aurora, y los mundos espaciales en general, han ido demasiado lejos en su dirección, tal como usted debe opinar que la Tierra ha ido demasiado lejos en la suya. Desea dar marcha atrás para tener menos roboticidad, un cambio generacional más rápido, y un tratado de amistad con la Tierra. Por supuesto, nosotros le apoyamos... pero muy en secreto. Demostrarle claramente nuestro afecto sería como darle el beso de la muerte.

Baley dijo:

—Creo que él apoyaría la exploración y colonización de otros mundos por parte de la Tierra.

—Yo también lo creo. Tengo la impresión de que así se lo comunicó a usted.

—Si, señora, cuando nos conocimos.

Demachek unió las manos y apoyó la barbilla en las puntas de los dedos.

—¿Cree que representa a la opinión pública de los mundos espaciales?

—No lo sé, señora.

—Me temo que no. Los que están con él son débiles. Los que están contra él son una apasionada legión. Sólo su habilidad política y su encanto personal le han mantenido tan cerca de la cúpula del poder. Por supuesto, su mayor debilidad es su simpatía por la Tierra. Eso es algo que se utiliza constantemente en contra suya e influye sobre muchos que compartirían sus puntos de vista en todos los demás aspectos. Si usted fuera enviado a Aurora, cualquier error por su parte contribuiría a reforzar la tendencia antiterrícola y por lo tanto le debilitaría, posiblemente de un modo fatal. La Tierra no puede correr ese riesgo.

Baley murmuró:

—Comprendo.

—Fastolfe está dispuesto a correr el riesgo. Fue él quien solicitó que le enviáramos a usted a Solaria cuando su poder político apenas estaba comenzando y era muy vulnerable. Sin embargo, él sólo se juega su poder político, mientras que nosotros debemos velar por el bienestar de ocho mil millones de terrícolas. Esto es lo que hace tan sumamente delicada la actual situación política.

Hizo una pausa y, finalmente, Baley se vio obligado a formular la pregunta.

—¿Cuál es la situación a que se refiere, señora?

—Al parecer —dijo Demachek—, Fastolfe está implicado en un escándalo muy grave y sin precedentes. Si es torpe, será destruido politicamente en cuestión de semanas. Si es sobrehumanamente listo, quizá se aguante algunos meses. Más pronto o más tarde podría ser destruido como una fuerza política en Aurora... y eso, como usted comprenderá, sería un verdadero desastre para la Tierra.

—¿Puedo preguntar de qué se le acusa? ¿Corrupción? ¿Traición?

—Nada tan insignificante. Su integridad personal es incuestionable incluso para sus enemigos.

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