Nivel 26 (19 page)

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Authors: Anthony E. Zuiker

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Nivel 26
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Sqweegel pasó los dedos por debajo de la cinta adhesiva que fijaba la tapa de la caja. Ahora ya no tenía que seguir fingiendo. Ya estaba dentro.

Abrió la tapa. Dentro había una pistola de cañón largo. Munición. Y una bolsa de plástico llena de zanahorias.

Las tres cosas las había adquirido en Brooklyn, al igual que la caja. Esta última, en una floristería de Court Street. Las zanahorias, en una tiendecita de Smith Street. ¿Y el arma? En una pequeña armería de Red Hook que había encontrado en Internet. Lo había comprado todo en menos de una hora.

Tardó apenas un minuto en cargar la pistola; cada bala de plata en una de las cámaras, clic, clic, clic, clic, clic.

Sqweegel siguió avanzando por el sendero, por la curva que llevaba a los establos principales. El fuerte olor a mierda de caballo y a paja húmeda lo golpeó. Allí era donde la policía montada guardaba sus caballos. En aquellos momentos los jinetes debían de estar bebiendo cerveza y comiendo pizza en Brooklyn, Queens, Jersey o Long Island, pero sus nobles corceles nunca abandonaban la isla. Siempre estaban de servicio en aquel diminuto pedazo de naturaleza que Manhattan se había reservado.

Cualquiera podía ir a visitar los establos y ver los caballos. Sqweegel lo había hecho, hacía casi un año. Había tomado notas detalladas.

Extrajo el cuaderno de su bolsillo trasero y empezó a comprobar los nombres. Cada caballo tenía un apodo. Los nombres de la lista de Sqweegel, sin embargo, eran especiales:

Dalia

Runner

Coach

Beemer

Sampson

Empezaría con Dalia.

«Un nombre de puta», pensó Sqweegel.

Capítulo 52

West Hollywood

20.02 horas, horario del Pacífico

La pantalla permanecía en blanco. De vez en cuando se veía un destello oscuro alrededor de los bordes y una distorsión pixelada.

En eso consistían las imágenes que se habían grabado la noche anterior en el dormitorio principal. «¿Qué diablos?».

Dark avanzó la grabación unos diez minutos, luego cerró la ventana y abrió el archivo de la del salón. Las imágenes de éste, en cambio, estaban intactas. Clarísimas.

La iluminación no era la ideal, pero se veía perfectamente lo que estaba pasando; y eso era justo lo que Sqweegel quería, que Dark comprobara lo fácil que le había resultado entrar en su casa, cruzar el salón literalmente ante las narices de
Max
y
Henry
, y luego desvestirse a los pies de la escalera antes de subir. En busca de Sibby…

«Estoy en tu casa, Dark. ¿Te das cuenta de lo fácil que es? ¿A pesar de toda tu experiencia y formación?

«¿No le habías prometido a Sibby que la mantendrías a salvo como fuera?»

«¿Es que no le enseñé a tu familia adoptiva nada sobre seguridad del hogar?».

La hora a la que había entrado en la casa coincidía exactamente con la hora a la que Dark se había marchado con su Yukon a ver a Riggins en aquella cafetería del muelle de Santa Mónica.

Seguramente el hijo de puta estaba escondido fuera, oculto en algún húmedo agujero, a la espera de que Dark se largara.

Y luego había entrado en la casa, hasta su mismo dormitorio, sin mayor complicación que subir un tramo de escaleras.

Ahora que Dark lo veía a cámara rápida en su portátil, parecía fácil. Pero a velocidad normal resultaba desesperante: tan sólo se veía el inhumano cuerpo de Sqweegel reptando por el suelo a una velocidad increíblemente lenta. A Dark aquellos movimientos mesurados y acompasados le resultaban casi imperceptibles; tenía que prestar mucha atención para asegurarse de que en realidad Sqweegel se estaba moviendo.

Mientras aquello sucedía, él estaba sujetando una taza de café frío entre las manos y escuchando a Riggins hablar de presupuestos, sus ex mujeres y su vida en general.

«Sqweegel encaminándose hacia la habitación en la que Sibby dormía, absolutamente inconsciente de…».

Y ésa era la razón por la que la pantalla blanca resultaba exasperante. No tenía sentido. Todas las demás cámaras de la casa habían funcionado perfectamente aquella noche, salvo la del dormitorio.

«¿Qué línea es?», se preguntó Dark. ¿Qué línea de la maldita cancioncilla hacía referencia a Sibby? No era «Uno al día morirá», porque estaba viva. De hecho no la había ni tocado; se lo había dicho ella misma. ¿«Dos al día llorarán»? ¿Se refería quizá a Sibby y el bebé? Oh, por el amor de Dios, ¿y si le había hecho algo al bebé?

Dark rebobinó las imágenes. Quizá hacía días que esa cámara no iba bien, y por alguna razón él no se había dado cuenta. Pero aquello era improbable. Era un sistema cerrado; cualquier fallo en las imágenes habría provocado que el servidor lo alertara con una serie de rápidos y molestos pitidos.

Se trataba, pues, de otra cosa.

De repente, en la pantalla se interrumpió la imagen en blanco y reapareció la grabación normal. Dark presionó el PLAY.

Allí estaba. Junto al vestidor, dejando algo sobre su pulida superficie, un pequeño artilugio; y entonces… Otra vez la pantalla en blanco.

El pequeño monstruo se las había ingeniado para interferir la señal. No quería que Dark viera lo que sucedía a continuación.

¿O sí? Dark permaneció un momento con el pulgar sobre el ratón del portátil. Finalmente lo presionó y avanzó las imágenes. Minutos después, la imagen en blanco volvió a desaparecer y la grabación se reanudó.

Oh, Dios.

Oh, Dios, no.

Capítulo 53

Nueva York

Los caballos no estaban contentos.

Había un intruso en su establo, y eso los ponía nerviosos. Su aspecto era distinto. No olía igual. Actuaba de otro modo. Desde luego no como un humano. Molestos, los animales relinchaban y pataleaban en sus cuadras. Algunos, inquietos, meaban a borbotones.

«Shh, no pasa nada —quería decirles Sqweegel—. No he venido por vosotros. He venido por Dalia».

«Y ahí está».

Un letrero de metal clavado en la parte frontal de la cuadra explicaba su historia.

DALIA FUE DONADA POR LA SEÑORA DAHL EN NOMBRE DE SU MARIDO, MIEMBRO DEL CUERPO DE BOMBEROS DE NUEVA YORK, CAÍDO EL 11/9/01

La huesuda mano de Sqweegel descorrió el pestillo metálico. Luego entró en la cuadra moviéndose lenta y tranquilamente para que Dalia se calmara. Nada que se moviera con esa lentitud podía significar una amenaza, ¿no? Y, en cualquier caso, ya estaba medio dormida. Sqweegel se quedó cara a cara con la yegua pinta marrón, que tenía diez palmos de altura. Sus brillantes ojos negros parpadeaban metódicamente.

El monstruo metió la mano en la bolsa y sacó una zanahoria. «¿Te apetece una rica y suculenta zanahoria, Dalia? Es toda tuya».

Dalia la olió una vez, y luego le dio un mordisco rápido. El resto resbaló de la mano de Sqweegel y cayó sobre la sucia cama de heno. Se inclinó para recogerla, pero el caballo se asustó. Retrocedió y corcoveó. Sqweegel se quedó inmóvil y permaneció así hasta que la yegua se volvió a tranquilizar. Pasaron unos cuantos minutos hasta que empezó a extender lentamente una mano. Al final el caballo permitió que su visitante le acariciara la cálida cabeza. Entonces Sweegel se acercó a ella y le susurró:

—No es por ti, chica. No, nunca es culpa de los hijos. Es de tu madre. Siempre de la madre.

Sqweegel alzó la pistola, clavó la punta del silenciador entre dos costillas del costado del animal y apretó el gatillo una vez. No había razón para sentir remordimientos; le había explicado sus razones al caballo.

Las patas de Dalia se doblaron. Primero una, luego otra, y finalmente las traseras. La yegua se desplomó, partiéndose una pezuña al hacerlo.

Intentó respirar, pero uno de sus pulmones se había colapsado y le fallaba el corazón. Ni siquiera había tenido tiempo de hacer ruido. Le costaba mantener abiertos los ojos. El heno quedó empapado de sangre bajo su cuerpo. No entendía lo que estaba sucediendo, por qué su cuerpo no funcionaba correctamente. El único consuelo, pensó Sqweegel, era que ya no duraría mucho más.

Sqweegel esperó, luego extendió la mano y cerró los parpados de la yegua. Incluso a través del látex de los guantes sintió la decreciente calidez del animal. Pronto, el silencio se apoderaría de su cuerpo exhausto.

—No he sido yo —susurró—. Ha sido la puta del bombero quien te ha hecho esto.

Quedaban cuatro.

Ahora le tocaba a Runner.

Capítulo 54

Dark contempló la imagen de Sqweegel inclinado sobre el cuerpo dormido de su esposa embarazada. Parte de él sabía que tan sólo se trataba de una imagen en una pantalla LCD. Pero otra parte de su cerebro, la animal, estaba poseída por la necesidad de meter el brazo dentro del ordenador, agarrar al intruso y hacerlo pedazos, músculo a músculo, articulación a articulación, hueso a hueso.

Pero lo único que podía hacer era observar los mudos horrores que aparecían ante sí.

Primero abre la cremallera de la parte superior de la cabeza y deja a la vista un extraño parche blanco con una mancha amarilla en el centro. Parece un huevo frito. Pero entonces se lo quita y se ve que en realidad se trata de una toallita.

Y se lo pone a Sibby en la cara.

Durante un instante, ella se despierta y agita los brazos. Pero sólo es un momento. El producto químico del trapo —probablemente cloroformo— actúa rápido, y al cabo de unos segundos Sibby queda inconsciente.

« Ahora está en manos de Sqweegel».

Dark sabía que ella no se había despertado y que no recordaba nada del ataque, pero no pudo evitar suplicarle a la imagen de la pantalla que por favor se despertara.

«No dejes que te haga esto. Por favor. Sqweegel aparta la fina sábana de verano. Luego coloca las manos con cuidado en la parte posterior de las rodillas de Sibby y le separa las piernas. Entonces mete los dedos enguantados por debajo de la goma de las bragas. De repente, se detiene; y después salta sobre la cama».

Dark no tenía palabras para describir lo que Sqweegel hizo entonces con su cuerpo. Sacó algo de dentro del traje.

Y entonces la pantalla se volvió a quedar en blanco… Un grito surgió de lo más profundo del alma de Dark mientras la pantalla continuaba en blanco durante unos largos e insoportables minutos. Necesitaba desesperadamente saber qué le ocurrió a Sibby durante aquellos momentos y, al mismo tiempo, no podía soportar imaginarlo. Aunque, en el fondo, sí podía, en descarnado y vivido detalle. Dark había estudiado el expediente de Sqweegel durante tres años antes de dejar Casos especiales, y sabía que la perversidad de aquel pirado no tenía límites. Los cuerpos humanos no eran más que juguetes para él, y disfrutaba torciendo, agujereando, desgarrando y mordiendo cada resquicio y orificio disponibles.

Pensar en él a solas con Sibby en aquella habitación, en las cosas de las que era capaz, en lo que podía llegar a concebir su enferma y febril mente…

Y entonces la imagen regresó.

El ataque había terminado. Sqweegel se retiró, cruzó la habitación y se metió en el cuarto de baño.

Allí dentro no había cámara de vídeo. Pero Dark ya sabía lo que Sqweegel había hecho. Riggins le había contado lo del número de teléfono en el espejo. Lo que ninguno de los dos sabía, sin embargo, era lo que Sqweegel había utilizado para escribir el mensaje…

Hasta ahora.

Capítulo 55

Salir de su casa le había resultado fácil. Ningún esfuerzo. Dark observó la fantasmal imagen de Sqweegel descendiendo por la escalera y vistiéndose con la ropa de calle que había dejado en el suelo. Con total naturalidad. Como si viviera allí y se estuviera preparando para marcharse al trabajo.

Luego lo vió regresar al ventanal del patio y, con cuidado, recoger del suelo el disco de cristal. Con una botellita que llevaba en el bolsillo delantero de los pantalones, impregnó los bordes del cristal con algo que —supuso Dark— debía de ser cola, y lo volvió a colocar en su lugar. Finalmente abrió el pestillo del ventanal, lo deslizó, y se marchó.

Quince minutos después.

«Sqweegel regresa con una piedra en la mano enguantada».

Dark reconoció la piedra.

«Se esconde detrás de la cortina, como un maniquí en una tienda».

Sesenta y cinco minutos después.

Los primeros rayos del sol ya son visibles.

«Dark regresa a casa y cruza el salón sin saber que Sqweegel se esconde a unos cuantos metros».

El hijo de puta todavía estaba dentro cuando él volvió de su encuentro nocturno con Riggins.

Dark siguió observando las imágenes, estupefacto.

«Sqweegel permanece de pie, inmóvil; parece que ni siquiera respira. Los brazos pegados a los costados y la cabeza gacha. Es como si, tras adoptar la posición, presionara un interruptor en su cerebro que detuviera toda actividad biológica y eléctrica».

Era una combinación de paciencia y atrevimiento que nadie más habría sido capaz de llevar a cabo. Ponía de manifiesto la descomunal seguridad en sí mismo que tenía Sqweegel.

Seguridad en sí mismo… o información. Sqweegel sabía que Dark no estaba en casa. Sabía con quién había quedado.

Sabía que estaría impaciente por ver a Sibby y que entraría a toda prisa para asegurarse de que ella estaba bien.

Pero ¿cómo? ¿Cómo sabía todo aquello?

¿Cómo podía Sqweegel tener un conocimiento tan exhaustivo de lo que hacían todos ellos? Tanto la gente que iba tras él como el hombre al que habían reclutado para darle caza y su esposa.

Era algo más que seguridad en sí mismo, pensó Dark. Sqweegel tenía alguna otra ventaja. ¿Un cómplice? Era una posibilidad.

Según las imágenes de las cámaras de vigilancia, sin embargo, actuaba solo. Allí estaba.

Rompiendo el ventanal del patio con la piedra.

Saltando por encima de la puerta del patio, cruzando a toda velocidad el césped que compartían con el vecino y haciendo lo mismo con el ventanal de aquél.

¿Qué le había dicho Dark a Riggins en la escena? ¿Qué no parecía obra de Sqweegel?

«Unos chavales han estado tirando piedras contra las ventanas de la gente».

Dark se dio cuenta de que había cometido grandes errores con Sqweegel; no sólo lo había subestimado, sino que había sido incapaz de poner en práctica su especial talento y pensar como él. Se había negado a penetrar en la mente de aquel loco como sólo él podía hacer. Y sin embargo, estaba claro que no lo capturaría mediante un razonamiento frío y deductivo. No cometería el mismo error que incontables agentes habían cometido a lo largo de los años. No, Dark lo atraparía gracias a su don; a su habilidad para sintonizar la longitud de onda de Sqweegel, y seguirlo más allá de los límites de la razón, hasta las profundidades de sus fantasías más oscuras, dondequiera que éstas se ocultaran.

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