Si ella se está alejando de vos porque te está dejando de querer, o porque le gusta otro, lo primero que va a hacer es echarte la culpa aduciendo alguno de los ítems mencionados anteriormente o alguno similar.
Vos, en el afán de retenerla, vas a hacer lo imposible por cambiar tu conducta. Te tengo una mala noticia. Por más que cambies lo que cambies, la vas a perder igual.
Porque en el 90% de los casos, el problema no está en vos, sino en ella. O lo que es peor aún, en algún tercero del cual desconocés su existencia.
Una vez una novia me dejó con el argumento de que en mí, encontraba todo lo que una mujer puede desear de un hombre. Por lo cual, ya no tenía nada que buscar.
Hija de puta. Y mentirosa. Algún buitre le estaría rondando.
¿Yo que tendría que haber hecho entonces? ¿Ser un poco más turro? ¿Un poco más tonto?
¿No laburar ni estudiar? ¿Pegarle de vez en cuando? Lo dudo.
Ojo, no en todos los casos en que las mujeres te rompen las bolas es porque piensan dejarte, pero si es así, no te sientas culpable de que la relación se rompió porque vos no cambiaste determinada cosa.
Romper las pelotas está en su esencia.
Si vas todos los domingos a la cancha, te rompen las pelotas porque no estás con ellas. Entonces dejás de ir a la cancha y mirás los partidos por televisión. Ahí te rompen las pelotas porque a ellas les aburre el fútbol. Entonces dejás de ver los partidos por televisión y ahí viene tal vez el planteo: «A vos te parece, están todos reunidos en la casa de mamá viendo el partido y vos no querés ir. ¡Siempre el mismo antisocial!»
No tratemos de conformarlas. No se puede.
Para Sebastián el viaje de egresados no era otra cosa que el momento en donde las mujeres les meten los cuernos a sus novios.
Tal vez al regresar continúen la relación, luego de haberlos garcado, o sencillamente los dejen. Sea como sea siempre era para quilombo.
El había realizado dicho viaje hacía tres años y había llegado a esa conclusión por su propia experiencia y la de toda la gente que conocía.
Que problema voy a tener el año que viene… se dijo, dado que Fabiana, su novia, estaba en cuarto año.
Con lo que Sebastián no contaba era con que la división de su novia se ganaría en un sorteo en un boliche, un viaje de egresados a Bariloche para toda la división un año antes de terminar, razón por la cual decidieron adelantarlo.
Él, hasta ese momento, no había tocado el tema con ella dado que no tenía sentido comenzar a tener problemas por ese viaje más de un año antes, pero esto cambiaba todo.
—¡Nos ganamos el viaje!— le dijo ella muy contenta.
—Si querés seguir conmigo, más vale que lo olvides— respondió Sebastián.
Ese fue el comienzo de un flor de despelote. Obviamente Fabiana no tenía la menor intención de no ir al viaje con todos sus compañeros porque el imbécil del novio se lo prohibía, a pesar de que lo amaba.
Y Sebastián no tenía la menor intención de dejar que su novia se fuera a atorrantear con las amigas a Bariloche y que su relación se fuera a pique. No iba a tolerar ningún tipo de metida de cuernos.
Ella le juraba y le superjuraba que sería más fiel que Carolina Ingalls, pero Sebastián intentaba explicarle una y otra vez que nos e trataba de desconfianza, sino que él sabía positivamente que el ambiente que se vivía en ese viaje la iba a llevar inevitablemente a tener algún tipo de aventura. Y él no estaba dispuesto a pasar por esa situación. Era terminante, si se iba no lo veía más.
Fabiana tampoco quería dar el brazo a torcer, dado que le parecía totalmente injusto no poder disfrutar de ese viaje como lo harían todos sus compañeros. El día de la partida se iba acercando y ninguno de los dos modificaba su actitud.
El tren saldría a las diez de la mañana del día siguiente. Dado que Fabiana no aflojaba, Sebastián se despidió de ella la tarde anterior diciéndole que si ella había elegido viajar antes que continuar su relación con él sería porque tal vez no lo quería lo suficiente. Ella le aseguró que al volver lo llamaría y que seguirían adelante como hasta ahora.
—No se te ocurra llamarme cuando vuelvas, porque si te subís a ese tren no quiero volver a verte nunca más— respondió él. Eso en realidad no era cierto, pero quería agotar los recursos para evitar que se fuera.
A las doce de la noche sonó el teléfono de Sebastián. Era Fabiana. No viajaba. Lo quería mucho como para perderlo por un viaje.
«¡Tigreeee!» se dijo a sí mismo. Podría haber aflojado él hacía un rato cuando la cosa se puso fulera. Pero no lo hizo. Y logró su cometido.
Ella no estaba enojada, porque entendió que todo lo había hecho porque la quería. La relación continuó con total normalidad. Es más, este episodio logró que la pareja está aún más unida. Podríamos decir que todo era ideal.
A los tres meses la abuela de Fabiana la invita a un viaje en barco a Paraguay, junto con su madre y su tía. El viaje duró quince días, pero Sebastián la extrañó como si fuera un año, a pesar de que recibió como diez cartas de ella diciéndole lo interminables que se le estaban haciendo los días lejos de él. Parecía como que quería tirarse del barco y venir nadando a abrazarlo. Es que estaban tan enamorados…
A su regreso Sebastián la fue a buscar al puerto y pasaron el resto del día juntos.
Ya era de noche cuando sonó el teléfono en la casa de Fabiana.
—Hola— atendió ella.
—¿Pero cómo conseguiste mi teléfono?, yo no te lo dí —continuo diciendo, pero sin demasiado enojo en su voz.
Ahí Sebastián se puso como loco y empezó a preguntar: —¡quién carajo es?
Fabiana, tapando el auricular le respondió en voz baja:
—Un chico del barco…
—¿Un chico del barco?— repitió Seba exasperado.
—Sí… —dijo Fabiana entre incomoda y dubitativa— …se llama Matías… es un amigo…
—¿Un amigo? ¡Amigo las pelotas!
Sebastián sabía perfectamente que nadie que hubiera conocido a su novia en el barco quería ser su amigo. La única intención que podría tener ese tipo era clavársela como mariposa de museo. Cuando Fabiana trató de retomar la conversación telefónica, el tipo, evidentemente asustado por el quilombo que escuchó, había cortado.
Sebastián se armó de paciencia para explicarle a Fabiana que ese tipo que había conseguido su número de teléfono por algún lado y la estaba llamando, no tenía ningunas intenciones amistosas y le pidió que no volviera a hablar con él. Y en el caso de que llamara nuevamente, le dijera que no volviera a hacerlo.
Fabiana lo entendió.
Al otro día Sebastián estaba en su trabajo y no podía evitar pensar en el episodio del teléfono.
¿Qué hubiese pasado si el tipo llamaba cuando él no estaba? ¿Podía confiar en su novia?
Estaba seguro que sí, pero le molestaba terriblemente tener un buitre rondando.
La próxima vez que llamara, ¿ella le diría que no la llame más como le había prometido?
Fue entonces cuando se le ocurrió una idea brillante para sacarse la duda.
Llamó a un cadete amigo que trabajaba en la empresa y le pidió que llame por teléfono a su novia diciendo que era ese tal Matías del barco, mientras él escucharía la conversación desde otro aparato paralelo.
Tenía muchas ganas de escuchas como ella le cortaba el rostro. Que lindo sería oirle decir: «Me traes problemas con mi novio, no me llames nunca más».
—Hola Fabiana, habla Matías, —dijo el cadete.
—Vos no sos Matías… —respondió Fabiana con una voz entre dulce y dubitativa.
—Sí, sí… soy yo… —insistió el cadete mirando a Sebastián como pidiéndole letra.
No funcionaba, había que cambiar la estrategia.
Sebastián tapando la bocina de su auricular le apuntó en voz baja: —Decile que en realidad sos un amigo de Matías… que Matías no se animaba a llamarla porque se había dado cuenta que le podía traer problemas si estaba el novio…
En realidad esto sonaba bastante pelotudo y poco convincente, pero fue lo único que se le ocurrió al toque. De última si no se lo creía, Sebastián le diría: «Soy yo mi amor… te estaba jodiendo un ratito».
El cadete le dijo exactamente lo que Sebastián le había apuntado y fue a apartir de ahí donde se empezó a venir la noche.
—Pero mi novio ahora no está, decile a Matías que me llame… —dijo ella.
Luego de esta respuesta, el cadete miró nuevamente a Seba como esperando instrucciones.
Sebastián estaba tan shockeado que no atinaba a decir absolutamente nada, por lo cual el cadete decidió tomar vuelo en la conversación por sí mismo.
—Decime la verdad, ¿qué pasa con Matías? —preguntó el cadete.
—Con Matías hay mucha onda… mucha onda… —respondió Fabiana con una vocecita de pelotuda terrible.
—¿A qué llamás mucha onda?
—Vos me entendés… hay mucha onda.
—Pero, ¿pasó algo entre ustedes?
—Y… ¿no te contó Matías…?
Sebastián estaba blanco. Lo que estaba sucediendo seguramente era una pesadilla de la que pronto se despertaría.
—¿Y con tu novio que pensás hacer? —preguntó el cadete que ya se había puesto canchero en su rol.
—Con mi novio está todo mal.
—¿Todo mal? —exclamó mirando de reojito a Sebastián que estaba a punto de desmayarse.
—Sí, con mi novio está todo mal… Decile a Matías que no sea tonto y que me llame…
Basta. Ya era suficiente. No se soportaba más.
Sebastián le cortó el teléfono al cadete y le dijo a Fabiana con vos seria y tranquila: —Hola Fabiana, soy yo.
Durante unos quince minutos estuvo intentando obtener de ella un sonido. Se sentía su respiración en el teléfono pero no respondía.
—Ya está —le decía Sebastián— ya escuché todo, ahora hablame…
Silencio. El se la había hecho muy bien y ella estaba tan aturdida que no sabía como responder.
Luego de un rato de insistencia Fabiana sólo atinó a decir tímidamente: «Me ahogaste».
¿Qué tal?
Resulta que él con sus celos, con su inseguridad, con su cuidaconchismo, la había ahogado.
En realidad se tendría que haber ahogado en el Río de la Plata después de caerse del barco esa hija de puta.
Bueno, la historia continuó. Se encontraron, se pelearon, después se arreglaron, al tiempo se volvieron a pelear, más tarde se amigaron de nuevo, en fin, lo de siempre.
Analicemos un poco la situación desde el principio.
Sebastián no la dejó ir de viaje de egresados por miedo a que ella le meta los cuernos.
Al pedo. Se los metió igual.
Si tenés una novia garca, y la tenés atada, no tenés una novia fiel. Simplemente tenés una cagadora atada.
Si esa persona no te conviene, más vale darte cuenta lo antes posible. O sea, dale libertad. Que haga lo que quiera. Que te sea fiel porque te quiere y no porque vos la estás controlando. Su fidelidad no es algo que vos puedas manejar. Sus sentimientos tampoco.
—Me voy de viaje de egresados.
—Que te diviertas.
Si se va con otro, dale las gracias a ese otro. Ponele un moño en la cabeza y que se la lleve envuelta para regalo. No era para vos.
Marcelo es trabajador.
Myriam es simpática.
Cacho es bueno.
Andrea es celosa.
Carolina es fiel.
Marcelo es trabajador.
¿Por qué?
Porque le encanta trabajar. Se siente inútil cuando no lo hace. Siempre quiere progresar en la vida y siente que el trabajo es el medio para lograrlo.
¿Hasta cuándo va a ser trabajador?
Hasta que se muera. Porque para él, ser trabajador es una forma de ser.
Myriam es simpática.
¿Por qué?
Porque es una chica muy sociable, casi siempre está sonriendo y tiene un trato muy agradable con la gente.
¿Hasta cuándo va a ser simpática?
Con excepción de que Myriam tenga algún problema momentáneo que oculte su simpatía, Myriam va a ser siempre una mujer simpática. Es su forma de ser.
Cacho es bueno.
¿Por qué?
Porque siempre piensa en el bien de los demás. Hace cualquier cosa por un amigo que se encuentre en problemas. Es capaz de prestarle lo que le pidas. Siempre está dispuesto a escuchar y a dar una mano.
¿Hasta cuando va a ser bueno?
Va a ser bueno siempre. Lo lleva en la sangre. Ser bueno es su forma de ser.
Andrea es celosa.
¿Por qué?
Porque cree que cualquier mujer puede quitarle su pareja. Le pasó con todos los novios que tuvo. Es muy posesiva e insegura.
¿Hasta cuándo va a ser celosa?
Sus celos pueden disminuir a medida que su pareja le vaya demostrando seguridad, pero nunca van a desaparecer completamente.
No puede evitar ser celosa aunque luche para lograrlo. Es su forma de ser.
Carolina es fiel.
¿Por qué?
Porque jamás mientras estuvo de novia, salió con otro hombre. ¿Hasta cuándo va a ser fiel?
Hasta que un día se le presente una oportunidad de ser infiel que no rechace.
Ser fiel no es una forma de ser.
Ser fiel es una circunstancia.
Por supuesto hay mujeres que son infieles con mayor facilidad que otras.
Algunas mujeres son infieles con un total y absoluto desparpajo. Están de novias y se levantan tipos en el laburo, en la parada del bondi, en las salas de Chat, en el consultorio del dentista, en la clase de buceo (en la pileta a tres metros de profundidad, con traje de neoprene, tanques de oxígeno, máscara y patas de rana), en fin, donde sea.
En el caso de estas mujeres, sí podríamos decir que la «infidelidad» es una forma de ser.
Ellas son así. No pueden cambiar.
Tal vez estén en un período de enamoramiento con su pareja que haya que sean fieles por un determinado período de tiempo, que pueden ser de dos meses, dos días o dos horas, pero indefectiblemente volverán a las andadas. Porque lo llevan adentro.
La infidelidad para ellas es una forma de ser.
La fidelidad en cambio, como decíamos anteriormente, no es una forma de ser sino una circunstancia.
Decimos que una persona es fiel porque hasta el momento no fue infiel, lo cual no asegura la permanencia de esta cualidad en el tiempo.
—Mi novia es fiel —dijo uno.
—Mi novia hasta ahora me fue fiel —dijo otro.
—Mi novia hasta ahora supongo que me fue fiel —dijo un tercero.
¿Cuál de estos tres personajes creen ustedes que tuvo la apreciación más acertada?