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Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca (27 page)

BOOK: Más muerto que nunca
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—¡Oh! —Imaginaba que Tara tendría más agallas, después de todo lo que le habían hecho pasar sus padres—. Entonces tenemos que pensar en la manera de alejarlo de ti.

—¿Qué me dices de tu amigo?

—¿De cuál?

—Eric. Todo el mundo dice que le gustas a Eric.

—¿Todo el mundo?

—Los vampiros de por aquí. ¿Te pasó Bill a Eric?

En una ocasión, Bill me había dicho que fuera a ver a Eric si a él le sucedía alguna cosa, pero no lo había entendido como que Eric fuera asumir el mismo papel que Bill tenía en mi vida. Daba la casualidad de que yo sí había echado una canita al aire con Eric, pero en circunstancias completamente distintas.

—No, no lo hizo —dije con total certeza—. Déjame pensar. —Reflexioné sobre el asunto bajo la terrible presión de la mirada de Tara—. ¿Quién es el jefe de Mickey? —pregunté—. ¿O el vampiro que lo engendró?

—Me parece que es una mujer —dijo Tara—. O, al menos, Mickey me ha llevado un par de veces a un lugar en Baton Rouge, a un casino, donde se ha reunido con una vampira. Se llama Salomé.

—¿Como la de la Biblia?

—Sí, imagínate ponerle a tu hija un nombre así.

—¿De modo que esa tal Salomé es sheriff?

—¿Qué?

—Que si es una jefa a nivel regional.

—No lo sé. Mickey y Franklin nunca me han hablado de esas cosas.

Intenté no demostrar mi exasperación.

—¿Cómo se llama ese casino?

—Los Siete Velos. Huramm.

—¿Te diste cuenta de si la trataba con deferencia? —Una buena «Palabra del día» que había aprendido en mi calendario, que, por cierto, no había visto desde el incendio.

—Bueno, diría que le hizo una reverencia.

—¿Sólo con la cabeza o desde la cintura?

—Desde la cintura. Es decir, algo más que la cabeza. Se inclinó, diría yo.

—Muy bien. ¿Cómo la llamaba?

—Ama.

—Perfecto. —Dudé un momento y volví a preguntar—. ¿Estás segura de que no podemos matarle?

—Tal vez tú sí —dijo de forma arisca—. Una noche, cuando se quedó dormido después de, ya sabes..., después de eso, permanecí quince minutos a su lado con un picahielos. Pero estaba demasiado asustada. Si se entera de que he venido a verte, se pondrá como una fiera. No le gustas en absoluto. Piensa que eres una mala influencia.

—Y en eso tiene razón —dije con gran confianza—. Veamos qué se me ocurre.

Tara se marchó después de que volviera a abrazarla. Consiguió incluso sonreír un poco, pero no sé hasta qué punto su rayo de optimismo estaba justificado. Sólo podía hacer una cosa.

La noche siguiente me tocaba trabajar. Estaba ya completamente oscuro y estaría levantado. Tenía que llamar a Eric.

13

—Fangtasia —dijo una aburrida voz femenina—. Donde todos tus sueños sangrientos se hacen realidad.

—Hola, Pam, soy Sookie.

—Oh, hola —dijo con voz más alegre—. Me he enterado de que has tenido aún más problemas. Que te quemaron la casa. Si sigues a este ritmo no vivirás mucho tiempo.

—No, tal vez no —reconocí—. Oye, ¿está Eric por ahí?

—Sí, está en su despacho.

—¿Podrías pasármelo?

—No sé cómo —dijo en tono desdeñoso.

—¿Podría acercarle el teléfono, señora, por favor?

—Naturalmente. Por aquí siempre pasa algo después de que llames tú. Es casi como romper la rutina. —Pam estaba cruzando el bar con el teléfono, lo noté por el cambio en el sonido ambiental. Se oía música de fondo. De nuevo KDED.
The Nigbt Has a Thousand Eyes,
esta vez—. ¿Qué tal por Bon Temps, Sookie? —preguntó Pam, diciéndole a algún cliente del bar: «¡Apártate, hijo de puta!»—. Les gusta que les hablen así —me dijo tranquilamente—. Y bien, ¿qué sucede?

—Que me dispararon.

—No me digas —dijo—. Eric, ¿te habías enterado de lo que me está contando Sookie? Alguien le disparó.

—No te emociones tanto, Pam —dije—. Hay quien pensaría que incluso te importa.

Se echó a reír.

—Aquí tienes a tu hombre —dijo.

Hablando como si tal cosa, igual que Pam, Eric me soltó:

—No debe de ser tan grave, pues de lo contrario no estarías al teléfono.

Y era verdad, aunque me habría gustado una reacción algo más sobresaltada. Pero no había tiempo para pensar en minucias. Respiré hondo. Sabía lo que me esperaba, tan cierto como que me habían disparado, pero tenía que ayudar a Tara.

—Eric —dije, viéndomelo venir—. Necesito que me hagas un favor.

—¿De verdad? —preguntó él. Entonces, después de una prolongada pausa, repitió—: ¿De verdad?

Se echó a reír.

—Entendido —dijo.

Llegó al adosado una hora después y se detuvo en el umbral después de que le abriera la puerta.

—Es un nuevo edificio —me recordó.

—Eres bienvenido —dije con poca sinceridad, y entró, con su blanco rostro radiante... ¿Sensación de triunfo? ¿De excitación? La lluvia le había mojado el pelo, que le caía por los hombros en forma de greñas. Iba vestido con una camiseta de seda de color marrón dorado, pantalones a rayas marrones rematados con un llamativo cinturón que sólo podía calificarse de bárbaro: mucho cuero, oro y borlas colgando. Tal vez había sido posible sacar a aquel hombre de la época de los vikingos, pero que él prescindiera del vikingo que llevaba dentro ya era otra cosa.

—¿Te apetece tomar algo? —pregunté—. Lo siento, pero no tengo TrueBlood y no puedo conducir, por lo que no puedo ir a buscártelo. —Sabía que mi hospitalidad estaba lejos de ser excelente, pero no podía hacer nada al respecto. No se me había ocurrido pedirle con antelación a alguien que fuera a comprarme sangre para Eric.

—No tiene importancia —dijo, observando la pequeña sala.

—Siéntate, por favor.

Eric se instaló en el sofá, apoyando su tobillo derecho sobre la rodilla de su pierna izquierda. Sus grandes manos se movían sin cesar.

—¿Qué favor necesitas, Sookie? —Se le veía contento.

Suspiré. Al menos era evidente que me ayudaría, dado que prácticamente se relamía ya del poder que tendría sobre mí.

Me instalé en el borde del abultado sillón. Le expliqué lo de Tara, lo de Franklin, lo de Mickey. Eric se puso serio enseguida.

—¿Tiene la posibilidad de huir durante el día y no lo hace? —observó.

—Y ¿por qué tendría que abandonar su negocio y su casa? El que debería marcharse es él —argumenté. (Aunque debo confesar que yo también me había preguntado por qué Tara no se tomaba unas vacaciones. ¿Se quedaría mucho tiempo Mickey por aquí si la mujer de la que podía beneficiarse gratuitamente desaparecía?)—. Si intentara huir, Tara se pasaría el resto de su vida vigilando sus espaldas —dije convencida.

—Me he enterado de más cosas sobre Franklin desde que lo conocí en Misisipi —dijo Eric. Me pregunté si habría utilizado para ello la base de datos de Bill—. Franklin posee una mentalidad anticuada.

Un comentario sustancioso, viniendo de un guerrero vikingo que había pasado sus días más felices saqueando, violando y sembrando la destrucción a su paso.

—Antiguamente, los vampiros se pasaban entre ellos a los humanos dispuestos —se explicó Eric—. Cuando nuestra existencia era un secreto, resultaba conveniente tener una amante humana, conservar a esa persona..., es decir, no extraerle mucha sangre... y después, cuando ya no quedaba nadie que la quisiera... o le quisiera —añadió Eric rápidamente para que mi lado feminista no se sintiera ofendido—, esa persona era apurada hasta el final.

Sentí repugnancia y lo demostré.

—Quieres decir drenada —dije.

—Sookie, tienes que comprender que durante cientos, miles de años nos hemos considerado mejores que los humanos, hemos constituido un mundo aparte del de los humanos. —Se detuvo un instante a pensar—. Con una relación muy similar a la que los humanos, como tales, mantienen con, por ejemplo, las vacas. Os considerábamos comestibles, como las vacas, pero bellos también.

Me había quedado sin habla. Todo aquello lo intuía, claro está, pero que te lo revelaran resultaba... nauseabundo. Comida que caminaba y hablaba, eso éramos nosotros. «McPersonas».

—Iré a ver a Bill. El conoce a Tara, le alquila el local de la tienda, de modo que seguro que se sentirá obligado a ayudarla —dije furiosa.

—Sí. Se sentiría obligado a intentar matar al subordinado de Salomé. Pero Bill no ocupa un rango superior al de Mickey, por lo que no puede ordenarle que se marche. ¿Quién crees tú que sobreviviría a la pelea?

La idea me dejó un minuto paralizada. Me estremecí. ¿Y si ganaba Mickey?

—No, me temo que tu mejor esperanza soy yo, Sookie. —Eric me obsequió con una sonrisa espléndida—. Hablaré con Salomé y le pediré que convoqué a su secuaz. Franklin no es hijo suyo, pero Mickey sí. Y teniendo en cuenta que ha estado cazando furtivamente en mi zona, se verá obligada a reclamar su presencia.

Levantó una de sus rubias cejas.

—Y ya que me pides que haga esto por ti, me debes una, por supuesto.

—Me pregunto qué vas a querer tú a cambio —pregunté, tal vez con un tono más bien seco y cínico.

Me sonrió con ganas y reveló sus colmillos.

—Cuéntame qué pasó mientras estuve contigo. Cuéntamelo todo, no te olvides de nada. Después de eso, haré lo que me pides. —Posó ambos pies en el suelo y se inclinó hacia delante, volcando toda su atención en mí.

—De acuerdo. —Era como estar entre la espada y la pared. Bajé la vista hacia mis manos, que mantenía unidas sobre mi regazo.

—¿Hubo sexo? —preguntó directamente.

Durante un par de minutos, la cosa podía ser divertida.

—Eric —dije—, hubo sexo en todas las posturas que podía imaginarme, y en algunas que ni podía. Hubo sexo en todas las estancias de mi casa, y hubo sexo al aire libre. Me dijiste que era el mejor sexo que jamás habías tenido. —(En aquel momento no podía recordar todas las actividades sexuales que había mantenido. Pero me había hecho aquel cumplido)—. Es una pena que no puedas recordarlo. —Concluí, con una sonrisa modesta.

Parecía que a Eric acabaran de darle con un mazo en la frente. Durante treinta segundos, su reacción resultó de lo más gratificante. Después empezó a ser incómoda.

—¿Alguna cosa más que debería saber? —preguntó en un tono de voz tan equilibrado que resultaba simplemente amedrentador.

—Hummm, sí.

—Entonces, tal vez sirva para iluminarme.

—Me ofreciste abandonar tu puesto de sheriff y venir a vivir conmigo. Y buscar trabajo.

Tal vez la cosa no estuviera yendo tan bien. Era imposible que Eric pudiera estar más blanco o más inmóvil.

—Ah —dijo—. ¿Alguna cosa más?

—Sí. —Agaché la cabeza porque había llegado a la parte que no tenía nada de divertida—. Cuando aquella última noche llegamos a casa, la noche de la batalla contra los brujos en Shreveport, entramos por la puerta trasera, como yo siempre hago. Y Debbie Pelt..., ¿la recuerdas? ¿La «lo que fuera» de Alcide? Bien, pues Debbie estaba sentada junto a la mesa de la cocina. Iba armada con una pistola y estaba dispuesta a dispararme. —Me arriesgué a levantar la vista y vi que las cejas de Eric se habían unido en el entrecejo—. Pero tú te arrojaste delante de mí. —Me incliné muy rápidamente hacia delante y le di unas palmaditas en la rodilla. Regresé a continuación a mi espacio vital—. Y la bala impactó en ti, un detalle que fue increíblemente dulce por tu parte. Pero Debbie estaba dispuesta a disparar de nuevo, y yo me hice con el rifle de mi hermano y la maté. —Aquella noche no lloré en absoluto, pero en ese momento noté que me rodaba una lágrima por la mejilla—. La maté —dije, y jadeé, falta de aire.

Eric abrió la boca como si fuera a formular una pregunta, pero levanté la mano indicándole que esperara. Tenía que terminar.

—Guardamos el cadáver en una bolsa y tú te lo llevaste para enterrarlo en alguna parte mientras yo limpiaba la cocina. Encontraste su coche y lo escondiste. No sé dónde. Tardé horas en eliminar toda la sangre de la cocina. Había por todas partes. —Intenté desesperadamente mantener la compostura. Me froté los ojos con el dorso de la muñeca. Me dolía el hombro y me moví inquieta en mi asiento intentando que eso me aliviara.

—Y ahora resulta que te han disparado y yo no estaba allí para recibir el impacto de la bala —dijo Eric—. Te salvaste por los pelos. ¿Crees que la familia Pelt intenta vengarse?

—No —dije. Me gustaba que Eric se tomase todo esto con tanta calma. No sé qué me había esperado, pero eso no, por supuesto. De poder calificar su reacción de alguna manera, diría que había sido contenida—. Contrataron a unos detectives privados y, por lo que sé, éstos no encontraron ningún motivo para sospechar de mí más que de cualquier otra persona. De todos modos, el único motivo por el que era sospechosa fue porque cuando Alcide y yo descubrimos aquel cuerpo en Verena Rose's, en Shreveport, contamos a la policía que estábamos prometidos. Teníamos que explicar un motivo por el que habíamos ido juntos a una tienda de vestidos de novia. Teniendo en cuenta que él mantenía una relación tan inestable con Debbie, cuando dijimos a la policía que íbamos a casarnos levantamos una bandera roja que los detectives quisieron comprobar. Alcide tiene una buena coartada para el momento de la muerte de Debbie. Pero si algún día sospechan de verdad de mí, me veré envuelta en un problema porque, naturalmente, tú ni siquiera estabas en teoría aquí. No puedes proporcionarme una coartada porque no recuerdas nada de aquella noche; y, claro está, yo soy la culpable. Yo la maté. Tuve que hacerlo. —Estoy segura de que eso fue lo que dijo Caín después de matar a Abel.

—Estás hablando demasiado —dijo Eric.

Cerré la boca con fuerza. Hacía tan sólo un momento me había dicho que se lo contara todo y ahora quería que dejase de hablar.

Eric se quedó mirándome durante un espacio de tiempo que se prolongó quizá cinco minutos. No estaba muy segura de que en realidad estuviera viéndome. Estaba enfrascado en sus pensamientos.

—¿Te dije que lo dejaría todo por ti? —dijo al final de sus cavilaciones.

Resoplé.

—Y ¿cómo respondiste tú?

Eso sí que me dejó pasmada.

—Pensé que no estaba bien que te quedaras conmigo sin recordar nada. No sería justo.

Eric entrecerró los ojos. Empezaba a cansarme de ser observada a través de unas rendijillas azules.

—¿Y bien? —pregunté, curiosamente desinflada. A lo mejor es que en el fondo me esperaba una escena más emocional. A lo mejor es que esperaba que Eric me abrazara, me besara y me dijera que aún sentía lo mismo. A lo mejor me hago demasiados castillos en el aire—. He cumplido con lo que pedías. Ahora hazlo tú conmigo.

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