Memento mori (41 page)

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Authors: César Pérez Gellida

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Memento mori
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Carapocha se sirvió una copa y la apuró antes de recuperar el tono conciliador.

—Debes tener muy claro que tienes que enfrentarte tú solito a esto. De nada te servirá adoptar el papel del «llora charcos», del «mea penas» o del «caga lástimas». Recuerda que Martina fue asesinada por un tipo con el único objeto de desestabilizar a su pelirrojo rival, así que concentra tu ira en la dirección adecuada y siempre hacia fuera.

—Pues lo consiguió. ¡Vaya si lo consiguió el hijo de puta! Parece anticiparse a nuestros movimientos, y no fui capaz de prever que Martina podría ser su próxima víctima.

—La ira no te ayudará cuando hayas salido del tanque de agua, tenlo presente. Mañana quiero verte en el funeral de Martina. Despídete de ella como creas conveniente y, después, nos ponemos manos a la obra. Come algo que tu estómago pueda digerir y recupera las horas de sueño que le debes a tu cerebro.

Sancho asintió sin despegar la mirada de los ojos grises y saltones del psicólogo.

—¡La puta madre que me parió, acabo de caer en la cuenta!

—¿De qué? —quiso saber el psicólogo, que ya se disponía a marcharse.

—¡Steve Buscemi!

—Sí. Ya me lo han dicho más veces. Él es más guapo, pero yo soy mejor actor —aseguró antes de cerrar la puerta.

NUNCA FUE TAN BREVE UNA DESPEDIDA

Café Molinero
Calle María de Molina, 22 (Valladolid)
25 de noviembre de 2010, a las 10:21

A
l subdelegado del Gobierno le irritaba el olor a puro que dominaba el espacio aéreo de la barra en la vetusta y sempiterna cafetería del centro de la ciudad. Travieso llegaba tarde a la cita, por lo que Pemán se entretuvo examinando al hombre chimenea tratando de digerir su malestar. Tendría unos cincuenta años, vestía un traje gris marengo dos tallas menor de lo que le reclamaba su ombligo, y sobre este destacaba, sin suerte alguna, una corbata de ciervos rojos sobre fondo verde botella. Pemán esperó pacientemente a que la mirada del hombre se cruzara con la suya para obsequiarle con todo el desprecio que fue capaz de transmitir con los ojos.

Pablo Pemán iba camino de cumplir su cuarto año como subdelegado del Gobierno. Había compatibilizado su puesto de dirección en una de las entidades financieras más importantes del país con la política, hasta que le llegó la oportunidad de ser diputado en la Junta de Castilla y León a los cincuenta y tres años. Su posición económica, sus buenos contactos dentro del partido y el repentino fallecimiento de su predecesor le habían llevado a instalarse en el despacho de la calle Jesús Rivero Meneses. No estaba dispuesto a permitir que su carrera política se viera enturbiada ni, mucho menos, truncada por una serie de crímenes sin resolver. Inmerso en sus cavilaciones, no se percató de la llegada del comisario provincial.

Francisco Travieso llegó visiblemente fatigado, arrastrando los más de veinte kilos que había ganado desde que cambió los cigarrillos por abisinios
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haciendo de su silueta un saco de escombros. Conservaba apenas una delgada línea de pelo blanco que circunnavegaba su esférica cabeza de oriente a occidente, y lucía unas de esas gafas con cristales que se oscurecen con el sol y sin el sol. Su esposa le pidió el divorcio con cincuenta y un años por su extrema dedicación al cuerpo y al de otras mujeres de dudosa reputación. A pesar de que su aspecto físico estaba a medio camino entre la falta de higiene y lo zarrapastroso, el motivo principal por el que generaba un espontáneo e inmediato rechazo entre sus congéneres era su manía de proyectar los labios hacia fuera. Era paradójico, Travieso regalaba besos sin ton ni son por la vida y esta siempre le repudiaba por fas o por nefas
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. Sin embargo, el comisario provincial conocía muy bien sus debilidades y siempre trataba de aplicar la máxima de Noel Clarasó
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que suscribe que es preferible callar y pasar por tonto que abrir la boca y demostrarlo. El abuso de muletillas del tipo «es como todo», «mayormente», «oséase» o «como dijo el otro» tampoco le ayudaba en absoluto.

—Buenos días, Pablo —dijo Travieso pasándose la mano por la frente.

—Buenos días —le saludó con palpable desdén.

—Lamento el retraso, pero esta ciudad es imposible con lluvia.

El político aceptó sus disculpas con un movimiento de cabeza casi imperceptible.

—¿Qué tomas?

—Café con leche templada.

—Vamos a sentarnos —le propuso Pemán encendiendo un cigarro.

—¿No lo habías dejado?

—¿No me hiciste la misma pregunta el otro día?

Travieso contestó con uno de sus besos y cedió la palabra al subdelegado del Gobierno, que le expuso su preocupación por los últimos acontecimientos y el estado de la investigación. Travieso objetó sin fuerza antes de empezar un combate en el que ya había dado por buena una honrosa derrota a los puntos. Pablo Pemán inició un nuevo asalto haciéndose dueño del centro del cuadrilátero.

—¿Alguna novedad?

—La verdad es que sí. Tenemos un segundo seudónimo bajo el que actúa el principal sospechoso. Se trata de Leopoldo Blume Dédalos, sacado de dos de los personajes principales de
Ulises
, de James Joyce: Leopold Bloom y Stephen Dedalus —le informó sin levantar la vista de sus notas.

—¿Cómo hemos dado con ello?

—Cruzamos la lista que nos facilitó la central de correos con la de matriculaciones del modelo del vehículo del sospechoso que identificó un vecino. Un Toyota RAV4.

—Bonito coche —comentó soltando el humo—. ¿Y adónde nos lleva eso?

—Mayormente, a ningún sitio —reconoció con otro beso—. Estamos buscando todo lo que hay con ese nombre, pero nos lleva al mismo sitio que el anterior. No existe, pero tiene a su nombre tarjetas de crédito y cuentas bancarias que alimentaba con escasos fondos y a las que accede únicamente desde Internet o, mejor dicho, accedía, porque ya se ha ocupado de vaciarla. Tenía una empresa y una casa en la calle Turina, 8, a nombre del primer seudónimo, Gregorio Samsa. A nombre del segundo, un coche. Los de documentoscopia han reconocido su pericia en la falsificación de documentos.

—Tengo entendido que no es muy complicado —añadió Pemán.

—Lo es con la calidad que tienen estas falsificaciones. Lo impresionante es que los individuos que aparecen en las fotocopias de los DNI que hemos recuperado no se parecen entre sí. He mirado las fotos decenas de veces y yo diría que no son del mismo sujeto, aunque los de perfiles aseguran que sí.

—Resumiendo, que no parece que vayamos a detener a ningún sospechoso a corto plazo. Vamos, que no tenemos una mierda.

Travieso tragó saliva y se aclaró la garganta.

—Como dijo el otro, depende del cristal con que se mire. Ya sabemos algo más, y es que se trata de un experto en falsificar documentos.

—Y en informática, poesía y huidas callejeras —completó el subdelegado con ironía—. Bueno, vamos al motivo por el que te he citado aquí. ¿Qué vamos a hacer con el inspector Sancho?

—¿Vamos? —repitió Travieso.

—Creo que me has entendido perfectamente. Hasta el momento, no ha demostrado nada más allá de saber muy bien cómo sacar partido de sus colaboradoras.

—Pablo, esa acusación está fuera de lugar —besó.

—¿Me estás diciendo que la muerte de la doctora no ha tenido nada que ver con que el jefe de la investigación se la estuviera tirando? —interpeló alzando el tono—. Si quieres, se lo preguntamos a la familia Corvo, a ver qué opinan ellos al respecto.

—No, no estoy diciendo eso. Digo que Sancho está muy afectado por lo ocurrido, que necesitamos que esté al cien por cien cuanto antes y que no creo que este tipo de acusaciones le ayuden.

—¡Tú lo has dicho! Ahí es donde quería yo llegar. No creo que ni al cien por cien sea capaz de dar con el asesino. Tengo la sensación de llevar una piedra atada al cuello y que solo falta una leve ráfaga de viento para hacerme caer al agua. Y te digo más, yo tengo la responsabilidad de intervenir en este asunto si estoy convencido de que el camino por el que vamos no es el correcto.

Pemán hablaba a tal velocidad que a su interlocutor le costaba procesar todas las ideas. Cuando lo hizo, unos segundos después de que escuchara «correcto», preguntó:

—¿Qué propones?

—Poner al mando a otra persona.

—¿A otra persona? —repitió.

—Sí, Paco, sí. Otra persona que sea capaz de actuar con firmeza y determinación. Escucha, yo acababa de hacerme cargo del puesto cuando pasó lo de Bragado, y no quise intervenir cuando se le hincharon las pelotas a Mejía. Por cierto, ¿sabemos cómo está?

—Malamente. No responde bien al tratamiento.

—Ya lo siento. Bueno, a lo que vamos, Paco. Me mantuve al margen cuando tomó la decisión de deshacerse de Bragado, aunque también es cierto que le pedí que lo reconsiderara.

Travieso se extrañó de que se dirigiera a él como lo hacían sus amigos, pero no quiso darle más vueltas para evitar perderse otra vez en el discurso de Pemán, cuyas cuerdas vocales fabricaban palabras cada vez a más velocidad.

—Ya —contestó a duras penas.

—Ahora, desgraciadamente para todos, Mejía está fuera de combate —el lamento sonó tan falso como el Rolex que llevaba Travieso en la muñeca—, y alguien tiene que tomar las riendas. Tenemos que recuperar de nuevo a Bragado.

El comisario provincial cerró los ojos con fuerza cuando pronunció su nombre.

—Vamos a ver, vamos a ver… que nos estamos confundiendo de camino —se atrevió a decir—, que Bragado está fuera del cuerpo.

—Chorradas, tanto mejor para nosotros —aseveró con mirada felina—. ¿No te das cuenta? Bragado podrá ser un grano en el culo, pero es un buen investigador. Tú lo sabes. ¿Cuántos casos ha resuelto por una u otra vía?

Travieso asintió buscando con la mirada al camarero. Necesitaba un sol y sombra, pero pidió otro café.

—Bragado sabe muy bien qué palos tiene que tocar y, estando fuera, nos será más fácil limpiar toda la mierda que vaya generando en el camino. Además, conoce a todo el equipo y lo único que tenemos que hacer es darle información y apoyo. En este caso, tenemos que dar validez a aquello de que el fin justifica los medios.

—Doy por sentado que ya lo tienes hablado con él, ¿no?

—Así es. He llegado hasta aquí gracias a que sé cómo huele la victoria.

Travieso no se atrevió a preguntar, pero no hizo falta.

—Huele a quemado: humo y fuego. A muerte. Para que alguien gane otro tiene que perder y esta vez le ha tocado a nuestro querido y pelirrojo inspector. La única condición que me ha puesto es que tanto Mejía como Sancho estén fuera. Lo tenemos hecho con Mejía y lo otro es cosa tuya, pero nos lo ha puesto en bandeja. Dale un tiempo de descanso, apártale de la investigación por su propio bien. Ya sabes… Mira, hazlo como te dé la gana, pero quítamelo de en medio.

La última frase dejó muy claro a Travieso que estaba jugándose algo más que el prestigio. No supo qué decir y Pemán aprovechó para poner punto final a la conversación.

—Sabes que tengo razón. Bueno, te veré luego en el funeral de la doctora. Por cierto, ¿cómo se llamaba?

—Martina.

—Nunca consigo recordar los nombres exóticos. A las 12:30 en La Antigua, ¿no?

Travieso asintió con un beso.

—Trata de ser puntual esta vez —le exhortó con gesto severo aplastando el cigarro contra el cenicero—. Nos veremos con Bragado a la salida.

Juntando las puntas de los dedos índice y pulgar de su mano derecha, Pemán hizo la marca del zorro para pedir la cuenta. Pagó y con un «nos vemos» y una palmada en el hombro, dejó al comisario provincial Travieso con una cara que bien podría haber servido de modelo para
El grito
, de Edvard Munch. Cuando le vio marcharse a través de la cristalera, se acercó a la barra para pedir un sol y sombra. Miró el reloj: las 11:26. Consideró que le daba tiempo a tomarse dos y lanzó un beso a la nada que nada le retornó.

Residencia de Augusto Ledesma
Barrio de Covaresa

Contraviniendo el protocolo, Orestes había iniciado su actividad antes de lo habitual. Se trataba de un día especial, necesitaba ver las caras afligidas de sus rivales. Así estaba proyectado y así lo ejecutaría. A punto de apagar el equipo, la luz verde de Höhle se encendió en su escritorio.

—Hola, Orestes.

—Hermano.

—No tengo buenas noticias. Como esperábamos, han cazado y aniquilado el SpyDZU-v3. Skuld ya está trabajando en un v4.

—¿Cuándo ha ocurrido?

—Ayer. Lo cierto es que era algo que tenía que pasar. El daño ya estaba hecho, pero creo que han tardado más de lo normal en limpiar el sistema. Llegaron muy pronto a nosotros; sin embargo, no sacaron el insecticida hasta hace unas horas. Skuld se pregunta por qué. Le noto algo nervioso. Eso sí, no quedan ni los huevos que estuvimos incubando en sus
firewall
[58]
.

—¿Qué posibilidad hay de que…?

—Ninguna —le interrumpió el
hacker
—. Verás, teníamos previstas tres rutas de huida y una
backdoor
oculta dentro del propio sistema de rastreo. Algo parecido a lo que utilizamos en el asalto al sistema de Deutsche Telekom.

—Estupendo.

—Tengo algo más que contarte.

—Te leo.

—Erdzwerge está en apuros.

—Dame detalles.

—Lo único que sé es que necesita que montemos una operación contra la compañía de seguros que no quiso atender los compromisos de la póliza de su padre. El juicio ha salido a su favor, y Erdzwerge nos necesita.

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