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Authors: Jan Potocki

Tags: #Novela gótica

Manuscrito encontrado en Zaragoza (2 page)

BOOK: Manuscrito encontrado en Zaragoza
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Para no publicar por entero lo que el autor mismo ha dado a publicidad, tengo dos razones principales. En primer lugar, el texto de Avadoro es fragmentario y poco seguro. Más vale esperar a que el señor Kukulski haya podido procurarse una versión menos discutible, basándose en los manuscritos de Krzeszowice y ayudándose con la traducción de Chojecki. En segundo lugar, deseo destacar sobre todo el aporte de la obra de Potocki a la literatura fantástica. Ahora bien, es en las primeras jornadas del Manuscrito encontrado en Zaragoza donde lo sobrenatural desempeña precisamente un papel de gran importancia. De ahí mi decisión.

La obra ha permanecido desconocida en Francia. Y como estaba escrita en francés, parece no haber alcanzado sino muy lentamente un mejor destino en la patria del autor, aunque éste perteneciera a una de las más ilustres familias de Polonia. Sus compatriotas, a lo menos, consideraron siempre a Potocki como a uno de los fundadores de la arqueología eslava. El personaje, por lo demás, merecería ser estudiado a fondo.' Nace en 1761; adquiere primero en Polonia, después en Ginebra y Lausana, una sólida educación. Muy joven aún, visita Italia, Sicilia, Malta, Túnez, Constantinopla, Egipto. En 1788 nos da cuenta de su recorrido en un libro publicado en París con el título de Viaje a Turquía y a Egipto hecho en el año 1784,2 que reeditará en su imprenta privada en 1789. Entretanto, de vuelta a su país, se hace de golpe célebre subiendo en globo con François Blanchard. En 1789, después de querellarse con los Estados de Polonia a propósito de la libertad de prensa, instala en su casa una imprenta libre (Wolny Drukarnia) en la que edita los dos volúmenes de su Ensayo sobre la historia universal e indagaciones sobre Sarmacia. En 1791 viaja por Inglaterra, España y Marruecos. Participa en la campaña de 1792 como capitán ingeniero. En adelante se consagra a la prehistoria y a la arqueología. En 1795 publica en Hamburgo el Viaje por algunas partes de la Baja Sajonia para la busca de antigüedades eslavas o vendas, hecho en 1794 por el conde Jan Potocki. En Viena, en 1796, nos da una Memoria sobre un nuevo periplo del Ponto Euxino, así como sobre la más antigua historia de los pueblos del Taunus, del Cáucaso y de Escitia. Ese mismo año, en Brunswick, edita en cuatro volúmenes los Fragmentos históricos y geográficos sobre Escitia, Sarmacia y los eslavos. Arqueólogo y etnólogo ilustre, consejero privado del zar Alejandro Primero, viaja al Cáucaso en 1798. En 1802 hace editar en San Petersburgo, en la Academia Nacional de Ciencias, una Historia primitiva de los pueblos de Rusia, con una exposición completa de todas las nociones locales, nacionales y tradicionales necesarias para comprender el cuarto Libro de Heródoto; después, en 1805, una Cronología de los dos primeros libros de Manetón. Al mismo tiempo, hace tirar discretamente las cien copias del Manuscrito encontrado en Zaragoza. El zar lo designa jefe de la misión científica adjunta a la embajada del conde Golovkin. Esta no logra llegar a Pekín, a donde se dirigía, y es reenviada desdeñosamente al campamento del virrey de Mongolia. Decepcionado, Potocki vuelve a San Petersburgo, donde publica, en 1810, los Principios de cronología para los tiempos anteriores a las olimpíadas; después un Atlas arqueológico de la Rusia europea; por último, en 1811, una Descripción de la nueva máquina para batir moneda. En 1812 se retira a sus tierras. Deprimido, neurasténico, se suicida el 2 de diciembre de 1815.

Ignoro si atribuía mucha importancia a la única obra novelesca que escribió. Sin embargo, la publicación en sus tres cuartas partes clandestina de San Petersburgo en 1804,1805, la publicación semiconfesada de París en 1813,1814, me persuaden de que no la consideraba un mero entretenimiento.

En 1892 una selección de sus obras doctas fue publicada en París, en dos volúmenes, al cuidado y con notas de Klaproth, «Miembro de las sociedades asiáticas de París, Londres y Bombay», el mismo a quien se nombra en la nota manuscrita agregada al juego de pruebas de la Biblioteca Nacional. Esta publicación contiene una bibliografía de los trabajos eruditos de Potocki. Klaproth menciona al final el Manuscrito encontrado en Zaragoza, Avadoro y Alfonso van Worden, haciendo sobre ellos la siguiente apreciación:

«Además de sus obras doctas, el conde Jan Potocki ha escrito una novela muy interesante, de la cual sólo algunas partes han sido publicadas; su tema son las aventuras de un gentilhombre español descendiente de la casa de Gomélez, y por consecuencia de extracción morisca. El autor describe perfectamente en esta obra las costumbres de los españoles, de los musulmanes y de los sicilianos, y los caracteres están trazados en ella con gran verdad; en suma, es uno de los libros más atractivos que se hayan escrito. Por desgracia, sólo existen de él algunas copias manuscritas. La que fue enviada a París, para ser allí publicada, ha quedado en manos de la persona encargada de reverla antes de la impresión. Esperemos que una de las cinco copias, que hay en Rusia y en Polonia, saldrá a luz tarde o temprano porque, a semejanza de Don Quijote y de Gil Blas, es un libro que no envejecerá jamás».

Aquí no habremos de ocuparnos de los descubrimientos del viajero y del arqueólogo, sino de aquella curiosa y casi secreta parte de su obra que prolonga las hechicerías de Cazotte y anuncia los espectros de Hoffmann. Por muchos de sus rasgos, el Manuscrito encontrado en Zaragoza pertenece aún al siglo XVIII: las escenas galantes, la afición al ocultismo, la inmoralidad sonriente e inteligente, el estilo, en fin, de una elegante sequedad, fácil, sobrio y preciso, sin resalto ni excesos. Por otros de sus caracteres, anticipa el romanticismo: nos da un pregusto de los estremecimientos inéditos que una nueva sensibilidad pedirá bien pronto a la fascinación de lo horrible y de lo macabro. Esta obra marca, pues, una etapa decisiva en la evolución del género. Su originalidad, sin embargo, le confiere títulos más notables aún. Para ello me atengo casi exclusivamente a los relatos publicados en San Petersburgo durante los años 1804 y 1805. ¿Cómo no sentir la extremada singularidad de una estructura novelesca fundada en la repetición de una misma peripecia? Porque siempre se cuenta la misma historia en los diferentes relatos encajados unos en los otros que se hacen mutuamente los personajes del nuevo Decamerón, a medida que sus aventuras les permiten conocerse. La misma situación se reproduce y multiplica sin cesar, como si espejos maléficos la reflejaran incansablemente. La historia, muy variada en la anécdota, relata siempre los encuentros y los amores de un viajero con dos hermanas que lo arrastran al lecho común, a veces solo, a veces en compañía de la propia madre de las muchachas. Después sobrevienen las apariciones, los esqueletos, los castigos sobrenaturales. El carácter harto singular de estos episodios sucesivos está muy edulcorado en la edición de 1814, pero surge con gran nitidez en la versión confidencial de San Petersburgo. Se trata, por lo demás, de relatos perfectamente discretos, como sabían escribirse en el siglo XVIII: los gestos más turbios están velados, pero no disimulados. Las dos muchachas son musulmanas, lo que permite atribuir a la costumbre del harén el que les parezca tan natural compartir al mismo hombre, a la vez que gozan entre sí. Su naturaleza verdadera se revela poco a poco y entonces aparece lo que son, es decir, criaturas demoníacas, súcubos o entidades astrológicas ligadas a la constelación de Géminis.

El autor ha variado el tema con admirable ingeniosidad. La obsesión producida en los personajes mismos, después en el lector, por la repetición de aventuras análogas distribuidas en el tiempo y en el espacio, es un efecto literario de una eficacia tanto más sostenida cuanto que agrega la angustia de una duplicación infinita a la que se deduce normalmente de una súbita intervención de lo sobrenatural en la existencia hasta entonces opaca de un héroe intercambiable.

El idéntico regreso de un mismo acontecer en el irreversible tiempo humano representa por sí solo un recurso empleado con frecuencia en la literatura fantástica. Pero no se han empleado, que yo sepa, combinaciones tan osadas, deliberadas y sistemáticas de los dos polos de lo Inadmisible —la irrupción de lo insólito absoluto y la repetición de lo único por antonomasia— para llegar al colmo del espanto: el prodigio implacable, cíclico, que se encarniza con la estabilidad del mundo utilizando sus propias armas, y que bien pronto no es ya un milagro escandaloso sino la amenaza de una ley imposible de la cual conviene temer en adelante sus efectos recurrentes, a la vez inconcebibles y monótonos. Lo que no puede ocurrir se produce; lo que sólo puede ocurrir una vez, se repite. Ambos se conciertan e inauguran una especie terrible de regularidad.

Si hubiera seguido el principio de que para establecer un texto debemos elegir la última edición publicada en vida del autor, habría escogido en este caso las Diez jornadas de la vida de Alfonso van Worden (1814). Sin embargo, muy serios motivos me disuadieron de ello. El texto de San Petersburgo es superior desde todo punto de vista: es más correcto y más completo. Muchos descuidos desacreditan la edición parisiense, en la cual, por otra parte, los intermedios sensuales, tan característicos de la obra, desaparecen casi completamente. Por eso he reproducido la edición de 1804-1805, completada por la Historia de Rebeca, que termina el texto publicado por Gide hijo, en 1814. De tal manera creo procurar, en su versión integral y auténtica, toda la primera parte de la obra. Esta parte corresponde, como ya tuve ocasión de indicarlo, a la inspiración más fantástica del conjunto. Avadoro es más picaresco que sobrenatural, y la Historia de Giulio Romati y de la princesa de Monte Salerno sólo figura allí por un artificio de distribución, si no de compaginación. Este relato se emparienta por el tema y la atmósfera al ciclo de las hermanas diabólicas, y estaba perfectamente en su sitio en la versión primitiva de San Petersburgo, que después, por necesidades de puro éxito, se repartió en dos obras presentadas como distintas. El equívoco constantemente mantenido entre la princesa y su dama de honor, gracias al cual nunca podemos saber si se trata de una o dos personas, las espléndidas criadas que esta criatura, a la vez simple y doble, acoge en sus lechos simétricos, nos fuerzan a ver en la aventura una variante de los episodios precedentes en que los principales papeles estaban reservados a Emina y a Zebedea, primas del héroe. Llevado por el mismo espíritu he creído que debía extraer de Avadoro la Historia del terrible peregrino Hervás, incluye la Historia del comendador de Toralva y es el único relato fantástico de Avadoro (junto con el de la princesa de Monte Salerno); por añadidura, las dos hermanas que acogen tan amablemente al héroe son avatares evidentes de los mismos súcubos; también señalaremos que en esta ocasión se definen más nítidamente las relaciones escabrosas de las dos muchachas, «más inspiradas por la emulación que por los celos», de su madre «más sabia pero no menos apasionada» y de un héroe colmado y condenado a la vez, a quien comparten en un mismo lecho voluptuosidades concertadas. No hay ningún elemento sobrenatural en la Historia de Leonor y de la duquesa de Ávila, por su asunto, sin embargo, pertenece sin lugar a dudas a la serie precedente. Una mujer se inventa una hermana de la cual se disfraza y con la cual casa a su pretendiente, de modo que éste la conoce bajo dos apariencias entre las cuales se extravía su pasión. Hay aquí como un desquite inesperado de los episodios habituales en que las dos hermanas son una y otra bien reales y tienen dos cuerpos bien distintos. Esta vez, dos encarnaciones alternadas de una personalidad única terminan por confundirse para la dicha de un amante dividido hasta entonces. Me ha parecido que la serie de variantes en que Potocki ha multiplicado obstinadamente una situación análoga habría quedado in completa si no hubiera incluido esta última e inversa posibilidad. Además, por los disfraces que saca a relucir, por lo «sobrenatural explicado» de que se vale, ofrece una fiel ilustración de la atmósfera de Avadoro, donde, como ya dije, lo fantástico cede su lugar a lo pintoresco y el espanto a la malicia.

El texto. Diré por último algunas palabras acerca del texto escogido. La Advertencia no figura en la edición de San Petersburgo. Lo extraigo de la edición parisiense de 1814. Para lo esencial, reproduzco el texto impreso en San Petersburgo en 1804-1805. No he tenido en cuenta las correcciones manuscritas del ejemplar de la Biblioteca Nacional, con excepción de aquellos errores manifiestos, tipográficos o de otra índole. He señalado estos últimos con una nota al pie de página. He mantenido, en lo esencial, la grafía de 1804, salvo haber modernizado la ortografía y la puntuación cada vez que una simple enmienda automática bastaba para ello.

He conservado, desde luego, la distribución de los relatos entre las Jornadas como aparece en la versión de 1804. Difiere ligeramente de la de 1814. En su casi totalidad, el texto presentado puede considerarse auténtico y definitivo. Hay que exceptuar, por desgracia, aquellas partes tomadas de las ediciones parisienses: son la Historia de Rebeca y los relatos extraídos de Avadoro.

La Historia de Rebeca ocupa el final del tomo III de las Diez jornadas (págs. 72 a 122). Los relatos de Avadoro ocupan en la edición parisiense de 1813 las páginas siguientes:

Historia del terrible peregrino Hervás (seguida de la del Comendador de Toralva): tomo III, desde la página 207 hasta el fin; tomo IV, desde la página 3 hasta la página 120 (salvo algunas líneas en las páginas 69-70 que marcan un corte en el relato). Historia de Leonor y de la duquesa de Ávila: tomo IV, desde la página 165 hasta el fin. El texto de 1813 se ha reproducido sin ninguna modificación, aunque su autoridad no sea absoluta pues ha podido sufrir por parte del editor la misma clase de retoques que sufrieron, al año siguiente, las Diez jornadas. No deja de ser por ello el único texto actualmente disponible en el original francés. Me creo en el deber de darlo a la espera de uno mejor, a los fines de presentar desde ahora una imagen más completa de lo fantástico en Potocki. Habrá de perdonárseme, supongo, esta anticipación: me parece que el interés de la obra la merece ampliamente.

Sólo me queda agradecer muy calurosamente al señor St. Wedkiewicz, director del Centro Polaco de Investigaciones Científicas de París, que tuvo la gentileza de escribir de mi parte al señor Lescek Kukulski, y al mismo señor Kukulski, que me ha instruido muy amablemente acerca del presente estado de sus trabajos que se proponen la reconstitución integral del texto original francés de Potocki.

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