Lo que Tansis sí encontró en las cintas de follaje de los árboles fue una banda fina amarillenta, por el centro de la cinta, que antes no había visto. Cuando llegó a la capa de cintas encontró una faja amarillenta y verdosa que corría también por el centro.
De este modo, pues, la vegetación se renovaba a sí misma cada año; no por un crecimiento en altura sino por alguna reorganización o renovación interna de las células dentro de las cintas. Tomó muestras de la cinta, de la raíz y del aire cerca de las cintas para analizarlo todo más tarde.
Mientras estaba de excursión aprovechó la oportunidad para buscar agua, utilizando su varilla hidroscópica. Siguió el pie de la montaña en dirección a la playa del oeste, y descubrió un lugar con posibilidades; lo marcó con un montón de piedras. Tendría que regresar allí y perforar un pozo, porque el suministro de agua de la nave necesitaba rellenarse.
Pasó la primavera, llegó el verano y subió la temperatura exterior. Para Tansis eso no representaba ninguna diferencia si se encontraba dentro de la nave, porque podía graduar la temperatura de ésta como quisiera; pero cuando estaba en el exterior le agradaba quitarse el casco y respirar el aire puro y cálido del mar. La nariz aún le goteaba un poco y cuando tosía siempre expulsaba mocos, pero se había acostumbrado a ello como a un mal menor inevitable de la vida en Capella Seis.
Taladró un pozo, lo que le supuso una semana de trabajo pesado llevando el aparato desmontado al lugar indicado, a trece kilómetros de distancia, y regresó trayendo varios tanques llenos de agua, que purificó. Construyó también una plataforma horizontal de piedras en el extremo del saliente rocoso, rodeada de un muro que le llegaba a la altura de la cintura, para que no se sintiera tan indefenso y no tuviera miedo de resbalar y caerse en el agua.
El ascensor de la nave se estropeó, y cuando lo inspeccionó se dio cuenta de que algunas piezas estaban atrancadas por la arena del viento, y el viento marino las había corroído. Aunque consiguió arreglarlo, supo ya que su funcionamiento sería limitado y que en el futuro tendría que utilizar las escaleras.
Al no tener conducciones de energía largas eso le implicaría más molestias, porque necesitaba utilizar herramientas en el exterior. Desmontó todo el equipo que no necesitaba, y fue extrayendo pedacitos de cables y dobleces de aquí y de allá, los empalmó y consiguió así unos doce metros: lo suficiente para poder trabajar al pie de la nave. Entonces pudo arreglarse un lugar de trabajo en el suelo. Recogió piedras planas, pavimentó el suelo bajo la esclusa de aire, construyó un muro a su alrededor y almacenó en una tienda colocada en el interior del muro un banco y herramientas. Pasaba mucho tiempo haraganeando en este pequeño patio, y un día cálido y sin viento, en que estaba trabajando sin casco a la sombra de la nave, se quitó todo el traje y por primera vez quedó sin protección alguna en este mundo, salvo los pantalones blancos y finos y la túnica que normalmente llevaba en el interior de la nave.
Lo encontró tan agradable que a partir de entonces, siempre que el viento soplara en la dirección correcta, trabajaba sin ninguna protección e incluso paseaba por la playa con la misma ropa.
El problema más acuciante era el del inmediato final de la película de aislamiento. Tansis se dio cuenta de que no había calculado bien el tiempo y que debiera haberla utilizado con mucha más prudencia en vez de hacerlo a manos llenas desde que llegó a esta bahía, porque, en realidad, vivía ahora en el exterior la mayor parte del tiempo.
Debería dejar de utilizar la película y entrar y salir de la nave solamente cuando el viento soplara del mar y el muestreo continuo de aire del computador le indicara que no había peligro. Lo había estado posponiendo continuamente porque le parecía un paso irrevocable. Hasta aquel momento sólo había sufrido una especie de catarro crónico que nunca mejoraba pero que tampoco empeoraba; pero una vez se acabara aquella lámina de película de plástico, el polvo y los microorganismos comenzarían a acumularse en el sistema de aire de la nave y no había forma de adivinar cuáles serían sus efectos a largo plazo. A partir de entonces ya no le quedaría esa burbuja de ambiente terrestre para descansar y dormir. Lenta pero inexorablemente aquella burbuja se haría igual al exterior, y ¿podría vivir expuesto de modo largo y continuo a las sustancias extrañas del aire exterior?
No tenía otra elección. Finalmente tendría que vivir así. Esperó que llegara un día particularmente favorable, con viento suave del oeste, para lanzarse a esa proeza. No necesitaba alterar el resto del funcionamiento de la esclusa de aire, porque las puertas interiores se cerraban antes de que se abrieran las exteriores y la esclusa exterior se evacuaba de aire cada vez que pasaba y se introducía aire nuevo por los purificadores. No había escasez de energía para hacer funcionar todo, sino tan sólo falta de película, y la contaminación del aire de la nave sería muy gradual, aunque irreversible una vez iniciado el proceso.
Desconectado ya el sistema de aislamiento, pareció quitarse un peso de encima, y ya no se molestó en conectarlo de nuevo.
Después de un período inicial de progreso en su relación con los extraños, ésta se fue debilitando. Ya no se reunía con los veintidós juntos; tan sólo uno o dos le esperaban cada día y no intentaban llevarlo a un contacto telepático. Estaba tan desilusionado como liberado, porque en su interior temía perder el control de su propia personalidad; y, sin embargo, anhelaba su compañía. Cada vez se le hacía más difícil idear nuevas cosas que hacer con ellos, y le preocupaba pensar que tal vez les estuviera aburriendo.
¿Eran aquellos pocos que continuaba viendo los mismos, o se turnaban? Aún no era capaz de distinguirlos por separado. ¿Eran simplemente los holgazanes del pueblo que así perdían el tiempo o los más curiosos e inteligentes, dedicados a estudiarlo de cerca? Podrían incluso ser visitantes de otras partes que fueran llegando, invitados a ver a esa extraña criatura por encima de las olas. Meditó en todo ello y se preocupó mucho, pero no llegó a ninguna conclusión.
Pasaron las semanas, y los meses, y ahora se acercaba ya la estación del polen, y con ella un período de encierro obligatorio en el interior de la nave. Observó cuidadosamente los análisis de aire, intentando encontrar señales anticipadas del diluvio que se avecinaba.
Cuando llegó fue repentino. El día anterior había sido como cualquier otro, con un débil porcentaje de polvo y un suave viento del sur. A la mañana siguiente el computador mostraba ya en pantalla un conteo de polen muy elevado y era claramente visible una bruma amarillenta sobre la montaña y por todo el cielo.
Por esta vez a Tansis no le pilló desprevenido. Había preparado suministros abundantes de comida marina procesada, los tanques de agua estaban llenos hasta los topes, y todos los generadores de viento habían sido revisados. Durante las próximas semanas tendría que ponerse el traje y utilizar la película de aislamiento para salir al exterior. Una vez acabara la estación del polen, el aislamiento se desconectaría permanentemente hasta que llegara el mismo momento al cabo de un año.
Durante los meses veraniegos había pasado tanto tiempo en el exterior que el trabajo de limpieza de la nave lo había ido posponiendo. Se embarcó en una empresa de limpieza y aseo general. También comenzó una revisión sistemática de mantenimiento, y volvió a estudiar medicina por las mañanas y planos y manuales de mantenimiento de la nave por las tardes.
La tormenta de polen siguió el ciclo del año anterior, el mismo ciclo que probablemente se había repetido millones de veces antes. Primero fue un aumento masivo y repentino, duplicando cada día los porcentajes durante una semana, hasta que la montaña no pudo divisarse y el mar terminaba en una niebla amarilla; luego, un descenso gradual, seguido por un máximo secundario, otro incremento masivo procedente de las latitudes templadas y una explosión final cuando las regiones árticas participaron en la tormenta.
El mundo se cerraba alrededor de la nave, amarillo y amenazador. En el peor momento Tansis no podía divisar el otro lado de la bahía. Se preguntaba cómo se las arreglarían allá dentro las criaturas marinas. ¿Estaban bien adaptadas o la abandonaban en busca de aguas más profundas? Escudriñó con anteojos el lugar de encuentro habitual, pero no vio ni rastro de ellas.
Se encontraba nervioso e incómodo, y regresaron la tristeza y la tensión. Se encontró de nuevo discutiendo con el oficial médico y para pasar por delante de la cabina del comandante tenía que hacer un esfuerzo deliberado para dominarse. Le preocupaba que las criaturas marinas no se molestaran tal vez en regresar más. Se preocupaba por si se averiaban los generadores, en el caso de que el polen entrara de algún modo en la nave. La congestión empeoró, así como la tos. ¡Cuán débiles eran sus defensas mentales! ¡Con qué facilidad regresaba el viejo enemigo cuando algo no iba bien!
Lentamente el porcentaje de polen disminuyó y luego, repentinamente, desapareció del todo. Mantuvo las precauciones durante varias semanas, y luego desconectó el sistema de aislamiento para no volverlo a conectar durante otro largo año de Capella. Tardó otro mes en atreverse a quitar el casco cuando estaba en el exterior.
Recordando la experiencia vivida, Tansis se dio cuenta de que la tormenta de polen era el punto clave de su propia vida en este planeta. Le obligaba a tomar una decisión permanente sobre el aislamiento. Era el último peligro conocido del año de Capella. Una vez acababa, podía emprender un tipo de vida que se acoplaba a este mundo. Había encontrado el lugar más seguro para vivir; había solucionado el problema de la energía, tenía bastante para comer (aunque no fuera muy apetitoso), podía respirar el aire y había averiguado que no había en él bacterias que pudieran dañarle. Sabía cuáles eran los peligros, y podía evitarlos, y había establecido contacto con criaturas inteligentes.
Ahora podría descansar, en vez de enfrentarse con una crisis tras otra; sin embargo, después de cierto tiempo se aburrió, y el panorama interminable de tantos años en esta isla le deprimió. ¿Qué más podía hacer? No podía comenzar a cultivar nada, ni a crear una familia; parecía haber llegado al punto final con los extraños y no podía pasar la vida estudiando medicina y planos espaciales y cuidando y limpiando la nave. No se le ocurría nada más que construir, y no había ningún sitio a donde dirigirse. Había visto todas las películas, había escuchado interminables cintas de música y había leído todos los libros que le interesaban. Ahora que tenía tiempo, una rutina tranquila y sin problemas ni peligros, notaba la ausencia de compañía humana, de alguien con quien hablar, de una mujer a quien amar, de niños.
En algunas ocasiones simplemente no sabía qué hacer, y no se ocupaba en hacer nada: ni trabajo, ni recreo, ni distracción, ni paseos. Todo le parecía tan aburrido como las cenizas. Se sentaba o caminaba arriba y abajo, lleno de abulia y aburrimiento total. Se hizo descuidado, no se preocupaba de comer con regularidad ni de lavarse. El computador le resultaba aburrido, y dejaba que pasaran los días sin molestarse en ver a los extraños, que habían vuelto a aparecer en la bahía dos semanas después del fin de la estación del polen.
Durante algún tiempo practicó el pasatiempo de tirar piedras. Amontonaba un montón de piedras en la playa y pasaba horas lanzándolas una a una para mejorar su puntería. Luego eso también le aburrió. Se dedicó a pintar, pero después de varias semanas de entusiasmo su interés decreció. Intentó escribir una memoria de su vida, pero lo abandonó porque no habría nadie que la leyera. No sólo hablaba consigo mismo y charlaba con miembros imaginarios de la tripulación, sino que comenzó a desarrollar todo tipo de costumbres excéntricas: no podía irse a dormir hasta tener la ropa ordenada de un modo determinado alrededor de la litera. Sólo podía comer en un lugar preciso de la sala de reuniones. Se ponía rabioso si el computador seleccionaba un fragmento musical que no le gustara, y sus enfados se hicieron más intensos y frecuentes conforme pasaban los meses. Escribía a máquina grandes párrafos y críticas llenas de insultos al computador, que ni sabía ni le importaba saber que Tansis le odiaba.
Llevado por su aburrimiento y por su inquietud, y con una parte de su personalidad despreocupada del todo de saber si estaba muerto o vivo, se fue de nuevo de expedición. Visitó su antiguo lugar de aterrizaje y no encontró nada, salvo algunos restos imperceptibles de cenizas entre el polvo. La torre había desaparecido por completo. Cuando algo ardía en este mundo, ardía bien, y las cenizas habían sido transportadas lejos por el viento. El depósito bajo la capa de cintas estaba seco; el agua se había evaporado por el calor del verano.
Le vino entonces a la cabeza la idea de que debía conocer esta isla a fondo, y así durante cierto tiempo intentó visitar todos los «relojes de arena» de la parte sur de la isla. Hizo una excursión cada día para aumentar el número de árboles de los que había tomado muestras, como un coleccionista desea tener un conjunto completo de su rareza elegida.
Cada día le obsesionaba más la montaña. Se elevaba majestuosa hacia el cielo, era bella de forma y su luz siempre cambiaba. Las nubes se reunían en la cima y la bruma descendía por sus laderas. A veces había un gran penacho de nubes que se deshilachaba desde la cima; en otras ocasiones una nube solitaria se posaba sobre ella, inmóvil. La montaña le había fascinado desde que llegó a la bahía, y era lo primero que miraba por las mañanas cuando se dirigía a la cabina de mando para ver lo que había en pantalla y cursar al computador las instrucciones del día.
En principio había decidido no volver a ascender nunca más a la montaña, debido a su lejanía, pero más tarde comenzó a desear llegar a ella, y de ahí sólo había un pequeño trecho para preguntarse cuándo lo haría. Hizo los preparativos muy concienzudamente. En dos excursiones llevó una tienda, un generador y un purificador de aire hasta un lugar a más de trescientos metros de altura en la ladera por encima de la capa de cintas. En la tercera excursión llevó otra tienda, tanques de aire de reserva y pulverizadores de aislamiento, y pasó la noche dentro de la tienda en la falda de la montaña. Al día siguiente subió hasta unos trescientos metros de la vegetación de la cima e instaló una tercera tienda con tanques de aire cargados y pulverizadores.
Acabó de instalar su segundo campamento poco después de mediodía, y después de comer y descansar ascendió hasta la vegetación y paseó por ella el resto de la tarde. Tomaba todas las precauciones posibles con los pulverizadores de aislamiento y se recubría deliberadamente varias veces para tener la seguridad de que no quedaba ningún orificio de entrada al aroma de la capa de cintas. Aquella noche durmió en la tienda, a dos mil metros de altura, dejando todo el día siguiente para llegar a la cima. Éste era ahora el mayor objetivo de su vida. Cuando lo hubiera alcanzado, la isla sería suya; la habría conquistado; habría desvelado todos sus secretos.