Memento mori (5 page)

Read Memento mori Online

Authors: César Pérez Gellida

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Memento mori
7.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

Abrió una botella de agua y buscó en archivos comunes las fotos que, a buen seguro, ya debían de haber subido sus compañeros de la científica. Efectivamente, allí estaba la carpeta con ciento setenta y cuatro fotos tomadas en el lugar donde se halló el cuerpo. Empleó cuarenta minutos para verlas con detenimiento, pero no encontró nada que le llamara la atención. El cuerpo estaba boca arriba, con las piernas recogidas hacia el lado derecho y los brazos extendidos en cruz. Todo parecía indicar que el asesino había llevado el cadáver hasta allí y lo había dejado caer encima de los matorrales, quedando así parcialmente oculto.

«Está claro que el asesino quería que la encontráramos pronto —pensó—, y eso no me gusta una mierda».

Tras ver las fotos, agarró el teléfono y marcó la extensión de Mateo Marín, de la Policía Científica. Antes del segundo tono, ya había descolgado.

—Sancho, buenas tardes, estaba esperando tu llamada.

—Buenas tardes, Mateo, ya tengo el informe de la autopsia. ¿Cómo vais con el vuestro? Debería remitírselo cuanto antes a la juez Miralles, que es la encargada de la instrucción de este caso.

—Lo estamos rematando, ya hemos descargado las fotos del lugar en el que fue encontrado el cadáver. ¿Las has visto? —preguntó Mateo.

—Más veces que la lata azul de Nivea, pero no me dicen nada. ¿Las has hecho tú?

—Así es, este fin de semana me tocaba estar de guardia. Es lo bueno de las fotos, que dicen lo que tienen que decir. En este caso concreto, poco o nada. Lo único de lo que estamos seguros es de que fue asesinada en un lugar distinto a donde la encontramos.

—Sí, eso está claro. ¿Habéis encontrado indicios que nos lleven a la localización del lugar en el que se cometió el crimen?

—No. Aún no tenemos nada más allá de las simples conjeturas, aunque todavía debemos analizar la ropa de la chica por si encontramos un punto de partida. A la espera de recibir el informe del laboratorio, es lo único que nos queda por saber.

—Mateo, necesitamos los resultados cuanto antes. Haced lo que entendáis oportuno.

—Salcedo ya está en ello.

—Estupendo. ¿Había algo más en la bolsa en la que estaba el poema?

—Sí, claro, restos de saliva de la víctima, pero ni una sola huella. Nada.

—Sobre el instrumento con el que le cortó los párpados, ¿habéis conseguido averiguar de qué se trata?

—Lo único que sabemos es que se trataría de una especie de tijera bien afilada. Por lo precisos que son los cortes que presenta y la forma de los mismos, el instrumento tiene que ser de hoja curva.

—¿Y qué tipo de tijera es esa?

—Yo diría que alguna de las muchas que se emplean en jardinería —aventuró Mateo.

—Estupendo, un poeta psicópata aficionado a la jardinería. ¡Cojonudo! ¿A qué hora está registrada la llamada al 112?, ¿qué unidad acudió primero? Y ¿cuánto tardó?

—La llamada se registró a las 8:32. El primero que se personó en el lugar fue el agente Navarro, de la Unidad Motorizada, sobre las 8:45. Viendo el percal, avisó de inmediato a comisaría. En el lugar de los hechos se tomó declaración a un tal Gregorio Samsa, pero se encontraba muy nervioso y, por tanto, habrá que citarle de nuevo.

—¡Venga ya!, con Dani Navarro comparto frío en la grada de Pepe Rojo, hablaré con él. ¿Algo que destacar de lo poco que dijera Samsa?

—Nada. El tío suele correr por allí los fines de semana y tuvo la «suerte» de encontrarla. Llamó al momento al 112.

—Bien, a ver si está más tranquilo cuando le llamemos a declarar y recuerda algo de interés. Todavía no me ha dado tiempo de ir a reconocer el lugar. ¿Habéis analizado cómo llevó el cadáver hasta allí?

—Todo parece indicar que cargó con el cuerpo y lo arrojó donde lo encontramos.

—Si eso es así, tuvo que aparcar en un lugar cercano y cargar con el cuerpo hasta esos matorrales. ¿Habéis encontrado alguna huella de pisada profunda sobre la que ponernos a trabajar?

—Pues no. El problema es que toda esa zona está en obras por la construcción del puente de Santa Teresa, y hay cientos de huellas de vehículos y pisadas.

—¡Hay que joderse! —soltó frustrado—. Aunque, si te digo la verdad, me esperaba que dijeras eso después de ver las fotos. Supongo que no había vigilancia nocturna de las obras, ¿verdad?

—No, no había.

—De puta madre.

El inspector hizo una pausa de unos segundos y siguió preguntando:

—Mateo, en el escenario de un crimen el asesino siempre se lleva algo y deja algo. ¿Es posible que no vayamos a encontrar nada en este?

—Con franqueza, en este lugar, a no ser que demos con algo inesperado, yo diría que poco más podemos sacar en claro. Salcedo y yo llevamos varias horas revisando una y otra vez las fotos sin ningún resultado. Hasta que no demos con el escenario del crimen no creo que encontremos nada incriminatorio. Lo siento, me gustaría poder decirte otra cosa.

—Ya, bueno. Las cosas están así, pero confiemos en aquello de que la esperanza es hija de la paciencia. Por favor, avísame si encontráis algo nuevo. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —repitió meditando la última frase de Sancho.

—Gracias, Mateo, ya hablamos.

—Hablamos.

—Va a ser un día largo —predijo en voz alta el inspector justo antes de que sonara el teléfono de sobremesa.

—Sancho.

—Ya estamos todos —le informó Matesanz—. Bueno, falta Arnau, que se encuentra fuera de Valladolid volviendo de una boda.

—Gracias, Matesanz, dadme unos minutos y subid.

Colgó el teléfono con cierta desgana e hizo unas anotaciones en su cuaderno. Había que ponerse manos a la obra de inmediato. Las primeras horas eran claves en un caso de homicidio, por lo que resultaba de vital importancia acertar de lleno con el enfoque de la investigación. Como añadidura, este que les acababa de caer encima iba a ser como un dulce para los medios de comunicación, y eso siempre generaba una presión que en nada favorecía el trabajo policial. Tenían que moverse muy rápido y ser muy ágiles en los procedimientos.

Por el pasillo, empezó a escuchar las voces de los integrantes del grupo de Sancho, cinco agentes y dos subinspectores. Según iban entrando por la puerta de las dependencias del Grupo de Homicidios, el silencio empezó a ganar la batalla al murmullo y, cuando tomaron asiento, ya solo se escuchaba el molesto parpadeo del fluorescente que se debatía entre la vida y la muerte. El inspector se levantó para dirigirse a su equipo:

—Buenas tardes y gracias a todos los que habéis venido fuera de turno, el asunto así lo requiere. Supongo que ya sabréis que nos encontramos ante un homicidio que se sale de los parámetros habituales, y que tenemos que tratarlo con la máxima diligencia para evitar que nos estalle en la cara a todos. Voy al grano con lo más relevante de lo poco que tenemos hasta ahora. Ya tenéis a vuestra disposición el informe de la autopsia, y en breve estará el de la científica.

El tono de Sancho sonaba más áspero y profundo de lo normal, carraspeó para aclararse la voz y continuó hablando:

—Sobre las ocho y media de esta mañana, un tipo que hacía
footing
por el parque Ribera de Castilla ha encontrado el cadáver mutilado de una joven de origen ecuatoriano. Según la autopsia, el homicidio se produjo entre las tres y las siete de la mañana de hoy. La víctima murió por estrangulación antebraquial y, posteriormente, le cortaron los párpados con algún tipo de instrumento de hoja curva; posiblemente, con unas tijeras de jardinería. No se han encontrado los párpados —concretó—. La necrorreseña de los de la científica ha certificado la identidad de la víctima, que figura detallada en el informe. También aseguran que el homicidio se cometió en otro lugar, y que luego fue llevada a donde se encontró el cadáver; por cierto, bien cerca de la dirección en la que vivía la chica con su madre. La mala noticia es que no se han encontrado huellas de ningún tipo ni otros indicios que arrojen algo de luz sobre la identidad del asesino. No hay testigos hasta el momento, y para los resultados del laboratorio nos hemos encomendado a san Salcedo. A ver si podemos tenerlos en una semana.

Sancho se quedó unos segundos dubitativo mientras se pasaba la mano por la mandíbula antes de retomar la palabra.

—Bueno, quizá la peor noticia no sea que no tengamos por dónde empezar a buscar, nos ha pasado más veces. La peor noticia, sin duda, es que el asesino nos advierte en un poema que va a volver a matar. Tenéis el poema en el informe.

—¡Sus muertos! —exclamó el agente Gómez—. ¿En serio que el mal parido se nos ha marcado unos versos?

Carlos Gómez llevaba solo dos años en el cuerpo de Homicidios de Valladolid, le habían trasladado desde algún punto de la provincia de Sevilla por motivos familiares y arrastraba un dejo andaluz cuyo origen era tan difícil de concretar como de entender.

—Y tan en serio, Carlos, y no estoy yo para mucha «joda» esta tarde de domingo.

—Disculpe, inspector, solo una cosa más —insistió—. ¿Y dónde dice que se encontró ese poema?

—No lo he dicho. En la boca de la víctima, dentro de una pequeña bolsa de plástico. Subinspector Matesanz —continuó hablando—, te encargas junto con Garrido y Gómez de remover el entorno de la víctima. Hablad con la familia, los compañeros de trabajo, los amigos, vecinos, etcétera. Nos interesa principalmente conocer ese lado oculto que todos tenemos. Mirad qué sacáis de las amigas, la rutina diaria y de fin de semana, aficiones declaradas y no declaradas. Averiguad si tenía novio, exnovios o amigos con derecho a roce. Comunicaos con los de GIT para poner patas arriba su Facebook, Tuenti, Twitter o lo que tuviera. Que revisen el registro de llamadas del móvil. Necesitamos saber cómo era realmente esta chica y por qué ha terminado muerta y sin párpados en un parque de nuestra ciudad.

—¿Hemos descartado que se trate de un asunto de bandas latinas? Lo digo por la mutilación del cadáver, esto es muy propio de su modus operandi —expuso la agente Montes.

—Yo diría que hay pocas posibilidades, pero no descartamos nada en absoluto hasta que no lo hayamos investigado. Buen apunte, Carmen, trabaja en esa hipótesis.

—De acuerdo, inspector.

—Otra cosa —prosiguió Sancho—, que alguien se acerque al funeral, que está previsto para las 12:30 de mañana en la iglesia de San Martín, a ver qué encontráis, y traednos buenas imágenes, por favor. Si tenía un novio o un exnovio, quiero que le traigáis a declarar. No como detenido, sino como colaborador de la investigación. ¿Está claro esto último, Garrido?

—Por supuesto —masculló Garrido visiblemente molesto.

Jacinto Garrido era otro veterano. A sus cincuenta y cuatro años, creía estar de vuelta de todo y había tenido algún que otro roce con Sancho que el inspector había resuelto por la vía rápida. Era de la vieja escuela, se aferraba a su Star 28 PK porque era la de siempre, no porque el arma reglamentaria Heckler & Koch, modelo USP Compact, le pareciera peor. Era un auténtico tocapelotas y carecía en absoluto de mano izquierda. Ahora bien, era un buen investigador y tenía informadores en cada rincón de la ciudad; por eso, seguía siendo una pieza clave en el Grupo de Homicidios.

—Sigamos —dijo sin dejar de mirar a Garrido—. Subinspector Peteira, quiero que tú te encargues, junto con Arnau y Botello, de rebuscar en el escenario en el que fue encontrada y alrededores. Tenéis las fotos y el informe de la científica. Patearos bien el lugar. Buscad testigos, alguien tuvo que ver un coche o a una persona que le llamara la atención. Revisad el circuito de cámaras de la zona por si hubieran registrado algo extraño. Si necesitáis autorización, comunicádmelo de inmediato para solicitar la orden a la juez Miralles. Mirad en los archivos, a ver si tenemos suerte y encontramos fichados con antecedentes que vivan en la zona, enfermos mentales, drogadictos violentos y demás fauna peligrosa. ¡Ah, otra cosa! Hay que citar a declarar al tipo que tuvo la mala suerte de encontrarse con el cadáver, esperemos que aporte algo nuevo. ¿Alguna duda hasta aquí, muchachos?

—Ninguna —corroboró Matesanz.

Peteira asintió.

—Pues a trabajar, hoy toca sobredosis de café. Os quiero a todos en la calle en menos de una hora, que se nos echa la noche encima. Mañana a las 16:00 os veo a los dos en mi despacho —dijo señalando a los subinspectores—. Quiero insistir en algo muy importante, aunque no creo que haga falta. El tema de la mutilación terminará trascendiendo a los medios antes o después, lo ha visto demasiada gente. Tratemos de aplazarlo al máximo, pero lo que no podemos permitirnos bajo ningún concepto es que el asunto del poema y su contenido salgan a la luz. No quiero ni imaginarme la alarma social que eso provocaría en una ciudad como esta y lo mucho que alimentaría el ego de nuestro anónimo poeta. Para terminar, ya sabéis que si el tiempo juega siempre en nuestra contra, hoy es nuestro peor enemigo. Podemos con esto y con más, que talento y talante se conjugan con tiento y aguante.

Barrio de Covaresa

Algo más tarde, el anónimo poeta salía de la ducha con la misma euforia que le había acompañado durante toda la jornada. No era la primera vez que se sentía tan pletórico, pero esta vez tenía sobrados motivos. Ya se había olvidado del malestar que le había causado el encuentro con el pavo real, y solo pensaba en disfrutar del momento. Desnudo, llegó al salón buscando su iPad, desde el que controlaba a través de Airplay el equipo de sonido que tenía repartido por toda la casa. Abrió una de sus listas de reproducción de Spotify y pinchó en Nacho Vegas,
Gang bang
. Subió a tope el volumen y se encendió un Moods. No fumaba otra cosa desde que descubrió esos puritos hacía ya algunos años, aunque últimamente le irritaba comprobar que el consumo de esta marca había crecido considerablemente. Con los primeros acordes del vals, y sujetando el cigarro con los dientes, quiso hacer del salón su pista de baile particular. Brazos en alto, se contoneaba tratando de acompasar su cuerpo desnudo con la música, y subía y bajaba de las sillas del comedor mientras cantaba.

Hay cerca del Damm

cuatro putas que bailan un vals

detrás del cristal y se puede sentir

el sudor fuerte desde Berlín
.

Tú allí en soledad
,

una lluvia muy fina golpea tu cara
,

resbala en tu piel y a la vez

se ilumina un cartel ofreciéndote

Libertad y sordidez, todo a un precio

que un hombre moderno ha de ser capaz

de pagar una vez que la noche echa a andar
.

¿No lo ves? Tu carne es más pálida
.

¿No lo ves? Tu alma es más gris
.

Si no pierdes al fin la razón, sabrás

que no hay más que una solución

Other books

A Young Man Without Magic by Lawrence Watt-Evans
Warlord by Crane, Robert J.
Creature in Ogopogo Lake by Gertrude Chandler Warner
The Last Mortal Bond by Brian Staveley
Unseen by Caine, Rachel