No hay canciones que nos digan: «La fiebre nunca se irá», «El dolor me acompañará por siempre porque hoy tengo fiebre», etc. Simplemente sabemos que llamando al médico y haciendo reposo, la fiebre desaparecerá.
¿Por qué entonces pensar que este dolor que sentimos por que nuestra novia nos dejó, o nos está por dejar no se nos va a ir nunca? ¿Acaso no dejaste de sufrir por aquella otra que creías que no ibas a olvidar jamás?
Si querés sufrir, sufrí. Si querés llorar, llorá. Pero tené siempre presente que a pesar de lo que digan miles de cantantes en sus románticos temas, se te va a pasar. Es más, aunque no quieras se te va a pasar igual. Porque siempre es así. No te preguntes cómo ni por qué. Es como la fiebre.
Nuestra mujer ya no está a nuestro lado. Nos sentimos muy mal. Es importantísimo trazar un plan de acción, porque dado que la vida sigue, acción va a haber. Y para que esta acción sea positiva, tiene que estar planeada. Y para trazar ese plan de acción tenemos que tener en cuenta nuestro objetivo.
¿Y cuál es ese objetivo?
Lo primero que nos va a venir a la mente es: «Volver a estar con ella», pero en realidad ese no es un fin sino un medio. ¿Un medio para qué? Para sentirnos bien. O sea que en realidad el objetivo final es… «Sentirnos bien».
Claro que por ahora el único medio que vemos potable para sentirnos bien es que ella regrese a nuestro lado. Pero si abrimos nuestra mente y somos objetivos, vamos a darnos cuenta de que en realidad hay «otras» maneras de sentirnos bien.
Una de estas maneras es perder la memoria. Si no nos acordamos de ella no vamos a sufrir.
Claro, eso no va a pasar, pero el ejemplo es válido para que empecemos a reconocer que «sí» hay otras maneras.
Otra forma sería conocer otra mujer y enamorarnos tan rápidamente de ella que dejemos de sufrir instantáneamente por la anterior.
Claro… ustedes piensan que eso tampoco puede pasar. Eso es tan imposible como perder la memoria.
Error. Sí puede pasar.
Es difícil. Sí, lo es. Pero no imposible.
Si yo hoy les dijera que si firman tal papel mañana van a conocer otra mujer de la cual se van a enamorar, se van a poner de novios, van a tener una vida juntos llena de felicidad, compañerismo y excelente sexo, ustedes, ¿firmarían o dirían que no y seguirían tristes esperando el regreso de la otra?
¡¡¡Ahá!!!
Entonces les gustaría que eso pase.
Bueno, pasar puede pasar. El problema es que en esas circunstancias uno no está receptivo como para que eso suceda. Entonces es posible que esta nueva mujer les esté pasando al lado y ni siquiera se den cuenta.
Daniel estuvo de novio cinco años con Adriana. Tuvieron algunas rupturas en el medio, pero siempre volvían. Daniel estaba más muerto que Tutan Kamón y no concebía la vida lejos de ella.
Resulta que Adriana un día descubre su vocación.
—Quiero ser modelo —le dijo un buen día a Daniel.
—Modelo las pelotas —respondió Daniel, con la esperanza de que sea un berretín pasajero de su novia y todo quedara en la nada. Porque si algo no estaba dispuesto a tolerar Daniel era que Adriana, su novia y futura esposa y madre de sus hijos, fuera modelo.
Adriana se empecinó con lo del modelaje apoyada por su familia y amigas. Al cabo de unos meses de tira y afloje, Daniel planteó seriamente no querer seguir adelante con la relación si ella persistía con su plan de ser una modelo famosa.
Qué jugada maestra, pensó Daniel, dado que Adriana lo amaba tanto que jamás tomaría una decisión que implicara perderlo.
Ay… Dany… Dany…
Adriana lo dejó sin ni siquiera derramar una lágrima. Se despidieron por última vez en la puerta de su casa. Adriana vivía frente a una plaza. Ellos tenían como costumbre que cuando él se iba de la casa de su novia, ella se quedaba mirándolo detrás del vidrio de la entrada de su edificio, y cuando él iba más o menos por la mitad de la plaza, se daba vuelta y se volvían a saludar con la mano. Recién después ella subía a su departamento. Hicieron esto durante los cinco años que estuvieron de novios. Esa sería la última vez que cruzando esa plaza, Daniel giraría para saludar a Adriana.
El dolor que sentía era casi insoportable. Y digo casi, porque insoportable del todo fue cuando al llegar a la mitad de la plaza, se dio vuelta y Adriana estaba muerta de risa charlando con una vecina sin prestarle a él ningún tipo de atención. Se quedó con su mano levantada y quieta y con la mirada perdida sin poder creer lo que estaba pasando.
¿Podía él tener tan poca importancia para ella en ese momento?
Quince días después, su amigo Claudio le contó que estaba de novio y que su nueva novia tenía dos amigas que podía presentarle.
—Te agradezco, pero no estoy de humor. —dijo Daniel aún destruido por haber perdido hacía tan poco tiempo a su novia de cinco años.
—Dale boludo, mirá que están una mejor que la otra. Una es una morocha de ojos verdes que te juro que la vez y te morís.
—¿Cómo se llama?
—Adriana.
—¿Por qué no te vas a la mierda?
—Y qué querés boludo… si se llama Adriana. Pero es un bombón.
—No… no… si salgo con una Adriana, me pongo a llorar. ¿Y la otra?
—La otra es una rubia de ojos celestes que es un infierno.
—¿Rubia?
—Sí, sí, rubia.
—Pero… ¿rubia rubia?
—¡Sí Nabo! ¡Le mirás el pelo y es amarillo!
—¿Y de lomo?
—Una bestia.
—¿Buenas tetas?
—Impresionantes.
Eso motivó a Daniel un poco más, dado que esa parte del cuerpo femenino era su pasión y su ex novia, si bien él la quería mucho, no llegaba a las medidas anheladas. Fue así como el viernes siguiente salieron los cuatro.
Fue instantáneo. Fue conocerse y enamorarse. Había desaparecido todo el dolor por la mujer que Daniel había perdido. Sólo quedaba tal vez la bronca por tirar cinco años a la basura por la estupidez de querer ser modelo. Ella lo había lastimado. Y cuando él se alejaba casi llorando ella reía con la vecina. Y en quince días no llamó por teléfono ni siquiera para recuperar alguna boludez que tenía en la casa de Daniel.
Y Daniel se puso de novio con Carolina, la rubia infernal. Se sentía fenómeno y es más, al tener la mente más despejada pudo darse cuenta cuán para el culo estuvo con Adriana en más de una oportunidad, y él, por estar ciegamente enamorado, había hecho la vista gorda.
El regreso de Adriana se demoró un mes.
Porque como vimos anteriormente, cuando uno desaparece, ellas vuelven. Si nos quieren, siempre vuelven.
Y Daniel, dado que estaba muy de novio con Carolina, estaba más desaparecido que el Ital-Park. Ella, al no tener noticias por tanto tiempo, porque seguramente esperaba tenerlo al mes llorando, rogándole y pidiéndole perdón para volver a darle salida, se dio cuenta cuanto lo quería y cuanto lo necesitaba. Pero bueno, como dijimos al principio, el objetivo no es que ellas vuelvan sino sentirnos bien.
Y Daniel ya se sentía muy bien.
Se sentía muy bien sin Adriana.
Se sentía muy bien con Carolina.
El objetivo era sentirse bien. Dejar de sentir ese nudo en el pecho. Y estaba cumplido.
Adriana nunca más. Y la vida continuó sin dolor.
Esto también te puede pasar a vos. Ahora creés que sería imposible, pero Daniel también lo creía así.
Abrí tu mente. No te cierres. No te obstines en que la única solución es recuperarla.
No es así.
Te dejó o está por dejarte y te sentís como un trapo de piso.
No comés, no salís, no te afeitás, no cagás, no te reís.
No te llama, es el fin de la vida.
Te llama, la vida es una fiesta.
Todo lo bueno o lo malo que puede pasarte depende de ella.
Si ella ya no te quiere se termina el mundo.
¿Y vos?
¿Y yo qué?, dirás.
¿Y vos te querés?
Si vos mismo no te querés, ¿por qué va a quererte ella?
¿Suponés que ella ve algo en vos que vos no ves y por eso te quiere?
Eso es imposible.
Vos te conocés mejor que nadie.
No comer, no salir, no afeitarse, no reír, pensar que tu vida se terminó porque una persona no quiere seguir estando a tu lado, son actitudes de alguien que no se quiere a sí mismo.
Para poder vivir le ganaste una carrera a millones de espermatozoides.
O sea que naciste ganador.
Todos nacimos ganadores. Perdedores nos vamos haciendo solitos con el correr de la vida.
Vos te estás quedando sin ella, pero ella también se está quedando sin vos.
Si vos no te ocupás de vos, nadie lo va a hacer. Está demostrado.
Dejate de joder.
Levantate, afeitate, comprate alguna pilcha nueva.
Dejá de levantar el teléfono al primer ring.
Salí. No tengas miedo a que ella llame y vos no estés.
Si te quiere va a volver a llamar.
Divertite, que la vida sigue y sólo vos podés remontarla.
Es más, siempre que algo termina da paso a cosas nuevas y tal vez mejores. Andá en busca de ellas. No pierdas el tiempo.
¡Queréte mierda!, me decía mi amigo Toto en épocas en las que yo andaba destruido por una ex.
La pregunta del millón es la siguiente:
Ella ¿se merece que vos estés como estás?
La respuesta te la dejo a vos.
Volver a sentirte bien es posible. Y empieza con una decisión.
Como todo.
El mecanismo para conseguir cualquier cosa es primero desearla, luego decidir tenerla, luego imaginarte que ya la tenés y por último obtenerla.
O sea que si estás hecho bosta por una mina, no pretendas sentirte bien de un segundo a otro.
No te saltees ningún paso:
Primero asumí que te sentís mal y que lo que necesitas no es estar con ella sino dejar de sentirte angustiado.
Segundo, tomá la decisión de empezar a sentirte bien.
Tercero, imaginate riendo, saliendo, divirtiéndote y levantándote otras minas mejores. Lindo, ¿no?
Cuarto, empezá. Sólo depende de vos.
Te peleaste con tu novia y tu mente va a mil. Y por eso tu corazón sufre.
¿Cuándo el corazón sufre? Cuando la mente le manda mensajes negativos.
En los momentos en que estás distraído mirando una película interesante, cuando estás en una reunión de amigos contando chistes o cuando estás en la cancha viendo a tu equipo, tu corazón no sufre.
¿Por qué? Porque la mente está en otra cosa. Esto puede parecer muy simple pero casi nunca lo tenemos en cuenta.
Si bien hay momentos en los que nos causa hasta algún extraño placer tirarnos en la cama a escuchar un tema que nos la recuerde, hay otros en los que el sentimiento no es nada agradable. Ese sentimiento se puede cambiar.
Sería muy simplista decir que ese sentimiento se puede cambiar modificando nuestros pensamientos, pero si no podemos cambiar nuestra mente, al menos podemos «distraerla».
Tratá de no quedarte solo, mirá películas, leé, andá a la cancha, practicá un deporte en grupo, andá a comer con amigos. Hacé cualquier actividad que te cause placer.
Sí, sí, ya sé que a veces parece que nada te va a causar placer, pero eso no es cierto.
Por otro lado supongamos que dentro de un tiempo volvés a estar con ella. Qué mejor que hablarle de las películas que viste, los libros que leíste, que te encuentre mejor físicamente porque estuviste practicando tal o cual deporte. O sea, que vea que mientras estuvieron separados vos tuviste una vida. Una buena vida, donde tal vez empezaste a hacer cosas que no hacías cuando estabas con ella.
Si las hiciste para no sufrir por su ausencia es algo que no tiene por qué saber. Es más, el tener la mente más fresca y por ende el corazón menos lastimado, va a hacer que puedas actuar de la manera más apropiada cuando retomes el contacto con ella.
No va a sumar puntos a tu favor que en un eventual reencuentro, perciba que sos una piltrafa humana que estando lejos de ella no sirve ni para ver la hora.
Levantar el teléfono para ver si tiene tono es una señal inequívoca de que estás en el camino equivocado. No estás distrayendo tu mente, ni te estás dando el valor que merecés. Además, en más del 99,99% de los casos tiene tono.
No te está llamando porque en ese momento está «en otra», no porque tu teléfono no funciona.
¿Por qué no intentar al menos estar «en otra» vos también?
Lucas estaba de novio con Luciana desde hacía tres años. Tenían una relación bastante turbulenta, con muchas idas y vueltas pero se querían con locura. Lucas no concebía la vida sin Luciana. Ella tenía que ser la última mujer de su vida.
En varias oportunidades se vieron distanciados por cortos períodos de tiempo, pero siempre volvían a estar juntos. No podían vivir el uno sin el otro.
«Estoy segura que sos el hombre de mi vida» era una de las frases favoritas de Luciana.
«Te amo», era otra.
«Te necesito tanto…» era otra.
En fin, la cantidad de frases favoritas era innumerable.
Tenían un enganche tal que daba la sensación de que pasara lo que pasara, siempre volverían a estar juntos. Se querían demasiado.
Una noche Luciana y Lucas estaban tomando algo en uno de esos románticos lugares para parejas, con luz tenue y música lenta.
Luciana lo mira y le dice: —El próximo jueves me voy a Bariloche a vivir un año.
Lucas no sabía si lo que había escuchado había sido una ilusión óptica del oído, o si lo que estaba tomando le había afectado el cerebro, o si Luciana le estaba haciendo un chiste de pésimo gusto.
—¿Qué el jueves qué? —se limitó a preguntar.
—Sí, lo que escuchaste. El jueves, (era lunes) me voy a vivir un año a Bariloche.
—¿Y qué vas a hacer en Bariloche?
Luciana le respondió que no sabía, que necesitaba encontrarse con ella misma, o alguna pelotudez por el estilo. Que sólo contaba con treinta pesos y un pasaje en tren de ida y que se iba a lanzar a la aventura de irse y conseguir algún trabajo. Unos parientes lejanos tenían una hostería. Empezaría probando suerte por ahí y luego vería.
Obviamente algún trabajo iba a conseguir seguro, dado que era una terrible yegua rubia de un metro setenta y cinco y 110-60-90.
Lucas quería despertarse, pero estaba despierto. La cabeza le daba vueltas como un trompo y le costaba ordenar sus pensamientos como para decir algo coherente.