De esa manera primero se desprendían de la marca y luego podían tomar el balón más cómodamente.
Cuando nosotros sentimos a nuestra pareja distante, queremos acercarnos. ¿Cómo lo hacemos? Les preguntamos qué les pasa, si hay algo que no nos contaron, queremos verlas más tiempo. Queremos provocar por medio de nuestro acercamiento, el acercamiento de ellas, lo que por lo general no ocurre.
¿Y por qué no ocurre? Analicémoslo un poco fríamente.
Cuando sentimos a nuestra novia distante, es porque está distante. Así de fácil. Lo que pasa es que es mucho más sencillo pensar que es sólo idea nuestra. Lo que hacemos habitualmente para convencernos de que es de esa manera es preguntarle a ella si le sucede algo, si nos está queriendo menos, si hay otro tipo, y por lo general lo hacemos con voz melancólica y cara de carnero degollado.
Es muy probable que alguna de estas cosas le esté pasando, pero no es lo suficientemente importante, al menos en ese momento, como para decírnoslo. Entonces, lo que hacen es negar todo. Te dicen «no seas tonto, yo te quiero como siempre, no pasa nada». Pero la sensación que sentíamos no cambia, porque en realidad la actitud de ella a pesar de sus palabras no cambia. Está fría y distante y vos, a pesar de obtener las respuestas que esperabas, te seguís sintiendo mal porque en el fondo sabés que hay algo que no está bien. Si en estos casos no se actúa correctamente y con rapidez, esta situación se puede ir agrandando como una bola de nieve.
Cuando voy es porque vengo y cuando vengo es porque voy.
Querés que ella esté más lejos, acercate. Querés que ella esté más cerca, alejate.
Cuando voy es porque vengo y cuando vengo es porque voy.
Si ellas tienen algo en mente, lo que sea, que les está perturbando la relación con vos, cuanto más encima le estés, más molesta se va a sentir.
No hay mejor defensa que un buen ataque. Si ella está distante, ponete distante vos también.
No la llames.
No le insistas.
No le ruegues.
No le preguntes.
Poné distancia. Da vuelta la tortilla. Hacé que sea ella la que sienta lo que vos estás sintiendo ahora.
Que tenga un poco de miedo.
Que dude.
Que sea ella la que te termine preguntando si no la querés como antes, si te pasa algo, si tenés otra.
Cuando eso suceda, la vas a sentir más cerca que nunca y ya no vas a tener ningún temor. Será entonces ella la que se sienta mal pensando que vos estás distante.
Pero ése no es tu problema.
Están viendo una película de amor, de las que les gustan a ellas.
De ésas que con ver el título uno ya sabe que se trata de un hombre y una mujer que se enamoran y luego tienen un quilombo pero después se amigan. Esas películas de mierda que tienen nombres tales como «El cariño de tu amor», «El amor de los dos», «Dos para un amor», «Que hermoso es amarte», etc.
En el final de esa película el galancete de turno, que seguramente tiene una facha bárbara y alguno de los hombres presentes lo acusó de ser puto con el asentimiento de los demás hombre y los «Callate, nada que ver» de las damas, va en busca de una reconciliación.
¿Cómo lo hace?
Se pone su mejor ropa, compra un gigantesco ramo de flores y va de noche, debajo de una lluvia infernal a tocar el timbre de su amada y cuando ella sale, le dice con ojos lagrimosos: «He comprendido que no puedo vivir sin ti».
Entonces ella lo abraza y lo besa llorando, y es ahí cuando oímos los suspiros de las mujeres presentes y tenemos que escuchar comentarios tales como «Qué divino», «Cómo no vas a volver con un tipo que hace eso», «Me muero con un hombre así».
Si trasladamos esto a la vida real pueden pasar alguna de las siguientes cosas:
Del abrazo emocionado y el llanto, nada.
¿Y entonces?
Es que aunque parezca raro, a las mujeres no les gusta lo que dicen que les gusta.
Cuando yo tenía dieciocho años hicimos en la casa de una compañera de colegio, una reunión de todo el curso por el viaje de egresados.
Los viajes de egresados en aquella época, tenían fama de tener un efecto absolutamente descalibrante en cualquier pareja. Las minas que estaban de novias generalmente volvían «confundidas» de ese viaje.
Sobre el final de la reunión cayó Juan Carlos, el novio de la flaca Mariela, que tenía unos años más que nosotros y pinta de «guacho me las sé todas».
Una de las chicas le preguntó: —¿Y vos que opinás de que tu novia venga con nosotros de viaje de egresados?—. Ahí se produjo un silencio total y todas las miradas, femeninas y masculinas, se dirigieron al bananazo.
Su respuesta fue contundente: —Ella quiere ir a ese viaje, y como yo a ella la quiero, también quiero que vaya.
Se escucharon unos «Ahhhh… qué dulce… qué divino… «y si mal no recuerdo, algún que otro aplauso de la platea femenina».
—Aprendan ustedes lo que es un hombre… —dijo una.
Estaban todas enloquecidas con el tipo y nosotros nos sentíamos unos microbios.
La novia del chabón lo abrazaba como con miedo a perder ese tesoro de hombre que tenía, ante la envidiosa y deslumbrada mirada de las demás compañeras y nuestras caras de orto.
Dos meses más tarde.
Bariloche.
Excursión nocturna a tirarnos en trineo en un lugar llamado Piedras Blancas.
Hora de subir al micro para regresar al hotel.
El mencionado micro no podía emprender el regreso porque la flaca Mariela no aparecía por ningún lado.
Lo estaba regarcando al romántico del novio atrás de unos pinos con un exalumno del colegio.
¿Cómo se entiende? Sencillo, no les gusta lo que dicen que les gusta.
Lo del pibe hubiera estado perfecto si hubiese sido parte del guión de una película.
En la vida real no les gusta. Dicen que sí, pero no.
Flavio vivía con sus padres y sus dos hermanos. Esa noche habían ido a cenar su prima Silvana con su novio Ricardo.
A la madre de Flavio se le ocurrió en ese momento que sería una buena idea invitar a Carla, la novia de su hijo, a cenar también para que conociera a Silvana y Ricardo.
A Flavio también le pareció buena idea y se aprestó para ir a buscarla, pero antes de salir se dio cuenta de que en la mesa, que ya estaba puesta con anterioridad, faltaría un plato.
—Me voy a buscarla, pero antes agreguen un plato en la mesa —dijo.
Silvana y Ricardo observaban la escena.
—Andá, yo ya lo pongo, —le respondió su madre.
—No —dijo Flavio—, te vas a olvidar y no quiero que lo agreguen delante de ella, porque va a sentir que la invitamos de última. Agregalo ahora antes de que yo me vaya. Silvana miraba a su primo con admiración. En cambio Ricardo, viejo bucanero, miraba de costadito y no emitía sonido porque no tenía la suficiente confianza con la familia de Flavio.
Silvana entonces comenzó a dar rienda suelta a su admiración por la actitud de su primo:
—Qué caballero viste Ricardo… qué buen novio… qué suerte que tiene la chica de tener un novio así.
Hasta que Ricardo se hinchó las pelotas y respondió ante la atónita mirada de Silvana y el resto de los presentes: —¡¡Pero por qué no te callás!! ¿A vos sabés cuanto te dura un gil de esto?.. ¡¡Ni cinco minutos te dura!! Y vos… —dirigiéndose a Flavio—, con que sigas así, sos firme candidato a los cuernos.
«Este tipo está mal de la cabeza», pensó Flavio.
Ricardo, viejo corredor de pistas, recibido en la universidad de la calle con título de honor en su doctorado en mujeres, predijo con su sabiduría lo que sucedería poco tiempo después.
El perfecto novio Flavio, era corneado para el campeonato y abandonado por su tan querida y cuidada novia.
¿Hay alguna explicación lógica?
Sí. No les gusta lo que dicen que les gusta.
Lloran. Ellas lloran.
Y cuando ellas lloran nosotros aflojamos. Y las abrazamos y en ese momento somos capaces de hacer cualquier cosa.
Pero nosotros los hombre en realidad no entendemos ese llanto. Ese llanto no es igual al nuestro.
Marcos había tenido un desengaño amoroso muy grande y había sufrido mucho, razón por la cual, cuando luego de un tiempo bastante prolongado comenzó otra relación que para él era importante, intentó tomar ciertos recaudos para no volver a sufrir.
¿Qué hizo? Puso, a pesar de que estaba muy enamorado, cierta distancia entre ellos como para no comprometerse extremadamente y sufrir nuevamente con un desengaño.
Esa distancia consistía en no reconocer el noviazgo como tal, sino como una relación sin mayores compromisos.
Miriam, que así se llamaba su nueva pareja, estaba tan enamorada de él que esta situación ya había comenzado a hacerle daño. Marcos había decidido dar por finalizada su estrategia de poner esa distancia, darle el título oficial de «novia» y decirle que quería compartir con ella el resto de su vida. Lo que no tenía claro era cuando hacerlo, dado que quería que ese momento fuera muy especial.
Un buen día Miriam le dice a Marco que quiere hablar con él y se encuentran a tomar un café a eso de las siete de la tarde.
—Ya no puedo seguir con esta situación— dice ella mientras rompe en llanto. —Te amo con toda mi alma y no puedo seguir sintiendo esta inseguridad, esta incertidumbre con respecto a vos— Su llanto se hace más intenso.
En resumidas cuentas, Miriam le plantea que no quiere seguir adelante con la relación, aunque se destroce por dentro, porque ella lo ama demasiado y él no le demuestra el mismo sentimiento. Miriam entre llantos y sollozos le hizo saber que no continuaría si él realmente no la amaba ni quería seriamente que fuese su novia «legal».
Marcos en ese momento estuvo a punto de abrazarla y decirle todo lo que realmente sentía por ella, pero creyó que luego de tanto tiempo de hacerse el duro no era oportuno blanquear toda la situación a la primera lágrima, motivo por el cual decidió fingir aceptar la decisión de Miriam de separarse. De todas maneras, en breve la llamaría por teléfono para volver a encontrarse y darle a conocer sus verdaderos sentimientos.
A eso de las ocho de la noche, se despidieron y Miriam, sin dejar de llorar, se fue para su casa, mientras Marcos se fue a encontrar con un amigo.
A las diez de la noche Marcos no aguantó más. No tenía sentido prolongar esa agonía. Le dijo a su amigo: —Llevame a la casa de Miriam.
No había motivo para que ella siguiera sufriendo de esa forma. El la amaba e iba a decírselo ya mismo.
Al llegar en el auto con su amigo a la casa de su novia, Marcos ve un muchacho esperando en la puerta del edificio. En ese momento algo, sin saber por qué, le da mala espina.
—Esperemos acá un ratito— le dice a su amigo y se quedan los dos mirando desde la esquina.
—Ese tipo le está esperando a Miriam— agrega Marcos.
—No digas boludeces… ¿Qué te hace pensar eso?
—No sé… no sé… lo presiento.
Pasan como veinte minutos y nada.
—¿Qué carajo estamos esperando? —le pregunta su amigo.
—Ese tipo le está esperando a Miriam —insiste Marcos— Ella tiene la puta costumbre de hacerme esperar como veinte minutos cada vez que la paso a buscar para salir.
En ese momento se abre la puerta del edificio y aparece Miriam, super producida y muy sonriente. Ella abraza al muchacho y se besan en la boca durante como un minuto que para Marcos fueron como dos o tres horas. Luego, abrazados y sin dejar de sonreír, se dirigen hacia una 4x4 que estaba estacionada a unos metros, se suben y luego de quedarse un ratito besándose y abrazándose, arrancan y se van.
Marcos a esta altura ya era un dibujo. No podía ser cierto lo que acababa de ver. Ella hacía dos horas estaba llorando desconsoladamente por él. No podía ser todo una farsa para dejarlo porque tenía otro tipo.
Evidentemente, sí podía.
¿Y cómo hizo para llorar de esa forma? No sé, para saber eso hay que ser una mujer. Pero lo peor es que ese llanto no había sido fingido. Lloraba en serio la muy sorete.
Las lágrimas de las mujeres, es como si vinieran de otro lado. No sé de cuál, pero de otro.
Una mujer puede llorar porque la estamos dejando, y al otro día nos deja ella.
¿Pero si ayer estaba llorando porque la dejaba yo? Y… sí… es así.
Una mujer puede estar llorando y mientras todavía le corren las lágrimas por las mejillas, vos le hacés un chiste y se ríen. Se ríen al mismo tiempo que se limpian las lágrimas del llanto, ¿lo podés creer?
Si un hombre tiene un motivo realmente valedero para llorar, no lo haces reír ni en tres días.
Por eso hay que tratar de evitar conmoverse por sus lágrimas.
No viremos totalmente nuestra conducta en determinado momento sólo porque se pusieron a llorar, porque ese llanto no te da la seguridad de nada.
Uno piensa «está llorando por mí… está muerta conmigo», y a los cinco minutos te dejan. Y vos no entendés nada. La explicación es sencilla: sus lágrimas son diferentes a las nuestras. El mecanismo que les provoca el llanto es diferente al nuestro. En realidad, «ellas» son diferentes a nosotros. Por eso no entendemos muchas cosas.
Las mujeres no conducen autos en estado «alfa» como los hombres. Los hombres en su mayoría (porque también están los que manejan muy mal) conducen mejor que las mujeres porque lo hacen en estado «alfa». ¿Qué significa esto? Que no están concentrados en la pisada del embrague, los cambios que están haciendo ni la colocación de la luz de giro. Los hombres mientras conducen pueden ir hablando con el acompañante o pensando en cualquier otra cosa que no sea el manejo y de todas maneras lo hacen bien.
Las mujeres no. Si van charlando, no miran el espejo. Si van pensando en otra cosa, no hacen los cambios y son capaces de ir en segunda veinte cuadras. Si van hablando por el celular son directamente un arma asesina sobre ruedas. Así como el mecanismo mental que usan para conducir autos es distinto al de los hombre, también es distinto el mecanismo que utilizan para llorar.