Memnoch, el diablo (50 page)

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Authors: Anne Rice

BOOK: Memnoch, el diablo
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—El infierno es mucho más grande que el cielo. ¿En qué punto del planeta ha gobernado Él sin que se produjeran sacrificios, injusticias, persecuciones, tormentos, guerras? Cada día aumenta el número de mis confundidos y amargados pupilos. Durante ciertas épocas, el hambre y las guerras causan tales estragos en el mundo que son muy pocas las almas que ascienden pacíficamente al cielo.

—Pero a Él no le importa.

—Justamente. Dice que el sufrimiento de los seres humanos es como la podredumbre: fertiliza y favorece el crecimiento del alma. Cuando asiste desde las alturas a las feroces matanzas sólo ve magnificencia. Ve a hombres y mujeres purificados por medio de la muerte de sus seres queridos, a través del sacrificio por los demás o de un abstracto concepto de Dios; del mismo modo contempla al ejército conquistador que arrasa un territorio, ahuyentando al ganado y ensartando a niños con sus lanzas.

»¿Su justificación? Así es la naturaleza. Es lo que Él creó. Y si las almas confundidas y amargadas deben caer primero en mis manos y padecer los tormentos del infierno, tanto mejor, pues se harán más grandes.

—Y tu tarea se vuelve cada vez más ardua, ¿no es así?

—Sí y no. Estoy ganando, pero debo conseguirlo según los términos de Dios. El infierno es un lugar de sufrimiento. Pero examinemos el asunto detenidamente. Veamos lo que ha hecho Él.

«Cuando Dios abrió las puertas del
sheol,
cuando bajó al reino de las tinieblas igual que el dios Tammuz había descendido al infierno de Sumer, las almas se agolparon a su alrededor y vieron su redención y las llagas en sus manos y pies; el hecho de que Dios muriera por ellas fue como una luz en medio de su confusión y, naturalmente, ascendieron con él al cielo, pues sus sufrimientos de pronto parecían cobrar un sentido.

»¿Pero tenía realmente un sentido? ¿Puedes otorgar un significado sagrado al ciclo de la naturaleza simplemente por el hecho de sumergir tu divino ser en ella? ¿Crees que eso basta?

»¿Y las almas deformadas por la amargura, las injusticias, esas almas pisoteadas por los soldados invasores que entran en la eternidad maldiciendo a Dios? ¿Qué me dices del mundo moderno, que está enojado con Dios y maldice a Jesucristo y a Dios mismo como hizo Lutero, Dora e incluso tú mismo, como hacen todos?

»Las gentes de tu mundo moderno de fines del siglo veinte nunca han dejado de creer en Él. Pero le odian; sienten rencor hacia Él; están furiosos con Él. Se creen...

—Superiores a él —dije en voz baja, consciente de que Memnoch acababa de decir lo mismo que yo había le había dicho a Dora. Odiamos a Dios.

—Sí —respondió Memnoch—. Te sientes superior a Él.

—Y tú también.

—En efecto. No puedo mostrar a las almas que se hallan en el infierno las llagas de Cristo; no puedo rescatar de este modo a esas desgraciadas y furiosas víctimas del dolor y el sufrimiento. Sólo puedo decirles que fueron los padres dominicos quienes, en su santo Nombre, quemaban vivas a las personas que tomaban por brujas y hechiceros; o que cuando sus familias y clanes y aldeas fueron aniquilados por los soldados españoles en el Nuevo Mundo, fue una hazaña justa porque portaban unos estandartes que ostentaban las llagas de Cristo. ¿Crees que si les cuento eso conseguiré sacar a algún alma del infierno? ¿Que otras almas ascenderán al cielo sin sufrir el menor dolor o sufrimiento?

»Si tratara de instruirlas con esa imagen de "Cristo murió por ti" ¿cuánto tiempo crees que llevaría la educación de un alma en el infierno?

—No me has explicado cómo es el infierno ni lo que enseñas a las almas que lo habitan.

—Yo hago las cosas a mi manera, de eso puedes estar seguro.

»He colocado mi trono sobre el de Él, como dicen los poetas y los autores de las Sagradas Escrituras, porque sé que para que las almas alcancen el cielo no es necesario que sufran; para que comprendan y amen a Dios no era necesario que Cristo fuera torturado y crucificado. Sé que el alma humana trasciende la naturaleza, pero para ello basta con que sea capaz de apreciar la belleza. Job era Job antes y después de sufrir. ¿Qué le enseñó el sufrimiento que no supiera antes?

—Entonces ¿qué hacen por ellas en el infierno?

—No les digo que, según Él, el ojo humano expresa del mismo modo la perfección de la Creación cuando contempla con horror un cuerpo mutilado que cuando admira un jardín.

»Él insiste en que todo reside ahí. Tu jardín salvaje, Lestat, constituye su versión de la perfección. Todo arranca de la misma semilla y yo, Memnoch, el diablo, no alcanzo a comprenderlo. Debe de ser porque poseo la mente simple de un ángel.

—¿Cómo consigues luchar contra Él en el infierno y al mismo tiempo hacer que los condenados se salven y alcancen el cielo?

—¿Qué piensas que es el infierno? —preguntó Memnoch—. Supongo que te habrás hecho alguna idea al respecto.

—En primer lugar, es lo que llamamos purgatorio —respondí—. Todo ser humano puede redimirse, según te oí decir cuando yacía en el campo de batalla. Pero ¿qué clase de tormentos deben padecer las almas que están en el infierno para alcanzar el cielo?

—¿Tú qué crees?

—No lo sé. Tengo miedo. ¿Vas a llevarme allí?

—Sí, pero me gustaría saber qué idea te has formado sobre el infierno.

—No lo sé exactamente. Sólo sé que quienes han matado a otras personas, como he hecho yo, deben sufrir por ello.

—¿Sufrir o pagar por ello?

—¿Acaso no es lo mismo?

—Supongamos que tuvieras la oportunidad de perdonar a Magnus, el vampiro que te metió en esto, supongamos que lo tuvieras delante y te dijera: «Perdóname, Lestat, por haberte arrebatado la vida mortal, por colocarte al margen de la naturaleza y obligarte a beber sangre para subsistir. Haz conmigo lo que quieras, pero perdóname.» ¿Cómo reaccionarías?

—Has elegido un mal ejemplo —contesté—. Ya lo he perdonado. Creo que no sabía lo que hacía. Estaba loco. Era un monstruo del Viejo Mundo. Me corrompió movido por un extraño impulso personal. Ni siquiera pienso en él, me trae sin cuidado. Si quiere pedir perdón a alguien, que se lo pida a los mortales que asesinó durante su existencia.

»En su torre había una mazmorra que estaba llena de hombres mortales a los que había asesinado, unos jóvenes que se parecían a mí, a los cuales había conducido allí para ponerlos a prueba, y en vez de iniciarlos en los ritos vampíricos los había matado salvajemente. Recuerdo los montones de cadáveres de jóvenes rubios y ojos azules. Unos jóvenes a quienes había privado de la posibilidad de vivir, de gozar de la vida. Los que deben perdonarlo son los seres humanos a quienes arrebató la vida.

Había empezado a temblar de nuevo. Era propenso a sufrir arrebatos de indignación. Me había indignado muchas veces cuando los otros me acusaban de diversos y espectaculares ataques contra hombres y mujeres mortales. Y niños. Niños indefensos.

—¿Y tú? —preguntó Memnoch—. ¿Qué crees que deberías hacer para entrar en el cielo?

—Por lo visto, bastará con que trabaje para ti —contesté con tono impertinente—. Al menos, eso es lo que he deducido. Pero no me has dicho exactamente lo que debo hacer. Me has contado la historia de la Creación y la Pasión, me has hablado de la distinta forma de ver las cosas que tenéis Dios y tú, me has explicado cómo te opusiste a Él en la Tierra, e imagino las implicaciones de esa oposición, pues ambos somos unos sensualistas, unos firmes creyentes en la sabiduría de la carne.

—Amén.

—Pero no me has explicado de forma concreta lo que haces en el infierno. ¿Por qué dices que estás ganando la batalla? ¿Por la celeridad con que envías almas al cielo?

—Sí, con celeridad y total aceptación por su parte —respondió Memnoch—. Pero no estoy hablando de la oferta que te hecho ni de mi oposición a los métodos de Dios, sino que deseo hacerte la siguiente pregunta: teniendo en cuenta lo que has visto, ¿cómo crees que es el infierno?

—Temo responder, pues sé que lo merezco.

—Jamás has demostrado tener miedo. Adelante. Di lo que piensas. ¿Cómo crees que es el infierno, qué cualidades debe poseer un alma para ser digna del infierno? ¿Crees que basta con decir «creo en Dios, creo en el sufrimiento de Jesús»? ¿Piensas que basta decir «me arrepiento de todos mis pecados porque te he ofendido, Señor», o bien «me arrepiento de mis pecados porque cuando estaba en la Tierra no creía en Ti y ahora sé que existes, que existe el infierno y deseo reunirme contigo en el cielo» ?

Yo no respondí.

—¿Crees que todo el mundo debería ir al cielo? —preguntó Memnoch.

—No. Eso es imposible —contesté—. Los seres como yo, que han torturado y asesinado a otros seres, no deben ir al cielo. Las personas que con sus actos han provocado catástrofes tan terribles como la peste, el fuego o un terremoto no deben ir al cielo. No sería justo que fueran al cielo si no saben, si no comprenden que han obrado mal, como yo he empezado a comprenderlo. El cielo acabaría convirtiéndose en un infierno si todas las personas crueles, egoístas y malvadas entraran en él. No quiero encontrarme allí con los monstruos que pululan por la Tierra. Si fuera tan fácil, el sufrimiento del mundo sería...

—¿Qué?

—Imperdonable —murmuré.

—¿Qué es lo que sería perdonable, desde el punto de vista de un alma que muere sumida en el dolor y la confusión? Me refiero a un alma que sabe que a Dios no le importa su suerte.

—No lo sé —contesté—. Cuando describiste a los elegidos del
sheol,
el primer millón de almas que condujiste al cielo, no te referías a unos monstruos reformados, sino a personas que habían perdonado a Dios por crear un mundo injusto, ¿no es cierto?

—Así es. Ésas fueron las almas que me llevé al cielo, sí.

—Pero te referías a ellas como si fueran las víctimas de la injusticia de Dios. No hablaste sobre las almas de los culpables, de los seres como yo, los transgresores, los corruptos.

—¿No crees que cada cual tiene su propia historia?

—Es posible que algunos cometan atrocidades a causa de su estupidez, sus pocas luces y el temor a la autoridad. Pero muchos otros son como yo, saben que son malvados pero no les importa. Se conducen así porque... les gusta. A mí me gusta crear vampiros. Me gusta beber sangre. Me gusta matar. Siempre me ha gustado.

—¿Por eso bebes sangre? ¿Simplemente porque te gusta? ¿O acaso es porque te han convertido en una máquina sobrenatural perfecta que ansía beber sangre y se alimenta de ella, una siniestra criatura de la noche creada por un mundo injusto al que tú y tu destino le importáis tan poco como cualquier niño que pudiera morir de hambre aquella misma noche en París?

—No pretendo justificar lo que hago ni lo que soy. Si crees que intento justificarme, si es por eso que quieres que me convierta en tu lugarteniente, que acuse a Dios... te has equivocado de persona. Merezco pagar por lo que he hecho. ¿Dónde están las almas de las personas a las que he asesinado? ¿Estaban preparadas para ir al cielo o han acabado en el infierno? ¿Acaso han perdido su identidad y permanecen atrapadas en un torbellino, entre el cielo y el infierno? Sé que allí hay unas almas que aguardan su destino, las he visto con mis propios ojos.

—Sí, es cierto.

—Es posible que haya enviado a algunas almas a ese torbellino. Soy la encarnación del egoísmo y la crueldad. He devorado a los mortales que he asesinado, como si fueran comida y bebida. No tengo perdón.

—¿Crees que deseo que te justifiques? —preguntó Memnoch—. ¿Qué violencia he justificado hasta ahora? ¿Qué te hace pensar que te apreciaría más si trataras de hallar una explicación a tus actos? ¿Acaso he defendido alguna vez a alguien que hubiera hecho sufrir a otro ser humano?

—No.

—Entonces ¿a qué viene eso?

—Quiero saber qué es el infierno, qué es lo que haces allí. Según parece, no quieres que la gente sufra, ni siquiera yo. No puedes acusar a Dios y decir que Él hace que todo sea maravilloso y tenga un significado. Es imposible. Eres su adversario. ¿Qué es el infierno?

—¿Qué crees tú que es? —volvió a preguntarme Memnoch—. ¿Qué estás dispuesto a aceptar moralmente antes de rechazar mi propuesta, antes de huir de mí? ¿Qué clase de infierno deseas que exista y tú mismo crearías si te hallaras en mi lugar?

—Un lugar donde las personas comprendan el mal que han causado a otros; donde tengan que enfrentarse a cada detalle y analizar cada partícula de su existencia, hasta llegar a la conclusión de que jamás volverían a cometer esos actos; un lugar donde las almas se reforman a través del conocimiento del mal que han causado y la forma en que pudieron haberlo evitado. Cuando comprendan, como dijiste sobre los elegidos del
sheol,
cuando no sólo sean capaces de perdonar a Dios por haber creado un mundo injusto sino a sí mismos por sus debilidades y fracasos, sus reacciones violentas, su rencor y su mezquindad, cuando consigan amar y perdonar a todo el mundo, entonces serán dignos de entrar en el cielo. El infierno debería ser un lugar donde recapacitaran sobre las consecuencias de sus actos, pero siempre conscientes de lo insignificantes que son y lo poco que saben.

—Exactamente. Entender el daño que has causado a otros, comprender que no lo sabías, que nadie te lo había explicado, aunque tenías la capacidad de evitarlo. Y perdonar, perdonar a tus víctimas, a Dios y a ti a mismo.

—Sí. Eso pondría fin a mi ira, a mi indignación. Si pudiera perdonar a Dios y a mí mismo, no volvería a enfurecerme con nadie.

Memnoch guardó silencio. Permaneció sentado, con los brazos cruzados, mirándome de hito en hito, su oscura frente perlada de sudor debido a la humedad del ambiente.

—¿No es así como debería ser el infierno? —pregunté, temeroso—. Un lugar donde comprendas el mal que has hecho a otros seres... donde te des cuenta del sufrimiento que has causado.

—Sí, y es terrible. Yo lo creé y mi propósito es restaurar las almas de los justos y los pecadores, de quienes han sufrido y de quienes han cometido actos crueles. La única lección del infierno es el amor.

Yo estaba asustado, tan asustado como cuando nos dirigíamos a Jerusalén.

—A Dios le complace que le envíe tantas almas —dijo Memnoch—, pues éstas justifican su manera de hacer las cosas.

Sonreí con amargura.

—La guerra le parece magnífica, la enfermedad representa para Él otro medio para alcanzar el cielo y la autoinmolación le parece una sublimación personal de su gloria. ¡Como si él conociera su significado! Se han perpetrado más injusticias en el nombre de la cruz que en el nombre de otra causa, emblema, filosofía o credo que haya existido sobre la Tierra.

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