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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (5 page)

BOOK: Órbita Inestable
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—Si deseas hablar sin ser interrumpido, muchacho —dijo Flamen cansadamente—, lo único que tienes que hacer es mover tu culo y venir hasta aquí. ¡Infiernos, estás tan sólo al otro lado de la pared!

No confiaba en que aquella invitación fuera bien recibida, anotó silenciosamente. Prior tenía una personalidad totalmente distinta a la de él, con fuertes inclinaciones neopuritanas, y su compromiso de principio de mantener el programa de un hurgón en las ondas parecía estar enraizado no tanto en un desagrado abstracto hacia la hipocresía —que era lo que a Flamen le gustaba pensar con respecto a su propio punto de vista— como en un deseo de afirmar su máscara de adecuado comportamiento social, el impermeable ataúd para ocultar la corrupción que había dentro. Era por ello por lo que mantenía sus distancias, y trataba con la gente elegida vía pantalla de comred, con la sensación de que un contacto directo era una pérdida de las posibilidades técnicas que su éxito financiero en las negociaciones entre Matthew Flamen Inc y el directorio de la Holocosmic, pero a veces resultaba ridículo.

Por ejemplo, ahora.

Exactamente como era de prever, Prior dijo irascible:

—Matthew, uno no espera tener que…

Bruscamente, Flamen perdió la paciencia.

—¡Por el contrario, uno espera tener que hacerlo! ¡A menos que tenga algún remedio para subsanar esos fallos! ¿Cuántas interrupciones hemos tenido en la emisión hoy?… Cinco, ¿no?

—Oh… —Prior tragó saliva—. Sí, me temo que sí. Y la más larga duró casi cincuenta segundos.

—¿Y frente a eso piensas que es sorprendente que nuestra comred funcione mal? ¡Oh, vamos, Lionel, tú no eres tan ingenuo! O…, bueno, ahora que lo pienso, ¡quizá sí lo seas, por la forma en que te postras hasta tocar el suelo con la frente delante de ese trozo de plástico que tú llamas un Lar!

—Matthew, un hombre tiene derecho a elegir personalmente su religión…

—¿Cuándo te molestaste por última vez en comprobar nuestros propios ordenadores? Tenemos un índice de setenta y subiendo a favor de que L y P sea una tapadera de esa empresa nigblanc Conjuh Man Inc. Al parecer los enclaves negros no les resultan suficientes, de modo que han decidido expandirse y embaucar también a algunos blancos crédulos. El hecho de que tú te hayas dejado embaucar hace pensar un poco; ¡pronto van a convertirse en una difícil competencia para los Gottschalk!

Prior abrió mucho los ojos. Cruelmente, Flamen jugó con su habitual reluctancia a dejar evidenciar sus emociones incluso en presencia de alguien que había estado trabajando con él durante años. Dejó que el silencio se dilatara entre ellos el mayor rato posible; luego, en el último momento, volvió de nuevo al tema importante.

—¿Para qué me has llamado, de todos modos? ¿Has tenido alguna idea brillante para la emisión de mañana que haga subir de nuevo la cifra de espectadores a los siete dígitos?

Recuperándose con un esfuerzo del shock que Flamen le había administrado, Prior murmuró:

—Bueno, los índices de audiencia se están manteniendo bastante bien, teniendo en cuenta las circunstancias. Y eso es principalmente lo que cuenta, creo.

—Entonces, si los índices se mantienen, ¿por qué te ponen tan furioso esas interrupciones? Muchacho, tú sabes tan bien como yo que si alguien llevara a cabo una comprobación física de los aparatos que nominalmente están sintonizados con mi programa, descubriría que la mitad de ellos sufren interferencias de color y control deliberadamente provocadas. ¿Quién ve la tridi hoy en día al mediodía excepto los que están orbitando? ¡Infiernos, los espectadores probablemente incluso gozan con la interferencia!

Con aspecto ansioso, Prior respondió con un argumento estereotipado.

—Matthew, eres demasiado modesto. Tú eres uno del escaso puñado de hombres que aún pueden mantener una audiencia ante una emisión hablada. No deberías menospreciar tus talentos.

—No lo hago. Otros se encargan de hacerlo por mí. —Flamen engulló el resto de su va-so de un solo sorbo; cuando el licor alcanzó el pozo de su estómago, se sintió marginalmente mejor—. Hazme un favor, muchacho…, piensa por un momento, ¿quieres? ¿Se produce alguna vez una de esas misteriosas interferencias durante un anuncio? No. ¿Se produce cuando tenemos una buena y jugosa pieza de video tomada en el lugar de los hechos de algún escándalo nauseabundo? En absoluto. Aparece únicamente cuando yo estoy en pantalla, y no en ningún otro momento. ¿Cierto, muchacho?

A Prior le hubiera gustado discutir aquella afirmación, al menos eso se deducía por su expresión, pero los hechos eran demasiado evidentes. Asintió con tristeza. Flamen situó su vaso en posición para un rellenado y pulsó el mando de la consola.

—Así que, ¿qué crees que debo hacer? —dijo—. ¿Hacer revisar la situación? Muchacho, ¿por qué debería hacerlo? Examina todos los antecedentes: nos borraron de la hora de máxima audiencia con el anzuelo de quince minutos diarios en vez de diez, ¿no? Luego eliminaron ese tiempo extra metiendo más publicidad. De acuerdo, es un argumento convincente, aquí tenemos a esta fabulosa audiencia a la que quieren llegar cada vez más patrocinadores, pero subsiste el hecho de que nuestro programa de quince minutos se queda reducido a doce y medio, y apto para verse reducido aún más. Mientras tanto, el número de temas que hemos tenido que sacar a petición de la cadena sube firmemente. ¿No crees que se están mostrando un poco demasiado sensibles para una gente que desea mantener una audiencia?

Hizo una pausa, pero Prior no dijo nada.

—Yo lo veo así —resumió—. Ellos no pueden permitirse el lujo de mostrarme simplemente la puerta…, tendrían que pagarme un buen montón de dinero por ruptura de contrato. Así que se limitan a esperar a que yo me irrite lo suficiente como para empezar a chillar, y en seguida me tendrán agarrado por insultarle al jefe de programas o algo así, y la CPC no podrá hacer nada contra ellos. Así que sugiero que hagas como yo y permanezcas agarrado tanto tiempo como te sea posible. Cien mil billetes uno puesto encima del otro al mes no es algo que puedas ganar llamando a la primera puerta ante la que pases.

A la mitad de la última frase, Prior dejó de prestar atención. Flamen dedujo por su expresión que en su lado la pantalla o había cambiado a otra imagen o había vuelto a borrarse. Fue a cortar el circuito, pero cambió de opinión. Era divertido observar al normalmente imperturbable Prior profiriendo maldiciones que no podía oír porque al mismo tiempo que el envío de imagen parecía haber fallado, también lo había hecho la recepción de sonido.

Pero su regocijo duró poco. Su sonrisa se desvaneció cuando volvió a la contemplación de la verdad que Prior se negaba resueltamente a enfrentar por alguna razón, superficial quizá, como la idea de que los directores de la red Holocosmic eran —como Bruto— «hombres honorables».

—Un hombre puede sonreír y sonreír y ser un villano —murmuró, brevemente complacido por la oportunidad de la observación, pero casi inmediatamente desanimado por la imagen del hombre sonriente con un cuchillo en la mano. ¿Qué otra explicación podía haber para las interferencias que afectaban diariamente a su programa y a ninguna otra transmisión de los estudios Holocosmic? Simplemente tenía que existir sabotaje.

Peor aún, el directorio tenía que estar de acuerdo con ello. Si se tratara de elementos infiltrados, la Holocosmic no se hubiera detenido ante nada con tal de eliminarlos; estaban tan preocupados como cualquier otra compañía en el mundo por mantener la seguridad interna. En vez de eso, los ingenieros se esforzaban una y otra vez en convencerle de que no conseguían hallar el origen del problema.

La conclusión lógica era que deseaban desembarazarse de su programa y hacer sitio para otros minutos de publicidad. Por supuesto, iba contra las reglas dictadas por la Comisión Planetaria de Comunicaciones pasar más de doce horas de publicidad continuada cada veinticuatro, y librándose de su último hurgón la Holocosmic se pasaría del límite prescrito. Pero la CPC no era más que un mal chiste, y lo había sido durante años; un viejo perro guardián sin ningún diente.

No era la primera vez que intentaban echarle de lado, además. Lo habían intentado inmediatamente después de la depresión de Celia, contratando a un psiquiatra venal para que testificara que todo aquello había sido debido al sistemático descuido de su esposo de sus necesidades y preferencias, su constante crueldad sádica. Una persona capaz de tal comportamiento, argumentaron, era incapaz de presentarse ante la gran masa de espectadores. (Una fuerte carcajada… Si uno ahondaba un poco en la vida privada de los directores de la Holocosmic se encontraría pronto con material suficiente para otro
Los ciento veinte días de
Sodoma
sin necesidad de plagiar nada, y hacía mucho tiempo que Flamen se había hecho a sí mismo la tranquila promesa de que si alguna vez lo acorralaban lo suficiente iba a abandonar con un gran estallido de gloria cambiando su última emisión pregrabada, debidamente aprobada por los ordenadores de la cadena, por otra dedicada exclusivamente a los vicios de sus directores).

La auténtica jugada, sin embargo, había sido cuando la habían internado en el Ginsberg, un hospital público, en vez de en un sanatorio privado, con el apoyo de Prior, el cual había declarado, con los impresionados tonos de un adorador hermano: ¿qué reputación más alta había en el mundo contemporáneo que la del lugar del que era director Elías Mogshack, un hombre considerado universalmente como el líder absoluto de la psiquiatría terapéutica…, quién entre los no especialistas cuestionaría la brillantez de alguien a quien se le había encargado que cuidara de la higiene mental de la populosa Nueva York? Así, un rápido compromiso había dado como resultado su aceptación a hacerse cargo personalmente de los gastos de su internamiento, en vez de dejarla a cargo de los fondos públicos, y el resultado fue inevitablemente desastroso.

Por aquel entonces Flamen se había preguntado por qué el directorio había capitulado tan rápidamente. Dejó de preguntárselo en el momento en que llegó la primera de las enormes facturas mensuales, junto con el contrato de aceptación de los gastos que tan descuidadamente había firmado. No necesitó consultar a ningún ordenador para descubrir que estaba atrapado. Y no podía buscar una forma de reducir gastos como, digamos, cambiarse a una casa menos cara. Estaba obligado a mantener aquel estándar de vida que era comillas apropiado cierra comillas para una persona a la que la Holocosmic concedía cinco programas a la semana. Sus contables eran de primera clase y sus impuestos ridículos, pero había gastos de los que no podía prescindir. Fue derrotado antes de empezar por la escala de los ordenadores de la Holocosmic; los suyos eran buenos, pero ante un equipo como el de ellos uno tendría que alquilar ordenadores de esa categoría para escribir los programas… Ningún ser humano podría hacerlo.

Así que, sabiendo que tenía el cuchillo clavado en la espalda: ¿qué hacer? ¿Tantear una cadena rival? Suicidio…, aparte el obvio truismo de que cuando tan sólo un hurgón había conseguido mantenerse en el negocio ninguna cadena iba a estar interesada en contratar a un recién llegado, si lo hacía, al cabo de pocas horas iba a caerle encima alguna acusación ostentosamente agresiva como la de deslealtad hacia sus empleadores. Con lo cual se vería instantáneamente incapaz de hacer frente a las facturas del hospital de Celia al ver contados sus ingresos, y la penalización por sacar a un paciente del hospital antes de tiempo era abrumadora. Aunque el último informe de Mogshack había sido cautelosamente optimista, resultaba claro que Celia no estaba en absoluto totalmente recuperada. De modo que eso dejaba tan sólo una solución posible: mantener su audiencia. De alguna forma. De cualquier forma. Era su único recurso, el factor de ordenador que mostraba un índice mayor para él, Mattew Flamen, personalmente, que para una emisión de publicidad.

Y en una era donde la gente estaba mucho más preocupada por sus propios asuntos, el conseguir que los más sabrosos escándalos y chismorreos atrajeran su atención…

«Definitivamente, una Carrera de la Reina Roja», se dijo a sí mismo. «Y estoy corriendo sin aliento.»

14
Una lección de cosas relativa a un tema muy importante.

Eugene Voigt no llegó hasta tan lejos como desconectar su pantalla, pero sí desconectó sus orejas tras el primer minuto de la exageradamente ansiosa diatriba. Eran un modelo de diseño excelente, con mucho el mejor que había llevado, y le gustaba particularmente la localización del mando silenciador; estaba oculto bajo las caídas de su bigote, y podía ser desactivado disimuladamente con el mero contacto de su lengua. Además, era ofrecido co-mo equipo de base en vez de como opción suplementaria. Valía la pena seguir con aquella marca por un tiempo…, al menos hasta que algún fabricante rival superara sus ofertas. Y era difícil imaginar qué otras mejoras quedaban por lograr, excepto la implantación directa subcutánea.

El vehemente orador, un arribista ambicioso cuyo nombre era irrelevante pero que ocupaba un puesto de rimbombante título en los escalones más bajos de la CPC, siguió hablando durante todo un cuarto de hora, pero Voigt se había dado cuenta ya de lo que iba a decir en los primeros segundos, y ninguna de las frases que captó leyendo sus labios contradecía su primera estimación. Cuando terminó con su última parrafada, dijo:

—Olvídelo. No funcionará.

—Pero resulta claro que la Holocosmic pretende…

—No conseguirá usted que funcione —le dijo Voigt con firmeza—. No conseguirá usted que funcione nada. El tema de las comunicaciones, en este planeta nuestro, está muerto.

15
Es una perogrullada decir que el conocimiento es neutral, pero que de tanto en tanto sería útil que estuviera de nuestro lado en vez del de ellos.

Hacía calor fuera; hacía mucho más calor dentro debido a que la iluminación era al estilo antiguo y había muchos puntos de luz. La oscura piel de Pedro Diablo brillaba con la transpiración. Pero sus blancos dientes brillaban aún más. Estaba gozando enormemente.

—¡Una última vez! —instó—. ¡Apuesto a que van a pedírnoslo hasta en Conakry y Lumumbaville!

La actriz que representaba al rey Leopoldo de Bélgica suspiró y volvió a colocarse la pálida, afeminada, imberbe máscara que le cubría toda la cabeza, luego trotó obedientemente cruzando el estudio hasta su lugar para la escena, meneando sus posaderas al avanzar. Hasta su cintura llevaba un uniforme de gala con insignias y decoraciones por todo el pecho, pero sus esteatopigosas nalgas estaban cubiertas únicamente por una especie de cola de caballo hecha con hojas de hierba. Era una gran imagen, especialmente para las zonas de fuerte influencia musulmana donde prevalecía el punto de vista de que las mujeres no tenían alma.

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