Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (36 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Durante mucho tiempo se ha aceptado que las primeras palabras escritas en romance castellano son las anotaciones de un monje en un glosario del monasterio riojano de San Millán de la Cogolla. Hemos de via jar en el tiempo y situarnos en algún momento entre los años 970 y 1050.Al monasterio ha llegado un códice del Reino de Pamplona; hoy lo conocemos como Códice 60. El manuscrito contiene unas Vidas de Santos, una Pasión y misa de los santos Cosme y Damián, y un Libro de sentencias y sermones de San Agustín. Sobre ese manuscrito, que está en latín, dos monjes añaden algunas notas para hacer más comprensible el texto original. Dicen así:

Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno salbatore, qual dueno get ena honore et qual duenno tienet ela mandatione, cono patre, cono spiritu sancto enos sieculos de lo sieculos. Facamus Deus Omnipotes tal serbitiq fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen.

Traducido al castellano actual, dice así:

Con la ayuda de nuestro Señor Don Cristo Don Salvador, Señor que está en el honor y Señor que tiene el mandato con el Padre con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos. Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio, que delante de su faz gozosos seamos. Amén.

Por cierto que en ese mismo documento aparecen también las primeras palabras escritas en vascuence. Decían así: Izioqui guec aiutu ez dugu, que quiere decir algo así como «Hemos sido salvados,/ no se nos ha dado ayuda».

Respecto a las glosas en romance, ¿era esto ya castellano? No exactamente. Aún estamos en el momento crisálida. Es un proto-romance con elementos de los dialectos riojano, navarro, aragonés, castellano, leonés; pero aquí están ya todos los rasgos que se convertirán en el castellano. Menéndez Pidal vio aquí el origen de nuestra lengua.

Durante mucho tiempo se pensó que éstas eran las primeras palabras escritas en romance. Pero hoy, después de las investigaciones de los hermanos García Turza, sabemos que no, que hay inscripciones aún anteriores. En San Millán, además de ese Códice 60, hay otro, el 46, que es todavía anterior. El Códice 60 sería de mediados del siglo xi. Este otro sería de finales del siglo x. Es curioso, porque estos textos, al principio, eran tomados simplemente como un latín mal escrito, un latín chapu cero: ha hecho falta un estudio más detallado para verificar que no era latín malo, sino, ya, romance castellano o leonés. Es el caso de ese Códice 46.

Otro de los abuelos más viejos de nuestro idioma es un texto muy divertido: La noticia de quesos, que procede de un monasterio de León y que es del año 980. En ese año, el monje encargado de la intendencia, minucioso, toma nota de los quesos consumidos. Sonaba más o menos así:

Nodicia de/ kesos que/ espisit frater/ Semeno: in Labore/ defratres. In ilo bacelare/ de cirka Sancte Tuste, kesos V in ilo_alio de apate,_II kesos; en que puseron IIII; in ilo/ de Kastrelo, in Ila Vinia maiore,_II; que lebaron en fosado, ad ¡la tore;_que baron a Cegia,_II guando la taliaron ¡la mesa; II que/ lebaron Leione; (..) alio ke leba de sopbrino de Gomi/ IIII que espiseron guando llo rege_venit ad I, qua Salbatore ibi/ uenit.

O sea:

Noticia de los quesos que gastó Jimeno, monje del monasterio de los Santos justo y Pastor de Rozuela: en el bacillar o majuelo próximo a San Justo, cinco quesos; en el bacillar del abad, dos quesos; en el que plantaron este año, cuatro quesos; en el Castrillo, un queso; en la viña mayor, dos quesos; dos que llevaron en fonsado a la torre; dos que llevaron a Cea cuando cortaron la mesa (…) otro queso que lleva el sobrino de Gómez; cuatro que gastaron cuando el rey vino a Rozuela; y uno, cuando vino Salvador.

Mientras en el norte de España comían queso a mansalva y tomaban cuidadosa nota en lengua romance, en el sur, bajo la dominación musulmana, también se empezaba a escribir en algo que sería después castellano: son los textos de las jarchas. Estamos entre los siglos x y xi. En la España musulmana la gente no ha dejado de hablar el latín popular.Y la lengua se ha mantenido hasta el extremo de que empiezan a aparecer, como cierre o estribillo de poemas árabes y judíos, pequeñas cancioncillas en lengua romance. Eso son las jarchas. Si el descubrimiento de las glosas de San Millán fue muy reciente —a principios del siglo xx—, el de las jarchas también es de anteayer: es en 1945, cuando un inglés de origen judío, S. M. Stern, repara en ellas. Hoy son bien conocidas. ¿Cómo sonaban? Más o menos como esta del siglo xi:

Ben, sidi, Beni!
El qerer es tanto beni
D'est'az-zameni
kon filio d'Ibn ad-Daiyeni

Que quiere decir:

¡Ven, dueño mío, ven!/ El poder amarnos es un gran bien/ que nos depara esta época tranquila/ gracias al hijo de Ibn ad-Daiyan.

Y así se va formando en España algo que ya es una lengua propia, hija del latín, pero distinta de él. A partir del siglo xiii empiezan a aparecer los primeros textos literarios escritos ya en romance. Hasta entonces se escribía sólo en latín, ahora se escribirá también en algo que empieza a ser castellano, mientras al mismo tiempo se escribe en catalán y en galaico-portugués. Entre los siglos xi y xii, estas lenguas ya no son sólo populares, sino que pasan a escribirse y, por tanto, a ser lenguas cultas.Y todo eso ocurrió en la misma España que acababa de vivir la pesadilla de Almanzor y la explosión final del califato.

Gerberto, un papa para la Iglesia del año 1000

No puede contarse la historia de la Edad Media, ni en España ni en ningún otro lugar de Europa, sin hablar de la Iglesia. La Iglesia desempeña en este momento una posición determinante; es, por así decirlo, el cerebro rector del orden medieval. En el caso de los reinos cristianos españoles, además, el elemento que daba cohesión a las tierras y a los hombres era precisamente la cruz, la fe común, la religión cristiana, en pugna permanente con el enemigo musulmán del sur. El largo proceso de la Reconquista es incomprensible sin el elemento religioso. Decirlo no será muy políticamente correcto, pero eso es lo que hay.

Lo religioso lo baña todo: la vida cultural, la vida cotidiana, también la vida política. Es la religión, más que la pertenencia a un territorio, lo que construye la identidad individual y colectiva. Por eso nada se entiende si no hablamos de la Iglesia.Y aquí lo haremos trayendo a colación a uno de los grandes espíritus de aquel tiempo: Gerberto de Aurillac, un monje filósofo que conoció muy bien Cataluña y que sería papa con el nombre de Silvestre II. Su vida nos servirá de guía para meternos en los monasterios y los templos medievales.

Empecemos situando al personaje: Gerberto de Aurillac, nacido en Auvernia, en el sur de Francia, en 940. Un contemporáneo estricto de Almanzor, de Borrell II y del conde García Fernández. Dice la leyenda que Gerberto, niño campesino, tenía doce años cuando se cruzó con un grupo de monjes benedictinos del monasterio local. El pequeño Gerberto estaba entregado a una minuciosa tarea: tallar una rama para construirse con ella un tubo y poder mirar las estrellas. Los monjes, impresionados por la inteligencia del muchacho, solicitaron llevarlo consigo al monasterio. Esta historia puede ser verdad o no, porque toda la vida de Gerberto está llena de leyendas, pero el hecho es que el pequeño acabó estudiando con los benedictinos. De la Orden de San Benito se ha dicho que eran los cazatalentos de la época; de hecho, son los benedictinos quienes construyen la cultura europea medieval. Con ellos se formará Gerberto.

Conviene recordar cuál era la imagen que el mundo medieval tenía de sí mismo: una comunidad formada por tres estamentos integrados; tres estamentos que eran los oratores (las gentes del espíritu), los bellatores (las gentes de la guerra) y los laboratores (las gentes del trabajo). Es una división estamental que conecta directamente con las tres funciones del mundo antiguo —la realeza sagrada y sacerdotal, la nobleza guerrera y el mundo de la producción agraria, respectivamente— y que encaja con la descripción socrática y platónica de la República como un cuerpo orgánico con cabeza (la razón, la inteligencia, la justicia), pecho (el valor, el coraje guerrero) y vientre (la producción y la reproducción). Era inimaginable que en una sociedad faltara alguno de esos miembros. Si no hubiera cabeza, o pecho o vientre, el resultado sería un monstruo.

En la Europa de este periodo, en torno al año 1000, el papel de la Iglesia es determinante. La Iglesia es la que ha provisto al orden de un discurso, de un sentido, de una justificación: nuestros reinos y condados son ante todo reinos y condados cristianos; lo que justifica su existencia es su subordinación espiritual a la fe, materializada en la sede romana del papado y en los clérigos que por doquier pueblan templos y monasterios. Son ellos quienes conocen del bien y del mal, quienes guardan el misterio del Dios hecho hombre y quienes custodian la razón de ser del orden colectivo. Son ellos, también, quienes almacenan y distribuyen el conocimiento. Con frecuencia los veremos, además, aportando al reino su consejo o el testimonio de su firma en los documentos oficiales. De manera que la Iglesia es la sede del saber.Y las mejores inteligencias abrazarán con frecuencia la vida religiosa como una consecuencia natural de su talento.

Ése fue el caso de Gerberto, que realmente tenía un talento desbordante. Con los benedictinos estudió el Trivium, es decir, gramática, lógica y retórica, que eran la base del saber medieval. Allí, en el monasterio, decide consagrarse a la vida religiosa y se ordena. Como es un cerebro privilegiado, la comunidad benedictina estimula sus estudios: superado el Trivium, afronta el Quadrivium, es decir, aritmética, geometría, astronomía y música, las disciplinas propiamente científicas. ¿Dónde estudia el Quadrivium? En Cataluña, en el monasterio de Santa María de Ripoll, bajo la tutela del conde Borrell II y del obispo Atón de Vic. Después de todo, Cataluña formaba parte del mundo carolingio.

Nueva pregunta: ¿por qué precisamente Ripoll? Sin duda, por la importancia de ese monasterio como centro de conocimiento. El monasterio de Santa María de Ripoll, en Gerona, había sido fundado por Wifredo el Velloso en 888, después de que el obispo Gotmar de Vic encontrara una imagen de laVirgen en el lugar. Muy vinculado a las casas condales catalanas, el monasterio prosperó rápidamente. Entre otras cosas, fue almacenando una importante colección de manuscritos. A mediados del siglo x eran 66 manuscritos; a principios del siglo siguiente, los escritos ya superaban el centenar. Eso convirtió a Ripoll en centro de visita obligado para quien quisiera profundizar en el saber.Y por eso Gerberto vino a España, a Ripoll, para estudiar su Quadrivium.

Dicen que Gerberto, en su estancia catalana, aprovechó para entablar contacto con los sabios de Córdoba y Sevilla. Es muy posible, porque en aquel momento los condados catalanes estaban en paz con el islam, todavía no había aparecido un Almanzor que quemara la biblioteca de Alhakén II, y el califa de Córdoba, como aquí hemos visto, era un tipo ilustra do que gustaba de recibir los conocimientos que venían de Persia y de la India, del otro confin del mundo musulmán. Pero, por otro lado, no hay ni un sólo testimonio que acredite tales encuentros entre Gerberto y los sabios de Córdoba. Ripoll era un centro de conocimiento con valor propio, independientemente de que hubiera o no tales contactos.

Aclaremos una cuestión. El tópico dice que fueron los árabes los que conservaron la sabiduría grecolatina durante la Edad Media, pero eso es una verdad a medias. En los monasterios medievales por ejemplo, Ripoll— se conocía perfectamente a Aristóteles, por mencionar a un solo autor. Lo que sí es verdad es que las copias de griegos y romanos que se conservaban en Occidente eran pocas y, con frecuencia, incompletas. Como es verdad también que los árabes, además de incorporar los conocimientos de persas e hindúes, conocieron las traducciones de los griegos al siríaco y, de ese modo, sus textos permitieron completar los que ya circulaban en Europa, si de circulación puede calificarse al modesto tráfico monacal.

Hubiera o no interlocutores árabes, parece acreditado que fue aquí, en Ripoll, donde Gerberto conoció el sistema numérico arábigo, importado de la India, que aportaba la novedad crucial del número cero. Los indios habían empezado a calcular con ceros en torno al siglo vii. El sistema comenzó a generalizarse unos doscientos años después. Los árabes lo importaron gracias al persa al-Khwarizmi, que vivió entre los siglos viii y ix; por ese señor, al-Khwarizmi, llamamos a los números «guarismos». Gerberto conoció el sistema y defendió sus ventajas sobre el viejo sistema numérico romano. Hay que decir que, al principio, Gerberto no tuvo ningún éxito con su nuevo planteamiento.

Pero la Iglesia de entonces no ocupaba un lugar central sólo en el mundo del espíritu y del saber, sino también en el mundo político. A la altura del año 969, el conde Borrell II viaja como peregrino a Roma y lleva en su séquito, a modo de embajada, al sabio monje Gerberto. Ese viaje será crucial para nuestro personaje, porque en Roma conoció al papa Juan XIII y al emperador Otón 1, cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, es decir, del lado oriental del viejo mundo carolingio. Otón, impresionado por aquel monje todavía joven —no había cumplido aún los treinta años—, decide «fichar» a Gerberto: será el tutor del hijo del emperador, el futuro Otón II.

A partir de entonces comienza para Gerberto de Aurillac una carrera meteórica: maestro en la escuela catedralicia de Reims, primero; ordenado sacerdote, enseguida será abad del monasterio de Bobbio, en Lombardía; después, obispo de Reims, obispo de Rávena… Es en ese momento cuando a nuestro personaje le toca sumergirse en las convulsiones políticas de la época: en Francia aparece la dinastía Capeta, hay un traumático relevo en la corte del Sacro Romano Imperio…

Así Gerberto vivirá en primera persona la otra dimensión de la Iglesia medieval: no sólo la espiritual y la intelectual, sino también la política. Y la experiencia de nuestro personaje nos permitirá entender mejor la relevancia política de la Iglesia en aquel tiempo.

La Iglesia, gran reformadora política

Hemos dejado a Gerberto con dos grandes asuntos entre manos: uno, asegurar la transmisión de la corona francesa a la dinastía Capeta; el otro, defender la candidatura de Otón III para el trono imperial romanogermánico. Son dos asuntos distintos, pero ambos tienen una nota común: en los dos casos, la posición de Gerberto será favorecer el poder monárquico, que es el poder político de derecho, frente a los nobles, que estaban siendo ya el poder político de hecho. Esa posición de Gerberto no será inusual, al revés. En líneas generales, la Iglesia casi siempre va a apostar por los reyes frente a los nobles.Y será una elección cargada de consecuencias, porque ése era precisamente el gran problema político de este tiempo.

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