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Authors: Don Winslow

Tags: #Policíaco

Muerte y vida de Bobby Z (15 page)

BOOK: Muerte y vida de Bobby Z
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—Sigue cavando —dice—. Voy a buscar leña.

—¿Vamos a encender una hoguera? —pregunta Kit entusiasmado.

—Sí.

Al menos, una.

36

El niño se cansa de cavar enseguida, de modo que Tim lo sustituye. Hace un agujero en el que cabría Hulk Hogan. Después entreteje algunas ramas para improvisar una cubierta y la pone encima del agujero.

—¿Para qué es eso? —pregunta Kit.

—Para que no tengas frío.

—¿Y tú?

—Yo soy de sangre caliente.

Coge parte de los mezquites que ha reunido y prepara una fogata. Después amontona maleza seca en un extremo de la hendidura.

Kit se aburre de verle hacer eso y se dedica a mirar los dibujos de las paredes.

—¿Quién crees que los hizo? —pregunta.

—¡Antiguos indios! —grita Tim.

—¿Cómo lo sabes?

—¡Hay dibujos de esos por todo el desierto! ¡Se llaman pictogramas!

—Ah.

—¡Los hicieron los indios!

—¡Voy a probar mi fuerte!

—¡Buena idea!

Ve que el niño se mete en el agujero y se cubre con la tapadera de ramas. Confía en que se duerma, porque hay mucho que hacer y no quiere que él lo vea.

Encuentra una rama en forma de Y y la clava en el suelo. Después sujeta con cinta adhesiva la pistola a la rama para asegurarla lo máximo posible. A continuación saca el rollo de cable de la bolsa de lona, ata un extremo alrededor del gatillo, amartilla el percutor, y desenrolla y tensa el cable a la altura del tobillo a uno y otro lado de la hendidura. Tira del cable hacia atrás y lo sujeta a la rama.

Tendré un solo tiro, piensa. Dispararé contra la puerta de atrás sin necesidad de estar presente. Obligaré al cabronazo a saltar a través del fuego para recibir un disparo en el pecho.

Saca la pólvora de tres balas y traza un sendero de cordita desde la pila de maleza hasta el centro de la hendidura. Luego coge la pala y cava una zanja un poco más allá. No tan profunda como el agujero de Kit, solo lo bastante para tenderse sin que lo vean en la oscuridad. La termina y después cava un hueco estrecho y poco profundo para disparar desde el otro extremo de la roca.

Intenta pensar en algo más que hacer, pero no se le ocurre nada.

Así que se concentra en pensar en por qué Don Huertero está tan ansioso por cazar vivo a Bobby Z, cuando sería mucho más fácil ordenar que lo mataran. Decide que debe de ser porque Bobby tiene algo que él quiere, algo que sabe que no podrá revelarle si lo matan.

¿Qué había dicho Elizabeth? «¿Le robaste algo?»

Y Don Huertero lo quiere recuperar.

Y salgo vivo de esta, lo mejor será descubrir qué es, encontrarlo y devolvérselo. El mundo no es lo bastante grande para esconderse de un tipo como Huertero.

Entonces, oye que Kit llora quedamente. Como un niño acostumbrado a llorar de forma que nadie pueda oírlo.

—¿Estás bien? —le pregunta.

—Echo de menos a mi mamá.

—Pronto saldrá del hospital. Me encargaré de que te reúnas con ella.

Tim no tiene ni puta idea de cómo va a conseguirlo, pero decide que lo hará.

—Ella no es mi mamá —dice Kit.

—Claro que sí.

—Oí que Elizabeth lo decía.

—Elizabeth no se refería a eso.

—¿A qué se refería?

—A que Olivia no siempre es una mamá estupenda.

—Ah.

—Lo siento.

—No pasa nada —dice el niño.

Tim guarda silencio un momento, y luego dice:

—¿Por qué no sales del agujero y preparamos la cena? —pregunta después—. Deliciosas raciones Q.

—¿De los marines?

—Me temo que sí, chaval.

—Sí.

—Vale.

Así que Tim enciende el fuego, que huele muy fuerte a mezquite, y calientan algunas raciones Q, que son de algo parecido a pavo con arroz, y luego barritas energéticas de postre.

Se cuentan historias para pasar el rato y Kit es mejor que Tim. Tiene una imaginación inagotable, y de hecho consigue entretener a Tim con una historia acerca de una isla llena de tesoros y del pirata que los escondió en ella.

El pirata se llama Bobby y Tim no sabe si debería sentirse halagado o asustado.

37

Johnson lía un cigarrillo y espera a que salga la luna. Está sentado sobre el saliente, mirando Split Rock, mientras piensa que esta vez Bobby Z ha metido la pata hasta el cuello.

Se siente muy relajado. Para empezar, Brian se aburría y ha vuelto a casa, lo cual es cojonudo, porque Johnson cree que, en una refriega, Brian representaría más problemas que ayuda. Además, ya está harto de ese rollo suyo de «cogerlo vivo».

Pensándolo bien, ya está harto de toda la mierda de Brian.

Johnson dedicó cuarenta años de su vida a trabajar de verdad en un rancho. Hacer eso en el desierto exigía verdaderas aptitudes: trasladar el ganado de un lado a otro, en busca del escaso follaje, hasta que las estúpidas bestias estaban lo bastante gordas para venderlas por dinero suficiente para quitarse de encima a los banqueros. Trabajó en eso durante cuarenta putos años, y nunca se hizo rico, aunque tenía bastante para frijoles, café, tabaco y whisky. Tenía su tierra, su ganado y su maldito amor propio, y entonces el gobierno expulsó a los rancheros de los terrenos federales. Se acabó el pastoreo, no fuera a ser que el ganado «eche a perder la prístina vegetación del desierto natural». Eso acabó con los pequeños rancheros como Johnson.

Los banqueros cayeron sobre él como las moscas sobre la mierda.

Se quedaron el rancho y todo su contenido, y apenas le dejaron un caballo sobre el que marcharse.

Y, piensa Johnson, he acabado trabajando para este gordo maricón en su presunto rancho.

¿Rancho? Una mierda pinchada en un palo.

Termina de liar el cigarrillo, lo enciende y, mientras da la primera y relajante bocanada, piensa que se quitarán de encima al bueno de Bobby como sea.

Y el niño... Bueno, en fin.

Rojas está sentado a su lado como un perro viejo y malvado.

Johnson lía un cigarrillo para el indio y se lo da. Se lo enciende.

—Esperaremos a que la luna... —dice.

Rojas no dice nada.

Tampoco es que sea muy parlanchín. Cuando está sobrio es bastante parco en palabras. Además, piensa Johnson, no he dicho nada que merezca una respuesta.

Rojas está furioso. Solo de tenerlo sentado a su lado, Johnson sabe que el indio está que arde. No lo culpa, ha pasado todo un caluroso día siguiendo al hombre y al niño, y entonces el jefe va y trae a un capullo en un aeroplano de juguete y la caga.

Johnson piensa lo mismo que Rojas: tendrían que haberle dejado que los alcanzara y los matara.

Para eso lo tienen.

Aparte de eso, no sirve para nada: siempre hay que estar pagando fianzas para sacarlo de la cárcel.

Un puto peligro para sí mismo y para los demás.

—He estado pensando —dice Johnson—. No estoy seguro de que sea necesario coger a ese tío con vida. Creo que, si se te presenta la oportunidad, podrías matarle.

Pero no se ha dado cuenta de hasta qué punto está cabreado Rojas.

Se entera cuando contesta:

—Lo cogeré vivo.

—No, de veras, no tienes que...

El indio levanta su enorme cuchillo y lo mueve a la luz de las estrellas.

—Le clavo esto en el cuello, y el tipo no vuelve a sentir nada.

Hostia puta, piensa Johnson.

—El hombre está vivo —continúa Rojas—, pero cuando se caga encima ya no lo sabe.

—¿Es algún rollo de los indios?

—Creo que entregaremos a Bobby Z así a Don Huertero. Creo que Don Huertero estará contento.

—Eso espero.

—Yo también.

Johnson ve que la luna está convirtiendo Hapaha Fíats en un cuenco plateado.

—Bien, haz lo que te dé la gana —dice—. Yo les diré a los chicos que empiecen a disparar. Con la intención de herirle, por supuesto. Si llegas a Bobby antes de que lo haga una bala, pues bien, buena suerte.

—Suerte —repite Rojas con desprecio—. No me hace falta un aeroplano para volar.

Johnson no sabe qué coño quiere decir con eso, pero supone que se tratará de algún rollo místico indio. Los cahuillas siempre son así: se convierten en coyotes, tejones, conejos y mierda.

Al menos, cuando están hasta el culo de mezcal.

—Bien, si logras cogerle vivo... —empieza Johnson, y tarda unos momentos en llegar a la segunda parte—. Por otra parte, el niño...

Rojas, el malvado hijo de puta, espera. Quiere que lo diga.

Pero él es más testarudo. Da una calada al cigarrillo y contempla elevarse la luna.

Por fin, Rojas ríe.

—El niño —dice.

Saca el cuchillo y se lo pasa por delante de la garganta.

—¿Quieres la cabeza del niño? —pregunta.

Johnson se da cuenta de que le está tomando el pelo.

—Creo que eso no será necesario —contesta.

Coge los prismáticos nocturnos y mira hacia la llanura. Ve que sus chicos están tomando posiciones alrededor de Split Rock.

Dentro de una media hora, habrá llegado el momento de terminar con esto.

38

Tim dispara al primer tipo en cuanto aparece, como un fantasma verde en el visor nocturno. Sabe que le ha alcanzado, porque el tío se desploma de esa forma desmañada propia de quien ha recibido un disparo.

Tim apunta al pecho: es la parte más ancha del blanco. Esta noche nada de disparar a herir. Esta noche la cosa va en serio.

Khafji otra vez.

Oye que el niño se remueve detrás de él.

—Quédate en el agujero —le ordena con voz de sargento.

Nada de chorradas, porque ahora están devolviendo el fuego. Tim oye cómo las balas repiquetean en la roca como redobles de tambor. Una o dos pasan zumbando sobre su cabeza.

—Quédate en el agujero —repite.

Otra figura aparece en su estrecho marco de visión, y Tim dispara de nuevo. Oye cómo sale el aire del tío cuando este cae al suelo.

Intenta escuchar por encima del estruendo de su corazón desbocado. Descarga de adrenalina y toda esa mierda, pero es importante que pueda oír lo que viene desde el otro lado.

Por la puerta de atrás.

Ve otra figura, dispara y falla.

No obstante, los oye; se han echado al suelo. Si les queda algo en la mollera, se arrastrarán a un lado y dispararán desde el borde de la hendidura.

Aguza el oído por si oye pasos.

No oye nada ni delante ni detrás.

Entonces oye un disparo de pistola.

Un disparo que, coño, parece un puto rugido y que resuena detrás de él por el estrecho pasillo de roca hasta que un tío chilla «¡Oh, mierda!», como ha oído otras veces cuando alguien se sorprende de que le hayan disparado.

Allá vamos, piensa Tim. Esto es el puto Álamo, y sale a rastras del hoyo desde el que dispara.

—Quédate en el agujero —ordena de nuevo cuando pasa por delante de Kit en dirección a la parte trasera.

Ve que el tipo está sentado contra la pared de roca, distingue incluso la herida de entrada en el pecho ocasionada por un disparo de la 9 mm. No puede ver la herida de salida desde esa distancia, pero el tipo está allí sentado con la mirada vidriosa.

—¡Médico! —chilla Tim debido a la costumbre, y ni siquiera se da cuenta de que ha gritado.

Enciende el mechero y acerca la llama al reguero de pólvora, mientras oye pisadas corriendo hacia la hendidura de la roca. Ve que la chispa crepita, y después la pila de maleza arde con un resplandor tan brillante que le duelen los ojos.

—¿Qué es eso? —grita Kit.

—¡Agáchate! —grita Tim.

Ahora ya no oye pasos, no está seguro de si podría oírlos debido al rugido de las llamas, de modo que da por sentado que los tíos se han parado al otro lado del fuego. Aprieta el gatillo del M-16 y suelta una andanada.

Pese al fragor del incendio, oye el pop-pop de las balas al hundirse en los cuerpos.

Tim se tira al suelo. Una idea cojonuda, porque ahora le disparan a través del fuego.

Le disparan balas y maldiciones en español, y Tim cae en la cuenta de que «Cogedle vivo» es una orden que ya se habrá olvidado, ahora que ha corrido la sangre y hay gente muerta.

Recuerda que muchas órdenes quedan olvidadas cuando uno o dos compañeros han caído, y el miedo, la adrenalina y la rabia bullen y gritan como ahora lo hacen en su interior. Pero se obliga a esperar y se arrastra hacia la trinchera poco profunda que ha cavado antes.

Saca el K-Bar del cinturón y flexiona las rodillas.

Un tipo salta a través del fuego, a través del puto fuego, mierda, y las llamas prenden en él, llamas minúsculas que lamen su manga y su sombrero, y el tipo parece un villano de cómic, la Antorcha Humana o algo así, cuando Tim se lanza hacia él con el cuchillo sujeto con ambas manos.

Hunde la hoja en su estómago, la retuerce, la endereza, y después le propina una patada al tipo para liberar la hoja.

Se arroja al suelo y escucha.

Decide creer que el ataque por la puerta de atrás ya es historia. De todos modos da igual, porque oye que alguien se acerca por la de delante. Deben de haber traído un ejército, y Tim piensa que está jodido.

El Tim Kearney de siempre, piensa. Bueno para meterse en líos y pésimo a la hora de librarse de ellos.

Coloca el rifle en posición de disparo y atisba por la mira. Ve otro fantasma verde que se acerca pegado a la pared de roca. No hay mucho donde acertar, pero suficiente, y ya ha aplicado la presión necesaria sobre el gatillo cuando oye algo encima de él, y alza la vista a tiempo de ver un cuerpo que se precipita desde lo alto de la roca.

El cabronazo está cayendo del cielo como una especie de murciélago enloquecido.

Cabrón chiflado, piensa Tim mientras intenta apartarse, pero el tío aterriza de lleno sobre él dejándolo sin respiración. A Tim le falta el aire y el rifle ha quedado atrapado bajo su cuerpo, igual que sus brazos, por lo que tampoco puede coger el K-Bar.

Siente un cuchillo contra un lado del cuello.

El tipo está aplastado sobre él, intentando recuperar el aliento, pero conserva la frialdad suficiente para colocarle el arma en el punto donde puede cargárselo en un segundo y medio, y aún tiene los santos cojones de decir: «Señor Z,
pendejo
, jódete».

Después se incorpora para poder manejar mejor el cuchillo, lo cual es un error, porque el tío que está pegado contra la pared está tan desconcertado que levanta el arma.

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