Read Más muerto que nunca Online
Authors: Charlaine Harris
—Está vivo —dijo con tensión.
—Qué Dios te bendiga por haberlo enviado a vigilarme —dije—. De no ser por él me habrían matado.
—Me han dicho que el policía disparó a la mujer.
—Sí, así fue.
—Y he oído decir muchas cosas más.
—Fue complicado.
—¿Nos veremos esta semana?
—Sí, naturalmente.
—Ahora vete a dormir.
—Gracias de nuevo, Calvin.
Mi deuda con el hombre pantera aumentaba a un ritmo que daba miedo. Sabía que tendría que pagársela más adelante. Estaba cansada y dolorida. Me sentía sucia por dentro por la triste historia de Sweetie,
y
sucia por fuera por haber estado arrodillada en el callejón ayudando al ensangrentado hombre lobo. Dejé la ropa en el suelo del dormitorio y me metí en la ducha, tapando el vendaje con un gorro de la ducha para evitar que se mojara, tal y como me habían enseñado las enfermeras.
Cuando a la mañana siguiente sonó el timbre, maldije la vida en la ciudad. Pero resultó que no era la vecina que quería saber si podía prestarle una taza de harina. Abrí la puerta y me encontré con Alcide Herveaux con un sobre en la mano.
Lo miré con ojos legañosos. Sin decir palabra, volví a mi habitación y me eché de nuevo en la cama. No fue suficiente para disuadir a Alcide, que me siguió hasta allí.
—Ahora eres doblemente amiga de la manada —dijo, como si estuviese seguro de que ésa era mi principal preocupación. Me volví hacia él y me acurruqué bajo las sábanas—. Dice Dawson que le salvaste la vida.
—Me alegro de que Dawson esté lo suficientemente bien como para poder hablar —murmuré, cerrando los ojos con fuerza y deseando que Alcide se fuera—. Pero tu manada no me debe nada de nada, pues le dispararon por mi culpa.
Por el movimiento, intuí que Alcide acababa de arrodillarse junto a la cama.
—Eso no tienes que decidirlo tú, sino nosotros —dijo como si quisiera regañarme—. Estás convocada para asistir a la elección del líder de la manada.
—¿Qué? ¿Qué tengo que hacer?
—Simplemente observar todo el proceso y felicitar al ganador, sea quien sea.
Naturalmente, para Alcide la lucha por la sucesión era lo más importante en aquel momento. Le resultaba difícil comprender que mis prioridades no fueran las mismas. Me sentía agobiada por una oleada de obligaciones sobrenaturales.
La manada de hombres lobo de Shreveport aseguraba estar en deuda conmigo. Andy Bellefleur nos debía a Dawson, a Sam y a mí el haber podido solucionar el caso. Yo estaba en deuda con Andy porque me había salvado la vida. Aunque el haber despejado las dudas de Andy sobre la normalidad de Halleigh tal vez sirviera para cancelar mi deuda con él por haber disparado a Sweetie.
Sweetie había vengado a su agresor.
Eric y yo estábamos en paz, me imaginaba.
Yo le debía alguna cosa a Bill.
Sam y yo nos habíamos puesto más o menos al día.
Alcide estaba en deuda personal conmigo, a mi entender. Yo le había acompañado para todo aquel rollo con su manada y había hecho lo posible por seguir las reglas y ayudarlo.
En el mundo en que vivía, el mundo de los seres humanos, había vínculos y deudas, consecuencias y buenas obras. Todo eso era lo que unía a la gente en sociedad; a lo mejor era lo que constituía la sociedad. Y yo intentaba vivir en mi pequeña parcelita de la mejor forma posible.
Relacionarme con los clanes secretos de los seres de dos naturalezas y los no muertos complicaba y dificultaba mi vida en la sociedad humana.
Y la hacía más interesante.
Y a veces... divertida.
Alcide había estado hablando mientras yo pensaba y me había perdido prácticamente todo lo que había dicho. Y se había dado cuenta.
—Siento mucho si te aburro, Sookie —dijo con voz tensa.
Me volví para mirarle. Su verde mirada se veía herida.
—No me aburres. Lo que pasa es que tengo mucho en qué pensar. Déjame la invitación, ¿de acuerdo? Ya te diré alguna cosa. —Me pregunté qué debía ponerse una para asistir a un combate para elegir al líder de la manada. Me pregunté si el señor Herveaux y el fornido concesionario de motos acabarían forcejeando de verdad y dando tumbos por el suelo.
La verde mirada de Alcide reflejaba ahora perplejidad.
—Actúas de forma muy rara, Sookie. Antes me sentía muy a gusto contigo. Pero ahora tengo la sensación de que no te conozco.
Una de mis Palabras del Día de la semana pasada era «válido».
—Me parece una observación válida —dije, tratando de sonar prosaica—. Yo también me sentía a gusto contigo cuando te conocí. Después empecé a descubrir cosas. Como lo de Debbie, la política de los cambiantes y la servidumbre que algunos de vosotros mostráis hacia los vampiros.
—Ninguna sociedad es perfecta —dijo Alcide a la defensiva—. Y en lo que a Debbie se refiere, no quiero volver a oír mencionar su nombre jamás.
—Que así sea —dije. Dios sabía muy bien que sentía náuseas cuando oía pronunciar aquel nombre.
Alcide dejó el sobre de color crema encima de la mesita de noche, me cogió la mano, se inclinó sobre ella y la besó. Fue un gesto ceremonial y me habría gustado conocer su significado. Pero en el momento en que iba a preguntárselo, vi que se disponía a marcharse.
—Cierra bien la puerta cuando te vayas —grité—. Basta con que gires hacia un lado el botoncito que hay en el pomo. —Supongo que lo hizo, porque me puse de nuevo a dormir enseguida, y nadie me despertó hasta que fue casi la hora de irme a trabajar. Pero encontré una nota en la puerta que decía: «Linda T. hará tu turno. Tómate la noche libre. Sam». Entré de nuevo en casa, me quité la ropa del trabajo y me puse unos vaqueros. Estaba dispuesta a ir a trabajar y ahora no sabía qué hacer.
Casi me alegré cuando me di cuenta de que tenía otra obligación, y me dirigí a la cocina para ponerme manos a la obra.
Después de una hora y media de lucha en una cocina que no me resultaba familiar y con la mitad de parafernalia de la que disponía normalmente, emprendí camino hacia Hotshot para ir a visitar a Calvin con un plato de pechugas de pollo con salsa de nata agria acompañado de arroz y unas galletas. No llamé con antelación. Mi idea era dejarle la comida e irme. Pero cuando llegué a la pequeña comunidad vi que había varios coches aparcados en el camino de acceso a la pulida casita de Calvin. «Maldita sea», pensé. No me apetecía involucrarme más con Hotshot de lo que ya lo estaba. La nueva naturaleza de mi hermano y tener a Calvin como pretendiente era más que suficiente para mí.
Con el corazón encogido, aparqué el coche y pasé el brazo por debajo del asa de la cesta de las galletas. Me puse mis guantes del horno y cogí con cuidado la bandeja caliente de pollo con arroz, apreté los dientes al sentir una punzada de dolor en el hombro y, muy erguida, me dirigí a la puerta de la casa de Calvin. Los Stackhouse siempre se comportan como deben.
Me abrió la puerta Crystal. La expresión de sorpresa y satisfacción de su rostro me dejó avergonzada.
—Qué alegría que hayas venido —dijo, haciendo lo posible para que resultara un saludo informal—. Pasa, por favor. —Se echó hacia atrás y vi entonces que la salita estaba llena de gente, incluyendo a mi hermano. La mayoría eran seres pantera, evidentemente. Los hombres lobo de Shreveport habían enviado a un representante y, para mi asombro, vi que se trataba de Patrick Fuman, pretendiente al trono y dueño del concesionario de Harley-Davidson.
Crystal me presentó a la mujer que hacía las veces de anfitriona, Mary Elizabeth Norris. Mary Elizabeth se movía como si no tuviera huesos. Estaba segura de que salía muy poco de Hotshot. La cambiante me presentó a todos los reunidos con mucho detalle, como si quisiera asegurarse de que yo comprendía la relación que Calvin tenía con cada uno de ellos. Al cabo de un rato empecé a hacerme un lío. Pero enseguida me di cuenta de que los nativos de Hotshot, salvo raras excepciones, podían dividirse en dos tipologías: los menudos, ágiles y de pelo oscuro, como Crystal, y los de pelo más rubio, robustos y con preciosos ojos verdes o de color miel, como Calvin. Se apellidaban en su mayoría Norris o Hart.
Patrick Fuman fue el último de los presentes que Crystal me presentó.
—Por supuesto que te conozco —dijo efusivamente, sonriéndome como si hubiéramos bailado juntos en una boda—. Aquí tenemos a la novia de Alcide —dijo, asegurándose de que todo el mundo le oía—. Alcide es el hijo del otro candidato a líder de la manada.
Se produjo un largo silencio, que decididamente podría calificarse como de «tenso».
—Se equivoca —dije, en un tono de lo más normal—. Alcide y yo sólo somos amigos. —Le sonreí como para hacerle saber que era mejor que no se encontrara conmigo a solas en un callejón un día de estos.
—Disculpe mi error —dijo él, suave como la seda.
Era la bienvenida a casa de un héroe. Había globos, carteles, flores y plantas, y la casa de Calvin estaba impecablemente limpia. La cocina rebosaba comida. Mary Elizabeth dio un paso al frente, se volvió para cortar las explicaciones de Patrick y me dijo:
—Ven por aquí, querida. Calvin tendrá ganas de verte. —Si hubiera tenido una trompeta a mano, habría recurrido a ella. Se notaba que Mary Elizabeth no era una mujer sutil, aunque sus enormes ojos dorados le otorgaban un engañoso aspecto de misterio.
Me imagino que no me habría sentido más incómoda de haber tenido que caminar sobre brasas encendidas.
Mary Elizabeth me hizo pasar a la habitación de Calvin. El mobiliario era precioso, de líneas definidas y limpias. Aunque no soy una entendida en muebles, diría que tenían un aspecto escandinavo..., o cierto estilo, que es lo mismo. La cama era grande y Calvin estaba cubierto con unas sábanas con motivos africanos, unos leopardos en plena cacería. (Las habría comprado alguien con sentido del humor). Calvin se veía muy pálido en contraste con los colores intensos de las sábanas y el tono anaranjado de la colcha. Llevaba un pijama marrón y se adivinaba con claridad que acababa de salir del hospital. Pero se alegró de verme. Me descubrí pensando que Calvin Norris estaba rodeado por un halo de tristeza, por algo que me conmovía aun a pesar de mí misma.
—Siéntate —dijo, indicándome la cama. Se hizo a un lado para dejarme espacio. Supongo que haría alguna señal, pues el hombre y la mujer que le acompañaban en la habitación —Dixie y Dixon— desaparecieron en silencio por la puerta, cerrándola a sus espaldas.
Un poco incómoda, me senté en la cama a su lado. Tenía una de esas mesas que hay en los hospitales, las que tienen ruedecitas para que puedan colocarse por encima de la cama. En la mesa había un vaso con té helado y un plato con humeante comida. Le hice un gesto indicándole que empezara a comer si le apetecía. El inclinó la cabeza y rezó en silencio mientras yo permanecía sentada sin decir nada. Me pregunté a quién dirigiría su oración.
—Cuéntamelo —dijo Calvin mientras desplegaba la servilleta. Empecé a sentirme más cómoda. Le conté lo sucedido en el callejón mientras él comía. Vi que la comida que había en el plato era el pollo con arroz que yo le había traído, acompañado por un poco de verdura y dos de mis galletas. Calvin había querido que viese que comía lo que yo le había preparado. Me sentí conmovida, algo que despertó una pequeña alarma en algún rincón de mi cerebro.
—De modo que sin Dawson quién sabe lo que habría pasado —concluí—. Gracias por enviármelo. ¿Qué tal está?
—Resistiendo —dijo Calvin—. Lo transportaron en helicóptero desde Grainger a Baton Rouge. De no ser un hombre lobo, habría muerto. Creo que saldrá de ésta.
Me sentía fatal.
—No te culpes por ello —dijo Calvin. De repente, su voz sonaba más profunda—. Fue Dawson quien lo eligió.
—¿El qué?
—Quien eligió su profesión. Quién eligió lo que quería hacer. A lo mejor debería haber saltado sobre ella unos segundos antes. ¿Por qué esperó? No lo sé. ¿Por qué apuntó ella hacia abajo con la escasa luz que había? No lo sé. Pero es evidente que las consecuencias dependen siempre de lo que cada uno decide hacer. —Calvin quería comunicarme alguna cosa y le costaba hacerlo. No era un hombre muy expresivo por naturaleza, e intentaba transmitir una idea que era a la vez importante y abstracta—. No hay nadie a quien culpar —dijo finalmente.
—Estaría muy bien poder creer eso, y espero poder conseguirlo algún día —dije—. A lo mejor empiezo a ir por buen camino y acabo creyéndolo. —La verdad es que estaba un poco harta de culparme de las cosas.
—Sospecho que los lobos te invitarán a su guateque de elección del líder de la manada —dijo Calvin. Me cogió la mano. Estaba caliente y seca al tacto.
Moví afirmativamente la cabeza.
—Seguro que irás —supuso.
—Me parece que tengo que ir —respondí con cierta inquietud, preguntándome cuál sería su objetivo.
—No voy a ser yo quien te diga qué tienes que hacer —dijo Calvin—. No tengo ninguna autoridad sobre ti. —No se le veía muy contento con todo aquello—. Pero si vas, te pido por favor que te cubras las espaldas. No lo digo por mí; no significo nada para ti, todavía. Sino por ti.
—Te lo prometo —dije después de una pausa. Calvin no era un tipo a quien podías decirle lo primero que se te pasaba por la cabeza. Era un hombre serio.
Me ofreció una de sus excepcionales sonrisas.
—Eres muy buena cocinera —dijo. Le devolví la sonrisa.
—Gracias, caballero —dije, y me levanté. Su mano se tensó sobre la mía y Calvin tiró de ella. No se trata de llevarle la contraria a un hombre que acaba de salir del hospital, de modo que me incliné y le acerqué la mejilla a sus labios.
—No —dijo, y cuando me volví un poco para ver qué había hecho mal, me dio un beso en la boca.
Francamente, esperaba no sentir nada. Pero sus labios estaban tan calientes y secos como sus manos, y olían a mi comida, una sensación familiar y hogareña. Resultó sorprendente, y sorprendentemente confortable, estar tan cerca de Calvin Norris. Me retiré ligeramente, y estoy segura de que en la cara se notaba mi sorpresa. El hombre pantera sonrió y soltó mi mano.
—Lo bueno de estar en el hospital fue que vinieras a verme —dijo—. No te sientas incómoda ahora que estás en mi casa.
—No, por supuesto que no —dije, ansiosa por salir de aquella habitación y recuperar mi compostura.
Mientras había estado hablando con Calvin, la salita había quedado casi vacía. Crystal y Jason habían desaparecido y Mary Elizabeth estaba recogiendo los platos con la ayuda de una adolescente mujer pantera.