Read Más muerto que nunca Online
Authors: Charlaine Harris
Ser una persona anónima en un gran almacén me proporcionó una agradable sensación de paz. Me dediqué a pasear tranquilamente y a leer todas las etiquetas. Incluso elegí una cortina para el baño del adosado. Completar toda la lista me llevó su tiempo. Luego, al cargar las bolsas en el coche, intenté utilizar sólo el brazo derecho. Cuando llegué a mi casa de Berry Street me sentía feliz.
Vi que en el camino de acceso estaba aparcada la camioneta de la floristería de Bon Temps. A cualquier mujer le da un pequeño vuelco el corazón cuando ve la camioneta de la floristería, y yo no soy ninguna excepción.
—Tengo una entrega múltiple —dijo Greta, la esposa de Bud Dearborn. Greta era chata, como el sheriff, y regordeta, también como el sheriff, pero de carácter alegre y franco—. Eres una chica afortunada, Sookie.
—Pues sí que lo soy —concedí, con una pizca de ironía. Greta me ayudó primero a meter las bolsas y luego trajo las flores.
Tara me había enviado un jarroncito con margaritas y claveles. Las margaritas me gustan mucho y su color amarillo y blanco quedaba muy bien en la cocina. En la tarjeta ponía simplemente: «De Tara».
Calvin me había enviado una pequeña gardenia envuelta en papel de seda y con un gran lazo. Estaba lista para sacarla del recipiente de plástico y plantarla tan pronto como pasara el peligro de heladas. Me impresionó lo bien pensado que estaba el regalo, pues un arbusto como la gardenia perfumaría mi jardín durante años. Y dado que había tenido que cursar el pedido por teléfono, la tarjeta exponía sentimientos de lo más convencionales: «Pienso en ti... Calvin».
Pam me había enviado un ramo mixto cuya tarjeta ponía: «Que no te disparen más. De parte de la banda de Fangtasia». Me hizo reír un poquito. Pensé de inmediato que tendría que redactar tarjetas de agradecimiento, pero en mi nueva casa no tenía material para hacerlo. Iría al centro a comprar alguna cosa. En la farmacia de la ciudad había un rincón con tarjetas y accesorios, y además aceptaban paquetes para enviar por UPS. En Bon Temps era imprescindible saber diversificarse.
Ordené las compras, colgué como pude la cortina de la ducha y me arreglé para ir a trabajar.
La primera persona a la que vi cuando entré por la puerta de empleados fue a Sweetie Des Arts. Iba cargada con un montón de trapos de cocina y se había puesto ya su delantal.
—Veo que es difícil acabar contigo —observó—. ¿Qué tal te encuentras?
—Estoy bien —dije. Me dio la impresión de que Sweetie estaba esperándome y le agradecí el gesto.
—Me han dicho que te agachaste justo a tiempo —dijo—. ¿Cómo fue eso? ¿Oíste alguna cosa?
—No exactamente —dije. Sam salió en aquel instante de su despacho, cojeando y ayudándose con un bastón. Puso mala cara. No me apetecía explicarle mi pequeña aventura a Sweetie durante un tiempo en que tendría que estar trabajando ya para Sam—. Fue sólo una intuición —dije y me encogí de hombros, lo que me resultó inesperadamente doloroso.
Sweetie movió la cabeza al ver que yo daba por finalizada la explicación y se volvió para dirigirse a la cocina.
Sam ladeó la cabeza en dirección a su despacho y le seguí con el corazón en un puño. Sam cerró la puerta.
—¿Qué hacías cuando te dispararon? —me preguntó. Le brillaban los ojos de rabia.
No pensaba permitir que nadie me culpara por lo que me había sucedido. Me mantuve inmóvil, mirando a Sam a la cara.
—Acababa de sacar unos libros de la biblioteca —dije entre dientes.
—Y ¿por qué crees que el atacante te confundió con una cambiante?
—No tengo ni idea.
—¿Con quién habías estado?
—Fui a visitar a Calvin, y luego... —La frase se interrumpió cuando acabé de pensar lo que iba a decir—. ¿Quién podría adivinar que yo olía a cambiante? —pregunté muy despacio—. Nadie excepto otro cambiante, ¿verdad? O alguien con sangre de cambiante. O un vampiro. Un ser sobrenatural.
—Últimamente, de todos modos, no hemos tenido cambiantes raros por aquí.
—¿Has ido al lugar desde donde disparó el francotirador, para oler?
—No, la única vez que estuve en el escenario de un tiroteo estaba demasiado ocupado tirado en el suelo gritando y con la pierna ensangrentada.
—Pero a lo mejor ahora podrías captar alguna cosa.
Sam bajó la vista, dubitativo.
—Ha llovido desde entonces, pero me imagino que por intentarlo no se pierde nada —admitió—. Debería haberlo pensado. De acuerdo, lo inspeccionaré esta noche, cuando acabemos de trabajar.
—Iré contigo —dije descaradamente cuando Sam se dejó caer en su silla. Guardé el bolso en el cajón que Sam tenía vacío y salí a ver cómo estaban mis mesas.
Charles estaba muy atareado y me saludó con un ademán de cabeza y una sonrisa antes de concentrarse en el nivel de cerveza de la jarra que estaba llenando bajo el grifo. Una de nuestras bebedoras habituales, Jane Bodehouse, estaba sentada en la barra sin despegar los ojos de Charles. El vampiro no daba muestras de sentirse incómodo. Me di cuenta de que el ritmo del bar había recuperado la normalidad y de que el nuevo camarero pasaba desapercibido ya en el escenario.
Jason entró por la puerta cuando yo llevaba aproximadamente una hora de turno. Iba de la mano de Crystal. Se le veía muy feliz. Su nueva vida le gustaba y estaba encantado con la compañía de Crystal. Me pregunté cuánto tiempo durarían. Crystal, de todos modos, parecía tan entusiasmada como Jason.
Me dijo que Calvin saldría del hospital al día siguiente y que se instalaría en su casa en Hotshot. Le mencioné las flores que Calvin me había enviado y le dije a Crystal que le prepararía a Calvin alguna comida especial para celebrar su vuelta a casa.
Crystal estaba prácticamente segura de que estaba embarazada. Aunque el cerebro de los cambiantes es laberíntico, leí aquel pensamiento más claro que el agua. No era la primera vez que me enteraba de que una chica que salía con Jason estaba segura de que mi hermano iba a ser papá, y esperaba que esta vez la noticia resultara tan falsa como las anteriores. No es que tuviera nada en contra de Crystal... Bueno, la verdad es que no está bien mentirse a una misma. Sí tenía algo en contra de Crystal. Ella formaba parte de Hotshot y nunca abandonaría aquel lugar. No quería que un sobrino mío se criara en una comunidad tan pequeña y extraña como aquélla, dentro de la mágica influencia del cruce de caminos que formaba su núcleo.
Crystal no le había comentado a Jason el retraso de su periodo y estaba decidida a guardar silencio hasta estar segura del tema. Se bebió una cerveza en el tiempo en que Jason apuró dos y luego se marcharon para ir al cine en Clarice. Jason me dio un abrazo de despedida mientras yo servía las bebidas a un grupo de agentes de la ley. Se trataba de dos mesas juntas en una de las esquinas, ocupadas por Alcee Beck, Bud Dearborn, Andy Bellefleur, Kevin Pryor, Kenya Jones y el último ligue de Arlene, Dennis Pettibone, el investigador especializado en incendios provocados. Los acompañaban dos desconocidos, pero enseguida capté que eran también policías y que estaban allí destacados por algún motivo.
A Arlene le habría gustado servir aquella mesa, pero estaban claramente dentro de mi territorio e, igual de claramente, estaban hablando de algo importante. Cuando me acerqué con las bebidas, se callaron todos y no reanudaron la conversación hasta que no me alejé de la mesa. Naturalmente, lo que dijeran por la boca me traía sin cuidado, pues sabía exactamente lo que pensaban todos y cada uno de ellos.
Y los que conocían mis dotes, las habían olvidado por completo. Alcee Beck, en particular, me tenía un miedo de muerte, pero también él parecía haber olvidado mis capacidades, pese a habérselas demostrado en diversas ocasiones. Lo mismo podía decirse de Andy Bellefleur.
—¿Qué se trama en esa reunión de policías de aquel rincón? —preguntó Charles. Jane se había ido al lavabo y en aquel momento se había quedado solo en la barra.
—Veamos —dije, cerrando los ojos para poder concentrarme mejor—. Se están planteando trasladar la vigilancia policial de esta noche a otro aparcamiento, y están convencidos de que el incendio de mi casa está relacionado con los ataques y que la muerte de Jeff Marriot está vinculada a todo, de una u otra manera. Se preguntan incluso si la desaparición de Debbie Pelt podría estar incluida dentro de esta serie de crímenes, ya que la última vez que fue vista estaba echando gasolina en la autopista interestatal, en la estación de servicio más cercana a Bon Temps. Y piensan que también cabe la posibilidad de que la desaparición temporal de mi hermano Jason hace un par de semanas forme asimismo parte de todo este lío. —Moví la cabeza y al abrir los ojos vi que Charles estaba turbadoramente cerca de mí. Su ojo bueno, el derecho, estaba fijo en mi ojo izquierdo.
—Tienes dotes muy excepcionales, jovencita —dijo pasado un instante—. Mi último jefe solía hacer colección de casos excepcionales.
—¿Para quién trabajabas antes de estar en territorio de Eric? —pregunté. Se volvió para coger la botella de Jack Daniels.
—Para el rey de Misisipi —respondió.
Me sentí como si alguien hubiera tirado de la alfombra que tenía bajo mis pies.
—Y ¿por qué abandonaste Misisipi y viniste aquí? —pregunté, ignorando los gritos de la mesa que tenía a un metro y medio de mí.
El rey de Misisipi, Russell Edgington, me conocía como la novia de Alcide, pero no como telépata utilizada de forma ocasional por los vampiros. Era muy posible que Edgington me guardase rencor. Bill había estado encarcelado en las antiguas caballerizas que había detrás de la mansión de Edgington, donde había sido torturado por Lorena, la criatura que había convertido a Bill en vampiro hacía ciento cuarenta años. Bill había logrado escapar. Lorena había muerto. Russell Edgington no tenía por qué saber necesariamente que yo era la causante de todos aquellos sucesos. Aunque cabía la posibilidad de que sí lo supiese.
—Me cansé de la forma de actuar de Russell —dijo Sacharles—. No me va su rollo sexual y estar siempre rodeado de perversidad acaba resultando agotador.
A Edgington le gustaba la compañía masculina, era cierto. Tenía una casa llena de hombres, además de una pareja humana fija, Talbot.
Era posible que Charles se encontrara allí cuando yo estuve, aunque no lo recordaba. La noche en que me llevaron a la mansión estaba gravemente herida. No había visto a todos los que allí vivían y tampoco tenía por qué recordar necesariamente a los que vi.
Me di cuenta de que el pirata y yo seguíamos mirándonos a los ojos. Los vampiros más antiguos tienen capacidad para interpretar a la perfección las emociones humanas, y me pregunté qué información estaría dándole a Charles Twining con mi expresión y mi comportamiento. Aquélla fue una de las escasas veces en que deseé poder leer la mente de los vampiros. Me pregunté si Eric conocería los antecedentes de Charles. ¿Lo habría acogido Eric sin antes verificar su historial? Eric era un vampiro cauto. Había sido testigo de historias que yo ni siquiera podía imaginarme y había sobrevivido gracias a su cautela.
Me volví finalmente para responder a los gritos de los impacientes clientes que llevaban varios minutos insistiendo en que les rellenara sus jarras de cerveza.
Evité continuar la conversación con nuestro nuevo camarero durante el resto de la noche. Me pregunté por qué me habría contado aquello. O bien Charles quería que supiese que me estaba vigilando, o bien no tenía ni idea de que yo había estado en Misisipi recientemente.
Tenía mucho en qué pensar.
La jornada laboral tocó a su fin. Tuvimos que llamar al hijo de Jane para que viniera a recoger a su madre, que estaba como una cuba; no era la primera vez que lo hacíamos. El camarero pirata había trabajado a buen ritmo, nunca cometía errores y daba conversación a los clientes mientras servía los pedidos. Había cosechado buenas propinas.
Bill llegó para recoger a su huésped cuando ya cerrábamos. Me habría gustado poder charlar un rato tranquilamente con él, pero Charles se plantó al lado de Bill al instante y no tuve la oportunidad de hacerlo. Bill me miró con extrañeza, pero se marcharon sin que yo pudiera comentar nada con él. De todos modos, tampoco sabía muy bien qué quería decirle. Me sentí aliviada cuando me di cuenta de que Bill, por supuesto, sí había visto a los peores empleados de Russell Edgington, pues ellos eran quienes lo habían torturado. Que Bill no conociera a Charles Twining era buena señal.
Sam estaba ya preparado para nuestra misión olfativa. Hacía una noche fría y despejada y las estrellas iluminaban el cielo nocturno. Sam iba bien protegido y yo me había puesto mi precioso abrigo rojo. Tenía unos guantes y un gorro a conjunto, y pensaba utilizarlos. Aunque la primavera se acercaba a cada día que pasaba, el invierno no había terminado, ni mucho menos.
En el bar sólo quedábamos nosotros. El aparcamiento estaba vacío, exceptuando el coche de Jane. El resplandor de las luces de seguridad acentuaba las sombras. A lo lejos oí ladrar a un perro. Sam caminaba con cautela con sus muletas, intentando sortear el desigual piso del aparcamiento.
—Voy a transformarme —dijo Sam.
—Y ¿qué pasará con tu pierna?
—Ahora lo veremos.
Sam era un cambiante de pura sangre. Podía transformarse sin necesidad de que fuera luna llena, aunque las experiencias eran muy distintas, según contaba. Sam podía transformarse en animales distintos, aunque sus preferencias se decantaban por los perros y, dentro de éstos, por un collie.
Sam se ocultó detrás del seto que había delante de su casa prefabricada para desnudarse. Incluso en plena noche, capté la alteración del ambiente que indicaba la magia que envolvía su cuerpo. Se arrodilló y jadeó, y ya no lo vi más. Transcurrido un minuto, apareció un perro sabueso, de pelaje rojizo, balanceando las orejas de lado a lado. No estaba acostumbrada a ver a Sam con aquel aspecto y tardé un segundo en estar segura de que era él. Cuando el perro me miró, reconocí enseguida que se trataba de mi jefe.
—Vamos,
Dean
—dije. Le puse ese nombre al Sam en versión animal antes de que me diera cuenta de que hombre y perro eran el mismo ser. El sabueso empezó a correr por el aparcamiento delante de mí en dirección al bosque donde días atrás el francotirador había estado esperando a que Sam saliese del bar. Observé los movimientos del perro. Movía mejor la extremidad trasera derecha, pero no era una diferencia drástica.
Cuando penetré en la frialdad del bosque, la oscuridad se tornó más intensa. Me había llevado una linterna y la encendí. Con aquella luz, sin embargo, los árboles cobraban un aspecto espeluznante. El sabueso —Sam— ya había llegado al lugar que la policía había designado como la posición del francotirador. El perro, agitando sus carrillos, acercó la cabeza al suelo y empezó a inspeccionar el terreno y a clasificar toda la información olfativa que iba recibiendo. Permanecí a un lado, sintiéndome inútil.
Dean
me miró y dijo «guau». Inició el camino de vuelta al aparcamiento, por lo que me imaginé que ya había captado todo lo que podía captar.