Un disparo alertaría a todos los que estuvieran cerca, pero eso no quería decir que no pudiera utilizar su rifle como arma. Sabía que la armadura del hombre estaba equipada con barreras cinéticas, pero éstas estaban programadas para responder específicamente a la velocidad. Si alguien se te sentaba encima o te daba una bofetada no se activaban; sólo un ataque de alta velocidad podía hacerlo. Un golpe seco en la cabeza no sería lo bastante rápido para que se dispararan.
Kahlee se le acercó rápidamente por la espalda, blandiendo su arma como un bate de béisbol, agarrada por el cañón. En cuanto lo tuvo a su alcance dio tres pasos rápidos para ganar impulso y le golpeó tan fuerte como pudo con el improvisado palo.
El ruido de sus pasos corriendo sobre el suelo metálico de la plataforma de acoplamiento le dio al soldado el tiempo justo de reaccionar. Se medio giró hacia ella al tiempo que levantaba un brazo y agachaba la cabeza, de manera que el golpe lo alcanzó en el hombro y no en el cráneo. La fuerza del impacto le hizo soltar el rifle de asalto, que cayó por el suelto mientras el hombre se tambaleaba intentando mantener el equilibrio.
Kahlee lanzó otro golpe, pero estaba demasiado cerca para conseguir el impulso que necesitaba. El impacto le alcanzó en el lado del casco, pero no tenía la potencia necesaria para dejarlo inconsciente. Medio aturdido, el soldado intentó separarse de ella mientras con la mano buscaba la pistola que llevaba en el cinto.
Kahlee hizo girar el rifle de asalto para poder soltar un culatazo hacia el frente. Lo alcanzó justo bajo el borde del visor de tres cuartos y le rompió varios dientes de la mandíbula inferior. El hombre cayó de espaldas, Kahlee saltó encima de él y le golpeó con la culata en la cara.
Ni siquiera el casco pudo protegerlo de la fuerza salvaje de los impactos repetidos. Después de seis golpes consecutivos, Kahlee estaba segura de que nunca más se pondría en pie. Para asegurarse le dio dos golpes extra.
La mujer se levantó y se dio cuenta de que el rifle de asalto había quedado doblado por el ataque.
«Vaya trasto volus inútil», pensó mientras le quitaba la pistola al soldado muerto.
Después de eliminar a su adversario, lanzó una mirada rápida por el resto de la plataforma de acoplamiento. Cuando vio los cuerpos de dos soldados de Cerberus bajo la carretilla supo que la niña había pasado por allí.
Kahlee se deslizó dentro de la lanzadera, moviéndose tan silenciosamente como pudo. La cabina de pasajeros estaba vacía, o sea que se dirigió a la cabina del piloto, pero allí tampoco vio a nadie. Cuando miró las habitaciones del fondo no le sorprendió demasiado encontrarse a Gillian tumbada en la cama con su padre sentado a su lado en actitud protectora.
—Aléjate de ella, hijo de puta —dijo apuntando a Grayson con la pistola.
El hombre levantó la mirada ante su voz, con los ojos como platos por la sorpresa. Le llevó un momento reconocerla tras el traje ambiente y la máscara.
—¿Kahlee? —murmuró.
Ella asintió e hizo un gesto con la pistola. Grayson se levantó lentamente y se separó de la cama.
Al mirar hacia Gillian, Kahlee se dio cuenta de que estaba inconsciente.
—¿Qué le has hecho? ¿La has drogado otra vez? —preguntó.
—La he aturdido —susurró Grayson.
Kahlee pensó que parecía avergonzado de sí mismo y se dio cuenta que, pese a todo lo que había hecho, su hija le importaba de verdad. De algún modo, aquello hacía que su devoción a Cerberus fuera más terrible y más patética.
Fue entonces cuando sintió la presión de un cañón de pistola contra las costillas.
—Tira el arma —dijo una voz detrás de ella.
Por una décima de segundo, Kahlee pensó en disparar a Grayson. Pero matar a su padre no salvaría a Gillian y seguramente sólo serviría para que la mataran a ella. En vez de eso, dejó caer la pistola.
—Estírate en el suelo boca abajo, con las manos en la cabeza —ordenó la voz, apretando de nuevo con la pistola.
La mujer hizo lo que le ordenaban y oyó al atacante desconocido caminar hasta la cama.
—No la toques, Golo —lo avisó Grayson.
La ira gélida de su voz hizo que los pasos se detuvieran. Kahlee movió un poco la cabeza para mirar lo que ocurría y se quedó atónita al ver que Grayson hablaba con un quariano.
Hendel sintió cómo el mundo volvía a aparecerle delante en medio de una oleada de dolor. Lo notó en cada hueso y músculo de su cuerpo, aún afectados por el choque contra la pared, y mientras la consciencia le volvía lentamente permaneció estirado allí, intentando orientarse. En pocos segundos empezó a recordar: estaba en la cubierta de intercambio, donde los quarianos habían estado luchando contra Cerberus.
Seguía oyendo disparos, pero venían de más lejos.
«La batalla se ha trasladado al nivel superior».
Ignorando las protestas de sus músculos, se forzó a ponerse en pie. Sufrió varios segundos de vértigo antes de recuperar completamente el equilibrio. Miró a su alrededor, localizó su rifle de asalto caído en el suelo y lo recogió.
«Tengo que ayudar a Kahlee y al resto».
Antes de que pudiera salir de detrás de la mesa, sin embargo, oyó unos pasos pesados corriendo por las escaleras. Dos soldados de Cerberus bajaban de la cubierta superior, con la atención concentrada no en Hendel, sino en los quarianos que los perseguían.
«¡Se están retirando! —pensó Hendel—. ¡Hemos ganado!».
No podía plantearse lanzar otro ataque biótico. La cabeza aún le daba vueltas por el impacto de antes y sospechaba que tenía un ligero traumatismo. Pero se sentía lo bastante bien para usar el rifle de asalto.
Confiando en que el sistema de autopuntería del arma corregiría la inestabilidad de su pulso, se plantó ante el soldado de Cerberus más cercano y abrió fuego.
A aquella distancia, las balas anularon rápidamente sus escudos. Duraron lo suficiente como para que pudiera girarse hacia Hendel, pero no para levantar el arma y devolver el fuego.
El segundo soldado se volvió hacia él justo cuando el primero caía al suelo, y Hendel tuvo que ponerse a cubierto tras la mesa. La primera ráfaga enemiga hizo saltar varios pedazos de madera, pero el mueble se mantuvo en pie, dando a Hendel tiempo para refugiarse en el almacén que había detrás.
Al sacar la cabeza para responder con una descarga vio que el soldado de Cerberus había quedado atrapado en el fuego cruzado. Hendel disparó al mismo tiempo que lo hacían varios quarianos que bajaban por las escaleras. Con enemigos al frente y detrás, el soldado no duró más de tres segundos.
—¡Soy yo, Hendel! —gritó desde el almacén, para evitar que le dispararan por error si salía sin avisar.
—¡Hendel! —oyó gritar a Lemm—. ¡Estás vivo!
Salió del almacén y dio un salto por encima de la mesa. Lemm, Mal y cuatro quarianos más estaban al pie de las escaleras.
—¿Era el último? —preguntó Hendel, haciendo un gesto hacia el soldado de Cerberus muerto en el suelo.
Como no oía más disparos, imaginó que la batalla había terminado.
—Puede que queden uno o dos —respondió el capitán—, retirándose hacia la
Cyniad
.
—Nos estaban aniquilando y de golpe se replegaron completamente —añadió Lemm.
—¿Por qué iban a…? —empezó Hendel y se detuvo rápidamente—. ¿Dónde está Kahlee? ¿Dónde está Gillian?
Nadie le respondió.
—¡Cerberus la tiene! —gritó Hendel—. ¡Por eso se retiran!
El grupo salió a la carrera hacia las plataformas de acoplamiento.
—¿Le pego un tiro? —preguntó Golo.
Grayson miró hacia Kahlee, que seguía boca abajo en el suelo con un traje ambiente. El quariano le apuntaba con la pistola en la nuca.
—No —dijo Grayson—. Déjala con vida. Es una experta en configuración de amplificadores bióticos. Puede que Cerberus quiera que ayude en el nuevo entrenamiento de Gillian.
—Nunca te ayudaré en tus asquerosos experimentos —escupió Kahlee desde el suelo.
—Cállate —la avisó Golo con una patada en las costillas.
Grayson se estremeció.
Kahlee gruñó mientras rodaba, agarrándose el lugar del golpe con las manos.
—Gillian te odiará para siempre —dijo, al recuperar el aire—. Nunca te perdonará.
El quariano tomó impulso y le dio otra patada, haciendo que la mujer pusiera las piernas en posición fetal para intentar protegerse.
—¡Basta! —chilló Grayson.
—¿Cómo puedes dejar que le hagan esto a tu propia hija? —preguntó Kahlee con los dientes apretados, mientras se retorcía de dolor.
—¿Has visto la carretilla ahí fuera? —replicó Grayson—. ¿Has visto de lo que es capaz? ¡Eso ha sido gracias a lo que hizo Cerberus!
—Quieren convertirla en un arma —respondió Kahlee jadeante. Grayson imaginó que tendría varias costillas rotas—. Se está volviendo un monstruo.
—La están transformando en la salvadora de la raza humana —dijo Grayson.
—No tenemos tiempo para esto —lo avisó Golo.
—La están destruyendo —escupió Kahlee con una voz llena de dolor e ira—. Las drogas han hecho que su estado empeorara. ¡Sin ellas tiene la oportunidad de ser normal!
Sin quererlo, Grayson revivió intensamente el recuerdo de Gillian abrazándolo frente a la esclusa de aire. Recordó sus palabras y su sorprendente tono desafiante.
«Tenemos que esperar a mis amigos. No me voy sin ellos».
—Gillian era feliz aquí —prosiguió Kahlee—. ¿La has visto alguna vez así? ¡Era feliz de verdad!
—¡Que te calles! —gritó Golo, volviendo a patearla.
Esta vez no se detuvo, sino que siguió dándole patadas hasta que Grayson dijo:
—¡Basta! Es suficiente. Ya está.
Golo le miró, jadeando ligeramente por el esfuerzo, y se encogió de hombros. En el suelo, Kahlee rodaba débilmente de lado a lado, gimiendo tras su máscara.
Grayson levantó la mirada hacia Gillian. Se veía tan pequeña, vulnerable e indefensa…
«La salvación tiene un precio», fueron las palabras del Hombre Ilusorio que le resonaron en la cabeza. En su mente apareció la imagen del quariano mutilado en el subterráneo del almacén de Pel.
«No nos juzgues por nuestros métodos, sino por lo que queremos conseguir».
—Ya casi no nos queda tiempo —le recordó Golo—. Tenemos que salir ya. No podemos esperar a los demás.
Grayson se dio cuenta enseguida del parecido entre el quariano y su antiguo compañero. Ambos eran sádicos y crueles. Ninguno de los dos tenía ningún escrúpulo ante la tortura y el asesinato en beneficio propio. Y ambos eran traidores a su propio pueblo. Le daba náuseas darse cuenta de con qué tipo de individuos trataba.
«Asumimos terribles cargas por el bien mayor. Éste es el precio que debemos pagar por la causa».
—Enciende los motores y sácanos de aquí —ordenó Grayson.
Al tiempo que el quariano se daba la vuelta, Grayson se agachó con calma y recogió la pistola que Kahlee había dejado en el suelo. Se acercó al quariano por la espalda y le puso el cañón contra el casco, demasiado cerca para que los escudos cinéticos pudieran salvarlo. Disparó una única bala que le atravesó la cabeza, salió por la máscara y se alojó en la pared de la lanzadera.
Mientras el quariano se desplomaba, Grayson soltó la pistola. Se giró y miró a Kahlee, pero no pudo adivinar lo que pensaba detrás de la máscara.
—La nave en la que hemos venido está llena de explosivos —le dijo—. Tenemos unos dos minutos antes de que detonen y abran un agujero en el flanco de la
Idenna
. Necesitaré que me ayudes para detenerlo. ¿Puedes caminar? —preguntó, ofreciéndole la mano para que se incorporara.
Kahlee dudó medio segundo antes de tomarla y ponerse en pie entre gruñidos.
—Al menos voy a intentarlo, maldita sea —respondió.
Hendel y los quarianos corrían a toda velocidad cuando llegaron a las plataformas de acoplamiento. La
Cyniad
estaba en la plataforma siete, al fondo tras el resto de naves. El antiguo jefe de seguridad poseía una larga zancada que lo había puesto por delante, pero el resto pronto lo alcanzó cuando se detuvo estupefacto al ver las dos figuras que salían de la esclusa de aire de la plataforma tres.
Kahlee, aún en traje ambiente, y Grayson, con armadura de Cerberus, salían de la lanzadera. La mujer pasaba un brazo por el cuello de Grayson, que parecía sostenerla como si ella no pudiera caminar sola. Ninguno de los dos iba armado.
—¡Hendel! —gritó Kahlee, aunque su voz se tornó enseguida un alarido de dolor, mientras con la mano libre se agarraba el costado.
—La
Cyniad
—les avisó Grayson—. La nave en la plataforma siete… ¡está llena de explosivos!
Atónito ante la escena que había visto aparecer ante sus ojos, Hendel sólo pudo sacudir la cabeza.
—¿Qué está pasando? ¿Dónde está Gillian?
—Está bien —respondió rápidamente Grayson—. Pero tienes que ir a la
Cyniad
y desactivar la bomba antes de que explote.
—¿Qué demonios estás diciendo?
—Cerberus. No íbamos a escapar en la
Cyniad
. Íbamos a volver en mi lanzadera. La
Cyniad
está cargada de explosivos y preparada con un temporizador para explotar y distraer la atención cuando huyamos.
—¿Cuántos explosivos y cuánto tiempo? —preguntó Hendel.
—Dos minutos y la cantidad suficiente para abrir un boquete en el costado de la
Idenna
.
—¡Vigiladlo! —dijo Hendel, señalando hacia Grayson mientras se daba la vuelta.
—¡Espera! —gritó Grayson, deteniéndolo—. Es un sistema de armamento dual sincronizado. Necesita que dos personas introduzcan el código simultáneamente o detonará.
—¿Cuál es el código? —exigió Mal.
—Seis-dos-tres-dos-uno-dos.
—Los demás, todos fuera de las plataformas de acoplamiento —ordenó el capitán, antes de volverse hacia Hendel—. Vamos.
Les llevó menos de treinta segundos llegar a la esclusa de aire de la
Cyniad
, Al otro lado había los cuerpos de Isli, Seeto y Ugho. La esclusa misma estaba sellada.
—Espera —dijo Mal, agarrando a Hendel por el brazo—. ¿Y si es una trampa?
El jefe de seguridad había pensado lo mismo.
—Tendremos que arriesgarnos.
Abrieron la esclusa y entraron corriendo en la lanzadera quariana. El compartimento de carga estaba lleno de suficientes explosivos para hacer volar en pedazos un pequeño asteroide. Al menos había cincuenta barriles de combustible líquido de cohetes, todos tan grandes que le llegaban a Hendel por el hombro, situados en el centro de la sala, unidos con un lío tremendo de cables. Desde algún lugar en medio del grupo de barriles, completamente inaccesible, se oía el rítmico bip-bip-bip de un temporizador haciendo la cuenta atrás.