Memnoch, el diablo (37 page)

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Authors: Anne Rice

BOOK: Memnoch, el diablo
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«Permanecí solo en la Tierra. No rogué a Dios que me ayudara; no recurrí a los hombres. Miré dentro de mí y me pregunté: "¿Qué puedo hacer? No quiero que me vean como a un ángel. No quiero que me adoren como a esas pobres almas. No deseo enojar a Dios, pero debo cumplir la misión que me ha ordenado. Debo tratar de comprender. Ahora soy invisible, pero podría intentar hacer lo que hacen algunas almas, es decir, crearme un cuerpo con minúsculas partículas de materia procedentes de todas partes. Nadie sabe mejor que yo de qué se compone el hombre, puesto que he observado su evolución. Sé de qué están hechos sus tejidos, sus células, sus huesos, sus nervios y su cerebro." ¿Quién podía saberlo mejor que yo? Nadie, excepto Dios.

»Así pues, centré todos mis esfuerzos en construirme un cuerpo humano, completo, y elegí, sin casi darme cuenta, un cuerpo masculino. ¿Es necesario que te explique el motivo?

—No —contesté—. Imagino que habías visto a suficientes mujeres violadas o víctimas del parto y te inclinaste por una apariencia masculina. Es lógico.

—Así es. Pero a veces me pregunto si fue una decisión acertada. A veces me pregunto si las cosas habrían sido distintas si hubiera adoptado un aspecto femenino. En realidad, las mujeres se parecen más a nosotros que los hombres. Aunque, si los ángeles participamos de ambos sexos, sin duda poseemos más rasgos masculinos que femeninos.

—Por lo que he visto, estoy de acuerdo contigo.

—Conque asumí un cuerpo humano. Tardé un poco más de lo previsto en crearlo, pues tuve que esforzarme en recordar toda la información que había almacenado en mi angélica memoria. Tuve que construirlo poco a poco, y luego insuflarle mi esencia como si se tratara de la esencia natural de la vida. Tuve que embutirme en este extraño cuerpo, asumir sus rasgos sin temor ni vacilaciones y mirar a través de sus ojos.

Asentí en silencio con una leve sonrisa. Después de haber renunciado a mi cuerpo vampírico a cambio de un cuerpo humano, comprendía lo que Memnoch debió sentir en aquellos momentos. Pero no quería hacerme el listo.

—No fue un proceso doloroso —prosiguió Memnoch—, sólo tuve que someterme a una forma mortal. Dejé de ser un espíritu inmaterial para convertirme en una criatura con un cuerpo de carne y hueso y así formar parte de la naturaleza, por emplear la palabra favorita de Dios, aunque conservé, eso sí, mi propia esencia. Sólo omití las alas. Cuando me dirigí hacia un lago, caminando erguido como un ángel, y me miré en sus aguas, vi por primera vez a Memnoch con forma humana. Observé mi cabello rubio, mis ojos, mi piel, todos los dones que Dios me había otorgado y que hasta ese momento habían permanecido en la invisibilidad.

»Pero enseguida comprendí que había ido demasiado lejos. Tenía un cuerpo gigantesco, apabullante. De modo que hice unos retoques y reduje de tamaño, con el fin de parecerme más a un hombre corriente.

«Aprenderás a hacer todo eso cuando estés conmigo —dijo Memnoch—, si decides morir y convertirte en mi lugarteniente. Pero debo decir que no es ni imposible ni tampoco terriblemente sencillo; no es como pulsar las teclas de un complicado programa informático y observar cómo el ordenador ejecuta escrupulosamente tus órdenes. Por otro lado, tampoco requiere grandes esfuerzos, tan sólo ciertos conocimientos, una paciencia y una voluntad angelicales.

»Junto al lago había un hombre desnudo, rubio, de ojos claros, muy parecido a muchos habitantes de aquella región, aunque más perfecto, que estaba dotado de unos órganos físicos de tamaño razonable aunque no extraordinario.

»Toda mi esencia se centraba en esos órganos, concretamente en el escroto y en el pene. Sentí algo que jamás había sentido cuando era un ángel. Era una sensación totalmente desconocida. Sabía que existían dos sexos, el femenino y el masculino; sabía que los humanos presentaban cierta vulnerabilidad, pero no estaba preparado para aquella sensación tan intensa.

«Supuse que al adoptar una forma humana me convertiría en un ser humilde, que temblaría de vergüenza al observar mi insignificancia, mi inmovilidad y muchas otras cosas, las mismas que tú sentiste cuando cambiaste tu cuerpo vampírico por el de un hombre.

—Lo recuerdo perfectamente.

—Pero no sentí nada de eso. Nunca había sido corpóreo. Nunca se me había ocurrido convertirme en un ser material. Jamás había pensado siquiera en desear contemplar mi imagen en un espejo terrenal. Conocía mi imagen por haberla visto reflejada en los ojos de otros ángeles. Conocía las partes de mi ser porque las veía con mis ojos angélicos.

»Pero ahora era un hombre. Sentí mi cerebro dentro del cráneo. Noté su húmeda, compleja y caótica mecánica, así como sus tejidos, que encerraban las fases más primitivas de la evolución y las agrupaban en un conjunto de células superiores que se hallaban en el córtex, de un modo que al mismo tiempo parecía totalmente ilógico y por completo natural; natural si uno sabía lo que yo, en tanto ángel, sabía.

—¿Por ejemplo? —pregunté, tratando de no parecer grosero.

—Por ejemplo, que las emociones que se agitaban en la parte límbica de mi cerebro podían apoderarse de mí sin haberse dado a conocer antes a la conciencia —contestó Memnoch—. Eso no puede sucederle a un ángel. Nuestras emociones no pueden sustraerse a nuestra mente consciente. No podemos sentir un temor irracional. Al menos, eso creo. Y en cualquier caso, no lo pensé cuando me encontraba en la Tierra, metido en un cuerpo de carne y hueso.

—¿Podían haberte herido, o matado, cuando presentabas esa forma humana? —pregunté.

—No. Pero ya volveremos sobre ello. El caso es que mientras me hallaba en esa zona agreste y boscosa, en ese valle que hoy es Palestina, me di cuenta de que mi cuerpo era un cebo para los animales, de modo que creé a mi alrededor una coraza muy resistente formada por mi esencia angelical. Funcionaba como un mecanismo eléctrico. Es decir, cuando se me acercaba un animal, lo cual sucedió casi de inmediato, era repelido al instante por esa coraza.

«Protegido por esa coraza invisible, decidí visitar unos poblados cercanos a fin de echar un vistazo, sabiendo que nadie podía herirme ni atacarme. Sin embargo, no quería ofrecer un aspecto milagroso. Por el contrario, ante un ataque habría intentado zafarme, comportarme de forma que nadie advirtiera nada extraño en mí.

«Aguardé hasta que anocheció y entonces me dirigí al poblado más próximo, el mayor de aquella zona, el cual se había hecho tan poderoso que exigía tributo de otros poblados. Se trataba de un campamento amurallado, con unas chozas donde vivían hombres y mujeres. En cada choza ardía una fuego. También había un recinto central, donde se reunían todos. Por la noche cerraban las puertas del campamento.

»Entré sigilosamente, me oculté junto a una choza y observé durante horas lo que hacían sus moradores al atardecer y por la noche. Recorrí todo el lugar y me asomé a cada una de las pequeñas chozas con el fin de observar sus costumbres.

»Al día siguiente me dirigí al bosque, para observar el campamento desde allí. Vi un grupo de cazadores, aunque ellos no podían verme. Cuando descubrieron mi presencia salí huyendo, pues dadas las circunstancias me parecía lo más razonable. Nadie me persiguió.

«Permanecí en las inmediaciones del poblado durante tres días y tres noches. En ese tiempo descubrí sus limitaciones, sus necesidades fisiológicas, sus sufrimientos e incluso la lujuria, que pronto sentí arder dentro de mí.

»Al anochecer del tercer día ya había sacado una serie de conclusiones respecto al motivo por el que esa gente no formaba parte de la naturaleza. Tenía fundados argumentos para rebatir las afirmaciones de Dios y, dando así por concluida mi misión, me dispuse a partir.

»Hay una cosa que siempre ha fascinado a los ángeles, y que no había experimentado en mi propia carne; la unión sexual. Bajo la forma de un ángel invisible puedes espiar a una pareja que está copulando y ver sus ojos entornados, oír sus gemidos, tocar los ardientes pechos de la mujer y notar los acelerados latidos de su corazón.

»Lo había hecho innumerables veces. En aquel momento pensé que, a fin de comprender mejor a los seres humanos, era preciso que experimentara personalmente la unión carnal. Sabía lo que eran la sed, el hambre, el dolor, el cansancio, sabía cómo vivían esas gentes, cómo sentían, pensaban y hablaban. Pero no sabía lo que experimentaban durante la unión sexual.

»Al anochecer del tercer día, cuando me hallaba a orillas de este mismo mar, lejos del poblado, el cual estaba ubicado a varios kilómetros a la derecha de donde nos encontramos nosotros, apareció de repente una mujer muy bella, la hija de un hombre.

»No era la primera mujer hermosa que veía. Como te he dicho, cuando contemplé por primera vez la belleza femenina... antes de que los hombres se convirtieran en unos seres de piel suave, desprovistos de pelo... me sentí muy impresionado. Durante aquellos tres días, como es lógico, había observado de lejos a muchas mujeres hermosas. Sin embargo, no me atrevía a acercarme a ellas; al fin y al cabo, tenía forma humana y procuraba pasar inadvertido.

»Hacía tres días que estaba metido en aquel cuerpo y los órganos sexuales, perfectamente construidos, reaccionaron de inmediato ante la visión de esa mujer, que se acercaba caminando por la orilla del mar; una mujer rebelde, temeraria, sin la compañía de un hombre u otras mujeres que le dieran escolta, una joven de largos cabellos y expresión huraña, pero muy bella.

»Iba vestida con una tosca piel de animal que sujetaba con un cinturón de cuero. Estaba descalza y mostraba sus piernas desnudas a partir de las rodillas hasta los pies. Su cabello era largo y oscuro, lo cual contrastaba con sus ojos azules. Tenía un rostro muy juvenil pero con mucho carácter, rebelde, lleno de ira. Parecía desesperada, hasta el punto de estar dispuesta a cometer una locura.

»La joven me vio.

»Se detuvo, consciente de su vulnerabilidad. Y yo, que nunca me había preocupado de cubrirme con una prenda, permanecí de pie, desnudo, ante ella. Mi miembro la deseaba, con urgencia y ardor; imaginé lo que sentiría al unirme con ella. Por primera vez sentí un intenso deseo sexual. Durante tres días había vivido con la mente de un ángel, pero ahora mi cuerpo me hablaba y yo lo escuché con los oídos de un ángel.

»La joven no huyó de mí, sino que avanzó unos pasos resuelta, como si hubiera tomado una decisión, aunque ignoro en qué se basaba; sin embargo, era evidente que estaba dispuesta a abrirme sus brazos si yo se lo pedía. Luego, con un airoso movimiento de caderas y un ademán de su mano derecha, se levantó el cabello y lo dejó caer, indicándome así que estaba preparada para recibirme.

»Me acerqué y ella me cogió la mano y me condujo por la ladera hacia esa cueva que ves allí, a la izquierda. Me condujo hasta la cueva y al llegar comprendí que me deseaba tanto como yo a ella.

»Esa joven no era virgen. Ignoro su historia, pero resultaba obvio que había conocido la pasión. Sabía lo que era y la buscaba. Restregó su cuerpo contra el mío, y cuando me besó e introdujo la lengua entre mis labios sabía bien lo que pretendía.

»Me sentí abrumado. La aparté por unos instantes con el fin de contemplar su misteriosa belleza material, una belleza de carne y hueso que perecería y se pudriría, pero que rivalizaba con la de cualquier ángel. Yo le devolví los besos de forma brutal. Ella se rió y apretó sus pechos contra mí.

»Al cabo de unos segundos nos tumbamos en el suelo de la cueva, cubierto de musgo, tal como había visto hacer a numerosas parejas de mortales. Cuando introduje mi miembro en su vagina y sentí el arrebato de la pasión, supe lo que ningún ángel podría saber jamás. Aquello nada tenía que ver con la razón, la observación o el entendimiento, con escuchar o tratar de aprender. Estaba dentro de ella y sentí un placer abrasador, igual que ella. Los músculos de la peluda boca de su vagina me oprimieron el miembro con fuerza, como si quisieran devorarme, y mientras me movía dentro de ella vi que de pronto su rostro se teñía de rojo; entonces puso los ojos en blanco y su corazón se paralizó.

»Ambos alcanzamos el orgasmo al mismo tiempo. Noté que eyaculaba con fuerza dentro de ella, inundando su cálida y estrecha cavidad. Seguí moviéndome durante unos momentos al mismo ritmo, hasta que aquella extraordinaria e indescriptible sensación empezó a desvanecerse y al fin desapareció.

«Permanecí tendido a su lado, con un brazo sobre ella, mientras la besaba suavemente en la mejilla, y dije en su idioma, de forma atropellada: "¡Te amo, te amo, te amo, hermosa y dulce criatura, te amo!"

»Ella se volvió y esbozó una pequeña y respetuosa sonrisa. Luego se acurrucó junto a mí, como si estuviera a punto de echarse a llorar. Su osadía había dejado paso a una maravillosa ternura. Su alma sufría, lo notaba a través de las palmas de sus manos.

»Dentro de mí se agitaba un cúmulo de pensamientos y emociones. Había experimentado un orgasmo. Había sentido las intensas sensaciones físicas que procura el acto sexual. Contemplé el techo de la cueva, incapaz de moverme, de articular palabra.

»Al cabo de unos minutos sentí que la joven se sobresaltaba. Entonces se aferró a mi cuello, se incorporó de rodillas y huyó.

»Al levantarme vi una luz que provenía del cielo. Era la luz de Dios, que me perseguía. Salí corriendo de la cueva.

»—¡Aquí estoy, Señor! —grité—. ¡He experimentado un gozo indescriptible! —Acto seguido entoné un himno de alabanza a Dios. De pronto las partículas materiales de mi cuerpo empezaron a disolverse, como si el poder de mi voz angelical las hiciera desaparecer. Erguido, extendí las alas y canté al Señor, lleno de gratitud por lo que había sentido entre los brazos de aquella mujer.

»Dios me habló con tono sosegado, pero lleno de ira.

»—¡Memnoch! —exclamó—. ¡Eres un ángel! ¿Qué hace un ángel, un hijo de Dios, con la hija de un hombre?

»Antes de que yo pudiera responder, la luz desapareció y me dejó sumido en un violento torbellino. Al volverme descubrí a la mujer en la orilla del mar, aterrada, como si hubiera visto y oído algo que le resultaba inexplicable. Luego huyó.

«Mientras ella echaba a correr el torbellino me alzó hasta las puertas del cielo, pero por primera vez éstas adquirieron unas dimensiones descomunales, como cuando tú llegaste a ellas, y se cerraron. En aquel momento la luz divina me derribó violentamente y noté que me precipitaba en el vacío, como te precipitaste tú mientras yo te sostenía en mis brazos; sin embargo yo estaba solo, espantado, y al fin aterricé, invisible pero magullado, entre angustiosos gemidos, sobre la tierra húmeda.

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