Mass effect. Ascensión (32 page)

Read Mass effect. Ascensión Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mass effect. Ascensión
10.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Nos alegra mucho estar de vuelta —contestó Golo—. Enviad un equipo de seguridad y de cuarentena —añadió, antes de cerrar el canal de comunicaciones de nuevo.

—¿Un equipo de seguridad? —preguntó Grayson, lleno de sospecha.

—Es el protocolo estándar —respondió Golo—. Si no pidiera uno, sospecharían algo.

—¿Irán armados?

—Probablemente sí, pero no esperarán encontrar una fuerza hostil. Tu equipo se podrá deshacer de ellos sin problemas.

Grayson sintió cómo se le revolvía el estómago mientras se acercaban a la plataforma de acoplamiento. Por primera vez en varios días, sintió la necesidad repentina de tomar una dosis de arena roja, pero enseguida se la quitó de la cabeza concentrándose en la misión.

Los tres hombres permanecieron en silencio en la cabina hasta que oyeron los ganchos de acoplamiento asegurando la nave.

—Apunta al blanco —dijo Grayson—, pero no dispares hasta que te lo ordene.

El piloto asintió.

Cerberus había hecho varias mejoras a la
Cyniad
, incluyendo un pequeño pero poderoso láser de corto alcance. Un disparo bien colocado sería capaz de destruir el transmisor de haz de luz concentrado, anulando las capacidades de comunicación externa de la nave y evitando que alertaran al resto de la Flota.

Tenían que hacerlo en el momento justo. La
Idenna
no perdería las comunicaciones internas y tan pronto como destruyeran el transmisor, el puente de mando alertaría a toda la tripulación. Grayson quería esperar hasta que hubieran podido ocuparse del equipo de seguridad que iba a darles la bienvenida.

—Equipo Alfa —dijo Grayson a través del transmisor de su casco de combate—, vais a tener compañía cuando se abra la esclusa de aire. Informadme tan pronto como os hayáis ocupado de ellos.

Unos segundos más tarde, se oyeron varias ráfagas rápidas de fuego en el exterior de la nave.

—El enemigo ha sido eliminado —respondió el líder del equipo Alfa—. No hemos sufrido bajas.

—Encárgate del transmisor —dijo Grayson.

El piloto disparó el láser para cortar el plato de manera rápida y limpia.

Las alarmas de a bordo se dispararon casi inmediatamente.

—Ahora empieza la fiesta —dijo Golo.

Grayson sabía que, bajo la máscara, el quariano sonreía.

VEINTITRÉS

—¿Qué está pasando? —preguntó Kahlee ante el sonido de las alarmas distantes.

El capitán escuchó atentamente un mensaje que le había llegado y seguidamente compartió las noticias con el resto.

—La
Cyniad
, una de nuestras naves de reconocimiento, se ha acoplado a la nave… y han destruido el transmisor de haz de luz.

—Yo buscaba precisamente a la tripulación de la
Cyniad
cuando os encontré en aquel almacén —dijo Lemm rápidamente—. Pensé que vuestros captores tenían alguna conexión con la nave de reconocimiento.

—Cerberus —dijo Hendel—. Vienen a por Gillian.

—¿Qué ha pasado con el equipo de seguridad que ha ido a recibirlos? —preguntó Kahlee, recordando las instrucciones anteriores del capitán—. ¿Isli y los demás?

—No responden —dijo Mal con voz sombría.

Todos sabían lo que aquello significaba.

—Si es Cerberus, vendrán directos a la lanzadera —los avisó Hendel—. Van a querer llevarse a Gillian y salir corriendo de aquí antes de que se pueda organizar algún tipo de resistencia.

—¿Tenéis armas a bordo? —preguntó Lemm.

Kahlee negó con la cabeza.

—El rifle que nos llevamos del almacén está casi sin munición. Hendel es biótico, pero eso es lo único que tenemos.

—Hay que llamar a una patrulla de seguridad.

—No llegarán a tiempo —contestó Mal—. La
Cyniad
está a sólo dos plataformas de aquí.

«Y ni siquiera podemos sellar la lanzadera y salir volando —pensó Kahlee—. Es imposible desacoplar la nave a tiempo».

—Vamos —dijo Kahlee poniéndose en pie—. No podremos resistir si nos quedamos aquí.

Los cinco —dos quarianos y tres humanos— salieron corriendo de la lanzadera a través de la esclusa de aire, hacia la plataforma de acoplamiento de la
Idenna
. Hendel tuvo que medio cargar con Gillian para que no se quedara atrás; las alarmas la habían desorientado y se movía con pasos lentos y distraídos.

—¡A la cubierta de intercambio! —gritó Mal—. Tenemos armas en el almacén.

Mientras atravesaban corriendo las salas y pasillos abarrotados, Kahlee no pudo evitar preguntarse qué pasaría cuando las tropas de Cerberus llegaran y se dieran cuenta de que la lanzadera de Grayson estaba vacía. Los quarianos no tenían razón alguna para esperar un ataque dentro de los confines de sus naves y el acceso fácil a armas de fuego era, en sus apretadas condiciones de vida, una receta segura para el desastre. Por ello, nadie excepto unas pocas unidades de seguridad llevaba armas. Si los agentes armados de Cerberus se ponían a buscar a Gillian por los muelles llenos de gente, aquello se convertiría en una masacre.

Mal gritaba instrucciones por radio, intentando organizar refuerzos que pudieran repeler al enemigo.

—¡Tenemos que detenerlos! —gritó Kahlee—. Hay que pararlos en la cubierta de intercambio! Si no, cientos de quarianos morirán.

El capitán asintió y envió instrucciones al puente de mando.

«¿Cómo nos han encontrado aquí? —se preguntó Kahlee mientras corría—. ¿Es que no hay ningún sitio en la galaxia donde Gillian pueda escapar?».

Cuando el equipo de Cerberus llegó a la vieja lanzadera de Grayson la encontró vacía.

—Se habrán escondido en la nave —aventuró Golo.

—¿Cuántos quarianos hay a bordo? —preguntó Grayson.

—Entre seis y setecientos —estimó Golo—. Pero sólo un par de docenas llevarán armas. Quédate aquí con dos hombres para guardar la lanzadera y yo me llevaré al resto conmigo. Encontraremos a Gillian y la traeremos de vuelta.

Grayson negó con la cabeza.

—Es mi hija. Voy contigo.

—Olvídalo —replicó Golo—. No te necesitamos.

—Yo soy el que está a cargo de esta misión —le recordó Grayson.

—Y yo soy el único que sabe moverse por una nave quariana —contraatacó Golo—. No puedes hacerlo sin mí, y no te quiero en mi equipo. Estás demasiado implicado emocionalmente —continuó, casi disculpándose—. No tienes la cabeza clara y no estás preparado para esto.

Grayson no le replicó. Casi no había dormido desde su huida del almacén de Pel; era un drogadicto impulsado por la adrenalina y la desesperación. La fatiga y el síndrome de abstinencia afectarían a sus capacidades de reacción y de juicio, poniendo en peligro a todo el equipo.

—Si realmente quieres recuperar a tu hija —añadió el quariano con un susurro—, lo mejor que puedes hacer es esperar aquí y poner la lanzadera a punto para cuando volvamos.

Golo jugaba con él, apelando a sus emociones. Al quariano le importaba muy poco lo que le pasara a Gillian. No era más que un hijo de puta mentiroso y manipulador que sólo se preocupaba de su propio beneficio. Pero aquello no quería decir que no tuviera razón.

«Les irá mejor sin ti. Por la misión (por Gillian), tienes que quedarte al margen de esto».

—Tú, tú y tú —dijo Grayson, señalando al piloto y a dos hombres más—. Quedaos aquí conmigo. El resto id con Golo. Recordad que sólo tenemos treinta minutos para salir de esta nave.

—Si los humanos están en la nave muy probablemente llevarán trajes ambiente —apuntó Golo, con tono casi despreocupado.

Grayson lanzó una maldición silenciosa ante las complicaciones adicionales que aquello suponía.

—El Hombre Ilusorio quiere a Gillian sana y salva —recordó con énfasis a los ocho soldados que acompañarían a Golo, para asegurarse de que entendían las instrucciones—. No disparéis a nada que sea más pequeño que un quariano adulto.

—A menos que estéis lo bastante cerca para contarle los dedos —añadió Golo, riendo.

—Estamos sellando secciones de la nave desde el puente de mando —les dijo Mal mientras repartía las armas guardadas en el almacén con la comida, la medicina y otros bienes controlados—. No los detendrá, pero puede que los haga ir más lentos. Los civiles están siendo evacuados a cubiertas superiores y he ordenado a todos los equipos de seguridad que se dirijan hacia aquí.

Kahlee tomó el rifle de asalto que le pasó el capitán y comprobó su peso. Era una copia volus barata de un diseño turiano, un arma de baja calidad, pero en cualquier caso era mejor que nada.

La doctora lanzó una mirada alrededor de la sala, calculando sus posibilidades. Sólo había una entrada que llevara a la cubierta de intercambio desde las plataformas de acoplamiento: Cerberus tendría que ir hacia ellos a través de un corredor largo y estrecho. Pero si lograban atravesar la puerta podrían ponerse a cubierto tras las cajas y contenedores esparcidos por la habitación. Un equipo de asalto bien organizado no tendría ningún problema para desplegarse por la sala e intentar tomar a los hombres de Mal por el flanco. Y si debían retirarse, sólo había un sitio al que ir: los espacios superpoblados de la cubierta superior.

Dos equipos de seguridad quarianos habían llegado ya a la cubierta de intercambio. Cuando Mal hubo entregado las armas a Kahlee, a Lemm y a Hendel, habían aparecido cuatro más, venidos de las cubiertas superiores.

—Repartíos por el espacio y poneos a cubierto —ordenó el capitán—. Defended las puertas tanto tiempo como podáis. Si doy la orden, replegaos en el nivel superior.

Los quarianos se apresuraron en tomar posiciones y Kahlee se giró hacia Gillian. La niña no se movía ni miraba a su alrededor; simplemente miraba al vacío con los brazos colgándole inertes a los lados.

—¿Te acuerdas de dónde está la habitación de Seeto? —preguntó Kahlee, intentando no pensar que el joven quariano, al igual que Isli y Ugho, estaba probablemente muerto.

Gillian no respondió inmediatamente, sino que permaneció inmóvil y en silencio, con la mirada perdida a través de la máscara.

—¡Gillian! —gritó Kahlee—. ¡Esto es importante!

La niña se volvió lentamente hacia ella.

—¿Te acuerdas de cuando Seeto nos ha enseñado su habitación? —repitió Kahlee.

La niña asintió una vez.

—¿Sabes dónde está?

—En la cubierta de encima —respondió con una voz monótona que indicaba que se alejaba más y más de la realidad que la rodeaba—. El primer cubículo del grupo que ocupa la cuarta columna, sexta fila.

—¡Quiero que vayas allí y nos esperes hasta que Hendel o yo vayamos a recogerte! —gritó Kahlee—. ¿Me entiendes? ¡Ve a la habitación de Seeto y escóndete allí!

Gillian asintió de nuevo, se dio la vuelta y echó a andar hacia el montacargas.

—¡Las escaleras, Gillian! —gritó Kahlee, al darse cuenta de que el montacargas no estaría activo con la nave en bloqueo de emergencia—. ¡Tienes que ir por las escaleras!

La niña no se giró hacia ella, pero cambió de ruta y se dirigió a las escaleras.

—¿Estás segura de que es una buena idea enviarla sola? —preguntó Hendel, mientras comprobaba el punto de mira y los sistemas de autopuntería de su arma.

Kahlee no estaba segura. De hecho, no le gustaba nada hacerlo, pero no era capaz de ver ninguna otra opción.

—No se puede quedar aquí —dijo—, y tampoco podemos enviar a nadie con ella. Mal va a necesitar a todos los efectivos posibles si queremos tener la más mínima opción de plantarles cara.

Hendel asintió. Él también veía la gravedad de la situación. Buscó un lugar que le permitiera tener una buena línea de tiro hacia cualquiera que apareciera por la puerta, y se posicionó tras un gran cajón de acero lleno de cazuelas y sartenes.

Cerberus no los hizo esperar demasiado.

El asalto empezó con un puñado de granadas, que volaron a través de la puerta hacia la cubierta de intercambio. Ninguno de los hombres de Mal estaba tan cerca de la entrada para que les afectara la explosión, pero cuando las granadas detonaron enviaron volando por los aires varios de los cajones junto con sus contenidos. Nadie resultó herido, pero sirvió para distraerlos mientras el primer destacamento de dos hombres de Cerberus avanzaba hasta la puerta.

Kahlee y el resto abrieron fuego, intentando hacerles retroceder. Confiados en los escudos cinéticos de su blindaje, los enemigos devolvieron el fuego mientras atravesaban corriendo la entrada, y se disponían a ponerse a cubierto tras unos contenedores cercanos.

El plan habría funcionado de no ser por Hendel. Mientras Kahlee y los quarianos descargaban ráfaga tras ráfaga de manera inútil sobre los escudos enemigos, el biótico había estado reuniendo sus fuerzas. Justo cuando los soldados de Cerberus se apostaron tras la caja que esperaban que les sirviera de cobertura, Hendel la levantó en el aire y los dejó expuestos a otra ronda de fuego concentrado de los rifles de asalto.

Sus escudos, gastados por la carga inicial, no pudieron salvarlos de la segunda descarga de balas. Ambos hombres cayeron hechos pedazos y Kahlee sintió una emoción triunfal exultante.

Su euforia no duró mucho. La segunda ola de soldados de Cerberus —esta vez un grupo de tres— entró unos segundos después, usando las mismas técnicas. Hendel necesitaba más tiempo antes de poder descargar sus poderes de nuevo, de manera que el trío pudo ponerse a salvo tras uno de los contenedores. A cubierto del fuego enemigo, pudieron reagruparse y recargar sus escudos antes de volver a atacar.

Salieron de su posición todos a la vez, cada uno se movía en una dirección distinta mientras se repartían por el laberinto de cajas y contenedores. Kahlee se concentró en el enemigo más cercano y perdió el rastro de los otros dos. Intentó abatirlo apuntando con cuidado mientras se movía entre cobertura y cobertura, pero el soldado conocía los límites de sus escudos, y siempre era capaz de ponerse a salvo antes de que se extinguieran completamente.

Kahlee se dio cuenta de que intentaba llegar al otro extremo de la habitación, para posicionarse en algún sitio desde donde pudiera emboscar a los defensores por la retaguardia. Con el rabillo del ojo, la mujer vio a uno de los quarianos salir de su posición para intentar cortarle el paso, pero lo abatió el fuego de la tercera ola de soldados de Cerberus, que entonces atravesaba la puerta.

Fue entonces cuando Kahlee se dio cuenta de lo desesperado de su situación. Pese a tener una ventaja numérica de dos o tres a uno, las ventajas tácticas y tecnológicas de los agentes de Cerberus eran demasiado para ellos. Tenían mejores armas, mejor armadura y mejor entrenamiento. La mitad del equipo de Mal —incluyendo a Lemm, el capitán, Hendel y la propia Kahlee— no llevaba ni siquiera armaduras.

Other books

Murder Being Once Done by Ruth Rendell
Humphry Clinker by Tobias Smollett
Ossian's Ride by Fred Hoyle
The Jefferson Key by Steve Berry
The Beast Loves Curves by J. S. Scott
Skeleton Key by Jane Haddam
Bloodhound by Tamora Pierce
The Night Stages by Jane Urquhart