Por último, instaló un par de cámaras de televisión, una en la cima de la torre y otra sobre la plataforma de la esclusa de aire, para poder controlar lo que ocurriera durante el vuelo. Eso era todo lo que podía hacer: por lo demás, tendría que confiar en su suerte.
Desmontó el campamento de la cueva de la capa de cintas, lo almacenó todo recubierto de película de aislamiento, recogió la bomba del pozo de la ladera de la montaña, y luego recordó que allá a donde iba no encontraría ni pozo ni lugar apropiado para hacer uno en muchos kilómetros. Bueno: no se puede tener todo en esta vida; eso podría solucionarlo más tarde.
La última tarea fue la de bajar los generadores de la plataforma y devolverlos a la nave.
No vio ninguna razón para permanecer allí más tiempo. Subió a la torre y bajó, para comprobar que las cuerdas estaban bien atadas, y luego fue al interior y ocupó su puesto en la cabina de mando.
Ordenó al computador que le mostrara en pantalla un mapa de la isla y marcó en él el punto de destino. Luego ordenó que la nave se moviera con la trayectoria de vuelo más rápida y más económica, manteniendo una posición lo más vertical posible.
Hubo una pausa de unos dos segundos, y el computador respondió:
—Esto disminuirá la reserva restante de combustible en un noventa por ciento, y reducirá el período de funcionamiento de la nave fijándolo en dieciocho años y 140 días al ritmo actual.
—Lo sé —tecleó Tansis en respuesta—, pero en el punto de destino hay el doble de viento que aquí, y calculo que los generadores de viento duplicarán su rendimiento, y así alargarán la vida funcional de la nave. Otra razón más para partir es que la capa de cintas es demasiado peligrosa para mí, y debo alejarme lo más posible de ella. Como comandante, ordeno el vuelo inmediato tal como ha sido indicado.
—Habrá una demora mientras se comprueba el sistema de propulsión —respondió el computador.
Tansis no hizo ningún comentario. La nave había estado inmóvil durante varios meses. Después de medio minuto el computador indicó, con destellos luminosos, luz verde en todos los sistemas, y los motores rugieron cobrando vida.
La nave tembló al empezar el ascenso, y la señal de alarma sonó con estrépito.
—Emergencia —indicó el computador con destellos—, la nave tiene una distribución de masa inestable e inexplicable.
Tansis, agitado y sintiéndose culpable, contó en pocas palabras que la torre estaba atada a un lado de la nave.
—Todas las modificaciones de la nave, especialmente las que afecten a su funcionamiento de vuelo, deben ser modificadas al computador de acuerdo con las ordenanzas, según 112. Es muy peligroso omitir estas notificaciones.
—Lo siento…
Tansis había comenzado a teclear su respuesta pero luego la canceló. ¿Por qué debía disculparse? El computador no estaba enfadado: sencillamente le estaba indicando un hecho. Era una máquina para comunicar hechos, no una persona que pudiera disgustarse. Unos cuantos años más en este maldito mundo y hablaría con él como si fuera su esposa.
—Suponiendo una masa de veintiséis toneladas distribuidas a lo largo del lado inferior de estribor de la nave, de morro a cola, vuelve a calcular la trayectoria de vuelo manteniendo la posición más estable y vertical posible en la nave.
—Cálculo realizado —respondió el computador después de tres segundos—, pero pueden necesitarse uno o más despegues preliminares para determinar los factores que se utilizan en las ecuaciones.
—Adelante —contestó Tansis.
Los motores rugieron de nuevo y la nave se elevó cuatro o cinco metros, y descendió de nuevo. Tansis no notó nada anormal, pero había algo que no gustaba al computador. Otro nuevo estallido; la nave se elevó y volvió a descender.
—Dispuesto para el despegue.
—Espera mientras compruebo la torre —contestó Tansis.
Observó por la pantalla de televisión, que estaba orientada hacia abajo, dominando desde la plataforma de la esclusa de aire hasta el pie de la torre. La sección inferior de la torre estaba ardiendo y entre las nubes de humo pudo ver que los macizos pies cónicos ardían furiosamente y que las llamas atacaban ya la sección de la torre más próxima.
Se puso de pie de un salto, bajó las escaleras al galope, entró en la sala y se apresuró hacia la esclusa, poniéndose el casco a la carrera. Una vez en la esclusa de aire, al apretar con el dedo el botón para abrir la esclusa externa, la pantalla centelleó:
—Los sensores del casco indican un incremento repentino de la temperatura a cuatrocientos grados centígrados en el…
—Lo sé, espera —respondió Tansis, y sin explicar más se lanzó a la plataforma exterior de la compuerta de aire. Para su propia utilidad, dejaba siempre una caja de herramientas en la esclusa de aire exterior, para resolver cualquier reparación rápida que necesitara la torre. Pero ahora antes de la partida tendría que hacer un trabajo mucho más rápido.
Agarrando unas tijeras cortapernos y un cuchillo afilado, descendió la torre, hacia el humo que subía. Con el traje espacial no podía sentir calor, a no ser que el sistema de enfriamiento se sobrecargara, de modo que tendría que vigilar las llamas.
Descendió al segundo nivel y cortó el cable con las tijeras cortapernos. Las llamas trepaban literalmente por los jabalcones de madera a ambos lados de la torre, pero no habían alcanzado el centro donde estaban las escaleras. Trepó otra vez hacia arriba y atacó la cuerda de nylon con las tijeras especiales y luego con el cuchillo. De nuevo en la baranda, las llamas crujían por debajo de él mientras cortaba el cable metálico, y las dejó atrás al apresurarse al nivel siguiente para tajar y cortar la cuerda de plástico que había fabricado con tantas dificultades.
Al cortar los jirones de cuerda del nivel superior, toda la torre se tambaleó, y Tansis lanzó un grito creyendo que caería al suelo con ella. Sin embargo, la torre siguió apoyada contra la nave, pero se movió de nuevo conforme Tansis prácticamente caía escalones abajo hacia la esclusa de aire. La plataforma de la esclusa estaba rodeada de llamas, y distinguía pequeños estallidos de humo blanco que surgían de las alfombrillas del suelo conforme él saltaba por la esclusa para entrar en la nave.
Cerró la esclusa y se reclinó contra la pared; luego recordó que la emergencia aún no había concluido. Entró por la esclusa de aire a la sala, y desde el comunicador que allí había ordenó un inmediato despegue sin retorno. Se sentó en el suelo mientras la nave se tambaleaba hacia arriba y luego se erguía inmediatamente.
«Aterrizaje dentro de un minuto y dos segundos», apareció centelleando en la pantalla de la sala. Tansis se puso en pie y ascendió, agotado, a la cabina de mando.
—Dame el control manual para el aterrizaje —ordenó, y luego miró atrás al lugar donde había estado. Una alta columna de humo se elevaba en el aire, pero no pudo ver la torre; debía de haber caído de lado. La escena del desastre iba haciéndose cada vez más diminuta, y tuvo que mirar en la otra dirección, al destino del viaje.
La nave estaba cayendo ya hacia la bahía. El mar parecía ligeramente ondeado y agitado desde esta altura, pero no podía ver la línea blanca donde se unía a la costa. Debería estar aún tan picado como siempre. Luego la nave alteró el ángulo y comenzó a caer directamente hacia abajo, hacia las estribaciones de montañas de color oscuro que se curvaban hacia el mar. Tomó el control manual y eligió un lugar a mitad de camino siguiendo la línea de colinas, allí donde la cordillera que corría por el centro se elevaba formando una pequeña colina y luego bajaba suavemente hasta el nivel del mar. Allí estaría a salvo de las grandes olas, y lo más lejos posible de la capa de cintas. Éste sería, al fin, el último lugar de reposo de la nave.
Se sentó unos minutos disfrutando de la vista. Miraba las aguas agitadas de la bahía y logró distinguir un conjunto de rocas en la otra orilla, y sobre ella pendientes oscuras y empinadas que parecían acantilados desde este punto de observación. Por encima de las pendientes, elevándose hacia el cielo, estaba la gran montaña, con forma de cono perfecto; era la primera vez que la veía con claridad, y completa. Tenía un aspecto oscuro contra el cielo brillante detrás, y un casquete casi negro en la cima. ¡ Pensar que había ascendido allá arriba y había bajado, todo en un solo día! Ahora ya no intentaría realizarlo, porque tendría que recorrer unos quince kilómetros antes incluso de llegar a su pie.
Recordó que tenía muchas cosas que hacer. Pasó por la esclusa de aire y sintió el dolor de una pérdida. Ya no tenía torre; ya no tenía plataforma amplia sobre la que ponerse en pie. La nave estaba desnuda sin ella. La torre había significado mucho más de lo que había supuesto; había convertido el lugar de aterrizaje en un hogar, algo que él había cambiado y donde había puesto el sello de su personalidad.
Descendió a tierra por el ascensor y bordeó la nave para comprobar si había sufrido algún desperfecto. La pintura naranja brillante y blanco brillante se había ennegrecido en un lado y había quedado estropeada por el fuego, que, según las huellas, debía de haber alcanzado casi la parte superior de la torre antes del despegue. Había estado muy cerca del desastre.
Miró hacia arriba, a la plataforma. Aun se encontraba allí, y parecía estar en equilibrio y no haber sufrido daño. ¿Cómo demonios podría llegar hasta ella?, e incluso, más aún, ¿cómo podría subir siete generadores y aspas de viento allá arriba? Con tristeza contempló el casco de más de veinte metros, de acero inoxidable, liso. No le quedaba cuerda, no había forma de construir otra torre y la madera se encontraba ahora a kilómetros de distancia; además, había perdido todo su suministro de cable de electricidad para trabajar en el exterior. Miró hacia arriba otra vez para verificar si la toma de energía del maser de la plataforma estaba aún intacta. ¡ Gracias a Dios, así era! No se encontraba en la zona que las llamas habían chamuscado.
Preocupado por el problema, se dirigió a la pequeña península hasta llegar a su extremo. Podía oír el gemido ronco del mar y el traqueteo de las piedras bajo las olas. Ésa sería a partir de ahora su constante música ambiental: los seres humanos parecían necesitarla para mantenerse cuerdos. La Tierra debe haber sido un lugar ruidoso. Este planeta era, por el contrario, de un silencio mortal, y eso lo hacía tan desequilibrado y tan deprimente. La humanidad no podría nunca colonizar este planeta, aunque pareciera verde y aunque su atmósfera fuera respirable. La agricultura, por ejemplo, estaba totalmente descartada, pues ningún vegetal de la Tierra podría competir con la capa de cintas. La mejor forma de vida pensaba que sería vivir en flotas de botes amarrados lejos de la costa, respirando el limpio aire marino. La tierra era muerta y estéril para el hombre o para cualquier animal, incluso para los de este mundo.
Miró hacia la bahía, preguntándose si las criaturas marinas se encontrarían allí, y luego de repente divisó unas seis, nadando lentamente hacia fuera a unos treinta metros Les hizo señales con la mano, y se volvieron para mirarle. Si tenían un lenguaje de signos de movimientos corporales, al igual que los seres humanos, que suplementan su lenguaje con gestos y expresiones faciales, ¿cómo podría copiarlo? Nadaban en el agua; él estaba en la tierra; sus cuerpos eran totalmente diferentes. Tal vez pudiera desarrollar un lenguaje de análogos.
Se acercó al borde del agua y esperó que ellos se acercaran. Lo hicieron hasta unos veinte metros de distancia, y permanecieron alineados ante él. Uno nadó por delante de los otros, girando rápidamente sobre sí mismo en el agua unas seis veces, y luego se unió al resto. Continuaban observándole. Tansis miró el agua: allí era muy poco profunda, y probablemente podría vadear bastante antes de que la profundidad aumentara. Por eso precisamente no se acercaban más. No les gustaba el agua poco profunda; debería ser peligrosa para ellos, por correr el riesgo de quedar varados e indefensos.
Siguiendo una corazonada, entró en el agua dando brazadas conforme las olas le golpeaban las rodillas y las caderas. A unos cinco metros de los extraños se detuvo, sintiendo ese extraño empuje del mar que le levantaba de puntillas y le mecía atrás y adelante conforme pasaban las olas.
Desde aquí podía ver sus ojos, y entonces recordó el trance en que había caído la última vez. No debía permitir que le ocurriera aquí en el agua. Juntó los brazos delante de él y golpeó el agua varias veces. Dos o tres de los extraños movieron las colas arriba y abajo, y golpearon también el agua. Perfecto; ya tenían otro gesto en común; lo que faltaba era añadir al gesto un significado útil.
Una ola de mayor tamaño que las demás, de repente se fue elevando cada vez más por delante de él y pasó prácticamente sobre su cabeza. Sus pies perdieron el contacto con el fondo, y quedó flotando hacia atrás, con los pies hacia arriba y la cabeza hacia abajo. Lleno de pánico giró el cuerpo para ver a dónde caía y luego se encontró forcejeando a cuatro patas en aguas poco profundas. Salpicando agua fue, marcha atrás, hacia la orilla, descubriendo conforme lo hacía cuan difícil es caminar en el agua con rapidez. Las piernas le parecían extrañamente débiles y agotadas al regresar a tierra firme. Las criaturas marinas aún le estaban observando: lo que pensaban sobre sus payasadas no podía ni imaginarlo.
Decidió continuar el paseo hasta el extremo de la pequeña península. Carecía de todo rasgo distintivo: era sencillamente una extensión plana de arena y de piedras. Por la suavidad y las marcas de la arena, parecía que en algunas ocasiones el mar la invadiera. Miró hacia atrás a la nave, plantada en la pequeña colina. Allá arriba parecía segura, pero tendría que calcular hasta qué altura de la pendiente llegaban las olas.
Alcanzó el extremo del espolón, donde la arena y el agua se mezclaban formando charcos y arroyuelos, y saludó de nuevo con el brazo a las criaturas que le seguían, pero a mucha mayor distancia. Dio varias vueltas, para decirles que iba a regresar, y luego caminó por la península, siguiendo el lado que daba al mar. Miró hacia atrás para comprobar si le estaban siguiendo, pero eran ya invisibles. ¿No les gustaba salir de la bahía, o habían creído que su gesto de dar vueltas significaba una despedida?
De cualquier modo, tenía mucho que hacer y siempre podría encontrarse con ellas cuando le apeteciera.
Tenía que imaginar algún modo de colocar los generadores allá arriba en la plataforma. Pensó en utilizar una polea o un dispositivo para izarlas, pero luego se irritó al recordar que no le quedaba cuerda. Tendría que hacerlo con escaleras, y eso quería decir que tendría que cortar madera y acarrearla desde kilómetros de distancia.