Moby Dick (57 page)

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Authors: Herman Melville

BOOK: Moby Dick
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En el hombre, la respiración se mantiene incesantemente, y cada respiro sirve sólo para dos o tres pulsaciones, de modo que, aun con cualquier otro asunto de que tenga que ocuparse, dormido o despierto, debe respirar, o se muere. Pero el cachalote sólo respira cerca de la séptima parte, el domingo de su tiempo.

Ya se ha dicho que la ballena sólo respira por su orificio del chorro; si se pudiera añadir con verdad que sus chorros están mezclados con agua, entonces opino que tendríamos la razón por la cual su sentido del olfato parece borrado, pues la única cosa que en ella responda a la nariz es ese mismo agujero del chorro, que, estando tan atrancado con dos elementos, no se podría esperar que tuviera la capacidad de oler. Pero debido al misterio del chorro —si es agua o si es vapor—, no se puede llegar a ninguna certidumbre absoluta en este apartado. Es seguro, sin embargo, que el cachalote no tiene olfatividad propiamente dicha. Pero ¿para qué le hace falta? En el mar no hay rosas, no hay violetas, no hay agua de colonia.

Además, como su tráquea se abre sólo al tubo de su canal del chorro, y como este largo canal —igual que el gran Canal del Eire— está provisto de una especie de llaves (que se abren y se cierran) para retener abajo el aire o impedir el paso por arriba al agua, en consecuencia, la ballena no tiene voz, a no ser que la ofendáis diciendo que cuando hace sus rumores extraños está hablando por la nariz. Pero también ¿qué tiene que decir la ballena? Rara vez he conocido ningún ser profundo que tuviera algo que decir a este mundo, a no ser que se viera obligado a tartamudear algo como manera de ganarse la vida. ¡Ah, suerte que el mundo es tan excelente oyente!

Ahora bien, el canal del chorro del cachalote, estando destinado principalmente a la transmisión del aire, y situado horizontalmente a lo largo de varios pies debajo mismo de la superficie superior de la cabeza, y un poco a un lado; ese curioso canal se parece mucho a una tubería de gas de una ciudad, puesta a un lado de la calle. Pero vuelve a plantearse la cuestión de si esa tubería de gas es también una tubería de agua; dicho de otro modo, si el chorro del cachalote es el mero vapor del aliento exhalado, o si ese aliento exhalado se mezcla con agua tomada por la boca y descargada por ese orificio. Es cierto que la boca comunica indirectamente con el canal del chorro; pero no se puede demostrar que sea con el propósito de descargar agua por ese orificio. Porque la mayor necesidad de hacerlo así sería cuando al alimentarse le entrara agua accidentalmente. Pero el alimento del cachalote está muy por debajo de la superficie, y allí no puede echar chorros aunque quiera. Además, si se le observa de cerca, contando el tiempo con el reloj, se encontrará que, mientras no le molesten, hay un ritmo fijo entre los períodos de sus chorros y los períodos ordinarios de su respiración.

Pero ¿para qué fastidiarle a uno con todos estos razonamientos sobre el tema? ¡Desembuche usted! La ha visto echar el chorro; entonces diga lo que es el chorro; ¿no es usted capaz de distinguir el agua del aire? Mi distinguido señor, en este mundo no es tan fácil poner en claro estas cosas evidentes. Siempre he encontrado que estas cosas evidentes son las más enredadas de todas. Y en cuanto a este chorro de ballena, podríais casi poneros de pie sobre él y sin embargo seguir sin decidiros sobre lo que es exactamente.

Su parte central está oculta en la niebla nívea y resplandeciente que la envuelve, y ¿cómo podéis decir con seguridad si cae de ella alguna agua, cuando, siempre que estáis lo bastante cerca de una ballena como para observar de cerca el chorro, la ballena está en tremenda conmoción y a su alrededor caen cascadas de agua? Y si en esos momentos creéis percibir realmente gotas de lluvia en el chorro, ¿cómo sabéis que no son simples condensaciones de su vapor, o cómo sabéis que no son las gotas que se alojan superficialmente en la rendija del agujero, que está remetido en la cabeza de la ballena? Pues aun cuando nada tranquilamente por el mar en calma, en pleno día, con su elevada joroba secada por el sol como la de un dromedario en el desierto, aun entonces, la ballena lleva siempre un pequeño estanque de agua en la cabeza, igual que, bajo un sol abrasador, a veces veis una cavidad de la roca que se ha llenado de lluvia.

Y no es muy prudente para el cazador ser demasiado curioso en cuanto a la naturaleza exacta del chorro de la ballena. No está bien que se ponga a escudriñarlo, ni que meta la cara dentro. No se puede ir con el cántaro a esta fuente, y llenarlo y marcharse. Pues aun al entrar en ligero contacto con la zona exterior y vaporosa del chorro, como ocurre a menudo, la piel arde febrilmente por la acidez de la sustancia que la toca. Y sé de uno al que, al ponerse en contacto más cercano con el chorro, no puedo decir si con algún objetivo científico o no, se le peló la piel de las mejillas y el brazo. Por tanto, entre los balleneros, el chorro se considera venenoso; ellos tratan de eludirlo. Otra cosa; he oído decir, y no lo dudo mucho, que si el chorro da de frente en los ojos, uno se queda ciego. Entonces, lo más prudente que puede hacer el investigador es dejar en paz ese mortal chorro.

Sin embargo, podemos hacer hipótesis, aunque no las podamos demostrar y afianzar. Mi hipótesis es ésta: que el chorro no es más que niebla. Entre otras razones, me veo llevado a esta conclusión por consideraciones referentes a la gran dignidad y sublimidad del cachalote; no le considero ningún ser corriente y superficial, en cuanto que es un hecho indiscutido que jamás se le encuentra en fondos bajos ni cerca de las orillas, mientras que las demás ballenas se encuentran ahí a veces. Y estoy convencido que de las cabezas de todos los seres graves y profundos, tales como Platón, Pirrón, el Demonio, Júpiter, Dante, etc., siempre sube un cierto vapor semivisible, mientras piensan profundos pensamientos. Yo, mientras componía un pequeño tratado sobre la eternidad, tuve la curiosidad de poner un espejo delante de mí, y no tardé en ver reflejada una ondulación curiosamente enroscada y enredada en la atmósfera sobre mi cabeza. La inevitable humedad de mi cabeza, cuando me sumerjo en profundos pensamientos, después de tomar seis tazas de té caliente en mi buhardilla de sutil tejado en una tarde de agosto parece un argumento adicional a favor de la mencionada suposición.

¡Y qué noblemente eleva nuestra idea del poderoso monstruo nebuloso observarle navegando solemnemente por un tranquilo mar tropical, con su enorme cabeza benévola por sus incomunicables contemplaciones, y con ese vapor —según se le ve algunas veces— glorificado por un arco iris, como si el mismo cielo hubiera puesto su sello sobre sus pensamientos! Pues, ya veis, los arcos iris no se presentan en cielo claro; sólo irradian vapores. Y así, a través de todas las densas nieblas de las penumbrosas dudas de mi mente, de vez en cuando surgen divinas intuiciones, encendiendo mi niebla con un rayo celeste. Y doy gracias a Dios por ello, pues todos tienen dudas; muchos lo niegan; pero, con dudas o negaciones, pocos tienen también intuiciones con ellas. Dudas de todas las cosas terrenales e intuiciones de algunas cosas celestiales: esta combinación no produce ni un creyente ni un incrédulo, sino que produce un hombre que las considera a ambas con iguales ojos.

LXXXVI
 
La cola

Otros poetas han gorjeado las alabanzas de los suaves ojos del antílope, y del delicioso plumaje del pájaro que nunca se posa: yo, menos celestial, celebro una cola.

Calculando que la cola del mayor cachalote empiece en ese punto del tronco donde se reduce hasta cerca de la circunferencia de un hombre, sólo en la superficie de encima comprende un área por lo menos de cincuenta pies cuadrados. El compacto cuerpo redondo de su raíz se expansiona en dos anchas palmas o aletas, anchas, firmes y planas, que se adelgazan poco a poco hasta tener menos de una pulgada de espesor. En la horquilla o juntura, esas aletas se superponen ligeramente, luego se apartan lateralmente una de otra como alas, dejando entre ambas un ancho vacío. No hay cosa viviente en que se definan más exquisitamente las líneas de la belleza que en los bordes en media luna de esas aletas. En su máxima expansión, en un cetáceo adulto, la cola excede mucho los veinte pies de anchura.

Ese miembro entero parece un denso cauce tejido de tendones soldados; pero si dais un corte en él, encontraréis que se compone de tres estratos diferentes: superior, medio e inferior. Las fibras de las capas superior e inferior son largas y horizontales; las de la capa media son muy cortas y corren transversalmente entre las capas exteriores. Esta estructura una y trina es, más que nada, lo que confiere potencia a la cola. Para el estudioso de los antiguos muros romanos, la capa central ofrece un paralelo curioso con la delgada fila de losetas que siempre alternan con la piedra en esos notables restos de la antigüedad y que sin duda contribuyen tanto a la gran robustez de la construcción.

Pero como si no fuera bastante esa enorme potencia local en la cola, la entera mole del leviatán está tejida con una urdimbre y una trama de fibras musculares y filamentos, que, pasando a ambos lados del lomo y corriendo abajo hasta la cola, se mezclan insensiblemente con la cola, y contribuyen en buena medida a su poderío, de modo que la ilimitada fuerza confluyente del cetáceo entero parece concentrarse en un solo punto en la cola. Si pudiese haber aniquilación para la materia, éste sería el medio de producirla.

Por eso, su sorprendente fuerza, no contribuye en absoluto a dañar la graciosa flexibilidad de sus movimientos, en que una gracia infantil ondula a través de una fuerza titánica. Al contrario, esos movimientos son los que le dan su más horrenda belleza. La auténtica fuerza jamás daña a la belleza ni a la armonía, sino que a menudo la produce; y en todo lo que tiene una hermosura imponente, la fuerza tiene mucho que ver con su magia. Quitad los tendones ligados que parecen saltar por todas partes del mármol en el Hércules esculpido, y desaparecerá su encanto. Cuando el devoto Eckermann levantó el sudario de lino del cadáver desnudo de Goethe, quedó abrumado por el macizo pecho de aquel hombre, que parecía un arco romano de triunfo. Cuando Miguel Ángel pinta a Dios Padre en forma humana, observad qué robustez hay ahí. Y por más que puedan revelar algo del amor divino en el Hijo las imágenes italianas, blandas, rizadas y hermafrodíticas, en que su idea se haya incorporado con más éxito, esas imágenes, privadas como están de toda robustez, no sugieren nada de ninguna fuerza, sino la mera fuerza, negativa y femenina, de la sumisión y la paciencia que quepa hallar por todas partes entre las virtudes prácticas peculiares de su enseñanza.

Tal es la sutil elasticidad del órgano de que trato que, bien sea que se mueva en juego, o en serio, o con ira, cualquiera que sea su humor, sus flexiones están siempre caracterizadas por su mucha gracia En eso ningún brazo de hada le aventaja.

Cinco grandes movimientos le son propios: primero, al usarse como aleta para el avance; segundo, al usarse como maza en el combate; tercero, al barrer; cuarto, al azotar; quinto, al levantarse.

Primero: al tener posición horizontal, la cola del leviatán actúa de modo diferente que las colas de todos los demás animales matutinos. No se retuerce nunca. En el hombre o el pez, retorcerse es signo de inferioridad. Para la ballena, la cola es el único medio de propulsión. Encogiéndose hacia delante como un rollo bajo el cuerpo, y luego disparándose rápidamente hacia atrás, es lo que da al monstruo ese singular movimiento de disparo y brinco, al nadar furiosamente. Sus aletas laterales sólo le sirven para gobernarse.

Segundo: tiene cierta importancia que el cachalote, mientras que contra otro cachalote sólo lucha con la cabeza y la mandíbula, en cambio, en sus choques con el hombre usa, de modo principal y despectivo, la cola. Al golpear a una lancha, retira vivamente de ella su cola en una curva, y el golpe sólo es infligido al extenderse. Si se ''hace en el aire y sin obstáculos, y sobre todo, cuando cae sobre el blanco, el golpe es entonces sencillamente irresistible. No hay costillas de hombre ni de lancha que puedan aguantarlo. La única salvación reside en eludirlo; pero si llega de lado a través del agua, entonces, en parte por la ligera flotabilidad de la lancha ballenera y por la elasticidad de sus materiales, lo más serio que suele ocurrir es una cuaderna rota, y una tabla partida, o dos, o alguna herida en el costado. Esos golpes sumergidos se reciben tan a menudo en la pesca de ballenas, que se consideran como mero juego de niños. Alguien se quita una blusa, y el agujero queda tapado.

Tercero: no puedo demostrarlo, pero me parece que en el cetáceo el sentido del tacto está concentrado en la cola, pues, en ese aspecto, hay allí una delicadeza sólo igualada por la exquisitez de la trompa del elefante. Esa delicadeza se evidencia principalmente en la acción de barrer, cuando, con virginal amabilidad, la ballena, con, blanda lentitud, mueve su inmensa cola de lado a lado por la superficie del mar, y si nota solamente la patilla de un marinero ¡ay de aquel marinero, con patillas y todo! ¡Qué ternura hay en ese toque preliminar! Si su cola tuviera alguna capacidad prensil, me recordaría completamente al elefante de Darmonodes que frecuentaba el mercado de flores, y con profundas reverencias ofrecía ramilletes a las damiselas, acariciándoles luego la cintura. En más de un aspecto, es una lástima que la ballena no tenga en la cola esa capacidad prensil, pues he oído hablar de otro elefante que, al ser herido en el combate, echó atrás la trompa y se sacó el dardo.

Cuarto: al acercarse inadvertidos a la ballena, en la imaginada seguridad en medio de los mares solitarios, la encontraréis descargada del vasto peso de su dignidad, y, como un gatito, jugando por el océano como si fuera el rincón de la chimenea. Pero seguís viendo su fuerza en ese juego. Las anchas palmas de su cola se agitan, altas, en el aire, y luego, golpeando la superficie, resuena en millas y millas el poderoso estampido. Casi creeríais que se ha descargado un gran cañón, y si observarais la leve guirnalda de vapor que surge de su agujero en el otro extremo, pensaríais que era el humo del oído.

Quinto: como en la habitual postura de flotación del leviatán la cola queda considerablemente por debajo del nivel del lomo, se pierde por completo de vista bajo la superficie, pero cuando se va a zambullir en las profundidades, la cola entera, así como por lo menos treinta pies de su cuerpo, se levantan irguiéndose en el aire, y quedan así vibrando un momento, hasta que se hunden rápidamente, perdiéndose de vista. Salvo el sublime salto —que se describirá en otro lugar—, esta elevación de la cola de la ballena es quizá el espectáculo más grandioso que se puede ver en toda la naturaleza animada. Desde las profundidades insondables, la gigantesca cola parece querer agarrarse espasmódicamente al más alto cielo. Así, en sueños, he visto al majestuoso Satán alzando su atormentada garra colosal desde el llameante Báltico del Infierno. Pero al observar tales escenas, todo es cuestión del humor que tengáis: si es el dantesco, pensaréis en los demonios; si es el de Isaías, en los arcángeles. Estando en el mastelero de mi barco durante un amanecer que ponía carmesíes al cielo y el mar, vi una vez a oriente una gran manada de ballenas, que se dirigían todas hacia el sol, y vibraban por un momento en concierto con las colas erguidas. Según me pareció entonces, jamás se ha visto tan grandiosa forma de adoración a los dioses, ni aun en Persia, patria de los adoradores del fuego. Como lo atestiguó Ptolomeo Philopater sobre el elefante africano, yo lo atestigüé entonces sobre la ballena, declarándola el más devoto de los seres. Pues, según el rey Juba, los elefantes militares de la antigüedad a menudo saludaban a la mañana con las trompas levantadas en el más profundo silencio.

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