Mass effect. Ascensión (31 page)

Read Mass effect. Ascensión Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mass effect. Ascensión
11.43Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Impresionante —respondió Golo—. Esto incluso puede llegar a funcionar, si tú y tu equipo hacéis exactamente lo que yo os diga.

—Por supuesto —dijo Grayson apretando los dientes, y le ofreció la mano para cerrar simbólicamente el trato—. No se nos ocurriría hacer otra cosa.

VEINTIDÓS

Pasaron tres días antes de que Mal volviera a la
Idenna
. Kahlee dedicó aquel tiempo a explorar la nave quariana y a familiarizarse con sus habitantes y su cultura.

La mujer se dio cuenta de que la mayor parte de lo que creía saber acerca de los quarianos era falso o distorsionaba notablemente la realidad. Siempre los había considerado ladrones, pedigüeños y traperos: una cultura de pequeños criminales en quienes no se podía confiar. Ahora los veía simplemente como un pueblo lleno de recursos y determinación. Eran una raza que se esforzaba en sobrevivir con un espacio y unos recursos limitados, sin dejar que su sociedad degenerara en el egoísmo y la anarquía. Para lograrlo, se aferraban con fuerza a su poderoso sentido de la comunidad.

Había algo noble en su unidad, aunque fuera forzada por las circunstancias. Todos los quarianos creían realmente que debían trabajar juntos para sobrevivir. Los fuertes lazos familiares entre compañeros de tripulación y la voluntad de los individuos de sacrificarse por el bien mayor, eran valores de los que Kahlee pensaba que otras especies también podrían aprender…, si algún día llegaban a ser capaces de ver más allá de sus propios prejuicios y nociones preconcebidas acerca de los quarianos.

Mientras Kahlee exploraba la nave, Hendel y Gillian pasaron la mayor parte del tiempo en la lanzadera de Grayson practicando sus poderes bióticos. Incluso en su traje ambiente, Gillian seguía sin sentirse completamente cómoda con extraños y prefería permanecer aislada en aquel entorno, que le era más familiar.

Lemm y Seeto los habían ido a visitar alguna vez, pero ninguno de los dos soltó una palabra cuando Kahlee o Hendel intentaron sacarles información acerca de la situación política en la sociedad quariana. Era frustrante ser un peón en un juego que no comprendían del todo, pero Kahlee confiaba en recibir respuestas pronto: el capitán Mal hablaría con ellos.

Kahlee, Hendel y Gillian llevaban sus trajes ambiente, preparándose para su visita a la lanzadera. Lemm había sugerido la idea el día anterior, como una manera de mostrar respeto por las costumbres y tradiciones quarianas en honor de la visita del capitán. Hasta que supieran algo más acerca de qué objetivo tenía la entrevista, apuntó Hendel, era mejor hacer todo lo que pudieran para tenerlo de buenas.

Con cierta reticencia, Kahlee había aceptado. No le gustaba tener que ponerse el traje si no era necesario, aunque tampoco era capaz de decir concretamente qué era lo que le desagradaba. Los trajes tenían un control de clima total, de manera que nunca sentía calor ni sudaba llevándolo, y el delgado y flexible material apenas le restringía los movimientos. Además, con el cristal del visor y las mejoras de audio del casco, podía ver y oír mejor con el traje que sin él.

Pese a todo, nunca se había sentido cómoda dentro. El traje la separaba completamente de las sensaciones táctiles normales, como la calidez de la piel del brazo de la butaca sobre el que tenía la palma de la mano o el frío del metal de la mesa que golpeaba rítmicamente con los dedos. Incluso hacía imposible pasarse los dedos por el pelo.

En cambio, a Gillian parecía encantarle llevar el traje y sólo se lo había quitado una vez desde que habían hablado con el capitán en el puente de mando. Incluso lo llevaba durante el entrenamiento biótico. Kahlee sabía que al jefe de seguridad le parecía un comportamiento raro, pero que lo aceptaba para hacérselo más fácil a la niña. Insistió, sin embargo, en que se quitara el casco y la máscara durante las sesiones. Gillian lo había aceptado, aunque no sin refunfuñar y quejarse un buen rato.

El simple hecho de que hubiera presentado resistencia, en vez de obedecer sin decir nada, era otra prueba más de lo mucho que había cambiado. Kahlee le había comentado a Hendel cuánto había mejorado Gillian, y compartió con él su teoría de que era posible que el traje ayudara a la niña a sentirse psicológicamente más segura y confiada. Hendel, en cambio, tenía una teoría distinta.

—Creo que si está mejor es porque Cerberus ya no la droga.

La idea era estremecedora, pero a Kahlee le sorprendió no haberlo pensado ella misma. No era muy probable que el estado de Gillian se pudiera atribuir únicamente a los mejunjes químicos que Jiro le había estado dando, pero era posible que hubieran hecho que los síntomas empeoraran. De alguna manera, aquella idea hacía parecer aún más monstruoso lo que Grayson le había hecho a su hija.

El sonido de la esclusa de aire abriéndose la sacó de sus recuerdos.

—Parece que el concepto de llamar a la puerta no está muy extendido por estos lares, ¿eh? —murmuró Hendel, levantándose de su asiento para dar la bienvenida a los visitantes.

Kahlee y Gillian hicieron lo mismo.

Kahlee había esperado que el capitán llegara acompañado de algún tipo de guardia de honor o escolta de seguridad, pero si había venido alguien más con él se había quedado fuera de la nave. Aparte de Lemm, Mal estaba solo.

—Gracias por la invitación —dijo, después de estrecharles la mano a todos.

—Es un honor recibirle —respondió Kahlee—. Por favor, siéntese y póngase cómodo.

No había más que cuatro asientos en la cabina de pasajeros, de manera que una vez los adultos estuvieron instalados, Gillian se sentó sobre las rodillas de Hendel. Kahlee se sorprendió de nuevo de lo mucho que había avanzado en poco menos de dos semanas.

Antes de que nadie pudiera hablar, un breve pitido apagado los interrumpió. Era el sonido de un mensaje entrante en la radio del casco, que había sonado tras la máscara de Mal. El capitán levantó una mano para pedirles silencio mientras escuchaba el mensaje. Kahlee no pudo oír lo que le decían, pero le vio asentir.

—Envíalos a la plataforma siete —ordenó—, y diles que nos alegramos de que estén de vuelta. Perdón —dijo luego hacia Kahlee y los demás—. Tengo que dar permiso a todas las naves entrantes antes de que puedan acoplarse.

—¿Tiene que ir en persona?

El capitán negó con la cabeza.

—Isli y su equipo les darán la bienvenida. Nosotros podemos seguir con lo nuestro.

—¿Y de qué va «lo nuestro»? —dijo Hendel, dejando de lado cualquier semblanza de educación y formas.

Kahlee no podía reprobarlo por ello; ella estaba a punto de hacer lo mismo. Por suerte, Mal parecía también dispuesto a hablar con toda franqueza.

—La Flota Migrante está muriendo —dijo sin emoción—. Es una muerte larga, lenta y casi invisible, pero los hechos son innegables. Nos acercamos a un momento de crisis para nuestra especie. En ochenta o noventa años, nuestra población será demasiado numerosa para que las naves la mantengan.

—Pensaba que tenían crecimiento cero de población —dijo Kahlee, recordando las estrictas políticas de control de la natalidad, que Seeto le había explicado durante uno de sus paseos por la nave.

—La población es estable, pero la Flota no —explicó el capitán—. Nuestras naves se hacen viejas y se averían más rápido de lo que podemos sustituirlas o repararlas. Poco a poco vamos perdiendo espacio habitable, pero ni el Cónclave ni el Almirantazgo parecen estar dispuestos a actuar. Me temo que cuando se den cuenta de que hay que hacer algo drástico ya será demasiado tarde para detener la catástrofe.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —quiso saber Kahlee—. ¿A qué venían todas esas preguntas sobre los geth y los segadores?

—Hay una coalición de capitanes, aún no somos muchos pero estamos creciendo, que creemos que hay que actuar inmediatamente si queremos que la nación quariana sobreviva —explicó Mal—. Hemos propuesto que se equipe a varias de las naves más grandes de la Flota para viajes de larga distancia. Queremos enviarlas en viajes de dos a cinco años a regiones desconocidas del espacio o a través de relés de masa sin explorar.

—Suena peligroso —apuntó Hendel.

—Lo es —admitió Mal—, pero puede que sea nuestra única opción para asegurar la supervivencia a largo plazo de la especie quariana. Necesitamos encontrar un mundo habitable y deshabitado que podamos convertir en el nuestro. O, si no, tenemos que encontrar la manera de volver al Velo de Perseo y reconquistar nuestro hogar de manos de los geth.

—¿Creéis realmente que vais a encontrar uno de esos segadores en los confines del espacio? —preguntó Hendel.

—Creemos que es mejor opción que simplemente no hacer nada y esperar a que nuestros números empiecen a declinar de manera irreversible.

—Suena lógico —admitió Kahlee—. Pero ¿por qué hay entonces tanta oposición al envío de las naves?

—Nuestra sociedad es extremadamente frágil —explicó Mal—. El más mínimo cambio puede tener enormes repercusiones. Enviar a varias de las naves más grandes a explorar hará que la Flota se debilite en conjunto, al menos hasta que vuelvan. La mayoría de los representantes del Cónclave no están dispuestos a asumir ese riesgo. Su aprensión tiene sentido —admitió el capitán—. Durante tres siglos el Almirantazgo y el Cónclave han luchado para evitar perder lo poco que tenemos. No tenían otra opción que adoptar políticas cuidadosas y conservadoras. Esas políticas nos fueron útiles durante un tiempo —prosiguió—, pero ahora debemos adaptarnos a las circunstancias. Necesitamos una nueva dirección política para sobrevivir. Desgraciadamente, el peso de la tradición se cierne sobre la Flota y hay mucho miedo al cambio. Por eso fue tan importante su testimonio ante los representantes, Kahlee —añadió—. Tenemos que incorporar más dirigentes a nuestra causa, para hacerles ver que la única posibilidad de sobrevivir pasa por asumir ciertos riesgos. Aunque no descubramos los segadores o cualquier otra manera de echar a los geth que quedan en el Velo de Perseo, puede que encontremos nuevos mundos para colonizar.

—Pero mi testimonio no tiene validez alguna —objetó Kahlee—. No fueron más que especulaciones e hipótesis. No sé nada útil sobre los geth ni los segadores. Y nunca he dicho que enviar naves al espacio inexplorado sirva para encontrarlos.

—Eso no importa —explicó Mal—. La gente cree que sus conocimientos pueden derrotar a los geth; da lo mismo si pueden de verdad o no. Lo que necesitamos es que se convierta en un símbolo de esperanza por el futuro de nuestra sociedad. Si los otros capitanes la ven aliada conmigo, ganaremos apoyo para nuestra causa. Por eso los que están en contra de nosotros quieren que abandone la
Idenna
.

—¿Quieren que nos vayamos? —dijo Hendel, preocupado—. ¿Significa eso que nos van a echar de la Flota?

—Eso no ocurrirá —le aseguró Mal—. Entonces serían mártires de mi causa y serviría para reclutar aún más apoyo para los partidarios del cambio. Pero hay muchos capitanes que se oponen a nuestras ideas —prosiguió—. Varios de ellos han ofrecido acogerlos si quieren abandonar la
Idenna
. Creen que si viajan con ellos podrán ganar más apoyo para su causa.

—No me gusta ser un peón político —murmuró Kahlee con voz oscura.

—Lo comprendo —dijo Mal con tono amistoso—, y siento mucho haberles puesto en esa posición. Si realmente no quieren implicarse, son libres de abandonar la Flota.

Kahlee frunció el ceño. Dejar la Flota no era una opción; no mientras Cerberus siguiera buscándolos.

—Por favor, Kahlee —añadió Lemm—. Enviar esas misiones de exploración es la mejor esperanza de supervivencia para mi pueblo.

El quariano podría haberla convencido sólo con decir que le debían una por haberlos rescatado en Omega, pero Kahlee había aprendido lo suficiente acerca de la cultura quariana para saber que nunca intentaría usar ese tipo de argumentos con ella. De cualquier manera, seguía debiéndole la vida, y las explicaciones de Mal tenían sentido.

Antes de que pudiera responder, sin embargo, oyeron el sonido lejano pero inconfundible de las alarmas de la
Idenna
.

—Ahora vamos a ver si tu información es fiable —susurró Golo cuando las pantallas de navegación de la
Cyniad
mostraron varias fragatas de patrulla separándose del cuerpo principal de la Flota Migrante.

La lanzadera quariana transportaba a diez comandos de Cerberus, perfectamente entrenados, además de Golo, Grayson y un piloto entrenado para manejar una nave adaptada para quarianos. Todos iban equipados con un traje de combate completo con escudos cinéticos y un rifle de asalto pesado.

—Abre el canal de comunicaciones —ordenó Golo, y el piloto siguió las instrucciones.

Grayson era quien estaba técnicamente al cargo de la misión, pero durante la mayor parte de ella tendría que ceder la primada a Golo, que era quien conocía a los quarianos.

Unos segundos más tarde, la radio chisporroteó con la llamada de las patrullas quarianas.

—Está entrando en un área restringida. Identificación.

—Al habla la nave de reconocimiento
Cyniad
, de la
Idenna
—respondió Golo—. Solicitamos permiso para reunimos con la Flota.

—Verificar autorización.

Grayson aguantó la respiración mientras Golo recitaba la frase.

—Mi cuerpo viaja a estrellas lejanas, pero mi alma nunca abandona la Flota.

Transcurrieron varios segundos antes de recibir respuesta.

—Confirmado por la
Idenna
. Bienvenidos a casa,
Cyniad
.

Golo apagó el canal de comunicaciones.

—Llévanos lentamente y con suavidad —le dijo al piloto—. No queremos asustar a nadie.

Localizar a la
Idenna
en medio de la armada de naves fue sorprendentemente fácil. Cada nave de la flota transmitía una señal de corto alcance en una frecuencia única. La
Cyniad
llevaba preprogramada la frecuencia de la
Idenna
, de manera que la nave apareció como un píxel verde en la pantalla de navegación, contrastando con el rojo del resto de las naves.

Mientras se acercaban, Golo abrió de nuevo el canal de comunicaciones.

—Al habla la
Cyniad
, pedimos permiso para acoplamos en la
Idenna
.

Hubo un retraso de varios segundos antes de que la radio respondiera.

—Al habla la
Idenna
. Petición concedida. La plataforma siete está lista. El capitán os da la bienvenida.

Other books

No Goodbye by Marita Conlon-Mckenna
In the Shadow of the Cypress by Thomas Steinbeck
Monkey Hunting by Cristina Garcia
The Rock by Chris Ryan
The Condition of Muzak by Michael Moorcock
(Book 2)What Remains by Barnes, Nathan