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Authors: Don Winslow

Tags: #Policíaco

Muerte y vida de Bobby Z (25 page)

BOOK: Muerte y vida de Bobby Z
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—¡Mierda!

Tim supone que Gruzsa acaba de darse cuenta de que le ha disparado al hombre equivocado, debe de sentirse amargamente decepcionado.

Eso le da motivos a Tim para avanzar a presión, ahora literalmente, pero entonces el espacio se estrecha aún más y no puede proseguir. Oye pasos que corren sobre las rocas de la playa, así que empieza a mirar si puede escalar.

Puede hacerlo, pero será lento, y ya oye los pasos cautelosos de Gruzsa internándose en la cueva.

Así que Tim escala procurando no hacer ruido. Sus pies trepan por la roca mientras con las manos hace fuerza contra los lados para sostenerse, y duele, tío, debido a la tensión que ejerce sobre los brazos.

Piensa de nuevo en dejarse caer, enfrentarse a Gruzsa en duelo en plan Clint Eastwood, y acabar ya de una vez. Duelo en OK Corral, tío, y que sea lo que Dios quiera, pero no lo hace. Sube hasta donde puede y espera. Colgado como un murciélago, lo más inmóvil posible, con los brazos temblorosos a causa del esfuerzo, y el rayo de la linterna de Gruzsa paseándose por la cueva como el foco sobre el patio de la cárcel.

Pero, a través de la grieta que tiene delante, la luz de la luna brilla tenue y plateada sobre el agua.

Un atisbo de libertad.

Tim aprieta las manos con más fuerza contra la pared. Si Gruzsa lo ve allí arriba, se tomará todo el tiempo del mundo para apuntar y no errar el tiro, y Tim se pregunta entonces si no sería eso lo que ocurrió aquella noche en la frontera, que Gruzsa intentaba liquidarlo a él, la cagó y mató a su compañero.

Un error fácil desde aquella distancia y de noche.

Pero ¿por qué coño querría Gruzsa liquidarme a mí o a Bobby? Además, justo cuando estaba a punto de hacer el canje por Art Moreno.

No tiene sentido, joder, piensa Tim. Una cosa está clara: a esa distancia, Gruzsa no fallará. El muy bastardo se reirá, me llamará capullo y... bang.

Cabrón muerto.

61

One Way está temblando a consecuencia de un serio episodio psicótico.

Ha visto estallidos de llamas en la oscuridad, que destruyen al sumo sacerdote de Bobby. En ese mismo momento, el oleaje está lamiendo el cuerpo sin vida del sacerdote, y los cangrejos que la marea ha dejado en su estela empiezan a avanzar hacia un banquete inesperado.

One Way se aplasta todavía más contra el suelo blando del montículo cuando el hombre pasa corriendo, el hombre que sostiene una pistola, el hombre con el que recuerda haber hablado muchas veces en las calles de Laguna. El hombre que siempre parece muy interesado en la historia de Bobby Z. One Way lo reconoce como el que entró en un restaurante, salió con un bocadillo de queso a la plancha dentro de una caja de porespán y se lo dio, al tiempo que lo alentaba a contar más historias.

No me extraña, piensa ahora One Way, horrorizado. No me extraña que estuviera tan interesado.

One Way siente un gran dolor. El dolor le atraviesa el cerebro como si le estuvieran clavando tachuelas en el cráneo.

Sin querer, ha traicionado a Bobby.

Le contó a ese hombre, a ese Caifás, ese Pilatos, todo sobre Bobby, y ahora ha matado a su sacerdote y corre hacia la cueva para matar al propio Bobby.

Y es culpa mía, piensa One Way.

He vendido a Bobby por un bocadillo de queso a la plancha (con patatas fritas) y una caja de porespán biodegradable que vive eternamente.

Su dolor de cabeza aumenta.

One Way sabe de dónde sale. Es el dolor de la culpa, de la vergüenza, del fracaso. Es el dolor de la parálisis, porque es incapaz de moverse. No puede salir desde las sombras a la luz de la luna e ir a luchar junto a Z. Sabe que debería correr detrás del hombre y abalanzarse sobre su espalda. Asirle el brazo y recibir el disparo fatal. En caso necesario, recibir la bala destinada a Z.

Pero tiene miedo.

El dolor del miedo.

One Way se acuclilla a la sombra del montículo, se abraza el cuerpo y se mece al ritmo de las olas. Aguza el oído por si oye el disparo que resonará en la cueva, la explosión presagiada por el dolor implacable de su cerebro, y sabe que tendrá que vivir con eso hasta el fin de sus días.

Porespán.

Soy tan débil, piensa One Way.

Y mi debilidad traiciona a Bobby Z.

Entonces siente una voz crecer en su interior, aumentar como un repentino ciclón en su estómago, girar y salir de su boca por la fuerza. No es responsable de ella, no la piensa, no la desea. Es como si poseyera voluntad propia y lo utilizara de receptáculo. La voz se abre paso a través de su garganta, su boca se abre, endereza el cuerpo y se yergue como un ciclón surgido del agua.

De repente está de pie, inexplicablemente de pie, con las piernas bien plantadas en la arena, mientras su voz, profunda y aguda al máximo, ruge:

—¡¡¡TE VEO!!!

62

Tim casi se cae, de tanto como lo sobresalta el potente rugido.

¿Quién ve a quién?, se pregunta. No cree que nadie pueda verlo a él, porque, de lo contrario, ya le habrían metido dos balas en el cuerpo, de modo que el autor del grito debe de ser un caso grave de delírium trémens, o puede que esté gritándole a Gruzsa.

Por lo visto, este piensa lo mismo, porque Tim lo oye mascullar «Joder» y volver sobre sus pasos. Él piensa que, si puede aguantar en esa postura más o menos otro minuto, tal vez tenga la suerte de vivir un día más.

Gruzsa está tan cabreado y confuso que apenas puede contenerse. Para empezar, se ha cargado al único tipo que podía decirle con toda exactitud dónde está Tim Kearney. En segundo lugar, este último se ha volatilizado (en el mejor estilo de Bobby Z), porque ni ha salido de la cueva ni está dentro. Y para terminar, una voz surgida de la nada empieza a proclamar que lo está viendo. Y Gruzsa piensa de repente que esa noche deberá liquidar no a una, sino a dos personas, y ninguna de ellas es Tim Kearney.

Comprueba el cargador y se dirige hacia el sonido de la voz, que aúlla como una sirena.

63

Tim avanza hacia la luz de la luna.

Es como una carrera de obstáculos que solo el instructor de marines más sádico habría podido soñar. Tiene los músculos tensos al máximo, y las manos le sangran cuando por fin consigue llegar a la entrada de la cueva. Oye un disparo en la playa, detrás de él.

Salta a la playa, que ahora está cubierta de agua, porque la marea ha subido. En ese pequeño cabo la playa es de rocas, y Tim resbala y cae en las húmedas piedras unas trescientas veces antes de llegar al sendero que conduce a lo alto del montículo.

Se tambalea, cansado y asustado, porque sabe que Gruzsa le lleva ventaja y él no va a tener tiempo suficiente. Mientras avanza por las calles apartadas y sigue la carretera en dirección a la caravana, intenta pensar en el siguiente movimiento.

El siguiente movimiento es largarse, tío, está claro, pero el problema es cómo. Como suele suceder en la por así llamarla vida de Tim Kearney, el problema consiste en largarse, hacer mutis por el foro, y ya está pensando en envolver a Kit en una manta o algo por el estilo, mirar si pueden utilizar el coche de Elizabeth y largarse juntos. Hacia el norte o el este, porque Huertero está al sur y él ha huido hacia el oeste. De modo que, cuando llega a la caravana, ha tomado la decisión de hacer justo eso. Recoger a Kit y a Elizabeth (si quiere venir) y conducir hacia las Grandes Llanuras. Encontrar una pequeña ciudad en Kansas o algo por el estilo y cultivar trigo.

Solo que, cuando entra en la caravana, no hay nadie en casa.

Kit y Elizabeth se han ido.

64

De pronto, es como si se hubiera liberado de todo, y no sabe qué hacer. Gruzsa le lleva ventaja, él tiene que largarse, y lo último que necesita en el mundo es una mujer y un niño, pero eso es justamente lo que quiere.

Pero se han ido.

En un abrir y cerrar de ojos, tío, porque apenas se han llevado nada. Algo de ropa de Kit, su cepillo de dientes y punto; los cómics del crío siguen apilados al lado de su cama.

El maquillaje de Elizabeth está junto al lavabo en el cuarto de baño.

Tim solo quiere sentarse y llorar.

Salir, dejarse caer en la playa y aullar de dolor a la luna. Aullar hasta que Gruzsa se plante detrás de él y le meta una bala en la nuca.

Tal vez Gruzsa los haya detenido, piensa. Quizá haya vuelto a la playa y haya pensado que, si no puede capturar a Tim, se hará con su familia. Luego lo llamará y le ofrecerá un nuevo trato. Gruzsa es capaz de hacerlo. La DEA haría cualquier cosa, joder.

Sabe que debería abrirse.

Largarse y no mirar atrás, porque tal vez Elizabeth no se ha ido porque él sea un capullo sin remedio. Quizá se asustó y huyó, puede que irrumpieran en la caravana, y, ahora, él es un blanco fácil si no se larga.

Pero se encuentra en un estado de ánimo muy jodido, así que no se decide. Lo que hace el sempiterno perdedor Tim Kearney es abrir la nevera y sacar tres
cervezas
. Sujeta el cuello de las tres entre los dedos de una mano y va a sentarse en la playa. Ve los destellos plateados de la luna en el agua, se bebe las cervezas y vuelve a entrar en busca de las supervivientes del pack, además de una botella de tequila.

Se lleva el teléfono por si llaman.

Pero sabe que no van a hacerlo, de modo que intenta pillar una borrachera de muerte (su básica carencia de control de los impulsos), y lo consigue.

Está tumbado en la playa, mirando las estrellas, riéndose de sí mismo por haber llegado a pensar que podía formar una pequeña familia compuesta por Elizabeth, Kit y él en alguna pequeña ciudad del Medio Oeste tipo Lassie en
La cadena invisible
. El perdedor nato Tim Kearney se parte el culo de risa, el Mayor Desastre del Mundo, el Perdedor Universal, se parte de risa hasta que empieza a llorar, y llorando pierde el sentido. Lo recupera cuando un hedor acre y ácido lo despierta. Al abrir los ojos, un chivo sonriente está inclinado sobre él.

Huele al chivo antes de verlo, percibe su hedor, así que abre los ojos y ve que lo está mirando. Tim se pregunta qué hace un chivo en Laguna Beach sin pastor, cuando el chivo se pone a hablar.

—¿Bobby? —pregunta—. ¿Bobby Z?

Entonces Tim se da cuenta de que no es un chivo, sino una persona, que parece y huele como un chivo.

—No soy el puto Bobby Z, joder —contesta.

—Sí, lo eres.

—No.

—Sí.

—Déjame en paz, cabrón.

Pero el tío empieza a levantarlo, agarrándole por las axilas.

—Tenemos que sacarte de aquí.

—Mi hijo y mi mujer se han largado —dice Tim—. Voy a morir aquí.

—Exacto, corres peligro —contesta el tipo, y consigue levantarlo.

Empieza a medio arrastrarlo por la playa. Lo lleva hasta la base del acantilado, donde nadie pueda verlos, y lo deja caer.

—Has engordado, Bobby —dice.

—¿Quién eres?

—No me acuerdo muy bien. Pero me llaman One Way.

—La víctima del ácido.

—Eso dicen. Creen que estoy loco.

—Pareces un lunático.

—Soy un lunático. —One Way hace una pausa melodramática—. Pero sé cosas.

—¿Qué sabes?

One Way pasea la vista arriba y abajo de la playa. Después sus ojos centellean a la luz de la luna y esboza una astuta sonrisa desprovista de dientes.

—Sé dónde tu sacerdote traidor escondió tu tesoro.

65

En un barco, le dice One Way.

—¿Qué barco? —pregunta Tim.

Solo hay unos doce mil en el puerto deportivo.

—El barco —dice el hombre en tono misterioso.

—Y el barco se llama...

—El
Nowhere
—susurra One Way—. Un balandro de velas cuadras amarrado en el puerto de Dana Point. Lo vi llevar allí el dinero.

—Ha muerto.

—Lo sé. Lo he oído todo. Bueno, casi todo. El resto me lo contó la luna.

—Seguro. ¿Es el dinero que el Monje le estafó a Don Huertero?

—Si tú lo dices...

—Mi crío se ha ido —llora Tim—. Mi crío y mi mujer.

—Los recuperaremos —le consuela One Way.

—¿Cómo?

—No lo sé.

—Estupendo.

—Pero lo haremos.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque eres Bobby Z.

One Way se quita la manta de los hombros y envuelve a Tim con ella. Luego le levanta la cabeza, se la apoya en el regazo y lo acuna.

—Porque eres Bobby Z, y ese crío es tu hijo. O tu hija. Lo que sea. Tienes una mujer y un hijo, y ese es el ritmo sagrado de la vida. Infinito, repetitivo, como el sonido del mar, que es como tú, Z. No se puede detener el movimiento del mar. El oleaje se elevará y romperá, la vida nacerá del agua. Tú te deslizas sobre el mar, tío. De él naciste, y a él volverás.

Acaricia la cabeza de Tim.

—A él volverás —canturrea—. Con tu esposa. Con tu hijo. O hija. Lo que sea.

Entonces suena el teléfono.

66

Tim descuelga y escucha, rezando para que sea ella. Solo quiere saber dónde está su crío, si se encuentra bien. Cree oír su respiración por el teléfono, y sabe que Elizabeth está haciendo lo mismo que él, preguntarse quién hay al otro extremo de la línea.

Ella se lanza primero.

—¿Hola?

—¿Kit está bien?

—Sí.

—¿Tú estás bien?

—Sí.

Pero suena vacilante. Percibe en su voz algo así como «De momento», pero casi puede ver a Gruzsa al fondo, sentado detrás de ella, sonriente... Así que espera a que continúe.

—Nos tienen —dice.

—¿Quién?

—Don Huertero.

—¿Cómo está el chico? —vuelve a preguntar Tim.

Porque cree saber lo que se avecina.

—Asustado, pero bien. Es un chico duro, ya sabes.

—Sí, lo sé.

Un superviviente. El crío te está dando una lección.

—Si no vienes —sigue Elizabeth—, dicen que lo matarán.

—Iré.

—Ellos...

—Lo sé. Diles que iré. Diles que tengo su puto dinero. Se lo voy a devolver.

Oye que ella habla con alguien, y después alguien se pone al teléfono.

—¿Bobby Z?

—Sí. ¿Eres Don Huertero?

—Da igual quién sea —contesta el tipo. Acento mexicano, pero Tim piensa que es demasiado rudo para tratarse de Don Huertero—. Si no vienes, mataremos al chico.

—¿Dónde estáis?

—Que te den. ¿Crees que somos estúpidos?

—No puedo reunirme con vosotros sin saber dónde estáis.

—¿Tienes el dinero?

—Lo tengo escondido.

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