Fastolfe contestó:
—Me temo que eso es imposible. Hay un intervalo de tiempo bastante amplio durante el que pudo producirse el hecho. Después de la destrucción no se producen cambios robóticos equivalentes a la rigidez postmórtem o la descomposición en el ser humano. Sólo podemos decir que, en un momento dado, Jander funcionaba y, en otro momento dado, no funcionaba. Entre ambos hubo un período de unas ocho horas. No tengo coartada para ese espacio de tiempo.
—¿Ninguna? ¿Qué hizo durante esas horas?
—Estuve aquí, en mi establecimiento.
—Sus robots sin duda sabían que estaba usted aquí y podrían atestiguarlo.
—Claro que lo sabían, pero no pueden atestiguar en un sentido legal, y aquel día Fanya había salido.
—Por cierto, ¿comparte Fanya sus conocimientos de robótica?
Fastolfe esbozó una sonrisa irónica.
—Sabe menos que usted. Además, nada de esto importa.
—¿Por qué no?
Era evidente que Fastolfe empezaba a perder la paciencia.
—Mi querido señor Baley, no estamos hablando de una agresión física a corta distancia, como mi reciente farsa de ataque contra usted. Lo que le sucedió a Jander no requería mi presencia física. Da la casualidad que, aunque no en mi propio establecimiento, Jander no estaba lejos geográficamente, pero no habría importado que estuviera en el otro extremo de Aurora. Yo podía comunicarme electrónicamente con él y, por las órdenes que le diera y las respuestas que extra-jera, podía provocarle un bloqueo mental. El paso crucial ni siquiera habría requerido mucho tiempo...
Baley preguntó en seguida:
—Así pues, ¿es un proceso corto, un proceso que alguna otra persona podría desencadenar de un modo casual, mientras intentaba hacer algo totalmente rutinario?
—¡No! —exclamó Fastolfe—. Por Aurora, terrícola, déjeme hablar. Ya le he dicho que el caso no es éste. Inducir el bloqueo mental de Jander sería un proceso largo, complicado y tortuoso, que requeriría una gran inteligencia e ingenio, y nadie podría hacerlo accidentalmente, a menos que se diera una larga cadena de increíbles coincidencias. Según mis cálculos matemáticos, habría muchas menos posibilidades de una inducción accidental que de un bloqueo mental espontáneo.
”Sin embargo, si yo deseara provocar un bloqueo mental, podría producir cambios y reacciones, poco a poco, a lo largo de semanas, meses, e incluso años, hasta llevar a Jander a la destrucción. Y en ningún momento de ese proceso daría señales de estar al borde de la catástrofe, igual que usted podría ir acercándose a un precipicio en la oscuridad y seguir notando el suelo firme bajo sus pies, hasta llegar al mismo borde. No obstante, una vez le hubiese llevado hasta ese borde, el margen del precipicio, un simple comentario mío le despeñaría. Es ese paso final lo que sólo requeriría un momento de tiempo. ¿Lo entiende?
Baley apretó los labios. Ni siquiera intentó disimular su decepción.
—En resumen, usted tuvo la oportunidad.
—Cualquiera habría tenido la oportunidad. Cualquiera en Aurora, siempre que tuviese la habilidad necesaria.
—Y sólo usted tiene la habilidad necesaria.
—Me temo que sí.
—Lo cual nos lleva al motivo, doctor Fastolfe.
—Ah.
—Y eso es lo que podríamos alegar en su descargo. Esos robots humaniformes son suyos. Están basados en su teoría y usted participó en cada fase de su construcción, aunque el doctor Sarton la supervisara. Ellos existen gracias a usted y sólo gracias a usted. Ha hablado de Daneel como su «primogénito». Son sus creaciones, sus hijos, su regalo a la humanidad, su paso a la inmortalidad. —(Baley se dejó llevar por la elocuencia y, durante unos momentos, se imaginó que estaba dirigiéndose al Consejo de Investigación)—. ¿Por qué iba a deshacer su obra? ¿Por qué iba a destruir una vida que ha creado gracias a un milagro de labor mental?
Fastolfe se mostró levemente divertido.
—Pero, señor Baley, usted no sabe nada acerca de esto. ¿Cómo puede saber que mi teoría fue el resultado de un milagro de labor mental? Podría haber sido el tedioso desarrollo de una ecuación que cualquiera habría podido realizar pero que nadie se había molestado en hacer antes que yo.
—No lo creo —dijo Baley, tratando de calmarse—. Si nadie más que usted puede entender el cerebro humaniforme lo bastante bien para destruirlo, lo más probable es que nadie más que usted pueda entenderlo lo bastante bien para crearlo. ¿Acaso puede negarlo?
Fastolfe meneó la cabeza.
—No, no lo niego. Y sin embargo, señor Baley —su rostro se ensombreció—, su meticuloso análisis sólo está logrando empeorar las cosas para nosotros. Ya hemos llegado a la conclusión de que yo soy el único que tuvo los medios y la oportunidad. Resulta que también tengo un motivo, el mejor motivo del mundo, y mis enemigos lo saben. Así pues, ¿cómo vamos a probar que no lo hice?
El rostro de Baley se contrajo frunciendo el ceño con furia. Se alejó apresuradamente, en dirección a la esquina del comedor, como si buscara refugio. Luego se volvió de pronto y manifestó con aspereza:
—Doctor Fastolfe, tengo la impresión de que se complace en frustrarme.
Fastolfe se encogió de hombros.
—De ningún modo. Me limito a exponerle el problema tal como es. El pobre Jander murió a causa de un desplazamiento positrónico. Como sé que yo no tuve nada que ver con ello, sé que eso es lo que ocurrió. Sin embargo, nadie más puede estar seguro de que soy inocente y todas las pruebas circunstanciales me acusan, y eso debe tenerse muy en cuenta al decidir qué, si es que algo, se puede hacer.
Baley dijo:
—Está bien, investiguemos su motivo. Lo que a usted le parece un motivo aplastante puede no serlo tanto.
—Lo dudo. No soy ningún tonto, señor Baley.
—Quizá tampoco sea un buen juez de sí mismo y de sus motivos. Pocas personas lo son. Quizás está dramatizando las cosas por alguna razón.
—No lo creo.
—Entonces dígame su motivo. ¿Cuál es? ¡Dígamelo!
—No tan de prisa, señor Baley. No es fácil de explicar... ¿Podría acompañarme al exterior?
Baley miró rápidamente hacia la ventana. ¿Al Exterior?
El sol se encontraba más bajo en el cielo y la habitación estaba más soleada. Vaciló, y luego contestó, en voz más alta de lo que era necesario:
—¡Sí, le acompañaré!
—Excelente —dijo Fastolfe. Y luego, con una nota de cordialidad, añadió—: Pero quizá quiera ir primero al Personal.
Baley reflexionó unos momentos. No tenía una necesidad inmediata, pero ignoraba lo que le esperaba en el Exterior, cuánto rato debería quedarse, qué servicios públicos habría o no habría allí. Sobre todo ignoraba las costumbres auroranas al respecto y no recordaba haber leído nada ilustrativo sobre el tema en las películas-libro de la nave. Quizá sería más seguro acceder a todo lo que su anfitrión le sugiriese.
—Gracias —dijo—, si es oportuno que lo haga así.
Fastolfe asintió.
—Daneel —llamó—, acompaña al señor Baley al Personal de Visitantes.
Daneel dijo:
—Compañero Elijah, ¿quieres venir conmigo?
Cuando ambos estuvieron en la habitación contigua, Baley dijo:
—Lamento, Daneel, que no hayas tomado parte en la conversación entre el doctor Fastolfe y yo.
—No habría sido correcto, compañero Elijah. Cuando me has hecho una pregunta directa, he contestado, pero no se me ha invitado a tomar parte activa.
—Yo te habría invitado, Daneel, si no me hubiera sentido coartado por mi posición como huésped. He considerado que no estaría bien tomar la iniciativa en este aspecto.
—Lo comprendo... Este es el Personal de Visitantes, compañero Elijah. La puerta se abrirá al contacto de tu mano sobre cualquier lugar de su superficie si la habitación está desocupada.
Baley no entró. Se quedó pensativo unos momentos, y luego preguntó:
—Si se te hubiera invitado a hablar, Daneel, ¿qué habrías dicho? ¿Hay algún comentario que te habría gustado hacer? Apreciaría tu opinión, amigo mio.
Daneel contestó con su habitual gravedad:
—El único comentario que me gustaría hacer es que la declaración del doctor Fastolfe respecto a que tiene un excelente motivo para inutilizar a Jander me ha sorprendido mucho. Sin embargo, sea éste cual sea, cabría preguntarse por qué no tendría el mismo motivo para inutilizarme a mí. Si ellos creen que tenía un motivo para causar el bloqueo mental de Jander, ¿por qué no se me aplicaría el mismo motivo a mí? Siento curiosidad por saberlo.
Baley le lanzó una mirada penetrante, buscando automáticamente una expresión en un rostro poco dado a la falta de control. Preguntó:
—¿Te sientes inseguro, Daneel? ¿Crees que Fastolfe constituye un peligro para ti?
Daneel respondió:
—Según la Tercera Ley, debo proteger mi propia existencia, pero no me enfrentaría con el doctor Fastolfe ni con ningún ser humano si su autorizada opinión fuese que era necesario poner fin a mi existencia. Esta es la Segunda Ley. No obstante, sé que soy de gran valor, tanto en términos de inversión de material, trabajo y tiempo, como en términos de importancia científica. Por lo tanto, sería necesario explicarme detalladamente las razones que aconsejarían poner fin a mi existencia. El doctor Fastolfe nunca me ha dicho nada, nunca, compañero Elijah, que diera a entender que tenga esa intención. No creo que tenga la más remota intención de poner fin a mi existencia o que jamás tuviera la intención de poner fin a la existencia de Jander. El desplazamiento de los positrones es lo que debió de destruir a Jander y quizás, algún día, me destruya a mí. Siempre hay un elemento de casualidad en el Universo.
Baley respondió:
—Tú lo dices, Fastolfe lo dice, y yo lo creo... pero la dificultad estriba en convencer al público en general de que acepte esta visión del asunto. —Se volvió con expresión sombría hacia la puerta del Personal y añadió—: ¿Entras conmigo, Daneel?
El rostro de Daneel denotó algo muy parecido a la diversión.
—Es halagador, compañero Elijah, ser tomado por humano hasta este punto. Por supuesto, no tengo necesidad de entrar.
—No, claro. Pero de todos modos puedes entrar.
—No sería apropiado que lo hiciera. No es costumbre que los robots entren en el Personal. El interior de dicha habitación es puramente humano... Además, éste es un Personal para una sola persona.
—¡Una persona! —Por un momento, Baley se sintió desconcertado. Sin embargo, se recobró. ¡Otros mundos, otras costumbres! Y no recordaba que ésta se hallara descrita en las películas-libro. Comentó—: A eso te referías, entonces, al decir que la puerta se abriría sólo si estaba desocupado. ¿Y si está ocupado, como ocurrirá dentro de un momento?
—Entonces no se abrirá con el contacto desde fuera, naturalmente, y tu intimidad quedará protegida. Como es lógico, se abrirá con el contacto desde dentro.
—¿Y si un visitante se desmayara, sufriese un ataque de apoplejía o al corazón estando ahí dentro y no pudiera tocar la puerta desde el interior? ¿No significaría eso que nadie podría entrar a ayudarle?
—Hay sistemas de emergencia para abrir la puerta, compañero Elijah, si eso pareciera aconsejable. —Luego, claramente inquieto—: ¿Eres de la opinión de que sucederá algo así?
—No, claro que no... Era simple curiosidad.
—Estaré junto a la puerta —anunció Daneel con intranquilidad—. Si oigo que me llamas, compañero Elijah, actuaré.
—Dudo que sea necesario. —Baley tocó la puerta, descuidada y levemente, con el dorso de la mano y se abrió en seguida. Esperó uno o dos segundos para ver si se cerraba. No lo hizo. Entró y entonces la puerta se cerró de inmediato.
Mientras la puerta estuvo abierta, el Personal le pareció una habitación que servía claramente para su propósito. Un lavabo, una casilla (equipada, sin duda, con una ducha), una bañera, una media puerta translúcida que debía de ocultar un retrete. Había también varios accesorios que no reconoció. Supuso que servían para el aseo personal.
Apenas tuvo la oportunidad de inspeccionarlos, pues al cabo de un momento todo desapareció y se quedó con la duda de si lo que había visto realmente había estado allí o si los objetos le habían parecido existir porque eran lo que él había esperado ver.
A medida que la puerta se cerraba, la habitación fue oscureciéndose, pues no había ventanas. Cuando la puerta estuvo completamente cerrada, la habitación volvió a iluminarse, pero nada de lo que habla visto regresó. Era la luz del día y se encontraba en el Exterior, o eso parecía.
Sobre su cabeza se extendía el cielo abierto, con nubes que lo surcaban de un modo tan regular que parecían claramente irreales. Por todas partes había una frondosa vegetación que se movía de un modo igualmente repetitivo.
Notó el familiar nudo en el estómago que surgía siempre que se encontraba en el Exterior, pero no estaba en el Exterior. Había entrado en una habitación sin ventanas. Tenía que ser un truco de la iluminación.
Miró hacia el frente y deslizó lentamente los pies hacia delante. Extendió las manos. Lentamente. Mirando con intensidad.
Sus manos tocaron la tersura de una pared. Siguió palpando la superficie hasta el otro lado. Tocó lo que antes había identificado como un lavabo en aquel momento de visión y, guiándose por las manos, consiguió ver... vagamente, muy vagamente, en aquella abrumadora sensación de luz.
Encontró el grifo, pero de él no salió ni una gota de agua.
Siguió palpando su curva hacia atrás y no encontró nada equivalente a los conocidos mandos que controlarían el caudal de agua. Sí encontró, en cambio, una tira alargada cuya ligera aspereza la hacía sobresalir de la pared circundante. Mientras deslizaba los dedos sobre ella, la oprimió débil y experimentalmente y la vegetación, que se prolongaba mucho más allá del plano a lo largo del cual sus dedos le indicaban que existía la pared, quedó dividida inmediatamente por un riachuelo de agua que caía con rapidez desde lo alto hacia sus pies, con un fuerte ruido de salpicadura.
Saltó hacia atrás en un movimiento instintivo, de alarma, pero el agua se terminó antes de llegar a sus pies. Ño dejó de manar, pero no llegó al suelo. Alargó la mano. No era agua, sino una ilusión lumínica de agua. No le mojó la mano; no notó nada. Pero sus ojos se resistían obstinadamente a la evidencia. Veían agua.
Siguió el riachuelo hacia arriba y al fin llegó a algo que si era agua, un chorro más delgado que salía del grifo. Estaba fría.