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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (3 page)

BOOK: Órbita Inestable
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—¡Ariadna! ¡Ariadna! ¿Dónde estás, ahora que necesito tu ovillo de hilo?

Deliberadamente había pronunciado esas palabras también en voz alta, y un instante más tarde no estaba seguro de si esta decisión no habría sido una pantalla para engañarse a sí mismo. El robescritorio emitió una serie de quejas electrónicas mientras examinaba y desechaba referencias parciales, y finalmente produjo la respuesta que él había esperado.

—Asumiendo que la referencia a «Ariadna» connote una interrogación respecto a la doctora Spoelstra, su localización en este momento es piso nueve del ala cuatro, y se halla sujeta a una prohibición clase dos de ser molestada. Por favor, declare la urgencia de su petición.

Reedeth se echó a reír sin alegría. Cuando, después de medio minuto o así, el robescritorio no hubo oído nada más, añadió con un asomo convincente de duda artificial:

—No se localiza ninguna referencia de que posea una cierta cantidad de hilo, ni en forma de ovillo ni de ninguna otra manera. ¿Estoy autorizado a añadir esto a mi stock de datos relativos a ella?

—Por supuesto —le aseguró cordialmente Reedeth—. Puedes registrar que sólo ella conoce la salida del laberinto. También puedes almacenar el hecho de que su piel es más suave que la sintetseda, tiene unos pechos excepcionalmente hermosos, la boca más sensual que uno pueda soñar en una mujer mortal, unos muslos que probablemente corresponden a una ecuación que haría estallar todos tus circuitos, y…

Iba a añadir que tenía también un corazón de hielo-V, pero en aquel punto un desagradable ruido rechinante emergió de las entrañas del robescritorio y una luz roja parpadeante se encendió, indicando que estaba temporalmente fuera de servicio. Furioso, Reedeth saltó en pie. ¿A quién demonios se le habría ocurrido la idea de firmar el contrato de instalación para el sistema computarizado del Hospital Ginsberg a una firma cuyo personal estaba compuesto únicamente por neopuritanos como la IBM? Cuando al menos un ochenta por ciento de los pacientes que estaba intentando tratar estaban sufriendo trastornos sexuales, era una constante fuente de irritación el enfrentarse a esos circuitos sensores expresando constantemente su reflexiva gazmoñería mecánica.

Y sin embargo, en un cierto sentido, era un alivio verse privado de la compañía del robescritorio. Reconciliar la red de canales de información que permeaban su entorno de trabajo con los necesarios principios de la adulación era una paradoja que nunca había llegado a resolver por completo.

Se dirigió hacia la pared-ventana de la oficina y contempló la enorme masa del Hospital Ginsberg Memorial del Estado para los Desarreglos Mentales que se extendía al otro lado. Parecido a una fortaleza, con altas torres de maxiseguridad distribuidas en torno a su perímetro y unidas entre sí por altos muros, como si una ilustración de un castillo de cuento de hadas extraído de un libro para niños hubiera sido indiferentemente interpretada en moderno cemento, era un análogo estructural a esa posibilidad de «retirarse y encontrarse a sí mismo» que Mogshack defendía como un perfecto antídoto a casi cualquier problema de ajuste personal. Sólo había ventanas en los bajos pabellones administrativos; las torres en sí eran ciegas. La vista de ellas —o al menos eso es lo que se decía— ofrecían al temeroso enfermo recién llegado la promesa de una inviolable inmunidad contra los intolerables desafíos del mundo exterior.

Pero su visión desde allí siempre hacía pensar a Reedeth en los castillos medievales que el advenimiento de la pólvora había hecho obsoletos. ¿Y en la era de los artilugios de bolsillo…?

Suspiró, recordando las dudas expresadas con voz suave por Xavier Conroy, bajo cuyas órdenes había trabajado mientras preparaba su tesis de doctorado. Los planos del Ginsberg acababan de ser publicados por aquel entonces, junto con un persuasivo resumen de Mogshack acerca de los principios que los regían.

—¿Y qué previsiones ha tomado el doctor Mogshack para los pacientes cuya recuperación resultará probablemente retardada por su incapacidad de discernir alguna forma de salir nunca de allí?

Había necesitado dos años de trabajar allí para apreciar toda la fuerza de la crítica, y por supuesto sólo su inesperado reconocimiento de la terrible condición de Harry Madison le había permitido ver claro. Hasta entonces, siempre había soltado una risita idéntica a la de todos los demás ante la breve e incisiva respuesta de Mogshack:

—Agradezco al doctor Conroy esa nueva demostración de su habilidad para saltar los obstáculos antes incluso de llegar a ellos. Quizá no le importara favorecernos con su compañía en el Ginsberg, donde se le darán amplias oportunidades de encontrar la solución a su problema… el cual, incidentalmente, sospecho que no debe ser el único.

Reedeth agitó la cabeza.

—¡Retirarse y encontrarse a sí mismo! —dijo en voz alta, feliz de la posibilidad de hablar sin oídos mecánicos a su alcance—. Si hubiera sabido hasta qué límites podía ser empujado ese precepto, juro que hubiera ido a trabajar a cualquier otro lugar antes que aquí, donde esa abominable mujer puede llevarme arriba y abajo como un niño detrás de una pelota debido a que «el amor es un estado de dependencia» y, ¿cómo puede un terapeuta a merced de sus emociones ayudar a sus pacientes a recuperar su propio equilibrio emocional?

Frunció el ceño al robescritorio, epítome de los ideales impersonales de Mogshack, y de pronto se dio cuenta de que, aunque la luz roja brillaba aún en él, había dejado de parpadear, y ahora brillaba con una intensidad regular. Maldiciendo silenciosamente, se dio cuenta de que aquello significaba que dentro de poco iba a encontrarse cara a cara con la persona cuya difícil situación hurgaba en su mente con mayor persistencia que la suya propia.

6
El aquí está y el porqué debe estar aquí

«No es tanto que la naturaleza de los trastornos mentales haya cambiado, como cualquier lego supondría a partir del hecho observable de que hoy en día una proporción cada vez mayor de nuestra población puede esperar el verse temporalmente internada en un asilo mental, una proporción mayor que —digamos— la que tuvo que ser internada nunca en un hospital de tuberculosos o en un hospital general en los días en que las enfermedades orgánicas eran la primera preocupación de las autoridades públicas sanitarias.

»No, más bien se trata de que la naturaleza de la normalidad no es ya aquella a la que estaban acostumbrados nuestros antepasados. ¿Es eso sorprendente? ¡Seguramente nadie esperará que los problemas sociales permanezcan inmutables, estáticos de generación en generación! Unos cuantos son resueltos; muchos —de hecho, la mayoría— se desarrollan con la sociedad como un conjunto. Creo que no necesito citar aquí ejemplos, puesto que varios de ellos se hallan disponibles cada día en las noticias.

»En lo que pocas veces se hace hincapié, sin embargo, es en el aspecto positivo de este fenómeno. De nuevo, tras incontables veces, la humanidad como especie ha presentado a sus miembros individuales un desafío que —como un límite matemático— nunca podrá ser alcanzado pero al que siempre puede uno acercarse más. En eras anteriores esos desafíos eran filosóficos, o religiosos: "abjura del deseo; desafía al mundo, al demonio y a la carne; sé perfecto como tu Padre es perfecto en los cielos…" y así.

»Pero esta vez la orden es psicológica: ¡Sé un individuo!»

Elias Mogshack, passim
[1]

«Lo que la gente quiere, principalmente, es que alguna autoridad plausible les diga que lo que están haciendo está bien. No conozco ningún medio más rápido de hacerse impopular que estar en desacuerdo.»

Xavier Conroy.

7
(Este espacio está reservado para la publicidad)

Cerrando la puerta de una patada con el talón, echando a un lado su yash, Lyla hizo una mueca al fajo de sobres que había recogido.

—Prácticamente todo basura, como siempre. ¡Odio la saturación del correo! Atasca la comred del mismo modo que la basura lo hace con los desagües, y apostaría a que el noventa por ciento de ella va a parar directamente a los desagües sin siquiera haber sido leída…

Oh, aquí hay algo que no es basura. Es de Laires y Penaires Inc. Debe de ser un recordatorio de… —señaló con la cabeza hacia el impasible Lar.

—Lares y Penates —la corrigió Dan—. Debes aprender a pronunciar bien las cosas. Eso es francés, creo —concluyó sin convicción, tendiendo la mano hacia la carta.

Revisando rápidamente las demás, Lyla murmuró:

—Los mismos viejos nombres… ¿No van a aprender nunca a cambiar?

Hizo el gesto de romperlas, pero estaban reforzadas contra eso; solamente podían ser rasgadas a lo largo de la línea que liberaba los productos químicos que proporcionaban la energía a sus altavoces incorporados. Las campañas por correo eran demasiado costosas como para que los analfabetos escaparan a ellas.

—Tíralas a la pila de libros usados —sugirió Dan—. A veces los reactivos son lo bastante enérgicos como para atacar un poco de papel extra.

—Buena idea —admitió Lyla, colocando los sobres sin abrir sobre el viscoso montón en la bandeja de cobre, como quien coloca varios trozos de pan para tostar en la parrilla.

Obedientemente, dos o tres de ellos empezaron a descomponerse de inmediato.

Mientras tanto, Dan había rasgado el cierre del de Lares y Penates Inc., e inmediatamente la habitación se llenó con una aguda voz familiar.

—No podéis permitiros el estar sin un culto cortado a la medida de vuestras propias necesidades privadas en esta era de individualidad. Consultad a Lares y Penates para los mejores y más especializados…

Le tomó todo este tiempo localizar la cápsula de energía que accionaba el altavoz y aplastarla entre el índice y el pulgar. Dejó caer instantáneamente el sobre con un grito, agitando su mano.

—¡Me ha quemado! ¡Eso es nuevo! Deben de haber acabado enterándose de que la gente rompía las cápsulas.

—¿Ha sido serio? ¿Te ha dejado alguna señal?

Lyla se mostró instantáneamente solícita.

Dan inspeccionó su dedo índice, se lo chupó, y finalmente se alzó de hombros.

—No me ha hecho ningún daño…, sólo unos cuantos voltios que atravesaron el papel, supongo. ¡Pero a partir de ahora abriré los sobres con los schoos puestos y los aplastaré con el talón! —Examinó la carta que había sacado del sobre—. Y es tan sólo lo que tú esperabas; un recordatorio de que debemos pagar o devolver el Lar.

—¿Qué es lo que vamos a hacer?

—Creo que será mejor que lo pensemos más tarde, ¿no crees? Después de todo, fue él quien nos consiguió ese contrato con el Ginsberg, y eso es un antecedente, ya sabes. He preguntado por ahí, y aparentemente esta es la primera vez que contratan una pitonisa.

Podría ser algo grande. De hecho, yo…

Hubo un pesado golpe en la puerta. Lyla se giró en redondo. Dándose cuenta de que había olvidado bajar de nuevo la barrera del peso de cien kilos, corrió hacia su yash. Era un buen yash; había resultado tremendamente caro, pero como había señalado certeramente Dan, sus aseguradores habían insistido en él. Pesado e incómodo como era, la garantía prometía una completa protección contra proyectiles sólidos de hasta 120 gramos, rayos láser de hasta 250 vatios, y virtualmente todo tipo de ácidos.

—¿Quién demonios? —murmuró Dan, y avanzó para accionar en caso de necesidad el mecanismo de caída libre del peso que ahora gravitaba sobre la puerta. Luego preguntó—: Sí, ¿quién es?

—¡Buenos días! —respondió el invisible interlocutor—. O mejor dicho, buenas tardes.

Mi nombre es Bill, y soy su nuevo vecino del apartamento Diez-W. Lamento molestarles, pero ¡he oído decir que carecen ustedes de un grupo de defensa urbana en este bloque! Y por supuesto, en estos días… —su voz descendió solemnemente media octava—, en un distrito como éste, uno nunca sabe cuándo los nigs decidirán atacar. Así que pensé que había que ser civilizado y todo eso que se dice siempre, y ver lo que podía hacerse con vistas a organizar un grupo.

—¿Otro Gottschalk? —susurró Lyla a Dan.

Él asintió.

—Apuesta cincuenta a uno. Y más bien torpe, además. Puedes apostar incluso a lo que va a decir a continuación.

La voz del otro lado prosiguió:

—Vean, resulta que tengo algunos contactos que me facilitarían todo lo necesario a precios muy interesantes, cosas tales como pistolas a sólo sesenta y tres con garantía del fabricante, gases de todos tipos a precios más bajos que tres y medio el litro…

—Oh, cielos —dijo Lyla cansadamente, dejando caer su yash.

—¿Quiere entrar? —gritó Dan, con un guiño a Lyla.

—Oh, por supuesto, si a usted no le importa discutir mi proposición…

La voz se tiño súbitamente de optimismo.

—¡Por supuesto que no! ¡Adelante, pase! Sólo hay un peso de cien kilos a punto de caer sobre usted para detenerle.

Hubo un interludio de silencio. Con una alegría que ahora se adivinaba claramente forzada, el Gottschalk dijo:

—Oh…, creo que si están ustedes ocupados en este momento lo mejor que puedo hacer es dejarles algo de propaganda en su comred. Ya nos veremos, amigos.

—Dile que algunos nigs han tomado el apartamento —sugirió Lyla en voz baja.

Dan agitó la cabeza.

—No vale la pena. Ese puede sonar como un idiota, pero los tipos Gottschalk son demasiado listos como para abordar a un nuevo recluta sin haber estudiado antes el terreno.

—Echando una ojeada a su reloj, añadió—: Eh, tenemos que apresurarnos. No recuerdo haberte visto cenar ayer por la noche, así que será mejor que tomes algo camino del Ginsberg. Te aseguro que no quiero verte desmayarte durante tu número.

8
¿Cómo van las cosas ahí afuera?

El índice de humedad en Nueva York ha superado todas las máximas anteriores, un factor que las autoridades atribuyen al efecto de los cinco millones y medio de acondicionado-res de aire existentes en la ciudad. El índice de probabilidades de insurrección se ha deslizado más pronto de lo previsto a lo que se denomina «la baja de la estación sudorosa» (con gran alivio de todos aquellos que medio temían que este año no fuera a producirse). Sobre la mayor parte de la costa este de Norteamérica, un caluroso día de verano con ligeras precipitaciones en algunas zonas tierra adentro. Nieve en altitud en la Isla del Sur, Nueva Zelanda. Según una información transmitida por los ordenadores de la Oficina del Estado y de las Relaciones Federales del Departamento de Inmigración, esta mañana se dará a conocer la decisión sobre la petición de visado de Morton Lenigo; simultáneamente, y por la misma razón, los ordenadores del MSI han cancelado sus previsiones para la estación sudorosa. El nuevo gobierno de Trinidad y Tobago ha roto sus relaciones diplomáticas con (por orden de importancia) Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Rusia y los Estados Unidos. El consejo nigblanc de la ciudad de Washington DC ignoró por trigesimotercera vez la petición del DAR de retirar la pintura de la fachada de la Casa Negra.

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