Más muerto que nunca (29 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Más muerto que nunca
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—Pam te pertenece, ¿verdad? —pregunté, arrodillándome y acercando los dedos al frío cuello de Tara. No quería mirarla.

—Sí—dijo Eric—. Puede irse cuando quiera, pero tiene que regresar si le hago saber que necesito ayuda.

La verdad es que no sabía qué pensar al respecto, aunque lo que yo pensara carecía de importancia. Tara jadeaba y gimoteaba.

—Despierta, chica —dije—. ¡Tara! Voy a llamar a la ambulancia para que vengan a buscarte.

—No —dijo bruscamente—. No. —Parecía la palabra de la noche
.

—Estás malherida.


No puedo ir al hospital. Todo el mundo se entera
ría
.

—No seas tonta, cuando la gente vea que estás un par de semanas sin poder ir a trabajar, todo el mundo sabrá también que fue porque te dieron una paliza de muerte.

—Puede tomar un poco de mi sangre —se ofreció Eric. Miraba a Tara con poca emoción.

—No —dijo ella—. Antes moriría.

—Podrías morir —dije, mirándola—. Pero ya habrás tomado sangre de Franklin o de Mickey, ¿no? —Me imaginaba que sus sesiones de sexo habrían tenido un poco de «donde las dan las toman».

—Por supuesto que no —dijo, conmocionada. El horror de su voz me pilló desprevenida. Yo había tomado sangre de vampiro cuando la había necesitado. La primera vez, habría muerto de no tomarla.

—Entonces, tendrás que ir al hospital. —Me preocupaba que Tara pudiera tener lesiones internas—. Me da miedo moverte —dije cuando vi que intentaba sentarse. Pese a que podría haberla movido sin ningún esfuerzo, Don Forzudo no colaboró en absoluto, lo que me dio bastante rabia.

Por fin Tara consiguió sentarse con la espalda apoyada en la pared, mientras el gélido aire silbaba a través de la ventana rota y agitaba las cortinas. La lluvia había amainado y apenas entraba agua. El linóleo de delante de la ventana estaba empapado y había cristales cortantes por todas partes, incluso algunos fragmentos pegados a la ropa y la piel de Tara.

—Escúchame, Tara —dijo Eric. Tara levantó la cabeza para mirarlo y se vio obligada a entrecerrar los ojos porque la luz del techo la deslumbraba. Me daba lástima, pero Eric no veía a Tara con los mismos ojos que yo—. Tu avaricia y
tu
egoísmo han puesto en peligro a mi..., a mi amiga Sookie. Dices que eres su amiga, pero no actúas como tal.

¿Acaso no me había prestado Tara un vestido cuando yo lo necesitaba? ¿Acaso no me había prestado un coche cuando el mío quedó destrozado por el incendio? ¿No me había ayudado siempre que yo lo había necesitado?

—Esto no es de tu incumbencia, Eric —dije.

—Tú me llamaste y me pediste ayuda, por lo tanto es de mi incumbencia. Llamé a Salomé y le expliqué lo que estaba haciendo su hijo. Y ella lo ha reclamado y lo castigará por ello. ¿No era eso lo que querías?

—Sí —dije, y me avergüenza decir que respondí malhumorada.

—Entonces, voy a dejárselo claro a Tara. —La miró—. ¿Me has entendido?

Tara asintió. Las magulladuras de su cara y su cuello parecían oscurecer por momentos.

—Voy a traerte un poco de hielo para el cuello —le dije, y corrí hacia la cocina. Cogí varios cubitos y los metí en una bolsa de plástico. No me apetecía escuchar la bronca de Eric; Tara me daba mucha pena.

Cuando regresé con ellos, al cabo de un minuto, Eric había acabado ya con lo que tuviera que decirle. Tara se palpó el cuello con cautela, cogió la bolsa y se la llevó a la garganta. Mientras yo, ansiosa y espantada, me acercaba a ella, vi que Eric volvía a hablar por el móvil.

Me encogí de preocupación.

—Necesitas un médico —le insistí.

—No —se resistió ella.

Miré a Eric, que había terminado su conversación. Él era el experto en heridas.

—Se curará sin necesidad de ir al hospital —dijo escuetamente. Su indiferencia me provocaba escalofríos. Justo cuando creía haberme acostumbrado a ellos, los vampiros me mostraban su verdadera cara y me obligaban a recordarme una y otra vez que eran de una raza distinta a la nuestra. Tal vez fueran los siglos de vivencias los que marcaban esa diferencia; las muchas décadas de disponer de la gente a su antojo, de tener todo lo que querían, de soportar la dicotomía de ser los seres más poderosos de la tierra en la oscuridad y de ser completamente inútiles y vulnerables a la luz del día.

—¿Le quedará algún daño permanente? ¿Algo que podrían solucionar los médicos si la lleváramos rápidamente al hospital?

—Estoy prácticamente seguro de que lo único que tiene dañado es el cuello. Tiene algunas costillas rotas de la paliza, seguramente también algunos dientes. Mickey podría haberle partido la mandíbula y el cuello sin problemas. Pero es muy probable que se reprimiera porque quería que Tara hablase contigo. Contaba con que tú cayeras presa del pánico y le dejaras entrar. No se le ocurrió que tú pudieras pensar en una solución tan rápida. De haber sido él, lo primero que yo habría hecho habría sido herirte en la boca o en el cuello para que no pudieras rescindirme la invitación.

No se me había pasado por la cabeza esa posibilidad, y me quedé blanca.

—Me imagino que es lo que pretendía cuando te intimidó de aquella manera —prosiguió Eric, en un tono de voz carente de emoción.

Ya había oído suficiente. Le puse en las manos una escoba y un recogedor. Eric se quedó mirándolos como si fueran artefactos antiguos y no se imaginara para qué servían.

—Barre —dije, mientras con un trapo húmedo limpiaba la sangre y el polvo de mi amiga. No tenía ni idea de si Tara captaba algo de nuestra conversación, pero tenía los ojos abiertos y la boca cerrada, por lo que era probable que estuviera escuchándonos. Tal vez sólo tratara de superar
su
dolor.

Eric movió la escoba sin saber cómo e hizo un intento de barrer los cristales y recogerlos sin sujetar la pala. Como era de esperar, la pala se cayó y Eric puso mala cara.

Por fin había encontrado algo en lo que Eric se defendía fatal.

—¿Puedes levantarte? —le pregunté a Tara. Me miró fijamente e hizo un débil gesto de asentimiento. Me puse en cuclillas y le cogí las manos. Poco a poco y con mucho dolor, Tara empezó a doblar las rodillas y empujó a la vez que yo tiraba de ella. Pese a que el cristal de la ventana se había roto en grandes pedazos, cuando Tara se incorporó cayeron pequeñas esquirlas. Miré de reojo a Eric para darle a entender que tenía que barrerlas. Me replicó con una mueca de hostilidad.

Intenté rodear a Tara con el brazo para ayudarla a caminar hasta mi habitación, pero mi hombro herido me dio una sacudida inesperada y me estremecí de dolor. Eric dejó el recogedor. Cogió a Tara en un santiamén y la tendió en el sofá en lugar de en mi cama. Abrí la boca dispuesta a protestar y él me miró. Cerré la boca al instante. Fui a la cocina para tomarme uno de mis analgésicos y obligué a Tara a que se tomara otro. El medicamento la dejó fuera de combate, o tal vez fuese que no quería seguir escuchando a Eric. Cerró los ojos, su cuerpo se quedó flácido y, poco a poco, el ritmo de su respiración se tornó más estable y profundo.

Eric me entregó la escoba con una sonrisa triunfante. Después de que levantara a Tara, me pasó a mí su obligación. Me costó bastante por culpa del hombro herido, pero acabé barriendo todos los cristales y echándolos a una bolsa de basura. Eric se volvió hacia la puerta. Yo no había oído nada, pero Eric le abrió la puerta a Bill incluso antes de que Bill llamara. Tenía sentido: Bill vivía en el feudo de Eric, o como quiera que le llamasen. Eric necesitaba ayuda y Bill estaba obligado a suministrársela. Mi ex venía cargado con un trozo grande de madera contrachapada, un martillo y una caja de clavos.

—Pasa —dije, cuando Bill se detuvo en el umbral, y sin cruzar una palabra entre ellos, los dos vampiros cubrieron el hueco de la ventana con el contrachapado. Decir que me sentía incómoda sería un eufemismo, aunque debido a los acontecimientos de la noche no estaba tan sensible como lo habría estado en otras circunstancias. Lo que más me preocupaba era el dolor del hombro, la recuperación de Tara y el paradero de Mickey. En el poco espacio libre que me dejaban mis preocupaciones, acumulaba cierta ansiedad por cómo iba yo a sustituir la ventana de Sam y por si los vecinos habrían oído suficiente como para llamar a la policía. Suponía que no habría sido así, pues de lo contrario a aquellas alturas ya debería haber aparecido.

Cuando Bill y Eric hubieron terminado la reparación temporal, se quedaron mirando cómo fregaba yo el suelo de linóleo para limpiar el agua y la sangre. El silencio empezaba a pesar para los tres, o al menos para mí. La ternura que había mostrado Bill conmigo la noche anterior me había conmovido. Y que Eric acabara de enterarse de nuestra intimidad colocaba mi timidez en un nivel desconocido hasta entonces. Estaba en la misma habitación con dos tipos que sabían que me había acostado con ellos.

Me habría gustado poder cavar un agujero y esconderme en él, como un personaje de dibujos animados. No podía mirarlos a la cara.

Si les rescindía la invitación, tendrían que largarse sin decir palabra; pero teniendo en cuenta que ambos acababan de ayudarme, no me parecía una solución educada. Anteriormente, había solucionado mis problemas con ellos de esta manera. Y aunque me sentía tentada a repetir la experiencia para aliviar mi incomodidad personal, no podía hacerlo. ¿Qué pasaría a continuación?

¿Qué tal si iniciaba una pelea? Gritarnos los unos a los otros serviría para despejar el ambiente. O tal vez no sería más que un reconocimiento sincero de la situación..., mejor que no.

Por un instante, me imaginé a los tres en la cama de matrimonio de mi pequeña habitación. En lugar de
combatir
nuestros problemas o de
hablar
sobre nuestros problemas, podríamos..., no. Dividida entre una sensación de diversión que rozaba la histeria y una oleada de vergüenza por pensar aquello, noté que mi cara se ponía al rojo vivo. Jason y su amigo Hoyt mencionaban a menudo (y yo les oía decirlo) que la fantasía de todo hombre era acostarse con dos mujeres a la vez. Y por las veces que había intentado comprobar la teoría de Jason mediante la lectura de una muestra aleatoria de mentes masculinas, los hombres que frecuentaban el bar también se hacían eco de esa idea. ¿Por qué no podía tener yo una fantasía similar? Solté una risilla histérica que dejó sorprendidos a ambos vampiros.

—¿Te parece divertido todo esto? —preguntó Bill. Hizo un gesto que abarcaba la madera contrachapada de la ventana, a la pobre Tara acostada en el sofá y el vendaje de mi hombro. No incluyó, sin embargo, a Eric ni a sí mismo. Me eché a reír.

Eric levantó una de sus rubias cejas.

—¿Te parecemos divertidos?

Moví la cabeza afirmativamente sin decir nada. Y pensé: «En lugar de actuar como gallos de pelea, ese par de gallitos podrían enseñar su... En lugar de un concurso de pesca, podríamos celebrar un...».

En parte porque estaba agotada y tensa, y en parte también porque había perdido sangre, me dio la risa tonta. Y me puse a reír con más fuerza si cabe cuando los miré a la cara. Ambos mostraban expresiones de exasperación prácticamente idénticas.

—No hemos terminado aún nuestra charla, Sookie —dijo Eric.

—Oh, sí, ya está terminada —dije, aún sonriendo—. Te pedí un favor: que liberases a Tara de la esclavitud que vivía con Mickey. Tú me pediste un pago a cambio de ese favor: que te explicase lo que sucedió cuando perdiste la memoria. Tú has cumplido con tu parte del trato y lo mismo he hecho yo. Se acabó el tema. Fin.

Bill nos miró a Eric y a mí. Ahora sabía que Eric sabía lo que yo sabía... y me puse a reír de nuevo como una tonta. Y la tontería acabó venciéndome. Me sentía como un globo desinflado.

—Buenas noches a los dos —dije—. Gracias, Eric, por recibir el impacto de esa piedra en la cabeza y por pasarte la noche pegado al teléfono. Gracias, Bill, por aparecer a estas horas con todo lo necesario para arreglar la ventana. De verdad que lo aprecio, aunque fuese Eric quien te hiciera venir. —En circunstancias normales (si acaso existen circunstancias normales cuando hay vampiros de por medio) habría dado un abrazo a cada uno, pero me pareció demasiado estrafalario—. Hala, fuera —dije—. Tengo que acostarme. Estoy agotada.

—¿No crees que uno de nosotros debería quedarse aquí contigo esta noche? —preguntó Bill.

De haber tenido que decir que sí, de haber tenido que elegir a uno de ellos para que pasase conmigo aquella noche, habría elegido a Bill..., si hubiese estado segura de que se mostraría tan generoso y tan amable como la noche anterior. Cuando estás baja de moral y te duele todo, lo más maravilloso del mundo es sentirse querida. Pero era pedir demasiado para esa noche.

—Supongo que no tendré ningún problema —dije—. Eric me ha asegurado que Salomé encontrará a Mickey enseguida y lo que necesito por encima de todo es dormir. Os agradezco mucho a los dos que hayáis acudido en mi ayuda esta noche.

Durante un largo momento pensé que dirían que no y que intentarían decidir quién se quedaba conmigo. Pero Eric me dio un beso en la frente y se marchó, mientras que Bill, para no ser menos, me rozó los labios con un beso y salió también. Cuando los dos vampiros se hubieron ido, me sentí encantada de estar sola.

Claro está que no estaba sola del todo. Tara seguía dormida en el sofá. Hice lo posible para que se sintiese cómoda —la descalcé, saqué la manta de mi cama para taparla— y me acosté enseguida.

14

Dormí muchas horas.

Y cuando me desperté, Tara no estaba. Sentí una punzada de pánico hasta que me di cuenta de que había dejado la manta doblada, se había lavado la cara en el baño (la toalla estaba mojada) y se había calzado. Me había dejado, además, una notita escrita en un sobre viejo donde yo había empezado a hacer la lista de la compra. Decía: «Te llamaré luego, T.». Era una nota seca, que no evocaba precisamente mucho amor fraternal.

Me sentí un poco triste. Me imaginé que pasaría una buena temporada sin ser la amiga favorita de Tara. Y que ella tendría que cuidar mucho todo lo que le rodeaba.

Hay momentos para pensar y momentos para permanecer inactiva. Y aquél era mi día de inactividad. Tenía el hombro mucho mejor y decidí coger el coche para ir al Wal-Mart Supercenter de Clarice y hacer toda la compra en un solo viaje. Además, pensé que por allí no me encontraría con muchos conocidos y no tendría que dar explicaciones a nadie sobre el disparo que había recibido.

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