—Estoy de acuerdo contigo. También pienso que las muertes fueron planeadas, pero tendremos que intentar mantener abiertas todas las vías de investigación. Es muy fácil bloquearse. Este caso es jodidamente desagradable —resumió Knutas meneando la cabeza—. ¿Nos da tiempo a tomar un café rápido?
—Sí, gracias, con leche. Sin azúcar.
—Ya lo sé.
Habían tomado café juntos montones de veces.
Y
a le daba igual. Y aunque sabía perfectamente que no debía hacerlo, decidió llamarla. Contra todo pronóstico se encontraba de nuevo en Gotland, y había pensado tanto en Emma que no podía dejar de llamarla. Tenía muchas ganas de hacerlo. Estaba sentado en la cama de la habitación del hotel, angustiado. «Esto no tiene por qué significar nada —pensó—. Podemos hablar un poco. Después de todo, no es tan peligroso». Tenía que salir enseguida hacia la rueda de prensa y después iba a estar muy ocupado el resto de la tarde. Eso ya lo sabía.
Levantó el auricular y marcó el número, que tenía apuntado en un papelito arrugado.
Oyó el primer tono, el segundo…
«No, joder, lo mando al carajo —se dijo—. Imagínate que contesta su marido…». No obstante, no colgó el teléfono.
—Emma Winarve.
Una gozosa calidez le recorrió el cuerpo al oír su voz.
—Hola, soy yo. Johan Berg. De
Noticias Regionales
. ¿Qué tal estás?
Tres segundos de silencio. Apretó los dientes angustiado.
—Estoy bien. ¿Estás aquí, en Gotland?
Le pareció atisbar un tonillo de alegría en su voz.
—He vuelto. Por ese otro asesinato, ya sabes. ¿Qué haces? ¿Te molesto?
—No, no hay ningún problema. Olle se ha ido con los niños a la piscina. ¿Y tú, cómo estás?
—He pensado en ti —dijo conteniendo la respiración.
—¿Ah, sí? —le oyó decir con tono vacilante.
Sintió deseos de morderse la lengua. ¡Joder!
—Yo también he pensado en ti —añadió.
Johan pudo respirar de nuevo.
—Oye, ¿no podríamos vernos?
—No sé si puedo.
—Sólo un momentito…
Se había despertado una esperanza y volvió a su propio ser. Tenaz e insistente.
—¿Puedes esta tarde?
—No, no puedo. Tal vez mañana. De todas formas, tengo que ir al centro.
—Estupendo. Entonces, mañana.
L
a sala donde iba a tener lugar la rueda de prensa estaba ya llena a rebosar cuando entraron Anders Knutas y Karin Jacobsson, antes de la hora indicada. Esta vez no sólo estaban representados los medios locales, sino también los diarios de la mañana de difusión nacional, los periódicos vespertinos, la agencia de noticias TT, Ekot, varios canales comerciales de televisión y el canal público de Televisión Sueca, además de Johan y Peter de
Noticias Regionales
.
La sala era un hervidero de murmullos. Los reporteros buscaban sitio entre las filas de sillas. Preparaban los bolígrafos y hacían ruido al pasar las hojas de sus blocs. Algunos llevaban aparatos para transmitir por radio. Los fotógrafos y los cámaras de televisión se situaban en lugares estratégicos e instalaban sus equipos. Los micrófonos se disponían uno junto a otro en uno de los lados de la mesa alargada.
La avalancha de periodistas obligó al grupo de investigación a cambiar la sala en el último momento. Ahora estaban en la gran sala de conferencias, en otra parte de las dependencias policiales. La gobernadora civil había llamado para comunicar que quería estar presente.
«Qué pintará aquí», pensó Knutas mientras se abría paso entre aquel montón de gente y comprobaba que Martin Kihlgård y el jefe provincial de la policía ya se encontraban sentados a la mesa.
El murmullo de la sala cesó cuando Knutas les dio la bienvenida. Se presentó a sí mismo, presentó a los compañeros que compartían la mesa con él, y comenzó dando cuenta de forma breve del último asesinato. La policía deseaba ser generosa con la información, y al mismo tiempo era importante evitar que se filtrara información que pudiera perjudicar la investigación. Un equilibrio difícil.
Cuando terminó, abrió un turno libre de preguntas.
—¿Hay similitudes entre este asesinato y el de Helena Hillerström? —preguntó un periodista.
—Hay ciertas similitudes. Pero, lamentándolo mucho, no puedo hablarles de ellas.
—El arma, por razones evidentes, no puede haber sido la misma —dijo uno de los reporteros de la prensa local haciéndose el sabihondo—. Pero ¿se ha usado ahora el mismo tipo de arma? La segunda víctima, ¿ha sido también asesinada con un hacha?
—No. El último asesinato se ha cometido con un arma punzante.
—¿Un cuchillo, entonces?—preguntó Johan.
—Es demasiado pronto para decir de qué tipo de arma punzante se trata.
—¿Hay testigos? —preguntó el reportero de GT.
—De momento, parece que nadie ha visto ni oído nada. Estamos entrevistando a numerosas personas.
—¿Sospechan que pueda tratarse de la misma persona que la vez anterior?
—Sí y no, las dos cosas. Algunos indicios parecen dar a entender que no es ése el caso, como, por ejemplo, el que el autor haya usado un arma distinta. Pero otras circunstancias apuntan a que podría tratarse del mismo individuo, así que en la situación actual no lo sabemos. Lógicamente, no podemos descartar esa posibilidad.
—¿Han encontrado alguna relación entre las víctimas, además de que ambas fueran mujeres y de la misma edad?
—Eso no puedo comentarlo para no entorpecer la investigación. Lo único que les diré es que las dos tenían relaciones en Estocolmo y en Gotland.
—¿Podría darse el caso de que el asesino hubiera venido de Estocolmo?
—Por supuesto.
—¿Por qué no se busca allí?
—Lo hacemos.
—¿Dónde?
—A eso no te puedo responder, como comprenderás.
—¿Hay coincidencias en la forma en que ambas han sido asesinadas? —preguntó Johan.
—Acerca de eso no puedo decir nada.
La frustración era enorme entre los reporteros, pero Knutas no cedió. El equipo que llevaba la investigación había decidido no revelar nada acerca de cómo había sido asesinada Frida Lindh. El campo quedaba abierto para la especulación.
—¿Se trata de un asesino en serie? —preguntó una periodista de Radio Gotland.
—Es pronto para pronunciarse. No sabemos aún nada de eso.
—¿Pero no lo descartáis?
—No podemos hacerlo, evidentemente.
—¿Qué va a pasar con el novio de la primera víctima? —continuó la reportera local.
—Ha sido puesto en libertad. Ya no es sospechoso.
Un murmullo recorrió la sala.
—¿Por qué no?
—Lo siento, pero no puedo decir nada al respecto.
—¿Cómo podéis estar tan seguros de que es inocente?
—No puedo desvelar las razones. Me limitaré a decir que el novio está libre de la sospecha de haber participado en el asesinato de Fröjel —repitió el comisario, que empezaba a ponerse rojo de pura irritación.
—Esto sólo puede significar que creéis que el autor de los dos asesinatos es la misma persona —terció Johan—. El de la mujer en el cementerio no lo pudo cometer Per Bergdal, puesto que estaba encerrado en la prisión de Visby.
—Como ya he repetido varias veces, no podemos comentar con más detalle esas circunstancias —insistió Knutas con forzada calma.
Johan optó por cambiar de pregunta:
—¿Qué pasa con el arma del crimen? ¿Se ha encontrado?
—No.
—¿Qué piensa hacer ahora la policía? —indagó el reportero de Ekot.
—Se han pedido refuerzos de la Policía Nacional. Investigamos tanto dentro como fuera de la isla, y estamos tratando de encontrar puntos en común entre las dos víctimas.
—¿Se conocían las víctimas entre sí? —preguntó otro reportero de— TV.
—No, según la información de que disponemos en estos momentos. El trabajo para conocer más detalles de su pasado está en marcha.
C
uando, una hora más tarde, los periodistas hubieron concluido sus entrevistas individuales, Knutas se apresuró a abandonar la sala.
La gobernadora civil lo tomó del brazo.
—¿Tienes un momento?
—Por supuesto —respondió cansado.
Se encaminó hacia su despacho y cerró la puerta tras ellos.
—Esto es grave —dijo la gobernadora, una dama enérgica de unos cincuenta y cinco años. Normalmente pacífica y risueña, ahora se reflejaba una profunda inquietud en su rostro. Se hundió con un suspiro en el sofá que Knutas tenía para las visitas, se quitó las gafas de gruesos cristales y se secó la frente con un pañuelo—. Es muy grave —repitió—. Estamos a mediados de junio. En estos momentos, los trabajos para el inicio de la temporada turística están en marcha. Hoteles, campings, albergues, alquileres de casas… Las reservas llegan a montones…, de momento. Me pregunto qué va a pasar. Parece que se trata de un asesino en serie, y una cosa así no es precisamente algo que atraiga a los turistas. Me preocupa que estos dos asesinatos los vayan a espantar.
—Sí, claro —asintió Knutas—. Pero no podemos hacer nada al respecto. Ninguno de nosotros desea que un asesino ande suelto.
—¿Qué pensáis hacer ahora? ¿Qué medios habéis puesto? Comprenderás lo importante que es que detengáis al asesino lo antes posible…
—Por favor —la interrumpió el comisario con irritación—. Hacemos todo lo que podemos con los escasos medios de que disponemos. Toda mi sección, o sea, los doce componentes de la policía judicial que quedaron después de todos los recortes y reorganizaciones, trabajan a plena dedicación en este caso. Además, he pedido otros cuatro investigadores de la Policía Nacional y permanecerán aquí el tiempo que sea necesario. He solicitado que me presten algunos hombres de la policía local, aunque ya están hasta el cuello de trabajo. Pronto nos veremos invadidos por más de medio millón de turistas y tendremos que arreglárnoslas con ochenta y tres hombres para toda la isla. Incluyendo también la de Faro. Tú misma puedes calcular la proporción. No hay más recursos de los que echar mano —concluyó mirando fijamente a la gobernadora.
—Sí, lo comprendo, claro. Sólo que me preocupan las consecuencias. Los puestos de trabajo. El turismo es el pan de muchos.
—Tienes que darnos un poco de tiempo. Apenas han pasado dos días desde que ocurrió el segundo asesinato. Quizá echemos el guante al asesino en unos días. Entonces, todo esto habrá pasado. No vamos a ponernos a pensar en lo peor.
—Quiera Dios que tengas razón —suspiró la gobernadora.
—¡
J
oder!
Knutas le acababa de dar un mordisco al bocadillo reseco que había sacado de la máquina expendedora y se atragantó, lo cual le provocó un prolongado acceso de tos. Los otros compañeros, que se habían reunido en la cafetería delante del televisor, para ver las noticias del domingo por la tarde, le urgían a que se callara.
Knutas sintió cómo le golpeaban las sienes. El reportaje sobre la última mujer asesinada contenía demasiada información.
—¿Cómo es posible que sepan tanto? ¿Cómo han averiguado lo de las cuchilladas? ¿Y lo de las bragas? —estalló cuando dejó de toser.
Estaba rojo, tanto por la tos como por la furia.
—¿Cómo demonios se han enterado? ¡Se necesitan cojones para investigar en estas condiciones! ¿Quién coño está filtrando información a la prensa?
Miró rápidamente uno por uno a los colegas presentes en la sala de personal de la policía judicial. Todos se miraron sorprendidos. Se oyeron algunas negaciones aisladas. Otros menearon la cabeza. Algunos decidieron que lo mejor era largarse.
El comisario entró a grandes zancadas en su despacho. Dio tal portazo, que tembló el cristal de la mitad superior de la ventana. Sacó a toda prisa la tarjeta de visita de Johan. Éste respondió después de dos tonos.
—¿Qué demonios estás haciendo? —tronó Knutas sin presentarse.
—¿Cómo? —preguntó Johan que sabía perfectamente a qué se refería.
—¿Cómo podéis sacar a la luz datos como los que habéis dado hace un momento? ¿Es que no comprendéis que echáis por tierra todo nuestro trabajo? ¡Estamos trabajando en la búsqueda de un asesino! ¿Qué pruebas tenéis? ¿De dónde habéis sacado esa información?
—Comprendo que estés indignado —contestó el periodista con su tono de voz más suave—. Pero tienes que tratar de verlo desde nuestro punto de vista.
—¿De qué jodido punto de vista me estás hablando? ¡Nosotros estamos haciendo una investigación!
—En primer lugar, nunca publicaríamos datos de los que no estuviésemos seguros, sin asomo de duda, de que son ciertos. Sé que las cosas son como decimos en el reportaje. En segundo lugar, consideramos que es relevante informar de que todo indica que actúa un asesino en serie. Las bragas en la boca son la mejor prueba de ello, y esa información es de interés general, interesa tanto a la opinión pública que tenemos que darla.
—¿Cómo cojones lo sabes tú? ¡Interés general! —Knutas escupió las palabras. Johan pudo imaginarse cómo salpicaba el auricular—. No, si encima tendré que darte las gracias… Pero toda la información va también directamente al asesino, ¡eso os importa un bledo! —aulló el policía.
—La gente tiene derecho a saber que anda suelto un asesino en serie. Nosotros sólo hacemos nuestro trabajo. Lo siento de veras si eso dificulta el vuestro, pero yo tengo que pensar en el mío.
—¿Y quién te dice a ti que eso realmente es así? ¿Cómo sabes si eso es correcto?
—Eso, claro está, no te lo puedo decir, pero dispongo de una fuente fiable.
—Una fuente fiable, dices. Entonces, sólo puede tratarse de alguien de aquí dentro. Alguno de mis colaboradores más próximos. Tienes que decirme quién es. De lo contrario, no podremos seguir trabajando en grupo.
Knutas parecía algo más tranquilo.
Johan sintió que se le estaba agotando la paciencia.
—Tú, que eres policía, deberías conocer la ley lo suficientemente bien como para saber que ni siquiera puedes hacerme esa petición —replicó mordaz—. No tienes derecho a investigar la fuente. Pero, puesto que respeto tu trabajo, sí puedo decirte que no es ninguno de tus colaboradores más cercanos, nadie del grupo que dirige la búsqueda. Al menos, yo no he recibido la información de ninguno de ellos. Más, no puedo decirte. Y recuerda que el hecho de que los periodistas sepamos una cosa, no significa que la publiquemos inmediatamente. Depende de si está justificado o no. Yo sabía lo de las bragas desde el asesinato de Helena Hillerström. Pero hasta ahora no había motivos para publicarlo.