Muerto en familia (19 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto en familia
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—¿Quieres ir a recoger tus cosas, hijo? No te dejes nada —le advirtió. Con una rápida sonrisa hacia mí, Hunter salió corriendo hacia la parte de atrás de la casa—. ¿Ha ido todo bien? —preguntó Remy en cuanto Hunter se alejó. Aunque, en cierto sentido, Hunter nunca estaba demasiado lejos para no oír a los demás, tendría que valer.

—Eso creo. Se ha portado muy bien —dije, decidiendo guardarme lo de la patada—. Tuvimos un pequeño problema en la zona de juegos del McDonald’s, pero creo que dio lugar a una constructiva charla con él.

Parecía que Remy se hubiera vuelto a cargar un peso en los hombros.

—Lo siento mucho —lamentó, y pensé que podría haberme mordido la lengua.

—No, no ha sido nada grave; el tipo de cosas por las que quieres que te ayude —expliqué—. No te preocupes. Mi primo Claude estaba aquí, y los dos estuvieron jugando en el parque, aunque yo estuve con ellos todo el tiempo, por supuesto. —No quería que Remy creyera que le había colgado a Hunter a otra persona. Traté de pensar en qué más decir a un padre ansioso—. Ha comido muy bien y ha dormido una buena siesta, aunque no lo bastante larga —indiqué, y Remy se echó a reír.

—Lo sé, me lo ha dicho.

Iba a confesarle que Eric estaba dormido en el armario de la habitación que había empleado Hunter y que lo había estado observando durante unos minutos, pero tenía la sensación de que Eric sería ya demasiado. Ya había hablado de Claude, y a Remy no había acabado de hacerle gracia. Típica reacción paterna, supuse.

—¿Cómo ha ido el funeral? ¿Problemas de última hora? —Nunca se sabe qué preguntar acerca de un funeral.

—Nadie se tiró al hoyo ni se desmayó —contestó Remy—. Es todo lo que se puede desear. Alguna que otra discusión acerca de una mesa de comedor que todos los hijos estaban dispuestos a llevarse en ese mismo instante.

Asentí. Había oído muchas cosas acerca de las herencias a lo largo de los años; yo misma tuve mis problemas con Jason cuando murió la abuela.

—Mucha gente no saca precisamente lo mejor de sí misma cuando se trata de repartirse los bienes —reconocí.

Ofrecí a Remy algo de beber, pero lo rechazó amablemente. Obviamente, tenía ganas de quedarse a solas con su hijo, y me lanzó una andanada de preguntas sobre los modales de Hunter, que tuve ocasión de elogiar, así como de sus hábitos a la mesa, que pude admirar, y aquello resultó toda una bendición.

Al cabo de unos minutos, Hunter había vuelto al salón con todas sus cosas, aunque hice un barrido rápido y me encontré con dos Duplos que se le habían escapado. Como le había gustado tanto
El cachorro diminuto
, se lo metí en la mochila para que lo disfrutara en casa. Después de varios agradecimientos y un inesperado abrazo de Hunter, se marcharon.

Observé cómo la vieja camioneta de Remy se perdía por el camino.

La casa se quedó extrañamente vacía.

Por supuesto, Eric dormía debajo de ella, pero seguiría muerto durante unas cuantas horas más, y sabía que sólo podía despertarlo en la peor de las circunstancias. Algunos vampiros son incapaces de levantarse de día, aunque la casa esté en llamas. Aparté ese pensamiento; me provocaba escalofríos. Miré hacia el reloj de pared. Me quedaba parte de una soleada tarde para mí sola y era mi día libre.

Me enfundé el bikini blanco y negro y me recosté en la hamaca antes de que nadie pudiera decir «tomar el sol es perjudicial».

Capítulo
7

Apenas se hubo puesto el sol, Eric emergió del compartimento que había bajo el armario del cuarto de invitados. Me cogió en brazos y me besó con fruición. Ya había puesto a calentar una botella de TrueBlood para él. Puso una mueca, pero se la bebió de un trago.

—¿Quién es el crío? —preguntó.

—El hijo de Hadley —respondí. Eric conocía a Hadley de la época en que ella formaba parte del séquito de Sophie-Anne Leclerq, la definitivamente muerta reina de Luisiana.

—¿Estaba casada con un vivo?

—Sí, antes de conocer a Sophie-Anne —contesté—. Un tipo muy agradable llamado Remy.

—¿Es a él a quien huelo? Me refiero al que no desprende el intenso olor a hada.

Oh, oh.

—Sí. Remy vino a recoger a Hunter esta tarde. Yo cuidaba de él porque Remy tuvo que acudir a un funeral familiar. Pensó que no era el mejor sitio para llevar a su hijo. —No saqué a colación el pequeño problema de Hunter. Cuantas menos personas supieran del mismo, tanto mejor, y eso incluía a Eric.

—¿Y además?

—Tenía intención de contártelo la otra noche —dije—. ¿Te acuerdas de mi primo Claude?

Eric asintió.

—Me preguntó si podría vivir conmigo un tiempo, ya que se siente muy solo en casa después de la muerte de sus dos hermanas.

—Estás viviendo con otro hombre. —Eric no sonaba enfadado, sino más bien inclinado a estarlo, no sé si me explico. Su voz desprendía apenas un matiz.

—Créeme, no le intereso como mujer —contesté, recordando con un acceso de culpabilidad la escena del cuarto de baño—. Sólo le interesan los tíos.

—Me consta que sabes arreglártelas muy bien con las hadas que intentan molestarte —dijo Eric al cabo de un apreciable silencio.

Ya había matado hadas con anterioridad. No era algo que me gustase que me recordaran.

—Sí —asentí—. Y si te hace sentir mejor, guardaré una pistola de agua llena de zumo de limón en la mesilla. —El zumo de limón y el hierro son letales para las hadas.

—Sí que me haría sentir mejor —confirmó Eric—. ¿Es el mismo al que Heidi olió en tus tierras? Sentí que estabas muy preocupada y por eso vine anoche.

El vínculo de sangre surtía sus máximos frutos.

—Ella dijo que ninguna de las hadas que rastreó eran Claude —conté—, y eso me pone los pelos de punta. Pero…

—A mí también me preocupa. —Eric bajó la mirada hacia la botella vacía de TrueBlood y añadió—: Sookie, tengo que contarte algunas cosas.

—Oh. —Había estado a punto de hablarle del cadáver más reciente. Estoy segura de que habríamos acabado hablando de ello si Heidi lo hubiera mencionado, y me parecía algo bastante importante. Quizá soné algo resentida ante la interrupción. Eric me lanzó una mirada afilada.

Vale, culpa mía, perdón. Debería haber estado deseosa de conocer la importante información que Eric pensaba que me ayudaría a sortear el campo de minas que era la política vampírica. Y hay noches en las que habría estado encantada de saber algo más de la vida de mi novio. Pero esa noche, después de la tensión extraordinaria que había supuesto la visita de Hunter, lo que deseaba (y, de nuevo, pido perdón) era contarle lo del cadáver en el bosque y luego echar un buen polvo.

En circunstancias normales, Eric se habría apuntado al plan sin rechistar.

Pero, al parecer, esa noche no.

Nos sentamos uno frente al otro a la mesa de la cocina. Intenté sofocar un suspiro.

—¿Te acuerdas de la cumbre en Rhodes y de la franja de Estados de sur a norte que fueron invitados? —arrancó Eric.

Asentí. No parecía nada muy halagüeño. Mi cadáver era más urgente. Por no hablar del sexo.

—Cuando viajamos de un extremo del Nuevo Mundo al otro, y los vivos de raza blanca emprendieron la emigración también (nosotros éramos los exploradores), un importante grupo de los nuestros se reunió para hacer un reparto y así gobernar mejor a nuestra propia gente.

—¿Había vampiros nativos americanos cuando llegasteis? Eh, ¿formabas parte de la expedición de Leif Ericson?

—No, mi generación no. Por extraño que parezca, había unos pocos vampiros entre los nativos. Y eran muy distintos desde muchos puntos de vista.

Vale, la cosa empezaba a ponerse interesante, pero sabía que Eric no se iba a parar a dar respuesta a mis preguntas.

—En nuestra primera cumbre nacional, hace unos tres siglos, hubo mucho desacuerdo. —Eric estaba más solemne que nunca.

—¿En serio? —¿Vampiros discutiendo? Vaya novedad.

No le gustó nada mi sarcasmo. Arqueó sus rubias cejas, como diciendo: «¿Te importa que vayamos al grano o me vas a seguir dando la noche?».

—Sigue —sugerí con las manos tendidas.

—En vez de dividir el país como lo harían los humanos, incluimos parte del norte y parte del sur en la división. Pensamos que facilitaría las cosas desde el punto de vista de la representatividad. Así, la división más oriental, casi toda compuesta por Estados costeros, se hace llamar clan Moshup, por la figura mítica de los nativos, y su símbolo es una ballena.

Vale, es posible que pareciera estupefacta llegados a este punto.

—Búscalo en Internet —dijo Eric, impaciente—. Nuestro clan, el compuesto por los Estados que celebraron la cumbre de Rhodes, se llama Amón, por el dios egipcio, y su símbolo es una pluma, pues Amón llevaba un tocado de plumas. ¿Recuerdas que todos llevábamos broches de plumas allí?

Pues no. Meneé la cabeza.

—Bueno, fue una cumbre muy intensa —admitió Eric.

Claro, con las bombas, las explosiones y todas esas cosas.

—Al oeste se encuentra Zeus, por los griegos, y su símbolo es un rayo, por supuesto.

Claro. Asentí en profunda aquiescencia. Es probable que Eric se hubiese dado cuenta de que yo no estaba en circulación por aquella época. Me dedicó una severa mirada.

—Sookie, esto es importante. Como esposa mía, debes saber estas cosas.

Esa noche, no pensaba siquiera ponerme a discutir lo que se daba por sentado.

—Está bien, sigue —le pedí.

—El cuarto clan, la división de la costa oeste, se llama Narayana, del hinduismo antiguo, y su símbolo es un ojo, porque se dice que Narayana creó el sol y la luna a partir de sus ojos.

Se me ocurrieron algunas preguntas, como: «¿Quién demonios decidió adoptar esos nombres estúpidos?». Pero cuando sometí todos esos interrogantes a mi censora interior, cada uno sonaba más estúpido que el anterior. Así que opté por decir:

—Pero había algunos vampiros en la cumbre de Rhodes, la cumbre del clan Amón, que deberían estar en Zeus, ¿no?

—¡Eso es! En las cumbres hay visitantes, especialmente si tienen algún interés relacionado con los asuntos que se discuten. O, por ejemplo, si están enzarzados en una demanda contra algún miembro de esa división o se piensan casar. —Se le arrugaron las comisuras de los ojos merced a una sonrisa de aprobación. «Narayana creó el sol con sus ojos», pensé. Le devolví la sonrisa.

—Comprendo —dije—. Entonces, ¿cómo es que Felipe conquistó Luisiana, si nosotros somos Amón y él es… Eh, ¿Nevada es Narayana o Zeus?

—Narayana. Tomó Luisiana porque no temía a Sophie-Anne tanto como a los demás. Maquinó su plan y lo ejecutó rápida y precisamente después de que el… consejo de dirección… del clan Narayana lo aprobase.

—¿Tenía que presentar un plan antes de conquistarnos?

—Así es como se hace. Los reyes y reinas de Narayana no querían ver debilitado su territorio si Felipe fracasaba y Sophie-Anne tomaba Nevada. Así que tuvo que presentar un plan.

—¿No pensaron que quizá tendríamos algo que decir de ese plan aquí?

—No les incumbía. Si somos lo bastante débiles como para dejarnos conquistar, entonces es justo que seamos la presa. Sophie-Anne era una buena líder, y muy respetada. Con su incapacitación, Felipe determinó que éramos lo bastante débiles para ser atacados. El lugarteniente de Stan en Texas ha luchado a lo largo de estos meses, desde que su jefe resultó herido en Rhodes, y le ha resultado muy difícil mantener el control de Texas.

—¿Cómo pudieron saber lo mal que estaba Sophie-Anne? ¿Cómo está Stan?

—Espías. Todos los tenemos en casa ajena —se encogió de hombros. Espías; palabras mayores.

—¿Qué hubiera pasado si uno de los líderes de Narayana le hubiera debido un favor a Sophie-Anne y hubiera decidido alertarle del ataque?

—Estoy seguro de que algunos de ellos lo sopesaron. Pero con una Sophie-Anne tan gravemente herida, supongo que pensaron que Felipe tendría la suerte de su lado.

Aquello resultaba espantoso.

—¿Cómo confiar en nadie?

—Yo no confío. Salvo dos excepciones: Pam y tú.

—Oh —murmuré. Traté de ponerme en su pellejo—. Eso es terrible, Eric.

Pensé que me iba a abrazar, pero en vez de ello me observó con sobriedad.

—Sí, no es una situación agradable.

—¿Sabes quiénes son los espías de la Zona Cinco?

—Felicia, por supuesto. Es débil, y es un secreto a voces que está en nómina de alguien, probablemente de Stan de Texas o de Freyda de Oklahoma.

—No conozco a Freyda. —A Stan sí—. ¿En Texas son Zeus o Amón?

Eric me sonrió. Era su alumna estrella.

—Zeus —contestó—. Pero Stan tuvo que asistir a la cumbre porque propuso ir con Misisipi en un proyecto de desarrollo turístico.

—Seguro que pagó por ello —aventuré—. Si ellos tienen espías, nosotros también los tenemos, ¿no?

—Por supuesto.

—¿Quién? ¿Me he pasado a alguien por alto?

—Tengo entendido que conociste a Rasul en Nueva Orleans.

Asentí. Rasul era oriundo de Oriente Medio y era un tipo con un gran sentido del humor.

—Sobrevivió a la usurpación.

—Sí, porque accedió a convertirse en espía de Victor y, por ende, de Felipe. Lo han mandado a Michigan.

—¿A Michigan?

—Allí hay un enclave árabe muy importante y Rasul encaja perfectamente. Les ha dicho que escapó del conflicto. —Eric hizo una pausa—. Sabes que alguien acabará con él si te vas de la lengua con esto.

—Oh, menos mal que me lo has dicho. Pues claro que no voy a hablar de esto con nadie. El que hayáis llamado a cada una de vuestras porciones de Estados Unidos según antiguos dioses es… —Meneé la cabeza. Era curioso. No sabría cómo llamarlo. ¿Orgulloso? ¿Estúpido? ¿Extravagante?—. En fin, Rasul me cae bien. —Y creía que había sido muy inteligente al salir de la órbita de Victor, independientemente del precio que tuviera que pagar—. ¿Por qué me cuentas todo esto de repente?

—Creo que debes saber lo que ocurre a tu alrededor, mi amor. —Nunca había estado tan serio—. Anoche, mientras trabajaba, me distrajo la idea de que podrías sufrir por tu ignorancia. Pam estaba de acuerdo conmigo. Hace semanas que quiere ponerte al día de nuestra jerarquía, pero yo creía que el conocimiento supondría una carga para ti y que ya tenías suficiente con tus propios problemas. Pam me recordó que la ignorancia podría matarte. Te valoro demasiado como para dejarte abundar en ella.

Mi primer pensamiento fue que había disfrutado mucho con mi ignorancia, y que no habría sido malo seguir con ella. Pero entonces tuve que replanteármelo todo. Lo que Eric intentaba era meterme de lleno en su vida. Y sus esfuerzos por acercarme a su mundo se debían a que me consideraba parte del mismo. Intenté entresacar la ternura de todo aquello.

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