Authors: Lauren Kate
—¿Perdona?
Él miró hacia el océano.
—Es solo que... estoy tan cansado de esto —dijo. Parecía exhausto.
—¿De qué?
Volvió la vista hacia ella, con una expresión tristísima en la cara, como si hubiera perdido algo precioso. Ese era el Daniel que conocía, aunque no podía explicarse cómo lo había conocido o de dónde lo conocía. Ese era el Daniel al que... ella amaba.
—Puedes enseñármelo —susurró Luce.
Él negó con la cabeza. Pero sus labios estaban todavía muy cerca de los de ella... y la mirada en sus ojos era muy atrayente. Era casi como si él quisiera que ella le enseñara primero.
Luce estaba tan nerviosa que le temblaba todo el cuerpo, y allí de puntillas se inclinó hacia él. Le puso la mano en la mejilla y él parpadeó, pero no se movió. Ella, en cambio, se movió muy poco a poco, como si tuviera miedo de sorprenderlo, y a cada segundo que pasaba ella misma se sentía petrificada. Y entonces, cuando sus ojos estaban tan cerca que casi bizqueaban, ella los cerró y unió sus labios a los de él.
Aquel suave contacto de sus labios, como de plumas, era lo único que los conectaba, pero Luce sintió que un fuego desconocido se apoderaba de su cuerpo, y supo que necesitaba más de todo cuanto pudiera darle Daniel. Sin duda era pedir demasiado que él la necesitara de la misma forma, que pudieran abrazarse como ella tantas veces había soñado y que le devolviera aquel beso anhelante con la misma intensidad.
Pero lo hizo.
Sus brazos musculados le rodearon la cintura. La atrajo hacia sí, y ella pudo sentir el nítido límite de sus cuerpos entrando en contacto: las piernas entrelazándose, las caderas apretadas contra las caderas, los pechos palpitando al mismo tiempo. Daniel la apoyó de espaldas a la barandilla del paseo, y la ciñó contra su cuerpo hasta que ella no pudo moverse, hasta que la tuvo exactamente donde quería. Lo hizo todo sin separar ni un instante sus labios imantados.
Luego empezó a besarla de verdad, muy suave al principio, con besos muy delicados en la oreja, y después siguió por la mandíbula, con besos largos, dulces y tiernos hasta llegar al cuello, haciendo que Luce gimiera y echara la cabeza hacia atrás. Le estiró un poco el pelo, y ella abrió los ojos y, durante un instante, vio las primeras estrellas que aparecían en la noche. Se sintió más cercana al cielo que nunca.
Al final, Daniel volvió a sus labios, y la besó con tanta intensidad... le mordió el labio inferior y a continuación le pasó la lengua por los dientes. Ella abrió más la boca, desesperada por aceptar a Daniel, ya sin temor a mostrar a las claras lo mucho que lo deseaba y equilibrar con su propia fuerza la fuerza de los besos de él.
Tenía arena en la boca y entre los dedos de los pies, el viento salobre le había puesto la piel de gallina y su corazón emanaba un sentimiento dulce y maravilloso.
En aquel momento, habría muerto por él.
Él la apartó y la miró, como si quisiera que ella dijera algo. Ella le sonrió y le dio un beso breve en los labios, disfrutando del contacto. No conocía otras palabras, ninguna forma mejor de comunicar lo que sentía, lo que quería.
—Todavía estás aquí —musitó él.
—No podrían apartarme de ti —contestó riéndose.
Daniel dio un paso atrás, la mirada se le tornó sombría y dejó de sonreír. Empezó a caminar frente a ella, frotándose la frente con la mano.
—¿Qué pasa? —preguntó Luce con timidez, al tiempo que le tiraba de la manga para que volviera a besarla. Él le pasó los dedos por la cara, luego por el pelo y al final por el cuello. Como si estuviera asegurándose de que no era un sueño.
¿Aquel era el primer beso de verdad de Luce? Ella pensaba que no debía contar a Trevor, así que técnicamente sí lo era. Y todo parecía tan perfecto, como si Daniel y ella estuvieran predestinados. Su olor era... maravilloso. Su boca tenía un sabor dulce y cálido. Era alto y fuerte y...
Se estaba separando de ella.
—¿Adónde vas? —preguntó,
A Daniel se le doblaron las rodillas y se agachó unos centímetros; se apoyó en la barandilla de madera y miró el cielo. Parecía como si le doliera algo.
—Has dicho que nada te apartaría de mí —dijo en voz baja—. Pero ellos lo harán; quizá solo se hayan retrasado.
—Pero ¿quién? —dijo Luce, mirando a su alrededor en la playa desierta—. ¿Cam? Creo que lo hemos despistado.
—No. —Daniel empezó a caminar por el paseo. Estaba temblando—. Es imposible.
—Daniel.
—Vendrá —susurró.
—Me estás asustando.
Luce lo siguió, intentando mantener el ritmo; de repente, aun sin quererlo, tuvo el presentimiento de que sabía a qué se refería: no era a Cam, sino a otra cosa, otra amenaza.
Luce se sintió confusa. Las palabras de Daniel repiqueteaban en su cabeza, y sonaban inquietantemente ciertas, pero se le escapaba el razonamiento que pudiera haber detrás de todo aquello. Como el destello de un sueño del que no podía acordarse.
—Háblame —dijo—. Dime qué está ocurriendo.
Él se volvió, con la cara pálida como una peonia y las manos extendidas en señal de rendición.
—No sé cómo pararlo —susurró—. No sé qué hacer.
En la cuerda floja
L
uce estaba de pie en el cruce de caminos entre el cementerio, en la zona norte del reformatorio, y el sendero que llevaba al lago, al sur. Estaba atardeciendo, y los operarios ya se habían ido a casa. La luz se filtraba por las ramas de los robles que había detrás del gimnasio, y proyectaba sombras en el camino al lago. Luce se sentía tentada de ir hacia allí. No sabía qué dirección tomar. Tenía dos cartas en las manos.
En la primera, Cam se disculpaba por lo que había ocurrido —algo que Luce ya se esperaba— y le rogaba que se encontraran después de clase para hablar de ello. En la segunda, Daniel se limitaba a decir «Quedamos en el lago». Y ella estaba impaciente por ir. Todavía sentía un cosquilleo en los labios por los besos de la noche anterior. No podía dejar de pensar en sus dedos acariciándole el pelo, o en sus labios besándole el cuello.
Otros fragmentos de la noche eran más confusos, como lo que había ocurrido después de que se sentaran en la playa. Comparado con la forma en que las manos de Daniel habían recorrido su cuerpo diez minutos antes, parecía tener miedo de tocarla.
Nada pudo hacerle volver en sí. No dejó de murmurar las mismas palabras una y otra vez: «Tiene que haber pasado algo. Algo ha cambiado». Sus ojos reflejaban dolor, como si ella tuviera la respuesta, como si ella tuviera alguna idea de lo que significaban aquellas palabras. Al final se quedó dormida en su hombro mientras contemplaba el etéreo mar.
Cuando se despertó unas horas después, la estaba llevando escaleras arriba, hacia su habitación. Se sorprendió al darse cuenta de que había dormido durante todo el camino de vuelta... y todavía se sorprendió más al ver aquel extraño resplandor en el pasillo. Otra vez, la luz de Daniel, y ni siquiera sabía si él podía verla.
Todo a su alrededor estaba bañado en aquella tenue luz violeta. Las puertas blancas y llenas de pegatinas de los demás estudiantes adquirieron un tono neón. Las baldosas mate parecían resplandecer. El ventanal que daba al cementerio proyectaba un brillo violeta sobre los primeros rayos de luz amarilla del exterior. Y todo ello bajo la atenta mirada de las rojas.
—Nos van a pillar—susurró ella, nerviosa y aún medio dormida.
—No me preocupan las rojas —dijo Daniel sin perderla serenidad siguiendo la mirada de Luce hacia las cámaras. Al principio, sus palabras la tranquilizaron, pero luego empezó a preguntarse por qué había algo incómodo en el tono de su voz: si Daniel no estaba preocupado por las rojas, entonces es que estaba preocupado por otra cosa.
Cuando la dejó en la cama, la besó con suavidad en la frente y luego respiró hondo.
—No desaparezcas —dijo él.
—No hay ninguna posibilidad.
—Lo digo en serio. —Cerró los ojos un momento largo—. Ahora descansa un poco... pero mañana búscame antes de clase. Quiero hablar contigo. ¿Me lo prometes?
Ella le apretó la mano y lo atrajo hacia sí para darle un último beso. Le sostuvo la cara entre las manos y se fundió con él. Cada vez que abría los ojos, él la estaba mirando. Y a Luce le encantaba. Al final Daniel se retiró y la contempló desde el quicio de la puerta, y solo su mirada hizo que a Luce se le acelerara el corazón como antes lo habían hecho sus besos. Cuando salió al pasillo sigilosamente y cerró la puerta, Luce cayó de inmediato en un sueño profundo.
Durmió durante todas las clases de la mañana y se despertó a primera hora de la tarde, llena de vida, como si acabara de nacer. No le importaba que no tuviera excusa por haberse saltado las clases, solo le preocupaba no haber acudido a la cita con Daniel. Iba a encontrarlo tan pronto como pudiera, y él lo entendería.
Hacia las dos, cuando pensó en que debería comer algo, o quizá aparecer por la clase de Religión de la señorita Sophia, salió a regañadientes de la cama. Fue entonces cuando vio los dos sobres que habían deslizado por debajo de la puerta, lo cual la decidió por fin a salir de la habitación.
Antes que nada tenía que dejarle las cosas claras a Cam, porque si iba primero al lago sabía que luego sería incapaz de separarse de Daniel. Si iba primero al cementerio, el deseo de ver a Daniel le infundiría las fuerzas suficientes para decirle a Cam lo que el día anterior, con los nervios, no le pudo decir, pues todo degeneró espantosamente y se descontroló.
Superando sus miedos, Luce empezó a caminar hacia el cementerio. La tarde era cálida, y el aire, pegajoso a causa de la humedad. Iba a ser una de esas noches sofocantes en las que la brisa del mar lejano no era lo bastante intensa para enfriar el ambiente. No había nadie en el patio, y las hojas de los árboles estaban quietas. De hecho, Luce podía ser lo único en movimiento en todo Espada & Cruz. Todos los demás habrían acabado las clases y estarían apelotonados en el comedor; y Penn —y probablemente más gente— se estaría preguntando por Luce.
Cuando llegó al cementerio, Cam estaba reclinado en las cancelas moteadas de liquen. Tenía los codos apoyados en los postes de hierro labrado y los hombros encorvados. Estaba jugando con un diente de león con la punta de acero de su bota negra. Luce no recordaba haberlo visto tan ensimismado: la mayor parte del tiempo Cam parecía sentir un enorme interés por el mundo que le rodeaba. Pero ahora ni siquiera llegó a mirarla hasta que estuvo delante de él, y cuando lo hizo Luce vio que tenía la cara pálida. Tenía el pelo aplastado contra la cabeza y Luce se sorprendió al pensar que tal vez se la había afeitado. La miró con expresión cansada, como si concentrarse en sus rasgos requiriera un gran esfuerzo. Parecía hecho polvo, no por la pelea de la noche anterior: tenía aspecto de no haber dormido en días.
—Has venido.
Tenía la voz ronca, pero acabó la frase con una leve sonrisa. Luce se hizo crujir los dedos, y pensó que no sonreiría por mucho tiempo. Ella asintió y le mostró la nota.
Él intentó cogerle la mano, pero ella apartó el brazo simulando que necesitaba apartarse el pelo de los ojos.
—Supuse que estarías muy enfadada por lo de anoche —dijo apartándose de la cancela.
Dio algunos pasos adentrándose en el cementerio, y luego se sentó con las piernas cruzadas en un banco pequeño de mármol gris que se hallaba entre la primera fila de tumbas. Lo limpió, apartó algunas hojas secas y dio una palmadita a su lado.
—¿Enfadada? —preguntó ella.
—Normalmente es por lo que alguien sale disparado de los bares.
Ella se sentó de cara a él, también con las piernas cruzadas. Desde allí arriba podía ver las ramas superiores del enorme y viejo roble que había en el centro del cementerio, donde Cam y ella celebraron aquel picnic que ahora parecía tan lejano en el tiempo.
—No sé —dijo Luce—. Estoy más bien perpleja, puede que confundida.
Decepcionada. —Se estremeció al recordar los ojos de aquel tipo cuando la agarró, el aluvión desquiciado de golpes de Cam, el techo oscuro y lleno de sombras...—. ¿Por qué me llevaste allí? Ya sabes lo que les pasó a Jules y a Phillip cuando se escaparon.
—Jules y Phillips fueron unos idiotas. Sus movimientos estaban controlados por pulseras de localización. Estaba claro que iban a pillarles. —Cam sonrió sombríamente, pero su sonrisa no iba dirigida a Luce—. Nosotros no somos como ellos, Luce. Créeme. Y, además, yo no pretendía meterme en otra pelea. —Se frotó las sienes, y la piel de alrededor formó un pliegue que le confirió una apariencia correosa y demasiado fina—. Pero no pude soportar la forma en que aquel tipo te habló, te tocó. Mereces que te traten con el máximo cuidado. —Sus ojos verdes se abrieron mucho—. Y yo quiero ser quien lo haga. El único.
Ella se apartó el cabello detrás de la oreja y respiró hondo.
—Cam, pareces un chico fantástico...
—Oh, no. —Se cubrió la cara con la mano—. No me vengas con la típica charla de ruptura fácil. Espero que no vayas a decir que deberíamos ser amigos.
—¿No quieres ser mi amigo?
—Sabes que quiero ser mucho más que tu amigo —dijo, y al decir «amigo» lo hizo escupiendo, como si fuera una palabra sucia—. Es por Grigori, ¿no?
Luce sintió que se le encogía el estómago. Supuso que no era tan difícil imaginárselo, pero había estado tan concentrada en sus propios sentimientos que apenas había tenido tiempo de considerar qué pensaría Cam de Daniel y ella.
—En realidad, no nos conoces a ninguno de los dos —dijo Cam levantándose y alejándose unos pasos—, pero crees que estás preparada para escoger a uno de nosotros ahora mismo, ¿no?
Era un poco presuntuoso por su parte pensar que todavía tenía alguna posibilidad —sobre todo después de lo que había ocurrido la noche anterior—, o que creyera que había algún tipo de competición entre Daniel y él.
Cam se agachó ante ella. Tenía una expresión diferente —suplicante, seria— cuando la cogió de las manos.
A Luce le sorprendió verlo tan demacrado.
—Lo siento —dijo ella apartando las manos—. Sencillamente ha pasado.
—¡Tú lo has dicho. Sencillamente ha pasado. ¿Qué fue?, déjame adivinar... anoche te miró de un modo romántico, desconocido para ti. Luce, te estás precipitando al tomar una decisión sin ni siquiera saber lo que está en juego. Podría haber muchas cosas en juego. —La mirada confundida de Luce le arrancó un suspiro—. Yo podría hacerte feliz.