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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (11 page)

BOOK: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón
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No obstante, aquellos que albergaban dudas, al ver la decisión en su rostro, al ver lo duro que trabajaba y lo rápidamente que aprendió a utilizar la máquina, pronto perdieron cualquier deseo de poner en duda su derecho. A algunos se les ocurrió que después de todo seguía la tradición. Ibas al colegio a aprender una profesión que era distinta a la de tus padres, pero si el objetivo era entrar en el negocio familiar, lo aprendías desde la infancia. Diko era una vigilante como cualquier otra y, según todas las indicaciones, de las buenas.

Y los que al principio se habían planteado cuestionarla o incluso detenerla, acabaron por advertir a las autoridades de que había una novicia que merecía la pena observar. Se inició un registro, donde se observaba todo lo que hacía Diko.

Y pronto tuvo una etiqueta plateada en su expediente: Dejemos que vaya adonde quiera.

4. KEMAL

4

KEMAL

L
a
Santa María
se hundió en un arrecife de la costa norte de La Española, debido a la intrepidez de Colón para navegar de noche y el descuido del timonel. Pero la
Niña
y la
Pinta
no se hundieron; regresaron a casa para informar a Europa de las vastas tierras que los esperaban al oeste. Desencadenaron así un fluir continuo de emigrantes, conquistadores y exploradores que no se detendría en quinientos años. Si había que detener a Colón, la
Niña
y la
Pinta
no podían regresar a España.

El hombre que las hundió fue Kemal Akyazi y el camino que le llevó al proyecto de Tagiri para cambiar la historia fue largo y extraño.

Kemal Akyazi se crió a pocos kilómetros de las ruinas de Troya; desde su hogar de la infancia en Kumkale se divisaban las aguas de los Dardanelos, el estrecho que comunica el Mar Negro con el Egeo. Muchas guerras se habían librado en ambos lados del estrecho, una de las cuales produjo la gran epopeya de Hornero:
La Ilíada.

La presión de la historia tuvo una extraña influencia en Kemal cuando era niño. Aprendió todos los relatos del lugar, por supuesto, pero también sabía que éstos eran griegos; y que el sitio pertenecía al mundo egeo griego. Kemal era turco; sus antepasados no habían llegado a los Dardanelos hasta
e
l siglo quince. Sentía que este lugar era poderoso, pero no le Pertenecía. Por tanto,
La Ilíada
no era la historia que hablaba a su corazón. Más bien era la historia de Heinrich Schliemann, el explorador alemán que, en una época en que se consideraba a Troya como una simple leyenda, un mito, una ficción, estaba seguro no sólo de que Troya era real, sino de que conseguiría encontrarla. A pesar de todas las burlas, montó una expedición, la localizó y la desenterró. Las antiguas leyendas resultaron ser ciertas.

En su adolescencia, Kemal pensaba que la mayor tragedia de su vida era que Vigilancia del Pasado estuviera utilizando máquinas para ver a través de los milenios de historia humana. No habría más Schliemanns, estudiando, reflexionando y haciendo hipótesis, hasta que encontraran algún artefacto, alguna antigua ciudad perdida y en ruinas, algún resto de una leyenda convertida de nuevo en verdad. Por eso Kemal no sintió ningún interés en unirse a Vigilancia del Pasado, aunque ellos trataron de reclutarlo cuando ingresó en la universidad. No era la historia sino la exploración y el descubrimiento lo que ansiaba; ¿qué gloria había en encontrar la verdad a través de una máquina?

Así, después de un intento frustrado con la física, estudió para convertirse en meteorólogo. A los dieciocho años, inmerso por completo en el estudio del clima y el tiempo atmosférico, se topó de nuevo con los hallazgos de Vigilancia del Pasado. Los meteorólogos ya no tenían que depender sólo de unos pocos siglos de mediciones climatológicas y evidencias fósiles fragmentarías para determinar pautas de largo alcance, ahora disponían de pruebas precisas de las pautas de las tormentas de millones de años. De hecho, en los primeros años de Vigilancia del Pasado, los aparatos del TruSite I eran tan rudimentarios que los humanos no resultaban visibles. Era como una fotografía con tomas a intervalos prefijados, donde la gente no permanece en un mismo sitio el tiempo suficiente para estar en más de un solo fotograma de la película, lo que los hace invisibles. Así, en aquellos días, Vigilancia del Pasado grababa el clima de tiempos pretéritos, las pautas de erosión, las erupciones volcánicas, las edades de hielo, los cambios climáticos.

Todos esos datos constituían los cimientos donde se apoyaba el control y la predicción climatológicos. Los meteorólogos observaban el desarrollo de las pautas y, sin interrumpir el flujo general, provocaban diminutos cambios que impedían que una zona se quedara por completo sin lluvia durante una época de sequía, o sin sol durante una estación húmeda. Habían cogido por los cuernos al implacable toro del clima. En aquellos días el gran proyecto era determinar la manera de generar un cambio más importante que llevara una pauta firme de leves lluvias a las regiones desérticas del mundo, para restaurar las praderas y sábanas que antaño existían allí. Ése era el trabajo del que Kemal quería formar parte.

Sin embargo, no podía librarse de la sombra de Troya, del recuerdo de Schliemann. Incluso cuando estudiaba los cambios climáticos referidos al final de las edades de hielo, su mente continuaba conjurando imágenes de civilizaciones perdidas, lugares legendarios que esperaban a que un nuevo Schliemann los recuperara.

Su proyecto de licenciatura en meteorología fue parte del esfuerzo por decidir cómo podía explotarse el Mar Rojo para desarrollar lluvias continuadas que regaran el Sudán y Arabia central; el objetivo inmediato de Kemal fue estudiar la diferencia entre las pautas climáticas durante la última la Edad de Hielo, cuando el Mar Rojo casi había desaparecido, y el presente, donde el mismo mar estaba en su punto más alto. Repasó una y otra vez las burdas grabaciones antiguas de Vigilancia del Pasado, recopilando datos sobre el nivel del mar y las precipitaciones en puntos escogidos de tierra adentro. El viejo TruSite I era, siendo generoso, impreciso, pero aun así lo bastante bueno para contar las tormentas.

Una y otra vez Kemal repasaba las fluctuaciones del Mar Rojo, viendo cómo el nivel medio del mar se alzaba hacia el final de la Edad de Hielo. Siempre se detenía, por supuesto, en el brusco salto en el nivel del mar que marcaba la nueva unión del Mar Rojo y el Océano índico. Después de eso, el Mar Rojo era inútil para sus propósitos, ya que su nivel estaba ligado al del gran océano.

El eco de Schliemann dentro de la mente de Kemal le hizo pensar qué inundación debió ser.

Qué inundación. La Edad de Hielo había concentrado tanta agua en glaciares y casquetes polares que el nivel del mar de todo el mundo cayó. Finalmente alcanzó un punto tan bajo que surgieron puentes de tierra en el mar. En el norte del Pacífico, el estrecho de Bering pasó a ser una lengua de tierra que permitió a los antepasados de los indios cruzar a pie el trayecto hacia su nueva tierra. Las islas Británicas y Flandes se unieron. Los Dardanelos se cerraron y el Mar Negro se convirtió en un lago salado. El Golfo Pérsico desapareció y dio paso a una gran llanura cortada por el Eufrates. Y el Bab al Mandab, el estrecho en la desembocadura del Mar Rojo, se convirtió en un puente de tierra.

Pero un puente de tierra es también una presa. A medida que el planeta se calentó, los glaciares empezaron a liberar su agua acumulada. Llovió copiosamente por todas partes; los ríos se hincharon y los mares subieron de nivel. Los grandes ríos que fluían hacia el sur de Europa, seca casi en su totalidad durante el punto álgido de la glaciación, se convirtieron en enormes torrentes. El Ródano, el Po, el Striuma y el Danubio vertieron tanta agua en el Mediterráneo y el Mar Negro que su nivel se alzó casi al mismo ritmo que el del gran océano mundial.

Sin embargo, el Mar Rojo no tenía grandes ríos. Era, en términos geológicos, un mar nuevo, formado por hendiduras entre la nueva llanura arábiga y la antigua africana, lo que significaba que se elevaban cadenas montañosas en ambas costas. Muchos ríos y arroyos fluían desde ellas hasta el Mar Rojo, pero ninguno llevaba mucha agua comparado con los ríos que inundaban vastas llanuras y transportaban el deshielo de los glaciares del norte. Así, aunque el mar Rojo creció de forma gradual durante esta época, lo hizo en mucho menor medida que el gran océano mundial. Su nivel de agua respondía a las pautas climáticas locales inmediatas más que al clima global. Hasta que un día el océano Indico se alzó tanto que las olas empezaron a rebasar el Bab al Mandab. El agua cortó nuevos canales en las praderas. A lo largo de un periodo de varios años la filtración creció, creando una serie de grandes lagos con régimen de mareas en la llanura Hanish. Y un día, hacía unos catorce mil años, la corriente creó un canal tan profundo que no se secó con la marea baja. El agua siguió fluyendo por él, cortando más y más profundamente el canal, hasta que los lagos se llenaron y rebosaron. Con el peso del Océano índico detrás, el agua se desparramó sobre la cuenca del Mar Rojo en una vasta riada que lo puso en unas horas al nivel del océano mundial.

«Esto no es sólo la línea limítrofe entre datos de nivel de agua útiles e inútiles, —pensó Kemal—. Esto es un cataclismo, uno de los raros momentos en que un solo acontecimiento cambia una enorme área en un periodo de tiempo tan corto que los humanos no lo advierten. Y, para empezar, este cataclismo sucedió en una época en que los humanos estaban allí.» No era sólo posible, sino también probable que alguien viera la riada... De hecho, era posible que hubiera matado a muchos, pues la zona sur del Mar Rojo estuvo compuesta por rica sabana y marisma hasta que el océano irrumpió, y sin duda los humanos de catorce mil años antes habrían cazado allí, habrían recogido frutas y semillas. Alguna partida de caza debía de haber visto, desde los picos de las montañas Dehalak, las grandes murallas de agua que recorrían la llanura, rompiendo y separándose alrededor de las pendientes de las Dehalak, convirtiéndolas en islas.

Una partida de caza semejante habría sabido que sus familias habían muerto por efecto del agua. ¿Qué habrían pensado? Sin duda que algún dios estaba enfadado con ellos. Que el mundo había sido destruido, sepultado bajo el mar. Y si sobrevivieron, si encontraron un camino hasta la costa eritrea después de que las grandes olas se apaciguaran en el nuevo y más profundo mar, contarían la historia a cualquiera que quisiera escuchar. Y durante unos cuantos años llevarían a sus oyentes al borde del agua, les mostrarían las copas de los árboles asomando apenas sobre la superficie del mar y les contarían historias de todos aquellos que habían muerto cubiertos por las aguas.

«Noé —pensó Kemal—. El inmortal Utnahpishtim, el superviviente del Diluvio al que visitó Gilgamesh. El Ziusudra de la historia del diluvio sumerio.» La Atlántida. Las histonas fueron creídas. Las historias fueron recordadas. Con el tiempo quienes las contaban olvidaron dónde había sucedido: trasladaron de modo natural los hechos a lugares que conocían. Pero recordaron lo esencial. ¿Qué decía la historia del diluvio de Noé? No sólo lluvia, no, no fue una inundación causada únicamente por la lluvia. Las «fuentes de las grandes profundidades» se abrieron. Ninguna riada local de la llanura mesopotámica haría que esa imagen formara parte de la historia. Pero la gran muralla de agua del Océano Indico, tras años de lluvia incesante... eso sí que llevaría esas palabras a los labios de los narradores, generación tras generación, durante diez mil años, hasta que pudieron ser escritas.

Y en cuanto a la Atlántida, todo el mundo estaba seguro de haberla descubierto hacía años. Santorini, Thios, la isla egea que estalló. Pero las historias más antiguas de la Atlántida no decían nada de que la hubiera destruido un volcán. Sólo decían que la gran civilización se hundió en el mar. La suposición era que visitantes posteriores llegaron a Santorini y, al ver agua donde antes había una ciudad-isla, asumieron que se había hundido al no saber nada de la erupción volcánica. A Kemal, sin embargo, esto le parecía una exageración, comparado con la forma que habría tenido para la gente de la Atlántida, en algún lugar de la llanura Massawa, cuando el Mar Rojo pareció alzarse en su lecho, envolviendo la ciudad. ¡Eso sí que sería hundirse en el mar! Ninguna explosión, sólo agua. Y si la ciudad se encontraba en las marismas de lo que era en la época de Kemal el canal Massawa, el agua habría venido no solamente del sureste, sino también del nordeste y del norte, envolviendo las montañas Dehalak, convirtiéndolas en islas y engullendo las marismas y la ciudad consigo.

La Atlántida. No estaba más allá de las Columnas de Hércules, pero Platón tenía razón al asociar la ciudad con un estrecho. Platón, o quienquiera que le contase la historia, simplemente sustituyó el Bab al Mandab por el mayor estrecho que conocía. El relato bien podría haberle llegado a través de Fenicia, donde los marinos mediterráneos habrían hecho que la historia encajara con el mar que conocían. La aprendieron de los egipcios, tal vez, o de comerciantes nómadas de las tierras árabes, o quizá ya era algo latente en las antiguas culturas
¿el
mundo; y «dentro del estrecho de Mandab» se habría convertido en «dentro de las Columnas de Hércules», y entonces, como el Mediterráneo no era lo bastante extraño y exótico, el emplazamiento fue trasladado más allá de ese estrecho.

Todas estas suposiciones se le ocurrieron a Kemal con la absoluta seguridad de que eran ciertas, o casi ciertas. Se alegró ante la perspectiva que ofrecían: todavía quedaba una antigua civilización por descubrir.

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