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Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca (21 page)

BOOK: Más muerto que nunca
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—Sookie, me pediste que te mantuviera informada sobre el hombre que murió aquí —dijo Andy.

Por supuesto, pero jamás se me habría ocurrido que fuera a hacerlo. Pese a haber sido siempre un apasionado admirador de mi trasero, Andy no me tenía en gran estima. Tener poderes telepáticos es maravilloso, ¿verdad?

—No tiene antecedentes —dijo Andy, mirando el pequeño bloc que acababa de sacar del bolsillo—. No se le conoce relación con la Hermandad del Sol.

—Pero eso no tiene sentido —dije, después del breve silencio que siguió—. ¿Por qué, sino, iba a querer incendiar mi casa?

—Confiaba en que tú pudieras decírmelo —dijo Andy, clavando sus claros ojos grises en los míos.

Bien, aquello había conseguido que me hartara de Andy de una vez y para siempre. Con los años, me había insultado y me había herido en multitud de ocasiones, pero aquélla era la gota que colmaba el vaso.

—Escúchame, Andy —dije, mirándolo a los ojos—. Nunca te he hecho nada, que yo sepa. Nunca me han arrestado. Ni siquiera he hecho jamás nada incorrecto, ni tan siquiera me he retrasado en el pago de mis impuestos, ni he servido una copa a un menor de edad. Jamás me han puesto una multa por exceso de velocidad. Y ahora resulta que alguien intenta asarme a la barbacoa dentro de mi casa. ¿Por qué demonios intentas que me sienta culpable, como si hubiera hecho algo malo? —«Aparte de pegarle un tiro a Debbie Pelt», susurró una voz dentro de mi cabeza. Era la voz de mi consciencia.

—No creo que haya nada en el pasado de este tipo que apunte a que fuera él quien hizo.

—¡Estupendo! Pues, en ese caso, ¡descubre quién fue! Porque alguien incendió mi casa, y lo que es evidente..., ¡es que no lo hice yo! —Acabé la frase gritando, en parte para acallar mi voz interior. Mi único recurso fue dar media vuelta y alejarme de allí, rodear la casa hasta perder de vista a Andy. Terry me miró de reojo, pero en ningún momento dejó de utilizar el mazo.

Pasado un minuto, oí que alguien pisoteaba los escombros y se acercaba a mí.

—Se ha ido —dijo Alcide, escondiendo tras su voz profunda cierto tono de divertimento—. Me imagino que no te interesa seguir con nuestra conversación.

—Tienes razón —repliqué con brevedad.

—En ese caso, regresaré a Shreveport. Llámame si me necesitas.

—Por supuesto. —Me obligué a ser educada—. Gracias por ofrecerme tu ayuda.

—¿Ayuda? ¡Te he pedido que vengas a vivir conmigo!

—Entonces, gracias por pedirme que fuera a vivir contigo. —No pude evitar que no sonara del todo sincero. Pronuncié las palabras adecuadas. Pero, entonces, oí la voz de mi abuela en el interior de mi cabeza; me decía que estaba comportándome como una niña de siete años. Me obligué a dar media vuelta—. Aprecio mucho tu..., tu cariño —dije, mirando a Alcide a la cara. Era apenas principios de primavera y se le notaba ya la marca del bronceado que le dejaba el casco de la obra. En pocas semanas, su piel olivácea sería aún más oscura—. Aprecio mucho... —Me interrumpí, no sabía muy bien cómo expresarlo. Apreciaba su voluntad de considerarme una mujer capaz de emparejarme con él, algo que la mayoría de hombres ni siquiera contemplaba, y que me considerara potencialmente una buena pareja y una buena aliada. Eso era lo que me habría gustado decirle.

—Pero tú no sientes lo mismo. —Sus ojos verdes aguantaron mi mirada.

—No he dicho eso. —Respiré hondo—. Quiero decir que ahora no es el momento de iniciar una relación contigo. —«Aunque no me importaría pegarte un buen revolcón», añadí para mis adentros.

Pero no pensaba ceder a ese capricho, y mucho menos con un hombre como Alcide. La nueva Sookie, la renacida Sookie, no iba a cometer el mismo error dos veces seguidas. Había renacido dos veces. (Si renaces después de haber pasado por dos hombres, ¿acabas siendo virgen de nuevo? ¿Con qué estado renaces?). Alcide me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Se marchó mientras yo seguía reflexionando sobre el tema. En cuanto Alcide se hubo ido, Terry acabó su trabajo por aquel día. Me quité el mono y me vestí con mi uniforme. La tarde había enfriado, de modo que me puse encima la chaqueta que había cogido prestada del armario de Jason. Olía un poco a él.

De camino al trabajo, di un pequeño rodeo para dejar el traje de chaqueta negro y rosa en casa de Tara. No vi su coche, de modo que imaginé que estaría aún en la tienda. Entré y fui directamente a su dormitorio para guardar la bolsa de plástico en el armario. La casa estaba en penumbra. En el exterior había casi oscurecido. De pronto, me sentí invadida por una sensación de alarma. No tendría que estar allí. Me alejé del armario y eché un vistazo a la habitación. Cuando mi mirada llegó a la puerta, observé el perfil de una figura. Grité sin poder evitarlo. Y demostrarles que tienes miedo es como agitar una tela roja delante de un toro.

No podía ver la cara de Mickey para leer su expresión, en el caso de que tuviera alguna.

—¿De dónde ha salido ese nuevo camarero del Merlotte's? —preguntó.

Eso era lo que menos me esperaba.

—Teníamos que encontrar urgentemente un camarero después de que Sam resultase herido. Nos lo prestaron en Shreveport —dije—. En el bar de los vampiros.

—¿Llevaba tiempo allí?

—No —respondí, consiguiendo mostrar una expresión de sorpresa aun con el miedo que me embargaba—. No llevaba allí mucho tiempo.

Mickey movió afirmativamente la cabeza, como si con ello confirmara alguna conclusión a la que acababa de llegar.

—Lárgate —dijo, manteniendo la calma en su voz profunda—. Eres una mala influencia para Tara. Ella sólo me necesita a mí, hasta que me canse de ella. No vuelvas por aquí.

La única manera de salir de la habitación era por la puerta que él ocupaba. Y mejor sería no hablar, no me fiaba de lo que pudiera decirle. Me acerqué a él con toda la confianza que pude y me pregunté si se movería cuando llegara a su lado. Cuando hube rodeado la cama de Tara y pasado junto a su tocador, tuve la impresión de que habían transcurrido tres horas. No pude evitar mirarle a la cara cuando pasé por su lado, y vi que asomaba un colmillo. Me estremecí. No pude evitar sentir asco al pensar en Tara. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a esa situación?

Cuando el vampiro se dio cuenta de mi repugnancia, sonrió.

Guardé en mi corazón el problema de Tara para sacarlo a relucir en otro momento. Tal vez se me ocurriera alguna cosa que hacer por ella, pero mientras estuviera aparentemente dispuesta a seguir con aquella criatura monstruosa, no sabía cómo ayudarla.

Cuando aparqué en la parte trasera del Merlotte's, vi que Sweetie Des Arts estaba fuera fumando un cigarrillo. Pese a que su delantal blanco estaba lleno de manchas, tenía buen aspecto. Los focos del exterior iluminaban todas y cada una de las arruguitas de su piel, dejando entrever que era un poco mayor de lo que me imaginaba; de todos modos, su aspecto era estupendo teniendo en cuenta que se pasaba prácticamente todo el día encerrada en la cocina. De hecho, de no ser por el delantal blanco y el leve olor a aceite, Sweetie sería una mujer bastante sexy. Y, la verdad, se comportaba como una persona acostumbrada a destacar.

Habíamos tenido tal sucesión de cocineros, que no me había esforzado mucho en conocerla. Estaba segura de que tarde o temprano, más bien temprano, acabaría también largándose. Levantó una mano para saludarme y vi que tenía ganas de hablar conmigo, de modo que me detuve.

—Siento mucho lo de tu casa —dijo. Su mirada brillaba bajo la luz artificial. El olor que desprendía el contenedor de la basura no era muy agradable, pero Sweetie estaba tan relajada como si se encontrara en una playa de Acapulco.

—Gracias —dije. No me apetecía hablar del tema—. ¿Qué tal va el día?

—Bien, gracias. —Movió la mano del cigarrillo en dirección al aparcamiento—. Ya ves, aquí, disfrutando de la vista. Mira, tienes algo en la chaqueta. —Extendió con cuidado la mano hacia un lado para no echarme la ceniza encima, se inclinó hacia delante y sacudió algo que llevaba en el hombro. Me olisqueó. Tal vez, a pesar de todos mis esfuerzos, seguía impregnada de olor a madera quemada.

—Tengo que entrar. Mi turno está a punto de empezar —dije.

—Sí, yo también tengo que entrar. Tenemos una noche de mucho trabajo. —Pero Sweetie se quedó donde estaba—. A Sam le encantas.

—Bueno, llevo mucho tiempo trabajando para él.

—No, creo que va más allá de eso.

—Me parece que no, Sweetie. —No se me ocurría ninguna forma educada de dar por concluida una conversación que había entrado en un terreno excesivamente personal.

—Estabas con él cuando le dispararon, ¿verdad?

—Sí, él se dirigía a su casa y yo iba hacia mi coche. —Quería dejar claro que íbamos en direcciones opuestas.

—¿No viste nada? —Sweetie se apoyó en la pared y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos como si estuviera tomando el sol.

—No, ojalá lo hubiera visto. Me gustaría que la policía capturara a quienquiera que esté detrás de estos ataques.

—¿Se te ha ocurrido que pueda haber un motivo por el que hayan disparado a esta gente?

—No —mentí—. Heather, Sam y Calvin no tienen nada en común.

Sweetie abrió un ojo y me miró.

—Si esto fuera una novela de misterio, todos compartirían el mismo secreto, o habrían sido testigos del mismo accidente, o cualquier cosa por el estilo. O la policía habría averiguado que todos eran clientes de la misma tintorería. —Sweetie sacudió la ceniza del cigarrillo.

Me relajé un poco.

—Ya veo adonde quieres ir a parar —dije—. Pero pienso que la vida real no tiene nada que ver con las novelas de asesinos en serie. Pienso que las víctimas fueron elegidas al azar.

Sweetie se encogió de hombros.

—Seguramente tienes razón. —Vi que estaba leyendo una novela de suspense de Tami Hoag; la llevaba en el bolsillo del delantal. Sweetie dio unos golpecitos a su bolsillo—. La ficción hace que todo sea mucho más interesante. La verdad es aburridísima.

—No precisamente en mi mundo.

11

Aquella noche, Bill apareció por el Merlotte's con una chica. Me imaginé que era su represalia por haberme sorprendido besando a Sam, aunque también era posible que fuera simplemente mi orgullo lo que me llevaba a pensar eso. La posible venganza venía en forma de una mujer de Clarice. La había visto por el bar de vez en cuando. Era delgada, con una melena castaña que le llegaba a la altura de los hombros. Danielle no tardó ni cinco minutos en venirme a explicar que se trataba de Selah Pumphrey, una vendedora del sector inmobiliario que el año anterior había conseguido un premio por haber alcanzado un millón de dólares en ventas.

La odié al instante, profunda y apasionadamente.

De modo que sonreí con la luminosidad de una bombilla de mil vatios y, en un abrir y cerrar de ojos, le serví a Bill una botella de TrueBlood caliente y a ella un vodka con naranja. Tampoco le eché ningún escupitajo al vodka con naranja. Hacerlo no sería estar a mi altura, me dije. De todas maneras, de haber querido, allí no habría dispuesto de la intimidad necesaria para ello.

El bar no sólo estaba abarrotado, sino que además Charles no me quitaba el ojo de encima. El pirata estaba muy activo aquella noche. Iba vestido con una camisa blanca con mangas abullonadas y pantalones Dockers azul marino con un pañuelo vistoso a modo de cinturón para darle al conjunto una nota de color. El parche del ojo era del mismo tono que los Dockers y llevaba una estrella dorada bordada. El conjunto era de lo más exótico para Bon Temps.

Sam me miró desde la mesa del rincón. Tenía la pierna mala apoyada en una silla.

—¿Estás bien, Sookie? —murmuró Sam, dando la espalda a la multitud que llenaba el bar para que nadie pudiese leerle los labios.

—¡Claro que sí, Sam! —le contesté con cierta expresión de perplejidad—. ¿Por qué no debería estarlo? —En aquel momento, lo odié por haberme besado y me odié a mí misma por haberle respondido.

Puso los ojos en blanco y sonrió durante una décima de segundo.

—Creo que he solucionado tu problema de alojamiento —dijo para distraerme—. Te lo contaré más tarde. —Corrí a servir una mesa. Aquella noche estábamos hasta los topes. El buen tiempo y la atracción que despertaba el nuevo camarero se habían combinado y el Merlotte's estaba lleno de optimistas y curiosos.

«Fui yo la que dejé a Bill», me acordé con orgullo. Él no quería romper pese a haberme sido infiel. Tuve que repetírmelo constantemente para no odiar a todos los presentes, que estaban siendo testigos de mi humillación. Naturalmente, nadie conocía las circunstancias, por lo que podían pensar perfectamente que Bill me había dejado a cambio de aquella bruja castaña. Lo que no era precisamente el caso.

Enderecé la espalda, ensanché mi sonrisa y seguí sirviendo copas. Pasados unos diez minutos, empecé a relajarme y a darme cuenta de que me comportaba como una idiota. Bill y yo habíamos roto, como millones de parejas. Y era normal que él hubiese empezado a salir con otra persona. De haber tenido yo una serie normal de novios, es decir, de haber comenzado a salir con chicos a los trece o catorce años, como todo el mundo, mi relación con Bill habría sido simplemente una más de un largo recorrido de relaciones que habían acabado mal. Tenía que ser capaz de seguir adelante o, como mínimo, de saber ver las cosas con perspectiva.

Pero yo no tenía perspectiva. Bill había sido mi primer amor, en todos los sentidos.

La segunda vez que les serví copas, Selah Pumphrey me miró inquieta cuando le sonreí.

—Gracias —dijo con cierta inseguridad.

—No hay de qué —repliqué entre dientes, y ella se quedó blanca.

Bill giró la cara. Confié en que no estuviera disimulando una sonrisa. Regresé a la barra.

—¿Quieres que le dé un buen susto si esa mujer decide pasar la noche con él? —preguntó Charles.

Yo estaba detrás de la barra a su lado, de cara a la nevera con puerta de cristal transparente que tenemos allí. Es donde guardamos los refrescos, la sangre embotellada y las rodajas de lima y de limón. Había ido a buscar una rodaja de limón y una cereza para adornar un Tom Collins y me había quedado allí. Charles se daba cuenta de todo.

—Sí, por favor —contesté agradecida. El vampiro pirata estaba convirtiéndose en mi aliado. Me había salvado del incendio, había matado al hombre que había prendido fuego a mi casa y ahora se ofrecía para asustar a la chica de Bill. Era estupendo.

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