Mis rincones oscuros (10 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Biografía

BOOK: Mis rincones oscuros
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4

La Oficina del Sheriff de Los Ángeles procedía de los días del Salvaje Oeste. Era una agencia de policía moderna pero impregnada de una profunda nostalgia por el siglo XIX. La OSLA, como se la conocía también, estaba plagada de motivos del Salvaje Oeste. Era todo un ejemplo de representación proporcional.

El sheriff tenía jurisdicción sobre las cárceles y las doce subcomisarías del territorio del condado. Éste comprendía toda la ciudad de Los Ángeles y las tierras al norte, al sur y al este de la urbe. Los agentes cubrían el desierto, las montañas y una elegante franja de playas, todo lo cual abarcaba cientos de kilómetros cuadrados.

Malibu era una delicia y West Hollywood estaba bien: Sunset Strip siempre resultaba interesante. La zona este de Los Ángeles estaba llena de mexicanos camorristas. Firestone era territorio negro de parte a parte. Temple City y San Dimas quedaban fuera, en el valle de San Gabriel. Los agentes podían llegarse en coche a las montañas y divertirse cazando coyotes.

La Brigada de Detectives de la Oficina del Sheriff investigaba los actos criminales que se cometían en el condado. Homicidios de la OSLA se encargaba de los asesinatos descubiertos por los departamentos de policía locales. El Grupo Aéreo de la OSLA patrullaba los cielos del condado e intervenía en las operaciones de rescate.

La Oficina del Sheriff se hallaba en plena expansión. En 1958, Los Ángeles era una ciudad que no paraba de crecer; construida a fuerza de usurpaciones de tierras y resentimiento racial, siempre ofrecía un aspecto provisional. La OSLA fue constituida en 1850 con el propósito de llevar la ley a una tierra sin orden.

Los primeros sheriffs del condado eran elegidos por períodos de un año. Se encargaban de indios merodeadores, bandidos mexicanos y guerras intestinas entre chinos. Los grupos de autodefensa suponían una clara amenaza. A los blancos borrachos les encantaba linchar pieles rojas y bandidos de tez morena.

El condado de Los Ángeles creció. Los sheriffs electos llegaron y pasaron. El número de agentes bajo juramento aumentó, en consonancia con la expansión del condado. A menudo se solicitaba la ayuda de la ciudadanía, y el sheriff acabó por crear una fuerza civil armada a su mando.

La institución se modernizó. Los automóviles reemplazaron a los caballos. Se edificaron cárceles más grandes y nuevas subcomisarías. La OSLA acabó por convertirse en la mayor agencia de su tipo en el territorio continental norteamericano.

El sheriff John C. Cline dimitió de su cargo en 1920. Bill Big Traeger lo sucedió hasta el fin del mandato. Traeger fue reelegido tres veces por períodos de cuatro años. En 1932 presentó su candidatura al Congreso, y ganó. La Comisión de Supervisores del Condado nombró sheriff a Eugene W. Biscailuz.

Biscailuz había entrado al servicio de la Oficina del Sheriff en 1907. Descendía de vascos e ingleses a partes iguales, y había nacido en el seno de una familia adinerada. Sus raíces californianas se remontaban a los días de las concesiones de tierras llevadas a cabo por la corona española.

Administrador brillante y políticamente hábil y atractivo, era un genio de las relaciones públicas con un enorme amor por el folclore del Salvaje Oeste.

También era un progresista inexperto. Algunas de sus opiniones rozaban el bolchevismo, pero las expresaba como lo haría un patriarca respetable. Rara vez fue acusado de herejía.

Biscailuz movilizó fuerzas para combatir incendios e inundaciones, y desarrolló un «plan para grandes catástrofes». Asimismo, construyó el Wayside Honor Rancho, dando forma a su política de rehabilitaciones y puso en marcha un programa de disuasión de la delincuencia juvenil.

Se propuso mantenerse en el cargo mucho tiempo, y lo consiguió, valiéndose para ello de los rituales del Salvaje Oeste.

Restableció la institución de la Fuerza Civil Armada. Sus miembros cabalgaban en los desfiles y de vez en cuando buscaban a algún niño que se perdía en los montes. Biscailuz se retrataba a menudo con ellos, siempre a lomos de un semental palomino.

Biscailuz patrocinaba el rodeo anual de la Oficina del Sheriff, para lo cual enviaba agentes uniformados a vender entradas por todo el condado. El evento solía llenar el Coliseum de Los Ángeles. Biscailuz aparecía con indumentaria del Oeste, que incluía cartucheras y un par de revólveres de seis tiros.

El rodeo no sólo era un espectáculo digno de verse, sino una fábrica de hacer dinero. Lo mismo cabe decir de la barbacoa organizada todos los años por la institución, que reportaba una media de beneficios de sesenta mil dólares.

Biscailuz llevó la Oficina del Sheriff al pueblo, seduciéndolo con el mito que hizo de sí mismo. Su legendario exhibicionismo perpetuaba su poder. Era el ejemplo vivo de la falta de ingenio.

Sabía que muchos de sus muchachos trataban a los negros de forma despectiva. Sabía que las palizas con listines telefónicos aseguraban una confesión rápida. Después del ataque a Pearl Harbor comenzó a detener japoneses y a enviarlos a Wayside. Sabía que un golpe con una porra de cola de castor podía sacarle los ojos de las cuencas a un sospechoso. Sabía que la de policía era una profesión que hacía que uno se sintiese aislado.

Así, ofreció a sus votantes la utopía del Salvaje Oeste, y merced a esa maniobra fue reelegido en seis ocasiones. Su cháchara ritualista se basaba en la ambigüedad. Sus muchachos tenían una mentalidad menos represiva que sus rivales de azul.

William Parker, un genio de la organización, tomó el mando del Departamento de Policía de los Ángeles, el DPLA, en 1950. Su estilo personal era el opuesto al de Gene Biscailuz. Aborrecía la corrupción económica y respaldaba la violencia como un elemento fundamental del trabajo policial. Se trataba de un ordenancista tan riguroso como alcohólico que se había impuesto la misión de restaurar la moralidad anterior al siglo XX.

Biscailuz y Parker gobernaban reinos paralelos. El mito del primero ponía el énfasis, de modo implícito, en la inclusión. Parker convenció a un famoso de la tele llamado Jack Webb. Entre ambos pergañaron un programa semanal llamado
Redada
, una fantasía sobre delitos y severos castigos que proporcionaba al DPLA una imagen casta y unos poderes casi divinos. El Departamento de Policía de Los Ángeles se tomó en serio ese mito. Se dio aires de grandeza y se distanció del público del que Gene Biscailuz tanto se aprovechaba. Bill Parker detestaba a los negros y enviaba matones a los barrios de éstos para apretar las tuercas a los dueños de clubes que admitían a mujeres blancas. A Gene Biscailuz le gustaba repartir sonrisas entre sus votantes mexicanos, tal vez porque él mismo era, por ascendencia, una especie de chicano.

La leyenda de Gene Biscailuz no trascendía los límites del condado. El mito de Bill Parker se extendió a lo largo y ancho del país. Al sheriff le sentaba mal la popularidad del DPLA, que consideraba a la Oficina del Sheriff una institución rural y se atribuía el mérito exclusivo de sus operaciones conjuntas.

La ideología diferenciaba las dos agencias. La topografía las separaba aún más. El DPLA señalaba que la densidad de población de su jurisdicción y la demografía racial demostraban claramente su superioridad y eran la justificación de su mentalidad de estado de sitio. La Oficina del Sheriff, por su parte, apuntaba que el condado se extendía a una velocidad extraordinaria.

Las dos tuvieron nuevo terreno en que trabajar. Las nuevas poblaciones solicitaban cada vez más sus servicios, de modo pues que no podían permitirse el lujo de patear culos indiscriminadamente.

Bill Parker cumplió cincuenta y seis años en 1958. Su sensibilidad estaba en el punto álgido. Gene Biscailuz cumplió setenta y cinco y proyectaba retirarse al final de aquel año.

Hacía medio siglo que Biscailuz había ingresado en la Oficina del Sheriff. Había visto sustituir los caballos por automóviles. Primero, modelos antiguos; después, aquellos sedanes conocidos como «Fantasma Gris», y más tarde los Ford blancos y negros. También había visto cómo el Los Ángeles del Salvaje Oeste crecía y se reinventaba mucho más allá de las fronteras del mito en que él se había convertido.

Sabía, probablemente, que los colonos blancos violaban a las indias sqaw. Sabía, probablemente, que en el Salvaje Oeste los agentes de la ley eras psicópatas y borrachos. Incluso habría estado de acuerdo en que la mayor parte de su leyenda era producto de las ilusiones y del licor casero clandestino.

Para él, la nostalgia era un modo de complacencia. Sabía, probablemente, que el Salvaje Oeste era fatal para las mujeres (entonces y ahora).

Sabía, probablemente, que en el Salvaje Oeste la noche del sábado constituía una leyenda por sí sola.

Biscailuz habría podido catalogar a la enfermera pelirroja como una víctima de leyenda.

5

La investigación continuó.

Hallinen y Lawton se dedicaron a ella a tiempo completo. Jim Bruton siguió a bordo. A Godfrey y a Vickers les fueron adjudicados otros casos.

Los periódicos de Los Ángeles publicaron el retrato robot del sospechoso y dejaron caer en el olvido la historia. La pelirroja no llegó a cuajar en ningún momento como víctima. El caso Lana Turner / Cheryl Crane / Johnny Stompanato acaparaba todos los titulares.

Hallinen y Lawton se hicieron caras conocidas en el Desert Inn. Hablaron con los clientes habituales y con gente de paso, pero no consiguieron ninguna pista firme. También visitaron repetidas veces otros bares de Five Points. En suma, probaron suerte en todas partes.

El Departamento de Policía de El Monte mantuvo la presión. Los coches patrulla circulaban con el retrato robot del sospechoso y la fotografía de la víctima. La vigilancia era estrecha.

El jueves 3 de julio la policía recibió un soplo. Un hombre declaró que unas semanas antes había visto a cuatro jóvenes arrojar latas de cerveza en Rio Hondo Wash. Los chicos iban en un Oldsmobile 88 matrícula HHP 815. Uno de ellos había comentado que aquella noche tenía una cita con una enfermera llamada Jean.

Se procedió a contrastar la información y se identificó el coche como un Oldsmobile cupé del 53. Estaba registrado a nombre de Bruce C. Baker, Hallwood 12.060, El Monte. Baker y sus amigos fueron interrogados y descartados como sospechosos.

Hallinen y Lawton entrevistaron otra vez a las compañeras de trabajo de la víctima y localizaron a los amigos y amigas de ésta. Todos insistieron en calificar la vida de Jean Ellroy de «casta». Nadie hizo referencia a una rubia con coleta o a un hombre moreno. El ex novio de Jean, Hank Hart, también fue descartado de inmediato. Era un tipo bajo y gordo, y le faltaba un pulgar. Además, tenía coartada para la noche del 21 de junio.

Hallinen y Lawton repasaron casos recientes de estrangulamiento e intentaron identificar un método. Un caso de la Oficina del Sheriff y dos del Departamento de Policía de Los Ángeles llamaron su atención.

Helen Kelly, fecha de defunción 30/10/53, en Rosemead. Golpeada y estrangulada en su casa. Se trataba de una anciana, y no había sido violada. Parecía un caso de robo en el cual el ladrón hubiese sido sorprendido por la víctima.

Ruth Goldsmith, fecha de defunción 5/4/57, en el distrito de Wiltshire, Los Ángeles. La víctima tenía cincuenta años. Fue encontrada en el suelo del cuarto de baño, semidesnuda. La habían violado. Tenía las muñecas atadas a la espalda con una media de nailon, y en la boca, a modo de mordaza, un paño de cocina atado con otra media. La causa de la muerte había sido la asfixia. El piso estaba intacto y los detectives del DPLA descartaron que fuese un caso de robo con homicidio.

Marjorie Hipperson, fecha de defunción 10/6/57, en el distrito de Los Feliz, Los Ángeles. La víctima tenía veinticuatro años. Había aparecido en su cama, con el camisón por encima de las caderas. La habían violado y tenía una media de nailon atada a la muñeca derecha. Una segunda media aparecía en torno al cuello. Tenía los labios amoratados y debajo de la cabeza se halló un trapo de limpiar utilizado como mordaza.

En los tres casos la investigación estaba en punto muerto, y, en comparación con el caso Ellroy, en los modus operandi de todos ellos había más diferencias que puntos de semejanza.

El Servicio de Archivos de la Oficina del Sheriff proporcionó fotografías e historial de antecedentes de cuarenta y seis agresores sexuales que encajaban con la descripción del hombre moreno.

La mayoría eran blancos. Una decena de ellos estaban clasificados como «varones mexicanos» y se les atribuía toda clase de delitos sexuales. La mayoría estaba en libertad condicional.

Algunos habían dejado Los Ángeles. Otros se hallaban otra vez entre rejas. Hallinen y Lawton repasaron con Lavonne Chambers y Margie Trawick todas las fotos de posibles sospechosos. Los policías fueron descartando nombres.

Investigaron de forma especial a aquellos que mayor parecido guardaban con el hombre moreno. Los localizaron en sus casas y pidieron a los agentes encargados de su libertad condicional que los interrogaran. Todos quedaron descartados.

Otras agencias enviaron más fotos. Hallinen y Lawton las repasaron con Lavonne y con Margie.

Lavonne y Margie siguieron diciendo que no. Eran dos testigos clave. Ambas no sabían más de lo que sabían.

Lavonne tenía tres hijos de un matrimonio fracasado. En Stan's Drive-In obtenía buenas propinas, libres de impuestos, además. Su novio era agente de la comisaría de Temple City. Las camareras de Stan's daban de comer gratis a los polis a cambio de que éstos persiguieran a los clientes que dejaban cheques falsos y los obligaran a pagar sus deudas. Los empleados de la comisaría lavaban y daban brillo al coche de Lavonne. La mujer sabía tratar con la poli.

Margie tenía una hija de catorce años. Su marido había muerto en 1948 de un ataque cardíaco. Margie había dilapidado el dinero que le había dejado y se había trasladado a vivir con sus padres. Tenía el mismo tipo de Jean Ellroy, pero en moreno. Conocía al detalle el ambiente de los bares de El Monte. Era débil de salud y estaba enganchada a los fármacos que le recetaba el médico.

A Lavonne y a Margie les encantaba el papel de testigos. Hallinen y Lawton encontraban encantadoras a aquellas muchachas. Mientras repasaban las fotos en busca de posibles sospechosos, tomaban café y charlaban.

Les llegó el soplo de que el peluquero de la víctima encajaba con la descripción del hombre moreno. Hallinen y Lawton llevaron a Lavonne al salón del individuo, donde le lavaron el pelo y le hicieron la permanente, a cargo de la policía. Lavonne dijo que aquél no era el tipo. Además, añadió, era un marica descarado.

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