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Authors: Florencia Bonelli

Tags: #Novela

Marlene (45 page)

BOOK: Marlene
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—¿Impotente? —farfulló.

—Es sólo cuestión de tiempo mi separación de Cáceres. Nuestro matrimonio fue un error, no porque él sea impotente, sino porque no lo amo. De quien estoy profundamente enamorada es de Carlo Varzi, y basta.

Después de todo, razonó Micaela, que mamá Cheia y Moreschi supieran la verdad le facilitaba las cosas. Más cómplices, más mentiras creíbles y lo que fuera necesario para encontrarse furtivamente con su amante.

—¿Hasta cuándo? —presionó Varzi, al día siguiente.

—Pronto, mi amor —respondió Micaela—. El asunto con el doctor Charcot va muy bien. Eloy está de buen talante, parece optimista.

—¿Me imagino que no tratará siquiera de tocarte, no?

—No se lo permitiría —aseguró ella.

—Le tengo desconfianza al
bienudo.
¿Qué tal si se enfurece cuando le decís que lo vas a dejar? ¿Qué tal si te quiere pegar? ¡Lo mato si te roza con un dedo!

Micaela lo besó para tranquilizarlo y Varzi comenzó a excitarse nuevamente.

—Marlene... —musitó.

—¿Cuándo vas a llamarme por mi verdadero nombre?

—Nunca. Para mí, vos no sos la
señorita Micaela Urtiaga Four,
vos sos Marlene, la mujer valiente que, por salvar a su hermano, estuvo dispuesta a enfrentar a todos los
cafishios
de La Boca; la mujer que, pese a ser reina en los mejores teatros de Europa, cantó tangos en mi burdel; la que arriesgó su vida muchas veces. Esa es mi mujer. Micaela, en cambio, tuvo miedo y, por cobarde, se casó con otro. Siempre vas a ser Marlene para mí.

—Extraño el Carmesí —confesó ella.

—A diario me pregunto si habrías vuelto conmigo de seguir en el negocio de las
naifas
y el juego.

—La mañana que te busqué, fui directo al Carmesí, y me desilusioné mucho cuando una mujer me dijo que lo habías vendido. No podría explicarte la nostalgia que me sobrevino. Me largué a llorar en la vereda. Añoro las noches en que Tuli me disfrazaba para cantar, cuando bajaba por las escaleras y el público me ovacionaba. Yo te buscaba entre la gente y nunca te encontraba. Después, como por arte de magia, aparecías y me obligabas a bailar, y me costaba disimular que me gustaba. Llévame al Carmesí —pidió—, bailemos el tango una vez más, y después haceme tuya como tantas veces lo deseamos en ese lugar y nunca nos animamos a decirlo.

Excepcionalmente, la última función en el Colón se había fijado próxima a la Navidad, y, junto con el fin de la temporada lírica, llegaba el festival de Beethoven en Santiago de Chile, donde Micaela y Carlo planeaban encontrarse. De regreso en Buenos Aires, y cualquiera fuese el diagnóstico de Charcot, Micaela había prometido dejar a Cáceres.

Sería un escándalo, lo sabía. Tendría que enfrentar a su padre, a su hermano, a la sociedad entera. ¿Qué sucedería con su carrera? ¿Gastón María confesaría el verdadero origen de su amante? Se enfurecería y, quizá en medio de su indignación, le diría a Gioacchina que Varzi era su hermano. Se instó a no pensar, convencida de que nada importaba a excepción de su amor por Carlo, y, aunque las dudas brotaban de a miles, no vacilaría.

La última noche en el teatro, Micaela descubrió entre las plateas más cercanas a Varzi, Frida y Tuli, y, dominada por la alegría y el orgullo, se destacó entre los del elenco e impresionó a todos, incluso a Moreschi, y no menos al público, que, halagado con su esmerada actuación, la ovacionó de pie largos minutos. Debió saludar varias veces, y, en cada ocasión, sus ojos se encontraron con los labios de Varzi que le decían "te amo". Más tarde, en el camerino, recibió la orquídea blanca. "
En medio de tanta gente, yo era el único que podía gritar: esa mujer es mía. C.V.
"

Los compromisos de Micaela les impidieron verse esa noche, pero a la siguiente, y con la ayuda de Moreschi, Ralikhanta la llevó a San Telmo, donde Frida la sorprendió con una cena, y Tuli y Cacciaguida con su presencia. El maestro se emocionó al encontrarse nuevamente con su admirada
divina Four
y deleitó a los comensales, en especial a Carlo, con anécdotas de Micaela en los teatros de Europa.

—Era tan jovencita cuando la escuché cantar por primera vez —recordó—. Fue en
El Barbero de Sevilla,
en Munich, en el festival del año ocho. ¿Se acuerda, Micaela? ¿Cuántos años tenía?

—Cómo no voy a acordarme si fue mi debut. Tenía diecisiete años.

—¡Qué Rosina,
madonna mia
! ¡Y al mismo tiempo en
Las Valquirias
! Eso fue increíble.

—¿Cómo haces para cantar así, Marlene? —quiso saber Tuli—. Digo, como anoche.

A continuación, trató de imitar el canto de
La Reina de la noche,
y sólo consiguió provocar la hilaridad del resto.

—Mejor dedícate a los números y a los tipos —le sugirió Carlo.

La comida resultó amena, y, a pesar de que Varzi se mantuvo callado gran parte del tiempo, su semblante afable demostraba que se hallaba a gusto, mientras un brillo le iluminaba los ojos negros cada vez que su mujer lo miraba.

Aunque habría deseado terminar la noche en la cama de Carlo, Micaela decidió partir. La cena se había extendido más de lo esperado y no contaba con tiempo suficiente, pues Moreschi había prometido a Cáceres regresar temprano de la supuesta cena con los empresarios cordobeses.

—Están ansiosos por tener a
la divina Four
en el teatro lírico de su ciudad —le había mentido para convencerlo.

Varzi la acompañó hasta el coche. Ralikhanta se mostró reverente con Carlo y se inclinó para saludarlo. Sólo recibió como respuesta un vistazo avieso.

—Quédate esta noche —le pidió Varzi, apoyado en la ventanilla.

—Tendremos miles de noches juntos, mi amor; ahora tengo que irme.

A la mañana siguiente, Moreschi se presentó en casa de Micaela mientras desayunaban.

—Buenos días, maestro —saludó Cáceres, de un buen humor inusual—. ¿Viene a robarse a mi esposa nuevamente?

—Disculpe, Canciller, pero el festival Beethoven será en pocas semanas y tenemos que ensayar. No es mi intención privarlo de su esposa, pero el mundo la reclama —apostilló.

—Claro, por supuesto, para
la divina Four
primero está el público. —Luego, se dirigió a Micaela—: Estoy acomodando las cosas en la Cancillería para acompañarte a Chile.

La noticia la alteró sobremanera, y debió apoyar la taza sobre el plato. Se topó con los ojos de Cheia y Moreschi que enseguida comprendieron su disgusto. Sin advertir el cruce de miradas elocuentes, Cáceres dejó la mesa con premura, cuestiones de primer orden lo aguardaban en la Casa Rosada y no disponía de más tiempo, sin embargo, obligó a Micaela a acompañarlo hasta la puerta y se tomó unos segundos para despedirse.

—No quería irme sin decirte cuánto te quiero. —La besó en los labios con ardor—. Voy a pensar en vos todo el día.

Micaela permaneció un rato más en la puerta mirando el automóvil de Cáceres hasta que se perdió en el tráfico de la calle San Martín. "Va a ser muy duro cuando le diga a Eloy que vamos a separarnos", pensó en voz alta cuando regresó a la sala. Con la intención de distraerla, Moreschi la apremió con el tiempo y, medio enojado, le reclamó que ya deberían estar ensayando
La oda a la alegría
en lo de Urtiaga Four. Cheia, inclinada a pensar que Eloy Cáceres no aceptaría de modo alguno el abandono de su esposa, se limitó a mirarla con desconsuelo. "Está muy enamorado de ella", concluyó.

La Novena Sinfonía y su
allegro rezitativo
la abstrajeron de las turbulencias de su vida, y pasó una mañana bastante agradable en casa de su padre junto a Alessandro Moreschi, más tranquilo después de haber comprobado que Beethoven tampoco representaba un escollo en la carrera lírica de su pupila. Almorzaron con Rafael, que, inusitadamente locuaz, comentó a lo largo de la comida acerca del éxito de
La flauta mágica,
del magnífico desempeño de Eloy como canciller y de la sorprendente destreza de Gastón María en el manejo de los campos.

—Esta mañana —continuó el senador—, recibí carta de tu hermano donde promete venir a pasar la Nochebuena con nosotros.

Micaela fingió contento, pero caer en la cuenta de la soledad que debería soportar Carlo en Navidad, lejos de ella, de su hermana y de Francisquito, la entristeció hasta el punto de abandonar el ensayo y de pedirle a Ralikhanta que la llevase al puerto, sin prestar atención a los reproches de Moreschi.

En el camino consiguió desolarse aun más al pensar que en esta vida Carlo sólo había sufrido. Lo imaginó llorando a su madre muerta y padeciendo hambre, frío y cadenas durante los años de prisión; el tormento que habría significado la lejanía de su pequeña hermana le sacudió el alma, y le pareció desmedido el castigo que se imponía al ocultarle su identidad. Llegó al puerto con los ojos arrasados en lágrimas.

—¡Marlene! —se sorprendió Tuli—. ¿Qué haces aquí?

—¿Y Carlo? —preguntó, con ansiedad.

—Está controlando un embarque en la dársena cuatro. Ya lo busco —agregó, al notar la turbación de ella.

Varzi subió los escalones de dos en dos hasta su oficina. "Está muy nerviosa", le había dicho Tuli. Micaela se le echó a los brazos y lo aferró con desesperación. Él, sin preguntar, la contuvo, la envolvió sobre su pecho, le besó la coronilla, la llamó "muñeca, muñeca mía".

—Carlo —musitó ella, después.

—Aquí estoy, mi amor, aquí estoy. —Y la aprisionó un poco más.

—Necesitaba abrazarte, sentirte cerca, olerte, tocarte, saber que estás vivo, que sos mío.

—¿Qué pasó? ¿Te hizo algo el
bienudo
? ¿Tuviste algún problema con él?

—No, no me hizo nada —se apresuró a aclarar—. No sé qué me pasó; de pronto, me vino una necesidad de vos que no pude controlar. Dejé todo y le pedí a Ralikhanta que me trajera hasta aquí. El maestro todavía debe de estar quejándose. Lo dejé plantado en medio de una práctica.

—¿En qué pensaste para ponerte así?

—Pensé en que quiero que seas feliz.

Varzi la separó de sí, le secó las lágrimas con un pañuelo y le besó la frente.

—Sufriste tanto, Carlo. Ya no quiero...

—Desde que puedo estrecharte así, desde que me perteneces no me acuerdo de los días tristes. Solamente puedo pensar en los buenos tiempos que vendrán.

Se despidieron minutos más tarde, Varzi tenía que regresar a la dársena y Micaela al ensayo.

—¿Estás más tranquila? —Micaela asintió—. Mañana te mando el coche con mi chofer a casa de tu amiga Regina a las doce del mediodía, te va a estar esperando en el portón de atrás. No hagas preguntas —le ordenó—, es una sorpresa.

A última hora del día anterior, Regina Pacini había recibido una nota de Micaela. A la mañana siguiente desayunó temprano y, antes de las nueve, se puso en marcha hacia lo de Cáceres presa de una agitación potenciada por la intriga y menguada por el disgusto, pues no atinaba a comprender a su joven amiga, que, "envuelta en un romance de novela con un hombre de los que ya no hay", aún soportaba al "zoquete de Cáceres, ¡sí, señor!, porque Canciller de la Nación y todo, no es más que eso, un zoquete". Insistiría hasta el cansancio, y, por fin su amiga terminaría con ese matrimonio absurdo que sólo le quitaba tiempo de felicidad, tiempo que menospreciaba a causa de su juventud, porque ¿quién no se había creído inmortal a los veinticuatro años?

Cheia la recibió en el vestíbulo y, con mirada cómplice, le explicó que el señor aún estaba en la casa, desayunando con su esposa.

—Antes nunca lo hacía —comentó la nana—. Tomaba un café a las siete y se marchaba rapidito a la Cancillería.

—Señora de Alvear, pase, por favor —invitó Eloy, con entusiasmo mal fingido—. ¿Piensan salir? No me habías dicho nada, querida.

—No creí que te interesara, se trata de algo sin importancia. Vamos de compras.

—Estoy segura —intervino Regina—, que Micaela no quiso abrumarlo con cuestiones de vestidos, sombreros y zapatos. Ya empezó el verano y nuestros roperos están raleados. No es justo que...

—Sí, por supuesto —la interrumpió Eloy—, me parece muy bien. Vas a necesitar dinero, querida. —Y antes de que Micaela pudiera protestar, añadió—: Voy a mi escritorio a buscarlo.

—Déjalo —la frenó Regina, luego de que Cáceres abandonó el comedor—. Al menos que te dé un poco de dinero para tus compras.

—¡Regina, por favor! —se quejó Micaela—. Éste no es un asunto de especulación económica.

—¿Ah, no? Y, ¿por qué diantres te crees que se casó Cáceres con vos? ¿Porque estaba locamente enamorado? ¿Porque la pasión lo consumía y el corazón le saltaba en el pecho cada vez que te veía? Vamos, eso no se lo cree nadie. Fue el mejor negocio que hizo en su vida, con la venia de su querida tía Otilia. Discúlpame que sea tan cruda, pero vos sabes que yo no me ando con rodeos y digo siempre lo que pienso.

Jamás habría supuesto que a Eloy lo hubiesen movido intereses de esa índole. Recordó los comentarios de Gastón María, que, por venir de él, había desechado sin más. "Ese tipo es un cretino... Quiere escalar posiciones en la Cancillería sea como sea y no va a detenerse ante nada... ¿No te das cuenta de que, a toda costa, quiere congraciarse con papá para conseguir su objetivo, ser el nuevo Canciller?" De todas maneras, se sintió incapaz de juzgar a su esposo cuando ella misma lo había usado para alejarse de Carlo. Si a Eloy lo habían movido intereses económicos y sociales, a ella no la habían impulsado cuestiones menos vituperables.

—Ya no pienses en cosas tristes —sugirió Regina—, y decime por qué me mandaste a llamar.

—Al mediodía, Carlo me va a enviar su coche a tu casa. Necesitaba una excusa para ausentarme el día entero y, como el maestro hoy no puede ayudarme porque tiene un compromiso impostergable, no tuve otra opción que molestarte.

—Hiciste muy bien.

—Te pedí que vinieses a buscarme para que Eloy te viera y le resultara más creíble.

Cheia se apersonó en la sala con Nathaniel Harvey por detrás, y salió después de haberlo anunciado.

—Usted sí que es un desfachatado,
mister
—dijo la Pacini.

—Buenos días, señora de Alvear —saludó Nathaniel—. Señora Cáceres, hermosa como siempre, aunque, si se la observa con más atención, podría decirse que, además de hermosa, está radiante; un esplendor inusual la ilumina. ¿Quizá algún otro consiguió los favores con los que yo no he sido aún beneficiado?

Micaela alcanzó a detener a su amiga que se disponía a abofetearlo.

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