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Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca (23 page)

BOOK: Más muerto que nunca
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—¿Qué te ha dicho? —preguntó.

—Quería saber dónde estaban los lavabos.

Levantó una ceja, mirando el letrero.

—Simplemente quería verme de cerca —dije—. O eso me imagino. —Me sentía extrañamente cómoda con Bill en aquel momento, independientemente de lo que hubiera sucedido entre nosotros.

—¿La has asustado?

—No ha sido mi intención.

—¿La has asustado? —volvió a preguntarme con voz más grave. Pero me lo dijo con una sonrisa.

—No —respondí—. ¿Querías que lo hiciera?

Negó con la cabeza, medio en broma.

—¿Estás celosa?

—Sí. —La sinceridad siempre es la respuesta más segura—. Odio sus muslos delgaduchos y su actitud elitista. Espero que sea una bruja horrorosa y que te entren ganas de aullar cuando pienses en mí.

—Bien —dijo Bill—. Me alegro de oírlo. —Me rozó la mejilla con los labios. Me estremecí al sentir el contacto de su piel fría, me invadieron los recuerdos. Y a él le sucedió lo mismo. Vi el calor en su mirada, los colmillos asomando. Entonces me llamó Catfish Hunter para que me diera prisa y le sirviese otro bourbon con Coca-Cola, y me alejé de mi primer amante.

Había sido un día larguísimo, no sólo por la energía física que había consumido, sino también desde el punto de vista emocional y profundo. Cuando llegué a casa de mi hermano, oí risas y gritos en su dormitorio y deduje que Jason estaría consolándose de la forma habitual. Era posible que estuviera preocupado pensando que su nueva comunidad lo tenía como sospechoso de los crímenes, pero la preocupación no era tanta como para llegar a afectar
su
libido.

Pasé en el baño el menor tiempo posible, entré en el dormitorio de invitados y cerré la puerta a mis espaldas. El canapé tenía un aspecto mucho más acogedor que la noche anterior. Cuando me acurruqué de costado y me cubrí con la colcha me percaté de que la mujer que estaba con mi hermano era una cambiante; lo percibí por el tono rojizo que irradiaban sus pensamientos.

Confiaba en que se tratase de Crystal Norris. Confiaba en que Jason hubiera convencido a la chica de que él no tenía nada que ver con los disparos. Ahora bien, si lo que Jason pretendía era aumentar sus problemas, lo mejor que podía hacer era engañar a Crystal, la mujer que había elegido en la comunidad de panteras. Pero Jason no era tan estúpido. Con toda seguridad.

No, no lo era. A la mañana siguiente, pasadas las diez, apareció Crystal en la cocina. Jason se había ido de casa muy temprano, pues tenía que estar en el trabajo a las ocho menos cuarto. Yo estaba bebiendo mi primera taza de café cuando apareció Crystal, vestida con una de las camisas de Jason, medio adormilada.

No era mi persona favorita, como tampoco yo la suya, pero me saludó con un «buenos días» bastante educado. Le devolví el saludo y saqué una taza para ella. Hizo una mueca al ver mi gesto y sacó un vaso, que llenó primero con hielo y luego con Coca-Cola. Me estremecí.

—¿Cómo está tu tío? —le pregunté en cuanto vi que empezaba a estar más consciente.

—Mejor —respondió—. Deberías ir a verlo. Le gustó tu visita.

—Me imagino que tienes claro que Jason no fue el autor de los disparos.

—Así es —dijo brevemente—. Al principio no quería hablar con él, pero en cuanto me puse al teléfono, me convencí enseguida de que no debía sospechar de él.

Me habría gustado preguntarle si los demás habitantes de Hotshot estaban dispuestos a concederle a Jason el beneficio de la duda, pero no me apetecía sacar a relucir un tema tan delicado.

Pensé en lo que tenía que hacer a lo largo del día: ir a buscar ropa, sábanas y mantas
y
algunos utensilios de cocina para la casa,
y
después instalar todo eso en el adosado de Sam.

Trasladarme a un lugar pequeño
y
amueblado era la solución perfecta para mi problema de vivienda. Había olvidado por completo que Sam era propietario de varias casitas en Berry Street, tres de las cuales eran adosadas. Él mismo se ocupaba de ellas, aunque a veces contrataba los servicios de J.B. du Roñe, un amigo mío del instituto, para realizar las reparaciones sencillas
y
los trabajos de mantenimiento. Con J.B. todo funcionaba sin problemas.

Pensé que después de recoger mis cosas, tal vez tuviera tiempo de ir a visitar a Calvin. Me duché
y
me vestí y, cuando me fui de casa de Jason, Crystal estaba sentada en la sala de estar mirando la tele. Me imaginé que a Jason no le importaría.

Terry estaba trabajando duro cuando aparqué en el claro. Di la vuelta a la casa para ver sus avances y quedé encantada al comprobar que había hecho mucho más de lo que me imaginaba. Me sonrió cuando se lo comenté y dejó por al momento de cargar tablones en su camión.

—Siempre es más fácil romper que construir —dijo. No era precisamente una declaración filosófica profunda, pero a el resumen de lo que piensa un albañil—. Si no pasa nada que me obligue a bajar el ritmo, en un par de días más acabaré. En el pronóstico del tiempo no han mencionado que vaya a llover

—Estupendo. ¿Cuánto te deberé?

—Oh —murmuró, encogiéndose de hombros e incómodo por la situación—. ¿Cien? ¿Cincuenta?

—No, eso no es suficiente. —Calculé rápidamente
las
horas que había empleado y multipliqué—. Más bien trescientos.

—No pienso cobrarte tanto, Sookie. —Terry adoptó su expresión terca—. De hecho, no te cobraría nada, pero tengo que comprarme un nuevo perro.

Cada cuatro años, más o menos, Terry se compraba un caro perro de caza de raza catahoula. A pesar de lo mucho que los cuidaba, a los perros de Terry siempre les pasaba alguna cosa. Cuando llevaba más de tres años con él, un camión atropello a su primer perro. Alguien envenenó la comida del segundo. La tercera, a la que puso por nombre
Molly
, fue mordida por una serpiente, un mordisco que acabó resultando mortal. Terry llevaba ahora meses en lista de espera aguardando el nacimiento de la siguiente carnada de un criador de Clarice especializado en perros de esa raza.

—Cuando lo tengas, tráeme a ese cachorro para que lo abrace —le sugerí, y Terry me sonrió. Por vez primera me di cuenta de que Terry se sentía feliz al aire libre. Estaba más cómodo, mental y físicamente, cuando no se encontraba bajo un tejado; y cuando salía con su perro, parecía un hombre casi normal.

Abrí la puerta de casa y fui a buscar lo que necesitaba, era un día soleado, de modo que la ausencia de luz eléctrica no me supuso ningún problema. Llené un cubo grande de Urético que solía utilizar para la ropa sucia con dos juegos de sábanas y un viejo cubrecama de felpilla, algo más de ropa para mí y unas cuantas cacerolas y sartenes. Tendría que comprar una cafetera nueva. La que tenía se había fundido. Y entonces, cuando miré por la ventana y vi la cafetera, que había quedado encima del montón de basura que se había ido acumulando, comprendí lo cerca que había estado de la muerte. Fue una toma de conciencia que me pilló desprevenida.

Y pasé de estar de pie junto a la ventana de mi habitación, contemplando un pedazo informe de plástico, a encontrarme sentada en el suelo, con la mirada fija en los tablones de madera pintada del suelo y esforzándome por respirar.

¿Por qué se me ocurría eso ahora, pasados ya tres días? No lo sé. A lo mejor fue por el aspecto de la cafetera: el cable chamuscado, el plástico retorcido por el calor. Aquel material había hervido hasta echar burbujas, literalmente. Me miré la piel de las manos y me estremecí. Continué sentada en el suelo durante un tiempo indefinido, con escalofríos y tiritona. Me quedé un par de minutos con la mente en blanco. La proximidad de mi roce con la muerte había podido conmigo.

Claudine no sólo me había salvado seguramente la vida, sino que además me había librado de un dolor tan insoportable que me habría llevado a desear morir. Tenía una deuda con ella que jamás lograría devolverle.

A lo mejor resultaba que era mi hada madrina de verdad.

Me incorporé, me desperecé. Cogí el cubo de plástico y me puse en marcha hacia mi nueva casa.

12

Entré abriendo la puerta con la llave que me había prestado Sam. Me correspondía el lado derecho del adosado, el opuesto al que ocupaba Halleigh Robinson, la joven maestra que salía actualmente con Andy Bellefleur. Supuse que, al menos parte del tiempo, era probable que tuviera protección policial y que Halleigh estaría ausente la mayor parte del día, lo que me venía muy bien teniendo en cuenta mis intempestivos horarios.

La sala de estar era pequeña y estaba amueblada con un sofá floreado, una mesita de centro y un sillón. La habitación contigua era la cocina, que era minúscula, naturalmente. Pero tenía fogones, nevera y microondas. No había lavavajillas, pero no me importaba ya que nunca había tenido. Debajo de una mesa diminuta había dos sillas de plástico escondidas.

Después de echarle un vistazo a la cocina, pasé al pequeño pasillo que separaba la habitación grande (que aun así era pequeña), que quedaba a la derecha, de la habitación de menor tamaño (minúscula) y el baño, que quedaban a la izquierda. Al final del pasillo había una puerta que daba a un pequeño porche trasero.

Era un alojamiento muy básico, pero estaba limpio. Había calefacción y aire acondicionado centralizado y los suelos estaban en muy buen estado. Pasé la mano por las ventanas. Cerraban a la perfección. Me acordé de que tenía que mantener giradas las persianas venecianas, pues tenía vecinos.

Hice la cama de matrimonio de la habitación más grande. Guardé mi ropa en la cómoda recién pintada y empecé a elaborar una lista de todas las cosas que necesitaba: una fregona, una escoba, un cubo, productos de limpieza..., todo el material que guardaba en el pobre porche de mi casa. Tendría que traer también el aspirador. Lo tenía en el armario de la sala de estar, por lo que imaginé que estaría en buen estado. Había traído uno de mis teléfonos para conectarlo aquí y hablaría con la compañía telefónica para que mis llamadas vinieran a parar a mi nueva dirección. Había cargado la televisión en el coche, pero antes debía disponerlo todo para que el canal por cable funcionara aquí. Tendría que llamar desde el Merlotte's. Desde el incendio, todo mi tiempo había quedado absorbido por la mecánica del día a día.

Me senté en el sofá con la mirada perdida. Intenté pensar en algo divertido, algo bueno que me esperara en un futuro. En dos meses podría tomar el sol. Eso me hizo sonreír. Me gustaba tenderme al sol con un pequeño biquini y controlar el tiempo de exposición para no quemarme. Me encantaba el olor del aceite de coco. Me gustaba depilarme las piernas y el resto del vello de prácticamente todo mi cuerpo para estar suave como el culito de un niño. Y no quiero oír discursos sobre lo malo que es tomar el sol. Es mi vicio. Todo el mundo tiene alguno.

Pero antes de eso tendría que ir a la biblioteca y coger otra tanda de libros. Había traído de casa los últimos que tenía prestados y los había dejado en el pequeño porche para que se ventilaran. Iría a la biblioteca, sería entretenido.

Antes de ir a trabajar, decidí cocinarme alguna cosa en mi minúscula nueva cocina. Para ello tenía que ir al supermercado, un desplazamiento que me tomó más tiempo del que me imaginaba porque compré muchos alimentos básicos que necesitaba. Mientras guardaba la compra en los armarios del adosado, empecé a tener la sensación de que realmente vivía allí. Doré un par de costillas de cerdo y las puse en el horno, cociné una patata al microondas y calenté unos guisantes. Cuando me tocaba trabajar por la noche, solía llegar al Merlotte's hacia las cinco, de modo que lo que me preparaba en casa esos días era una combinación de comida y cena.

Después de comer y lavar los platos, pensé que aún me quedaba tiempo para ir a visitar a Calvin al hospital de Grainger.

Los hermanos gemelos no habían ocupado aún su puesto en el vestíbulo, si es que seguían montando guardia allí. Dawson continuaba plantado en la puerta de la habitación de Calvin. Me saludó con un movimiento de cabeza, me hizo un gesto indicándome que me detuviera cuando aún estaba a varios metros de la puerta y asomó la cabeza en la habitación de Calvin. Respiré aliviada cuando Dawson me abrió la puerta para que entrara e incluso me dio una palmadita en la espalda.

Calvin estaba sentado en un sillón acolchado. Apagó la televisión en cuanto entré. Tenía mejor color, llevaba el pelo limpio y la barba bien recortada y empezaba a parecerse más a él. Vestía un pijama amplio de color azul. Vi que seguía con un par de tubos conectados. Hizo un intento de levantarse de su asiento.

—¡No, no te atrevas a levantarte! —Cogí una silla y me senté delante de él—. Cuéntame cómo estás.

—Me alegro de verte —dijo. Incluso su voz sonaba más fuerte—. Dawson me contó que no quisiste ninguna ayuda. Explícame quién fue el autor de ese incendio.

—Eso es lo más extraño, Calvin. No sé por qué aquel hombre prendió fuego a mi casa. Vino su familia a verme y... —Me quedé dudando, porque Calvin estaba en proceso de recuperación de su roce con la muerte y no estaba bien que fuera yo a preocuparlo con mis cosas.

—Dime lo que piensas —dijo, y me pareció tan interesado que acabé relatándole al cambiante herido todo lo que yo sabía: mis dudas sobre los motivos del pirómano, la sensación de alivio que experimenté cuando supe que el daño podía solventarse, mi preocupación por los problemas entre Eric y Charles Twining. Y le expliqué a Calvin que la policía había detectado otros puntos de actividad del francotirador.

—Eso despejaría las sospechas sobre Jason —señalé, y él asintió. No seguí forzando el tema—. Al menos no ha habido más víctimas —dije, tratando de pensar en algo positivo que añadir a mi triste retórica.

—Que nosotros sepamos —dijo Calvin.

—¿Qué?

—Que nosotros sepamos. A lo mejor ha habido otra víctima y está todavía por descubrir.

Me quedé perpleja ante aquella idea, pero tenía sentido.

—¿Cómo se te ha ocurrido eso?

—No tengo nada más que hacer —dijo con una sonrisa—. No leo, como tú. No me gusta mucho la televisión, excepto los deportes. —Cuando había entrado en la habitación estaba mirando el canal deportivo ESPN.

—¿Qué haces en tu tiempo libre? —le pregunté por pura curiosidad.

Calvin se mostró encantado de que le hubiera formulado una pregunta personal.

—Trabajo muchas horas en Norcross —dijo—. Me gusta cazar, aunque cazo siempre cuando es luna llena. —Con su cuerpo de pantera, era comprensible—. Me gusta pescar. Me gustan las mañanas en que puedo sentarme en mi barca si tener que preocuparme por nada.

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