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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (8 page)

BOOK: Órbita Inestable
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En principio los métodos que tanto habían llamado la atención del público hasta el punto de catapultarlo al puesto de director del Ginsberg, voluntariamente por supuesto, ya que deseaba que tantos desgraciados como fuera posible se beneficiaran de sus enseñanzas, eran muy simples. En cada retiro había aparatos recolectores de datos que controlaban las heces, las superficies de la cama y de los sillones, incluso el aire que respiraba el paciente…, parámetros que permitían establecer una curva computarizada y calibrada contra otros ejemplos estándar de todas las clases conocidas de desórdenes mentales. Ansiedad sin causa, respuestas de estrés autoinducidas, todo tipo posible de desviación de la norma era medido y proyectado al futuro e interpretado como terapia: drogas, hipnotismo, análisis, cualquier cosa disponible. La meta era obviamente simple; podía ser definida como la producción de una personalidad capaz de funcionar de forma viable pese a las presiones de los demás miembros de la especie. El perfil de una personalidad ideal era trazado para cada paciente, una hermosa curva simétrica, y cuando el perfil observado coincidía con el óptimo el paciente era dado de alta. Fácil.

Excepto que en la práctica no era fácil en absoluto…

Tomemos este caso, por ejemplo. En teoría hubiera debido funcionar perfectamente.

Celia Prior Flamen —como la mayor parte de los pacientes, allí y en todos los demás hospitales mentales del mundo occidental— se había abocado a las drogas como una escapatoria a una intolerable realidad, empezando con las relativamente blandas como el peyote natural y el mescal, y ascendiendo gradualmente hasta la más dura de las sintéticas, la ladromida.

Hecha pedazos, orinándose encima como un bebé a causa del delirante placer de sentir la cálida humedad entre sus piernas, había sido traída allí completamente ignorante del mundo.

Y había respondido bien al tratamiento.

¿?

Mogshack frunció el ceño. Miró de nuevo las curvas comparativas que su robescritorio proyectaba para él: el ideal de color verde, el perfil observado de color rojo. Había una indentación en el último, y no había ninguna terapia conocida que pudiera aplanar aquel diente. Pero corría la voz de que su esposo no iba a poder seguir pagando durante mucho tiempo las facturas mensuales, y era malo para su imagen el dar de alta a un paciente por razones financieras y luego admitirlo de nuevo a cargo del estado debido a que su recuperación no había sido permanente.

Aquella indentación le recordó otro problema similar —Madison—, pero prefirió no tomarlo en consideración. Con un alzarse de hombros, decidió el compromiso de dar órdenes de que a Celia le fuera adjudicada una bata verde en vez de la azul pálida que llevaba ahora, y se dio cuenta de paso de que aquel color armonizaría mucho más con su pelo castaño oscuro.

22
La historia de Morton Lenigo, episodio diez mil (aproximadamente)

El Boeing Sonicruiser que aquella mañana realizaba el vuelo 1202 de la Pan Am Londres-Nueva York, habiendo lanzado convenientemente su bang sobre el océano, inició su descenso al suelo. Esta vez estaban ocupados seiscientos dos de sus setecientos cinco asientos, y uno de los pasajeros había encontrado intolerablemente divertida la inscripción pintada sobre la puerta de entrada: «Amistad Soniclipper».

Estaba ocupado en descoser las costuras de las asas de su maletín de viaje. Era un trabajo que ya tendría hecho, y que le ahorraría tiempo cuando pasara por la aduana.

23
Tres clases de gente en el mundo.

Aterrizando en el helipuerto del techo del Ginsberg, Matthew Flamen pensó mientras alzaba la vista hacia las altas torres de maxiseguridad que estaba descendiendo entre las estacas de alguna gigantesca empalizada. Imaginar a seres humanos existiendo dentro de aquellas colosales columnas ciegas era reducirlos al status de nematodos, horadando sus madrigueras bajo la corteza de los árboles en una absoluta ignorancia del enorme mundo exterior.

Se sintió impresionado por la violencia de la repulsión que le provocaron. En sus anteriores visitas —pocas, por supuesto, y la última de ellas hacía muchos meses—, se había sentido inclinado a envidiar al doctor Mogshack, preguntándose qué podía llegar a sentir alguien concibiendo un principio abstracto y viéndolo después espléndidamente interpretado en forma de edificio.

Metiendo su brazo por la ventanilla lateral de su deslizador, pulsó el mando del distribuidor situado bajo el tablero de mandos. Un pequeño trank blanco cayó sobre su palma, y lo tragó en seco. Una desagradable sospecha se había ido desarrollando insidiosamente en su cabeza durante el vuelo hacia el hospital. Había saltado sobre Prior acusándole de traición —llegando a decirle que era probable que alguna de las altas personalidades de la cadena le hubiera hecho una proposición—, y la idea simplemente no se mantenía en pie. Prior tenía como mínimo tanto que perder con la cancelación del programa como él. En un cierto sentido tenía mucho más que perder aún, puesto que él tenía hijos y Flamen no.

Así que la idea de llamar a un experto independiente para que investigara los problemas que estaban teniendo con su comred interna en la Torre Etchmark era de hecho malditamente buena. La investigación podía ser presentada convincentemente como un chequeo de los propios circuitos de la Holocosmic; aunque no sirviera de mucho, podía conseguirse el apoyo de la CPC, y…

Pero todo eso eran castillos en el aire, se aseguró a sí mismo Flamen. Aun suponiendo que fuera posible —lo cual era debatible, porque ¿qué «experto externo» podía encontrarse que fuera capaz de medirse con los ordenadores de la Holocosmic?—, aun suponiendo que pudiera demostrar su causa, pedir daños y perjuicios, sobrevivir los nueve meses que quedaban de su contrato…, ¿qué? ¿A qué otro sitio podía ir un hurgón como él? Pertenecía a una especie en vías de extinción. La gente estaba demasiado ocupada preocupándose de sus propios asuntos como para ocuparse de los de los demás. Se volvían hacia sí mismos, hacia la distracción privada definitiva de la experiencia alucinatoria subjetiva. Todos ellos estaban construyéndose una torre de maxiseguridad, inexpugnable.

Quizá Prior no estuviera tan equivocado después de todo acudiendo a Lares y Penates Inc. Frente a aquel mundo moderno incomprensiblemente complejo, donde las fuerzas de la economía y de la macroplanificación reinaban con la impersonal indiferencia de las inundaciones y las sequías, quizá fuera mejor para un individuo engañarse a sí mismo creyendo que podía hacerles frente. Fingir confianza podía ser mejor que simplemente resignarse a la impotencia.

¿Qué tipo de culto imaginaría L y P para él? ¿Uno como el de Prior, implicando posturas y ceremonial elaborados? Flamen agitó la cabeza. Independientemente de que L y P fuera en realidad una empresa encubiertamente subsidiaria de Conjuh Man, no había la menor duda de que eran unos excelentes psicólogos pragmáticos. Para él, pues, probablemente sugerirían un completo contraste: algo más bien desagradable, exigiendo cortar cabezas de pollos y empaparse el rostro con su sangre. Adorar uno a su Lar suponía externalizar sus características internas, y para alguien que desde un principio se había establecido una reputación y una carrera masacrando sistemáticamente reputaciones tenía que haber necesariamente un elemento de sacrificio…

El trank empezó a hacer efecto. Se sintió de mejor humor. Pero su irritación no desapareció por completo. ¿Cuánto tiempo iban a dejarle aún allí, en el pegajoso calor del pleno verano? Seguro que en el interior hacía un fresco decente, pero allí estaba él, sufriendo las bocanadas de los escapes de los climatizadores que mantenían el frescor bajo sus pies, y casi podía tomar el aire entre las manos y exprimirlo como un trozo de tela empapada.

Entrar en el Ginsberg, aparentemente, no era más fácil que salir. Tan sólo había una forma de acceso al interior desde aquel aparcamiento, y estaba custodiada por automatismos horriblemente lógicos. Su breve y frustrante diálogo con ellos lo había convencido de que debían dividir a la raza humana en tres categorías: personal, pacientes, y pacientes potenciales. A menos que simulara un atroz acceso de locura, no veía ninguna otra alternativa más que aguardar allí hasta que su terapista —¿cuál era su nombre? Oh, sí, doctora Spoelstra— acudiera a una comred y hablara con él.

Malhumorado, aguardó.

24
El movimiento subterráneo de una muchacha sola.

Llegar a la terminal del rapitrans del Ginsberg era como ser una dosis de un medicamento administrado oralmente en forma de cápsula. Los trenes rapitrans estaban segmenta-dos, al estilo de los gusanos, en compartimientos para una sola persona; estos podían ser separados, reordenados, conectados y desconectados para seguir —según informaba la publicidad oficial— poco menos de un millón de rutas distintas, dictadas por los billetes electrónicamente activos que los viajeros tenían que insertar en una ranura en el brazo de cada asiento. Una vez lanzados a los túneles, eran propulsados por fuerzas tan incuestionables como la gravedad. No había ventanillas para revelar si había algún otro compartimiento delante o detrás, debido a que a las velocidades a las que viajaban aquellas cosas algunas personas sufrían de horizóntigo —lo mismo que el vértigo pero en ángulo recto con respecto a él—, y la náusea subsiguiente transformaba el asiento en algo asqueroso.

Los billetes del rapitrans habían llegado como parte del anticipo del contrato que Dan había firmado con la dirección del Ginsberg. Indudablemente querían asegurarse de que el coste de un deslizador de alquiler —que eran realmente caros por aquellos días— no aparecería en la factura como gasto suplementario. Pero después de la antepenúltima parada el viaje de Lyla pareció seguir y seguir y seguir. Aferrándose para tranquilizarse a la grabadora que empleaba para registrar los crípticos oráculos que emitía durante su trance, se preguntó si realmente no se estaría sumergiendo, sola, en la nada.

25
Un ciudadano modelo y un cliente altamente considerado por el Gottschalk de su zona.

Comp: 1 traje protector Mark XIX, aislante, con botas y guantes integrales.

Comp: 1 máscara-casco con respirador integral y reserva de aire.

Comp: 1 pistola láser de 350 vatios con acumulador para 50 disparos, recargable en cualquier toma doméstica de corriente.

Comp: 1 pistola de proyectiles calibre 9 mm, automática.

Comp: 3 cargadores de reserva para la anterior.

Comp: 6 granadas de gas emético de cristal autofragmentable, sin regulador de tiempo.

Comp: 1 cinturón para las granadas con bolsa incluida para cargadores, etc.

Comp: 1 cuchillo con funda, hoja de 18 cms.

Comp: 1 botiquín de primeros auxilios.

Los niños estaban en el internado y Nora estaba con una vecina, de modo que Lionel Prior comprobó y recogió todo su equipo y se dirigió a reunirse con su grupo de defensa urbana para sus ejercicios de la tarde.

26
El asesinato del Marat/Sade por los internos del asilo en 2014

Finalmente, al cabo de mucho rato, una voz humana emergió del altavoz adyacente a la salida del aparcamiento en el techo. La compatibilidad de las voces automáticas era tan buena como cualquiera que Flamen hubiera oído antes, pero su sensibilidad nerviosa a las sutilidades de este orden figuraba entre los talentos que lo habían mantenido a flote, aunque precariamente, en el mundo de las transmisiones visuales, mucho después de que sus anteriores rivales hubieran sido derribados. De hecho, en una ocasión había puesto al descubierto un enorme escándalo de sobornos tras reconocer que un automatismo construido especialmente para ello estaba respondiendo las llamadas de un hombre que jamás podría ser capaz de permitirse un equipo así.

—Aquí la doctora Spoelstra, señor Flamen… ¿Qué puedo hacer por usted?

—Puede dejarme ver a mi esposa —restalló Flamen.

No sin cierta sorpresa, se dio cuenta mientras pronunciaba aquellas palabras que realmente no deseaba ver a Celia, no mucho, al menos. Su matrimonio había ido desgastándose hasta el fondo mucho antes de aquella crisis, pero pese a la desaparición del amor hacia ella había seguido apreciándola como persona. Ella, por ejemplo, nunca se había mostrado irri-tante, si bien hacia el final la forma en que ella lo estimulaba se había centrado en un solo canal: su habilidad para exasperarle.

Mejor eso, se dijo a sí mismo, que el tipo de monótona pretensión de respetabilidad que mantenían Lionel Prior y su esposa Nora. Y —más cínicamente—, si resultaba que realmente había ofendido a muerte a Prior aquella mañana, no deseaba quedarse totalmente sin aliados y confidentes.

—Debería haberme avisado usted de que le esperáramos hoy —respondió la doctora Spoelstra, también con sequedad—. Un mensaje le ha sido remitido hoy a su domicilio a través de la comred, informándole de la buena noticia de que su esposa ha pasado al verde, tal como lo llamamos nosotros… En otras palabras, que ha ascendido al status de los pacientes que se están acercando al punto de alta temporal…, y en consecuencia ha sido invitada a formar parte del público de esta tarde para una demostración de la conocida pitonisa señorita Lyla Clay. Estoy…

—¿De modo que eso tiene preferencia a que una paciente vea a su propio marido?

Rígidamente:

—No se trata de ninguna obligación, señor Flamen. Simplemente iba a decir que estoy segura de que ella lamentaría perder esta ocasión única. Ahora bien, si usted insiste…

—No, por supuesto que no insisto —aseguró apresuradamente Flamen.

Aparte otras consideraciones, no podía permitírselo; Celia estaba en el Ginsberg con un contrato mensual que cedía su custodia legal al doctor Mogshack, y la cláusula de penalización por expulsión prematura era idéntica en cuantía a la de reclamación prematura.

Pero algo había hecho clic en su subconsciente ante las noticias que acababa de recibir, y durante los próximos segundos una idea emergió en él que casi le hizo tambalearse de excitación. ¿Una pitonisa haciendo una demostración en un hospital mental…? Estaba aquel clásico del siglo pasado acerca del asesinato del Marqués de Sade representado por… No, no era así. Pero no importaba. Era «por los internos del hospital de Charenton», de todos modos.

Hummm…

Le tomó medio latido del corazón el considerar y desechar las posibilidades de enviar en busca de cámaras extra; el metraje que podía conseguir con el equipo que siempre llevaba en su deslizador probablemente serviría.

BOOK: Órbita Inestable
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