Nivel 26 (10 page)

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Authors: Anthony E. Zuiker

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Nivel 26
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—¿El bebé?

—Como si no lo supieras.

—De verdad que no lo he visto. Tenía órdenes estrictas de entregártelo a ti. Era confidencial.

—No me vengas con tonterías. Eres el agente principal de esta investigación. ¿Desde cuándo no se te permite ver pruebas del caso?

—Ahora empiezas a comprender con qué me estoy enfrentando. Esto ya no es una investigación criminal, Dark. Ahora es una cuestión política. Internacional. Son los tipos de Washington los que toman las decisiones, nos presionan y se preguntan por qué no andamos por encima del puto agua y multiplicamos panes y peces.

—Eso es una locura. Uno no presiona y amenaza a sus mejores agentes para atrapar a alguien como Sqweegel. En todo caso les proporciona recursos.

—¿Quieres llamar a Norman Wycoff y decírselo? Estoy seguro de que le encantará oírlo de tus labios.

Dark no dijo nada. Se sentía muy alejado de Casos especiales, pero no era capaz de imaginárselo bajo las órdenes del Departamento de Defensa. El mundo parecía haber abrazado el absurdo desde que se había retirado voluntariamente de él.

—¿Así que qué hay en ese vídeo? —preguntó Riggins.

Capítulo 25

Dark tragó saliva. No le apetecía mucho recordar las imágenes que había visto hacía unas horas. Pero empezó a describirlas. De forma esquemática, eso sí.

—Una chica joven, de unos diecisiete o dieciocho años —comenzó—. Pelirroja, pálida, pecas. Duerme. No tiene ni idea de que Sqweegel está bajo la cama, esperando a que se duerma profundamente. Entonces él ataca. Salta encima de ella.

Riggins negó con la cabeza.

—Joder.

—La chica se despierta a tiempo de sentir el primer corte, que le atraviesa el camisón de algodón azul. Se defiende, pero cada vez que levanta una mano, él le hace otro corte. Al cabo de un rato, ella deja de oponer resistencia. Entonces es cuando verdaderamente arremete contra ella, pero no deja de mirar al rincón de la habitación.

—¿Por qué?

—Al principio no lo tenía claro. Pensaba que quizá miraba a la cámara. Pero entonces me di cuenta de que se estaba exhibiendo ante alguien que había en la habitación.

Riggins lo captó de inmediato.

—Joder. ¿Un bebé?

—Sujeto a su sillita, en el punto estratégico de la habitación para ver cómo despedazaban a su madre. Sentado durante Dios sabe cuánto tiempo, llorando para que lo cogieran y le dieran de comer. Y ahí termina el vídeo.

—Jesús.

Los dos hombres permanecieron un rato en silencio.

Dark pensó entonces en los demás detalles del vídeo; los objetos cotidianos que habían pasado a formar parte de un truculento y sangriento escenario. El edredón de flores rosas lleno de manchas rojas. El osito de peluche con un lazo alrededor del cuello y las oscuras motas carmesí de su peludo hocico. Un pequeño palillo dental de plástico, también manchado de sangre. En cierto modo, costaba tanto mirar aquellos objetos como el cuerpo mutilado de la chica. Los habían sacado de un lugar seguro y los habían soltado en medio de un espectáculo de terror.

—No tenía ni idea —dijo Riggins.

—Sí, estoy convencido de que no lo has visto —dijo Dark—. Si fuera así, dudo que hubieras venido aquí para hacérmelo ver a mí también. Pero eso significa que algún superior tuyo intuyó cómo podía tocarme las pelotas. Quizá incluso sepan que Sibby está embarazada…

—Un momento… ¿qué? —preguntó Riggins—. Joder. Enhorabuena con retraso, papá. Aunque me debería sentir ofendido por que me hayas ocultado una noticia así. ¿De cuántos meses está?

—Sale de cuentas dentro de unas semanas —respondió Dark, molesto consigo mismo por haberlo soltado—. La cosa es que alguien está intentando joderme la vida. Y hace un par de años juré que eso no volvería a pasar. No quería saber nada de Casos especiales esta mañana y sigo sin querer saber nada ahora.

Riggins sacó otro Lucky Strike del paquete.

—Quizá piensas que estoy cabreado.

Dark se encogió de hombros.

Riggins se volvió y le puso la mano en el hombro.

—Pues no lo estoy. En todo caso, celoso. Tienes una vida propia esperándote en esa preciosa casa de Malibú. Y un bebé… Bueno, eso lo cambia todo. Lo que quiero decir, supongo, es que te comprendo. Daría cualquier cosa por estar ahora mismo en tu piel.

La situación se volvió incómoda y Riggins retiró la mano.

Dark frunció el cejo, tomó la mano de Riggins y le dio un rápido apretón. Mientras se saludaban, Riggins se inclinó hacia delante.

—Una cosa más. Todavía no quiero darles la satisfacción a esos dos gilipollas. Concédele un último deseo a un hombre muerto y demos un paseo, ¿te parece?

Desde el interior de su furgoneta, Nellis y McGuire observaron en un pequeño monitor que los dos sujetos se estrechaban las manos y luego empezaban a caminar por el muelle.

—Dark en movimiento con Riggins —dijo Nellis a través de un diminuto micrófono—. Todavía no tenemos confirmación.

La furgoneta estaba equipada con cámaras de alta definición y micrófonos omnidireccionales. Pero la distancia que captaban era limitada; cuando Riggins y Dark comenzaron a alejarse, Nellis y McGuire dejaron de oír la conversación completa. Tendrían que acercarse y, aun así, no dejarse ver.

Tarde o temprano conocerían las intenciones de Dark. Un «sí» le salvaría la vida a Riggins. Un «no» supondría una noche ajetreada para ellos. Jeringuillas. Cuchillos. Baños de ácido. Y esponjas.

Muchas esponjas.

Y teniendo en cuenta que Riggins no dejaba de perder el tiempo, bueno… Nellis tenía que admitir que, aunque sólo fuera para mitigar el aburrimiento, empezaba a tener ganas de llegar a esa parte.

Capítulo 26

En algún lugar de Estados Unidos/Exterior

Criiiiiiiiiiiiiiiiiiii…

La afilada cuchilla hizo un corte de aproximadamente un milímetro en el cristal de doble hoja. Trazó un círculo y luego lo extrajo con una ventosa.

Por el agujero apareció una cara blanca. Asomó la nariz y olisqueó el espacio vacío. Miró a la izquierda, luego a la derecha.

Satisfecho, introdujo una mano enguantada y blanca y asió la cerradura. Tiró de ella. Clic.

A partir de ahí era fácil. La puerta corredera de cristal se deslizó sin hacer ruido.

Sqweegel ya estaba dentro.

Cruzó la casa lentamente. En silencio. La alfombra era suave y cara, de un material excelente. Los tablones del suelo eran firmes. Ya había previsto que no tendría problemas, pues la finca había sido construida sólo unos años antes. Aun así, también sabía cómo hacer contrapeso para evitar cualquier ruido. Sabía ser paciente y cuándo dar el siguiente paso.

Y también sabía cómo evitar a los perros.

Pasó sigilosamente a su lado, como una mota de polvo flotando perezosamente en el aire. Avanzaba con gran lentitud, pasando desapercibido.

Se detuvo al pie de las escaleras. Cerca había una cómoda sobre la cual reposaba un bonito cuenco de peltre lleno hasta arriba de cochecitos metálicos de juguete. Una colección algo extraña para una casa que, por lo demás, estaba decorada con mucho gusto. Sqweegel se había preguntado por ella la primera vez que la vió, meses atrás. Entonces sintió la tentación —como ahora, de hecho— de coger uno para añadirlo a su cofre del tesoro.

También había unas zapatillas de ballet en un pequeño estante de madera sujeto a la pared. Oh, qué delicados pero poderosos pies se habían introducido en ellas y habían bailado así. También las codiciaba.

Pero esos robos llamarían la atención. Demasiadas voces haciendo el mensaje confuso. Le estaba hablando a Dark y no quería que el mensaje se perdiera.

Quería que su cazador lo oyera alto y claro.

Dejaría el mensaje arriba, en el primer piso de la casa.

Sqweegel subió sigilosamente las escaleras; sus huesos y articulaciones se movían como los pistones y engranajes de una locomotora de goma. Se desplazaba lentamente. Lánguidamente. Pausadamente. En sus movimientos no había ninguna cadencia en particular. Sólo una larga y escurridiza ascensión al primer piso.

Su cuerpo reptó hasta el último escalón y entonces empezó a recorrer el pasillo a cuatro patas, moviendo la espina dorsal arriba y abajo como si estuviera hecha de goma resistente. Los movimientos de Sqweegel no parecían siquiera humanos. A nadie se le ocurriría moverse de un modo parecido.

Nadie lo había grabado nunca en vídeo. Nadie excepto él mismo, claro está, durante los primeros años. Se filmaba repetidamente para aprender de sus propios errores.

Pero si alguien quisiera ver sus movimientos en vídeo, no tardaría mucho en pasar la cinta hacia delante. Creería que en la pantalla no sucedía nada.

Sólo entonces se daría cuenta de que Sqweegel se había desplazado tres metros sin que se hubiera dado cuenta.

Al cabo de una pequeña eternidad, llegó frente a la puerta del dormitorio principal. La decoración encajaba perfectamente con sus necesidades. Su delgado y huesudo cuerpo quedaba camuflado por las paredes blancas. El silencio era total, excepto por la suave respiración que provenía de la cama.

Sobre la que ella dormía.

Para seguir al intruso,

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e introduce la siguiente clave:
Sqweegel

Capítulo 27

Malibú, California

Miércoles/06.30 horas

A primera hora de la mañana es cuando el mundo parece más irreal, bañado por los primeros rayos de luz que irrumpen en el horizonte. La oscuridad ha sido desterrada. Todo volverá a ir bien.

Dark se sentía agotado. Había estado deambulando por las calles de Santa Mónica con Riggins hasta las cinco de la madrugada, momento en el que por fin se toparon con una cafetería con las luces encendidas. Charlaron mientras tomaban patatas fritas, huevos pasados por agua, tostadas y café. O al menos Riggins lo hizo. Dark se abstuvo.

Su antiguo jefe le contó algunos cotilleos de Casos especiales; o lo que se podían llamar cotilleos en una organización cuyos miembros no tenían vida propia. De todos modos, claro está, no le pudo descubrir demasiado, pues casi no quedaban agentes de la época de Dark. De hecho, en los dos años que éste llevaba fuera, docenas de carreras habían comenzado y terminado.

Así que Riggins pasó a contarle las idas y venidas de sus hijos. Dark fingió que le interesaban.

Pero, para sorpresa de Steve, su ex jefe no volvió a sacar en ningún momento el caso de Sqweegel. Ni el bebé, ni el presidente, ni el nivel 26… nada.

Dark asentía mientras se tomaba su café. Extrafuerte, como el que había tomado horas atrás. Pero éste estaba frío y amargo. Aun así le proporcionaba a su cerebro cafeína suficiente para mantenerse despierto.

Cuando los primeros rayos del sol tiñeron el cielo de color rosa, Dark supo que había llegado el momento de decir adiós. Ya le había concedido a Riggins unas cuantas horas, ahora debía regresar con Sibby. Volver a la tranquilidad de su nueva vida.

Poco después estaba de camino a la puerta principal de su casa tras cerrar su Yukon. Los perros lo recibirían con estruendoso afecto y un montón de babas. Y Sibby lo estaría esperando. Le acariciaría la suave y lechosa piel. Se inclinaría y la besaría en ese delicado punto bajo su barbilla…

Se inclinaría…

Un momento.

Dark no lo habría visto de no haber ido caminando con la cabeza baja y los ojos puestos en el suelo.

Un reloj roto, a unos pocos centímetros de la acera.

Era un Timex barato, chapado en plata y con la esfera rota. Dark extrajo un bolígrafo del bolsillo y lo utilizó para recoger el reloj del suelo. Marcaba las 3.14 horas.

Miró de arriba abajo la fachada de su casa. Los pájaros cantaban. Los aspersores estaban en marcha. Y se oía el tranquilo romper de las olas contra la costa.

Nada fuera de lo normal.

Dentro de la guantera había una bolsa de piel con el manual de instrucciones. Dark extrajo el cuaderno y, con mucho cuidado, metió dentro de la bolsa las piezas rotas del reloj. Luego cerró la cremallera.

Sacó las llaves de la puerta principal, las insertó en la cerradura, las giró y la abrió. En cuanto entró en la casa, los perros comenzaron a ladrar. Intentó hacer que se callaran mientras se dirigía hacia la escalera.

—¿Sibby?

Silencio.

Dark comenzó a notar sus latidos en el cuello. Corrió escaleras arriba, subiendo los peldaños de dos en dos, apoyando las manos en la pared.

—¡Sibby!

Abrió de golpe la puerta del dormitorio principal y vió que su mujer se encontraba perfectamente bien. Adormilada, pero viva.

Ella parpadeó, se pasó la mano por el pelo y se incorporó súbitamente sobre la cama.

—¿Cariño? ¿Va todo bien? ¿Qué sucede?

Dark no supo qué contestar. ¿Qué iba mal, en realidad? ¿Que había encontrado un reloj roto delante de su casa? No tenía sentido siquiera para él. Técnicamente, nada iba mal.

Pero no podía detener el terremoto que había comenzado a sentir en la tripa y que no paraba de enviar réplicas a través de todo su sistema nervioso. Dark apretó el puño derecho con tanta fuerza que se clavó las uñas en la palma. Necesitaba el dolor para detener la corriente que fluía bajo su piel.

No había sentido ese tipo de pánico, ese tipo de miedo desde…

No.

No podía estar pasando de nuevo.

¿O sí?

¿No fue eso lo que te dijiste la última vez, Dark? Que estabas exagerando, que no había razón para asustarse, que tu familia adoptiva estaba bien, perfectamente, porque en el mundo real a las familias no les ocurría nada malo…

Mamá. Papá. Abuela. Evan. Callie. Emma.

Sibby estaba apoyada —ella y su prominente barriga— sobre unos brazos cansados e inestables. Estaba claro que la había despertado de un sueño realmente profundo.

—¡Steve! ¡Por favor, dime qué demonios está pasando!

Pero Dark estaba demasiado ocupado abriendo un cajón, apartando los jerseys doblados y empuñando su Glock de nueve milímetros. Se oyó el clic del seguro.

—Quédate aquí —dijo.

Capítulo 28

Dark miró primero en los dos armarios empotrados que había en la planta baja. Apartó chaquetas, pisoteó los suelos enmoquetados, golpeó los techos de los armarios con la Glock por si detectaba algún ruido que revelara la existencia de un compartimento secreto o un escondrijo. Nada. Mientras recorría el salón se lo pensó mejor y volvió a los armarios. A cuatro patas, levantó la moqueta para comprobar el suelo; podía haber una trampilla o algo así. Pero no. Nada.

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