Avanzamos por el Wisconsin remoto y salvaje. Hablé con Jeannie y miré las fotos. Se mostró algo menos gélida. Se contagió del espíritu del grupo. Yo acerqué algunas fotos a la ventanilla y las coloqué unas junto a otras.
Pasamos por delante de una base del Ejército. Vi un cartel indicador de Tunnel City. Janet dijo que el cementerio se encontraba nada más salir de la autovía. Había estado allí en otra ocasión. Conocía bien los lugares clave de los Hilliker.
Nos detuvimos frente al cementerio. Medía unos treinta metros cuadrados y estaba descuidado. Contemplé las lápidas. Coincidían con los apellidos de mi árbol genealógico: Hilliker, Woodard, Linscott, Smith y Pierce. Las fechas de nacimiento se remontaban a 1840. Earle y Jessie habían sido enterrados juntos. Él murió en el 49. Ella, en el 59. Eran jóvenes. Sus tumbas estaban muy descuidadas.
Llegamos a Tunnel City. Vi los raíles del ferrocarril y el túnel. Tunnel City tenía cuatro calles de anchura y poco más de quinientos metros de longitud. Se levantaba en la falda de una colina. Las casas eran de ladrillo y tablillas. Algunas se sostenían perfectamente a pesar de su antigüedad; otras, no. Vi personas regar el césped de su jardín y otros guardar en él coches y lanchas desvencijados. El pueblo carecía de centro propiamente dicho. Vi una oficina de correos y una iglesia metodista. Mi madre acudía a esa iglesia. Ahora estaba cerrada con tablones. La estación del ferrocarril había sido clausurada. Janet nos enseñó la vieja casa de los Hilliker. Parecía un refugio antibombas elevado del suelo. Era de ladrillo rojo y extremadamente pequeña.
Contemplé el pueblo. Contemplé las fotos.
Seguimos hasta Tomah. Pasamos por delante de un letrero que indicaba la granja Hilliker's Tree. Janet señaló que era de los hijos de Leigh. Nos detuvimos en Tomah. Janet nos explicó que las hermanas se habían trasladado allí en los años treinta. Tomah era un pueblo detenido en el tiempo, y de no ser por los rótulos de Pizza Hut y Kinko's habría parecido el decorado para una película ambientada antes de la guerra. La calle mayor se llamaba Superior Avenue. Las calles residenciales corrían perpendiculares a ella. Los solares eran grandes y las casas de madera pintada de blanco. La de los Hilliker se encontraba a dos manzanas de la avenida. Estaba adornada y reformada, de modo que resultaba, hasta cierto punto, anacrónica. Mi madre había vivido en aquella casa, había crecido con su severa belleza en aquel agradable pueblecito.
Aparcamos y contemplé la casa. Eché un vistazo a las fotos. Bill, también. Dijo que Geneva era la chica más guapa de Tomah, Wisconsin. Yo apunté que no podía esperar eternamente a salir de allí.
Regresamos a Avalanche. Cenamos en casa de Jeannie. Conocí a su esposo, Terry, y a sus dos hijos. La hija estaba en la universidad.
Terry llevaba barba y el cabello largo. Se parecía al Unabomber.
Los chicos tenían diecisiete y doce años respectivamente. Se mostraban ansiosos por oír alguna historia de policías. Bill habló y habló y me quitó la responsabilidad de hacer amena la velada. Me dediqué a observar. Las fotos estaban en la furgoneta. Resistí el impulso de dar por terminada la fiesta y encerrarme con ellas.
Jeannie parecía menos reservada. Bill y yo nos habíamos colado en su vida. La poníamos nerviosa. Hicimos buenas migas con el marido y los chicos. Con eso ganamos credibilidad.
La fiesta terminó a las once de la noche. Estaba molido de cansancio y algo acelerado. Bill había bebido más de la cuenta y andaba subido de revoluciones.
Los Klock nos llevaron al Holiday Inn. Tomamos otro café de última hora y subimos a nuestras habitaciones. Dije que teníamos que volver a Chicago y a Wisconsin, visitar la escuela de enfermería a la que había asistido Geneva y ver Tomah. Teníamos que encontrar a viejos compañeros de clase y antiguas amistades y a los Hilliker que aún vivían. Bill asintió. Anunció que haría el viaje solo. La gente podía retraerse en presencia del hijo de Geneva, y él quería que hablaran con total franqueza.
Estuve de acuerdo. Bill añadió que haría los preparativos para tomar el avión rumbo al este.
Yo sabía que no pegaría ojo. Tenía las fotos conmigo. Dejé vagar mi mente. Bill me preguntó en qué pensaba.
En este momento, detesto al Hombre Moreno, fue mi respuesta.
Me fui a casa. Bill, también. Concertó entrevistas en Tomah y en Chicago. Joe Walker halló el acta de divorcio de mis padres, la licencia de matrimonio y algunas antiguas direcciones. Se llevó más de una sorpresa. Bill voló al este. Hurgó en diversas hemerotecas. Habló con Leigh Hilliker, con su esposa y con tres mujeres octogenarias. Habló con el director del West Suburban College, la escuela de enfermería de mi madre. Tomó notas precisas. Volvió a casa en avión. Dio con la compañera de habitación de Geneva en la escuela. Me envió todos los papeles que encontró. Joe Walker hizo otro tanto. Lo leí todo. Lo leí con las fotografías delante. Janet descubrió más fotos. Vi a Geneva con gafas de sol y un conjunto de camisa y pantalones. Volví a verla con pantalones y botas de montar. La investigación tomó cuerpo. Los papeles y las fotografías formaban una vida en elipsis.
Gibb Hilliker era campesino y albañil. Se casó con Ida Linscott y tuvo cuatro hijos y dos hijas. Los varones se llamaban Vernon, Earle, Hugh y Belden; las mujeres, Blanche y Norma. Habían nacido entre 1888 y 1905.
Vivieron en Tunnel City. Dos líneas de ferrocarril pasaban por el pueblo. Estaba en el condado de Monroe. Las principales industrias eran la tala de árboles y el comercio de pieles. El tiro al pichón se daba estupendamente. Era un deporte y una forma de mantenerse ocupado. En aquella época el pichón constituía un plato popular. En el condado de Monroe abundaban las aves de caza. También los indios pendencieros. Les encantaba beber y armar alboroto.
A Earle Hilliker le encantaba beber y armar alboroto. Era terco. Tenía mal temperamento. Se marchó a Minnesota y consiguió trabajo en una granja. Conoció a una chica llamada Jessie Woodard. Se casó con ella. Corría el rumor de que eran parientes consanguíneos. Earle volvió a Tunnel City con Jessie. En 1915 tuvieron una hija. Le pusieron Geneva Odelia Hilliker.
Dos años más tarde Earle fue nombrado guarda forestal del condado de Monroe. Perseguía cazadores furtivos y los molía a palos. Contrataba indios para que apagaran los incendios. Pillaban el dinero y compraban licor. Luego, provocaban más incendios para obtener más dinero. A Earle le gustaban las peleas. Podía con dos hombres blancos, pero evitaba enfrentarse a los indios. Los indios jugaban sucio. Formaban piña. Eran rencorosos y traicioneros.
Earle y Jessie tuvieron otra hija. Leoda Hilliker nació en 1919.
Jessie educó a las chicas. Era una mujer tierna y de hablar suave. Geneva era una niña brillante. Luego fue una adolescente brillante y pensativa, silenciosa y segura de sí misma. Tenía un
je ne sais quoi
de pueblo pequeño.
En la escuela rendía bien, era magnífica en deportes y más madura que otras chicas a su edad.
Corría el año 1930. Los Hilliker se trasladaron a Tomah.
Earle bebía mucho. Dilapidaba el dinero y contraía deudas. La Depresión continuaba. Vernon Hilliker quebró y perdió la granja de ganado. Earle le dio empleo como guardabosques. Vernon hacía todo el trabajo. Earle se pasaba el día bebiendo y jugando a cartas. Vernon le aconsejó que anduviera con cuidado. Earle no le hizo caso. El director de la Oficina de Recursos Naturales del estado visitó Tomah. Encontró a Earle borracho. Lo destituyó y lo trasladó a la base de guardabosques de Bowler. Le dio a Vernon el empleo de Earle. Éste se lo tomó mal. Rompió todo contacto con Vernon y con su familia. Se trasladó a Bowler. Jessie se negó a acompañarlo. Se quedó en Tomah, con sus hijas.
Geneva creció junto a Norma, la hermana de Earle, que tenía nueve años más que ella. Era la mujer más hermosa de Tomah. Geneva era la chica más bonita. Norma estaba casada con Pete Pedersen, el propietario de la farmacia de Tomah. Tenía quince años más que Norma. Para que ésta se entretuviese, le montó un salón de belleza. Norma y Pete tenían dinero. Lo que dieron a Earle y a Jessie fue pura limosna. Norma era una celebridad local. Se decía que había tenido un lío con un ministro metodista. Presuntamente, el hombre había abandonado Tomah y se había suicidado. Norma y Geneva actuaban como hermanas o como buenas amigas. No parecían tía y sobrina. Eran muy amigas.
Geneva se había convertido en una joven atractiva. Iba a los bailes del pueblo. Earle se presentó e hizo de carabina. No le gustaba que otros hombres se acercaran a su hija.
Geneva se graduó en el instituto en junio del 34. Quería ser enfermera diplomada. Escogió una escuela de enfermería cerca de Chicago. Norma aseguraba que había corrido con todos los gastos. Geneva presentó una solicitud de ingreso en el West Suburban College. Fue aceptada. Dejó a su madre y a su hermana pequeña en Tomah. Dejó a su padre borracho en Bowler. Sólo volvió para breves visitas.
Se trasladó a Oak Park, Illinois. Acortó su nombre y lo dejó en Jean. Ocupó una habitación en el dormitorio del West Suburban. Durante seis meses compartió habitación con una chica llamada Mary Evans. Luego se trasladaron a cuartos contiguos con un baño común. Aquello duró dos años. Se hicieron íntimas amigas. Mary tenía un amante que era médico. A Jean le gustaba el lado salvaje de Mary. A Mary le gustaba el lado salvaje de Jean. Ésta salía con chicos y se quedaba por ahí después de la hora de dormir. Era como si quisiera sacudirse de encima la vida que había llevado en el pueblecito. Mary y Jean idearon un sistema para eludir el toque de queda. Manipularon la cerradura de la escalera para incendios. Por allí podían escabullirse del dormitorio y regresar sin que las vieran. Mary podía ver a su médico. Jean podía conocer hombres y rondar a su aire. Jean era silenciosa y reservada la mayor parte del tiempo. Le gustaba leer. Le gustaba sentarse y soñar despierta. Pero tenía un lado distinto. Mary observó cómo se desarrollaba. Era Jean sin las anteojeras. Jean empezó a beber bastante. Jean bebía siempre. Jean salía a beber y volvía después del toque de queda. Se sentaba en el retrete durante horas. Una noche volvió y se dirigió directamente al lavabo. Encendió un cigarrillo y dejó caer la cerilla en la taza. Una bola de papel higiénico prendió fuego y le chamuscó el trasero. A Jean le dio un ataque de risa.
Jean meditaba mucho. Nunca se dejaba aconsejar y evitaba hablar de sus padres. Su tía Norma la visitaba. Sus padres, jamás. A Mary aquello le parecía extraño. A Jean le gustaba la gente mayor. Le gustaban los hombres mayores. Le gustaba trabar amistad con mujeres mayores. Jean se hizo íntima amiga de una enfermera llamada Jean Atchison, quien le llevaba diez años. No salía con hombres. Jean Atchison estaba completamente prendada de Jean Hilliker. La seguía allí donde iba. Todo el mundo hablaba de ello. Todo el mundo pensaba que eran lesbianas. A Mary no le cabían dudas con respecto a Jean Atchison, pero a Jean Hilliker le gustaban demasiado los hombres para serlo.
Jean se enamoró de un tipo llamado Dan Coffey. Dan tenía veinticinco años; ella, veinte. Dan era diabético y alcohólico, y eso a Jean le preocupaba. Salieron cada noche durante un año y medio. Jean comenzó a beber demasiado, según le confesó a Mary.
Jean sabía cómo equilibrar las cosas. Era una buena estudiante de enfermería. Aprendía deprisa. Era trabajadora y atenta con los pacientes. Podía trasnochar y al día siguiente trabajar como si nada. Era competente, capaz y precavida.
Dan Coffey la abandonó. Jean se lo tomó a mal. Se volvió más pensativa y se dedicó a cazar hombres. Le gustaban los jóvenes duros. Algunos parecían gángsters o gentuza de los barrios bajos.
Jean se graduó en junio del 37. Ya era enfermera diplomada. Consiguió un trabajo a tiempo completo en el West Suburban. Dejó el dormitorio. Jean Atchison encontró un apartamento en Oak Park. Convenció a Jean y a Mary Evans de que se trasladaran allí con ella. Mary tenía una habitación propia. Jean compartía otra con Jean Atchison. Dormían en la misma cama.
El novio de Mary le consiguió a Jean un trabajito. Consistía en llevar a una pareja de viejos borrachines a Nueva York. La mujer estaba muriéndose de cáncer. Su marido quería que hiciesen un viaje por Europa antes de que expirase. Jean se encargaría de mantenerlos sobrios y conducirlos hasta el barco.
El trabajo era todo un fastidio. Cada vez que hacían una parada los vejetes se escapaban. Jean encontró botellas entre el equipaje y las vació. La pareja se las apañó para conseguir licor. Jean se rindió. Los animó a que se murieran de una vez y la dejasen en paz. Cuando llegaron a Manhattan soltó a los borrachos en el muelle. El marido dijo que tenía una suite de hotel reservada a su nombre. Podía descansar allí antes de emprender el viaje de regreso a Chicago.
Jean se fue al hotel. Allí conoció a un pintor que la dibujó desnuda. Pasaron juntos unos pocos días salvajes. Jean telefoneó a Jean Atchison y a Mary Evans y les dijo que vinieran a la Gran Manzana. Podían quedarse en su suite hasta que alguien las echara. Jean Atchison y Mary convencieron a otra enfermera llamada Nancy Kirkland. Nancy tenía coche. Fueron en él a Nueva York y montaron una juerga que duró cuatro o cinco días.
Las chicas regresaron a Chicago. Mary se trasladó a la casa de su novio. Jean Atchison vio un anuncio para un concurso que le llamó la atención. Lo patrocinaba Productos de Belleza Elmo. Querían encontrar cuatro mujeres. Querían coronarlas como la rubia, la morena, la plateada y la pelirroja «más atractivas» y enviarlas a Hollywood. Jean Atchison rellenó una hoja de inscripción y la mandó con la fotografía de Jean Hilliker. No le dijo nada a ésta, pues sabía que no lo aprobaría.
Jean ganó el concurso. Ya era la Pelirroja Más Atractiva de Norteamérica. Se puso furiosa con Jean Atchison. La cólera remitió. El 12 de diciembre del 38 voló a Los Ángeles. Se reunió con las otras chicas ganadoras del concurso. Se alojaron durante una semana en el hotel Ambassador y cada una recibió mil dólares. Pasearon por la ciudad. Varios cazadores de talentos las sondearon. Jean pasó con éxito una audición. El periódico de Tomah publicó un artículo sobre la Pelirroja Más Atractiva de Norteamérica. Era «una joven sencilla, callada y encantadora».
Jean regresó a Chicago. El viaje resultó ameno. Había hecho algún dinero. California le había gustado. La audición había sido divertida y nada más. No quería ser estrella de cine.