Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (33 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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A Sancho le llamaban otros asuntos, en particular en el Pirineo, en Ribagorza.Ya veremos cuáles.Y mientras tanto, los catalanes empezaban a acariciar proyectos que apenas unos meses atrás habrían parecido insensatos. En algún momento del año 1010, seguramente en el mes de enero, los hermanos Borrell, Ramón y Ermengol, condes de Barcelona y de Urgel respectivamente, reciben una inusual propuesta de alianza. Se la envía nada menos que Wadhid, el general eslavo de Medinaceli. Todavía tenían que pasar muchas y muy sorprendentes cosas.

Un providencial bastardo en Ribagorza

El islam español anda enzarzado en una honda guerra civil.Y en eso va el conde castellano y vuelve de repente la mirada hacia el norte, hacia el Pirineo. ¿Qué estaba pasando? Sancho de Castilla, recordemos, era hijo de una dama del lugar: doña Ava de Ribagorza.Y es ese parentesco el que le mueve a poner su interés en las lejanas montañas de Huesca. La clave del problema estará en un providencial bastardo. Vamos a ver qué pasó.

Viajemos a Ribagorza. Recordemos: uno de los condados surgidos de la Marca Hispánica creada por Carlomagno, a modo de franja fronteriza, en el siglo viii. Ribagorza está en pleno Pirineo central, hoy en la provincia de Huesca, a lomos de las cuencas de tres ríos: el Ésera, el Isábena y el Noguera Ribagorzana. Cuando los francos ocuparon el Pirineo, estos territorios, junto a los del vecino Pallars, pasaron a depender del condado de Tolosa. Después, hacia 870, Pallars y Ribagorza se convirtieron en condado independiente bajo el mando de un señor local llamado Ramón. Cuando murió Ramón, dividió el territorio entre sus hijos: Pallars para unos, Ribagorza para otros. De esta manera Ribagorza se convertía en condado singular. Capital: Roda de Isábena.

A lo largo de todo el siglo x, los condes ribagorzanos, con abundancia de Galindos y Aznares —las poderosas familias locales del Pirineo—, trenzan sus alianzas con las otras casas de la cristiandad: con Navarra, con Pallars, con Castilla. Una ribagorzana, Ava, se casa con el conde de Castilla García Fernández. Mientras tanto, tres hermanos se suceden en el condado durante los duros años del poder de Almanzor: Unifredo desde 970, Arnau desde 979, Isarn desde 990. Este Isarn muere en combate en el año 1003. Como no tiene descendencia, el condado ha de pasar a las mujeres de la familia, las hermanas de los condes. Una es aquella Ava de Ribagorza, condesa de Castilla; pero Ava está muy lejos. La otra es Toda: la hermana pequeña. Ella desempeñará el gobierno. Y aquí empieza realmente nuestra historia.

Ribagorza ha aguantado a duras penas las embestidas del poder islámico. La cercana base musulmana de Barbastro, auténtico bastión militar de Córdoba, representa una amenaza permanente. Los ribagorzanos no se encierran tras sus muros: tratan de hacer frente a las incursiones moras incluso si no afectan directamente a su territorio. Precisamente en una de esas operaciones había muerto Isarn. Enterado de que los moros atacaban cerca de Lérida, Isarn partió al combate, a la altura de Monzón chocó con la tropa musulmana y allí murió el conde. Después, en 1006 —lo hemos visto páginas atrás—, Abd al-Malik, el hijo de Almanzor, dirigía a sus huestes contra el condado y arrasaba la capital, Roda de Isábena. En Roda había una catedral que fue literalmente derruida. Los moros dejaron una guarnición permanente en la villa para asegurar la sumisión de la comarca: feroces tributos, esclavitud, saqueo permanente… una pesadilla.

La condesa Toda gobernó como pudo la calamidad.Viéndose sola y sin capacidad para dirigir a las escasas huestes armadas del condado, tomó una decisión desesperada: aunque ya tenía más de cincuenta años, resolvió casarse con el conde vecino, Suñer de Pallars, el cual, por su parte, ya estaba aprovechando la calamidad ribagorzana para arañar territorios en su propio beneficio. Suñer, viudo, sesenta años, tenía tres hijos ya mayores que perfectamente podían acaudillar ejércitos. Podemos ponernos en la piel de la pobre Toda de Ribagorza. Sola y sin auxilios, le resultaba completamente imposible garantizar la continuidad del condado. Tal vez pidió ayuda a Suñer. Tal vez éste vio aquí una ocasión de oro para apropiarse de Ribagorza con plena legitimidad mediante un matrimonio de conveniencia con la desamparada Toda. Isarn había muerto sin descendencia legítima. Toda tampoco tenía hijos. Por tanto, Ribagorza sería inevitablemente para los hijos del conde de Pallars.

Ahora bien, Isarn había muerto sin descendencia legítima, en efecto, pero tenía un hijo ilegítimo, un tal Guillermo. Como bastardo, Guillermo no tenía derechos de sucesión. Pero Guillermo Isárnez era un bastardo muy especial: desde su más tierna infancia, su abuela, la madre de los condes de Ribagorza, la francesa Garsenda de Fezensac, lo había recogido para procurarle una crianza acorde con su sangre.Y más aún: cuando Guillermo creció, la providencial abuela decidió enviarlo a Castilla, para que se hiciera hombre. ¿Por qué a Castilla? Evidentemente, porque la condesa de Castilla era precisamente Ava de Ribagorza, tía del mozalbete. ¿Acaso en Castilla no corría también sangre ribagorzana? Así era. Este Guillermo, el bastardo Isárnez, era primo canal del joven Sancho García, el conde castellano. Había, pues, una posibilidad de mantener Ribagorza a salvo de las ambiciones de Pallars.Algo con lo que el viejo Suñer, sin duda, no había contado.

A partir de aquí, los acontecimientos se precipitan. El califato se ha desplomado. Sancho ha entrado en Córdoba. Probablemente Guillermo ya había hecho sus primeras armas junto a su primo Sancho. La posición de las huestes moras que ocupan Ribagorza se ha hecho extremadamente vulnerable. Sin duda, Suñer, el de Pallars, piensa en aprovechar la oportunidad: sin moros en la costa, es el momento de dar el golpe de gracia y oficializar su dominio sobre Ribagorza. Pero Toda maniobra con rapidez y juega sus cartas.Y son mejores cartas: el conde de Castilla, nada menos. Sancho, hijo de Ava, es sobrino de Toda. No olvidemos nunca lo importantes que son los asuntos de familia en todos estos enjuagues. Sancho tiene una hermana, doña Mayor García. Como hija de Ava, a doña Mayor le corresponde por derecho de sangre el condado.Y el partido ribagorzano cuenta ahora, además, con un paladín que puede acaudillar un ejército: Guillermo Isárnez, el bastardo, que no puede ser conde, pero sí capitán. La jugada estaba clara.

En algún momento del año 1010, una gruesa hueste castellana penetra en Ribagorza. Los soldados son de Sancho, pero quien los manda es Guillermo Isárnez y la bandera que defienden es la de doña Mayor, hija de Ava, de la casa condal ribagorzana. La tropa de Guillermo llega a Roda de Isábena y expulsa sin grandes problemas a la guarnición mora. La capital se ha recuperado para la cristiandad. Allí doña Toda entrega a doña Mayor la sucesión legítima del condado.Ya es la condesa Mayor de Ribagorza; una hermana del conde de Castilla.

Hay que suponer que el viejo Suñer de Pallars, ya enfermo —moriría al año siguiente—, debió de experimentar una contrariedad sin límites: él había calculado quedarse con Ribagorza y ahora veía cómo su esposa le ganaba la mano. Ciertos territorios de Ribagorza ya habían quedado en poder de Pallars, ocupados por Ramón, uno de los hijos del conde. En aquel momento se plantearon dos posibilidades: una, que hablaran las armas y que las huestes de Guillermo desalojaran a las de Ramón de los territorios ocupados; la otra, arreglar las cosas pacíficamente —al fin y al cabo, Toda y Suñer eran esposos— y tratar de buscar una solución que satisficiera a todas las partes. Fue esta última posibilidad la que se impuso.

La idea fue de la ya anciana doña Toda de Ribagorza, sin duda: arreglar el asunto como se hacía entonces, es decir, con un oportuno matrimonio. Doña Mayor, la nueva condesa, se casaría con Ramón, el hijo de Suñer. De esta manera, los territorios perdidos volverían a Ribagorza sin necesidad de guerra y, por otro lado, las ambiciones de Pallars quedarían colmadas al dar a uno de sus hijos el título condal ribagorzano.

Quedaba un pequeño problema: ¿qué pasaba con Guillermo, el hijo de Isarn, el providencial bastardo que había venido a ser el paladín gue rrero que Ribagorza necesitaba? Aquello era un problema y ha seguido siéndolo hasta hoy, porque en realidad no sabemos qué papel correspondió a Guillermo en el reparto. Muchas fuentes le dan de hecho como conde de Ribagorza; al parecer, le correspondió una función muy relevante en la gobernación del condado, función que Guillermo, que debía de ser un tipo con buenas dotes de liderazgo, supo convertir en determinante. La huella de Guillermo Isárnez se pierde en la historia en el año 1017, cuando murió asesinado en el valle de Arán, no se sabe por qué ni por quién.

El Pirineo va a acompañarnos todavía en muchos capítulos de nuestra historia.Ya contaremos todo lo que allí va pasando. De momento, retengamos lo fundamental: después de los sucesos de 1010, Ribagorza ha entrado en la constelación de intereses y alianzas que se está tejiendo en torno a Castilla. Una constelación que será fundamental para la cristiandad entera en los años siguientes, pero cuyo centro no estará en Castilla, sino en Navarra. ¿Por qué? Pronto lo veremos.

Los catalanes también entran en Córdoba

La última vez que pasamos por Córdoba, habíamos dejado allí a un califa omeya elevado por los bereberes: Suleimán, llegado al trono con el apoyo militar del conde de Castilla. Pero las cosas distaban de haberse apaciguado. Mientras Castilla se desentendía del problema musulmán, otro protagonista hace su irrupción en el mapa: los condados catalanes, que también van a pisar Córdoba. Aunque quizá el verdadero protagonista de esta historia no sean los condes Ramón y Armengol, sino el general eslavo Wadhid.

Tal y como estaba el mapa del califato, desgarrado por varios sitios, el conflicto podía estallar en cualquier parte. Los bereberes de Suleimán tenían fuerza militar y poseían Córdoba, pero nadie más les apoyaba. Los árabes de Muhammad controlaban el poder en la mayor parte del territorio, pero no estaban en condiciones de alinear una fuerza militar eficiente. En cuanto a Wadhid, sólo era un general, es decir, no podía auparse a la cumbre del poder, pero la fuerza militar mejor organizada era precisamente la que él tenía bajo su mando. ¿Cuál era el factor decisivo en este momento, en plena guerra civil? No la legitimidad política, ciertamente, sino la fuerza militar. Por tanto, la pieza clave del mapa era el general Wadhid.

El drama de Wadhid, no obstante, era que ya no sabía a qué califa ser fiel. Su califa, Hisham II, ya no estaba. Había abdicado. Lo había hecho en dos califas distintos en el breve espacio de un año. ¿A cuál entregar ahora esa fidelidad? A Wadhid, por rango y por tradición, le resultaba insoportable la idea de que el califato quedara en manos de los bereberes, esos advenedizos traídos por Almanzor. Por eso rechazó en su momento aliarse con Suleimán. Tal y como estaban las cosas, no le quedaba más que una opción: apoyar a Muhammad, que, al fin y al cabo, pese a sus ostensibles defectos, era el califa aceptado por la aristocracia árabe.Y mientras apoyaba a Muhammad, el general se guardaría en la manga las bazas suficientes para no perder la cabeza.

¿Qué se proponía realmente Wadhid? He aquí uno de los muchos misterios de esta época del califato, donde los escombros ocultan numerosas cuestiones vitales. Las crónicas moras lo resumen con una fórmula: «Restablecer la autoridad». ¿Pero qué quiere decir eso exactamente? Hay quien piensa que el veterano general sólo quería reponer a Muhammad en Córdoba. Otros creen que su verdadero propósito era instalar un régimen militar semejante al de Almanzor. Otros todavía, que en realidad sólo le movía su deseo de venganza contra los bereberes, que con ayuda castellana le habían derrotado reiteradas veces.Y otros, en fin, sospechan que Wadhid apuntaba a un nuevo candidato califal con ayuda de los árabes y muladíes de la región de Córdoba. Fuera su propósito cual fuere, el hecho es que Wadhid tenía a su disposición fuerza militar, pero no era suficiente; necesitaba apoyos.Y a obtenerlos se empleó.

Esta situación impulsa a Wadhid, andando el año 1010, a mandar una embajada a los condes catalanes. Su objetivo, de momento, sólo es devolver a Muhammad al poder, cosa que no puede lograr sin auxilios militares. Suleimán lo ha hecho antes apoyándose en Castilla. Él, en nombre de Muhammad, lo hará ahora apoyándose en esos otros cristianos, los de los condados de Barcelona y Urgel. Podemos imaginar la cara que pondrían nuestros condes al saber que el jefe moro de Medinaceli, el poderoso Wadhid, les pedía socorro. Podemos imaginar también que la petición no sería un llamamiento angustiado, sino más bien una propuesta de negocio: si los condes catalanes ayudaban en la tarea, él, Wadhid, el jefe militar de la Marca Superior, la principal amenaza que pesaba sobre las tierras catalanas, se abstendría de atacar y respetaría la frontera de la repoblación. Era una oferta que los condes catalanes no podían rechazar.

Ramón, conde de Barcelona; Armengol, conde de Urgel. Eran los hijos de Borrell II. Desde 992, ambos regían los condados catalanes. Habían heredado el gobierno con veinte años; ahora los dos se acercaban a los cuarenta y tenían ante sí una aventura formidable.Armengol era un típico paladín europeo: de cultura carolingia e intensa piedad religiosa, había viajado a Roma en dos ocasiones y consta que empujó a sus caballeros a peregrinar a Santiago. Armengol conocía bien a los moros: los había combatido numerosas veces; en una de esas ocasiones, frente al castillo leridano de Albesa, cayó preso de los sarracenos. En cuanto a Ramón, el de Barcelona, nadie había sufrido como él los embates musulmanes.Y cuando intentó levantar la cabeza, en la expedición leridana de 1003, la respuesta fue una nueva y brutal aceifa de Abd al-Malik. Ahora había llegado la hora de la venganza.

Los condes catalanes concentraron a sus huestes en Montmagastre, en Lérida. Desde allí se encaminaron a Toledo, donde les esperaba Wadhid. Entre unos y otros reunían más de cuarenta mil hombres: fuerza suficiente para acabar con el califa bereber Suleimán. El contingente marchó contra Córdoba. El encuentro decisivo tuvo lugar en el castillo de E1Vacar, pocos kilómetros al norte de la ciudad. Era el 22 de mayo de 2010. Los bereberes combatían solos: los cien caballeros castellanos que Sancho dejó en Córdoba se habían marchado tiempo atrás. En la batalla cayó el conde Armengol de Urgel, pero los bereberes quedaron desarbolados. El califa Suleimán huyó hacia Levante, en dirección a Játiva, mientras los bereberes evacuaban Córdoba a toda prisa. La capital del califato quedaba abierta para Muhammad… y para los catalanes.

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