Oscuros (30 page)

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Authors: Lauren Kate

BOOK: Oscuros
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No había señal de Cam por ninguna parte. En un primer momento se sintió como una idiota, casi como si le hubieran gastado una broma pesada. La altas cancelas metálicas estaban muy oxidadas, ya través de sus rejas Luce contempló el bosquecillo de olmos centenarios que había al otro lado de la carretera. Se hizo crujir los dedos, y recordó el día que Daniel le dijo que odiaba que lo hiciera. Pero él no estaba allí para verlo; allí no había nadie. Entonces se dio cuenta de que había un papel doblado que llevaba su nombre escrito. Estaba clavado en el grueso magnolia de tronco grisáceo que había junto a la cabina rota.

Esta noche te libras del evento social. Mientras los demás ponen en escena una reconstrucción de la Guerra Civil —triste pero cierto—, nosotros nos iremos de juerga por la ciudad. Un sedán negro con una matrícula dorada te conducirá hasta mí. Pensé que no estaría mal que tomáramos un poco de aire fresco.

El alquitrán la hizo toser. El aire fresco era una cosa, pero ¿un sedán negro pasándola a recoger por el reformatorio? ¿Que la conduciría hasta él como si Cam fuera una especie de monarca que podía disponer de mujeres a su antojo? Y, en cualquier caso, ¿dónde estaba él?

Nada de lo que allí ponía entraba en los planes de Luce. Había consentido presentarse a la cita con Cam solo para decirle que él quería algo que ella no podía darle, porque —aunque no pensaba decírselo—, cada vez que había golpeado a Daniel la noche anterior, algo se había estremecido en su interior, como si la quemaran. Era evidente que tenía que cortar de raíz aquella historia con Cam. Por eso llevaba el collar dorado en el bolsillo; había llegado el momento de devolvérselo.

Solo que ahora se sentía estúpida por haber imaginado que lo único que quería Cam era hablar con ella. Por supuesto que guardaba otro as en la manga, era de esa clase de chicos.

Luce se volvió al oír las ruedas de un coche que aminoraba la marcha. Un sedán negro se detuvo frente a las cancelas. La ventana tintada del conductor descendió y una mano velluda descolgó el auricular de la cabina que había al lado de las puertas. Un momento después, colgó el auricular y empezó a hacer sonar la bocina con insistencia.

Al final, las grandes cancelas metálicas se abrieron, el coche avanzó y se detuvo frente a ella. Las puertas del coche se abrieron suavemente. ¿Sería capaz de entrar en aquel coche y dejarse conducir a quién—sabía—dónde para encontrarse con Cam?

La última vez que había estado de pie allí fue para decir adiós a sus padres. Ya los echaba de menos antes de que se fueran, y se despidió desde aquel mismo lugar, junto a la cabina rota que había dentro del patio... y, lo recordaba, allí había visto una de las cámaras más sofisticadas, una que tenía detector de movimientos y podía hacer zoom para ver todos los detalles. Cam no podía haber escogido un lugar peor para que el coche la recogiera

De repente, tuvo la visión de una celda subterránea e incomunicada, con húmedas paredes de cemento y cucarachas subiéndole por las piernas. Sin luz natural. Por todo el reformatorio seguían propagándose los rumores sobre aquella pareja, Jules y Phillip, a los que nadie había vuelto a ver después de que los pillaran escapándose de Espada & Cruz. ¿Acaso Cam se había creído que a Luce le apetecía tanto verle: que se arriesgaría a salir tranquilamente del reformatorio delante mismo de las rojas?

El coche todavía ronroneaba frente a ella. Al cabo de un momento, el conductor —un hombre atlético con gafas de sol, cuello ancho y cabello ralo—extendió una mano que sostenía un pequeño sobre blanco. Luce vaciló un segundo antes de acercarse y cogerlo de entre sus dedos.

Artículos de papelería de la factoría Cam. Una tarjeta gruesa de color marfil oscuro con el nombre de él impreso con letras doradas y decadentes en la esquina inferior izquierda.

Tenía que habértelo dicho antes, la cámara está precintada; puedes comprobarlo tú misma. Me he preocupado de ese detalle, igual que me preocupo por ti. Nos vemos pronto, espero.

¿Precintada? ¿Se refería a que...? Se atrevió a mirar a la roja. Sí, lo había hecho, había puesto un círculo negro de cinta adhesiva sobre la lente de la cámara. Luce no sabía cómo funcionaban aquellas cosas o cuánto tiempo les llevaría a los profesores darse cuenta, pero sin saber muy bien por qué, le aliviaba que Cam hubiera pensado en ello. No podía imaginarse a Daniel siendo tan previsor.

Tanto Callie como sus padres estaban esperando su llamada esa tarde. Luce había leído la carta de diez páginas de Callie tres veces, y había memorizado todas las anécdotas divertidas de su viaje de aquel fin de semana con sus amigos a Nantucket, pero seguía sin saber qué responder a ninguna de las preguntas que Callie le hacía sobre la vida que llevaba en Espada & Cruz. Si se daba la vuelta, entraba en el edificio y los llamaba, no tenía ni idea de cómo iba a poner al corriente a Callie o a sus padres sobre el oscuro y siniestro giro que habían tomado los acontecimientos durante los últimos días. Lo más fácil era no decirles nada, al menos hasta que se hubiera aclarado las ideas.

Se acomodó en el asiento acolchado de piel beige y se abrochó el cinturón.

—¿Adónde vamos? —le preguntó.

—A un pequeño sitio que hay río abajo. Al señor Briel le gusta el color local. Ponte cómoda y relájate, cielo. Ya lo verás.

¿El señor Briel? ¿Quién era ese? A Luce nunca le había gustado que le dijeran que se relajase, sobre todo cuando parecía una advertencia velada para que no hiciera más preguntas. No obstante, se cruzó de brazos, miró por la ventana e intentó olvidar el tono del conductor cuando la llamó «cielo».

A través de las ventanas tintadas, los árboles y el asfalto gris de la calzada se veían marrones. En el cruce cuya desviación hacia el oeste conducía a Thunderbolt, el sedán negro giró hacia el este, siguiendo el río hacia el mar. De vez en cuando, en los momentos en que el curso de la carretera y el río coincidían, Luce veía el agua marrón y salobre serpenteando allí abajo. Veinte minutos después de haber iniciado la marcha, el coche aminoró hasta detenerse frente a un bar destartalado en la orilla del río.

Era de madera gris y podrida, y en la puerta había un rótulo desconchado por la humedad en el que podía leerse STYX en letras rojas e irregulares, pintadas a mano. Habían grapado una franja de banderines que anunciaban cerveza en la viga de madera que sostenía el techo de cinc, un mediocre intento de convertir aquel antro en algo festivo. Luce observó las imágenes serigrafiadas de los triángulos de plástico —palmeras y chicas morenas en bikini con botellas de cerveza en sus labios sonrientes—, y se preguntó cuándo fue la última vez que una chica de verdad había pisado aquel lugar.

Dos punkis ya entrados en años estaban sentados en un banco, fumando de cara al agua. La cresta les caía sobre la frente arrugada, y las chaquetas de piel tenían el aspecto feo y sucio de algo que llevaban desde que nació el punk. La falta de expresión de sus caras curtidas y flácidas hacía que toda la escena resultase aún más desoladora.

La cercanía con el pantano había provocado que el asfalto de la carretera cediera a la acción de las malas hierbas y el fango. Luce nunca se había adentrado tanto en las marismas del río.

Allí sentada, sin saber qué iba a hacer cuando bajara del coche —si es que bajar del coche era una buena idea—, la puerta del Styx se abrió de golpe y Cam salió con aire despreocupado. Se apoyó con calma en la puerta mosquitera y cruzó las piernas. Luce sabía que no podía verla a través de los cristales tintados, pero levantó la mano como si la viera de verdad y le hizo un gesto para que saliera.

—Allá vamos —murmuró Luce antes de darle las gracias al conductor. Abrió la puerta y, cuando subía los tres escalones del porche de madera del bar, una ráfaga de aire salado le dio la bienvenida.

El pelo enmarañado de Cam le cubría parcialmente la cara, y sus ojos verdes transmitían sosiego. Tenía una manga de la camiseta recogida hasta el hombro, y Luce pudo observar su bíceps bien perfilado. Toqueteó la cadena de oro que tenía en el bolsillo. «Recuerda por qué estás aquí.»

En la cara de Cam no había ninguna marca de la pelea de la noche anterior, lo cual hizo que Luce se preguntase de inmediato si en la cara de Daniel habría quedado alguna señal.

Cam le dirigió una mirada inquisitiva, y se pasó la lengua por el labio inferior.

—Estaba calculando cuántas copas iba a necesitar para consolarme si me dejabas plantado —dijo mientras abría los brazos para abrazarla.

Luce se dejó envolver. Resultaba muy difícil decirle que no a alguien como Cam, incluso sin estar muy segura de lo que le estaba pidiendo exactamente.

—No te dejaría plantado —dijo, y al momento se sintió culpable, porque se dio cuenta de que esa respuesta se debía a su sentido del deber, no a un impulso romántico, como hubiera preferido Cam, porque había ido allí solo para decirle que no quería nada con él—. Bueno, ¿qué es este lugar? ¿Y desde cuándo tienes chófer?

—Quédate conmigo, nena —respondió, como si se tomara esas preguntas como cumplidos y pensara que a ella le gustaba que la llevaran a bares que olían como el interior de una tubería.

Se le daban tan mal esas cosas. Callie siempre decía que Luce no era capaz de expresarse con honestidad brutal, y que por esa razón se quedaba estancada en situaciones patéticas con chicos a los que tenía que haber rechazado claramente. Luce estaba temblando. Tenía que deshacerse de aquel peso. Hurgó en su bolsillo y sacó el colgante.

—Cam.

—Mira qué bien, lo has traído. —Cogió el collar y le dio a Luce la vuelta—. Déjame que te ayude a ponértelo.

—No, espera...

—Así —susurró—. Te queda perfecto. Mírate. —La condujo por un suelo de tablas de madera que crujían hasta la ventana del bar; varias bandas habían colgado carteles de sus actuaciones. LOS BEBÉS VIEJOS. CHORREANDO ODIO. LOS REVIENTACASAS. Luce habría preferido fijarse en los carteles a mirar su propio reflejo—. ¿Lo ves?

No podía distinguir muy bien sus rasgos en el ventanal salpicado de barro, pero el colgante de oro relucía sobre su piel. Lo cogió con la mano: era precioso. Y tan original, con la pequeña serpiente labrada a mano en medio. No era algo que pudieras encontrar en los mercadillos del paseo marítimo, donde vendían artesanías con el precio inflado para los turistas, recuerdos de Georgia hechos en Filipinas. Detrás de su reflejo en la ventana, el cielo mostraba una rica variación de naranjas, interrumpida solo por unas finas líneas de nubes rosadas.

—Respecto a lo que ocurrió anoche... —empezó a decirle Cam. Luce veía vagamente cómo los labios encarnados de Cam se movían sobre su hombro.

—Yo también quería hablar de lo de anoche —dijo Luce volviéndose hacia él. Podía ver las puntas del tatuaje solar que llevaba en el cuello.

—Vamos adentro —propuso él, llevándola a la puerta de malla metálica entreabierta—. Allí podremos hablar.

El interior del bar estaba recubierto de paneles de madera, y la única luz que había provenía de unas pocas lámparas color naranja. Había todo tipo de cornamentas colgadas en las paredes, y un guepardo disecado sobre la barra que parecía dispuesto a atacarte en cualquier momento. Una foto desgastada con las palabras CLUB DEL ALCE DEL CONDADO DE PULASKI 1964-65, que mostraba un centenar de caras ovaladas sonriendo sobre sus pajaritas de color pastel, completaba la decoración del local. En la máquina de discos sonaba Ziggy Stardust, y un tipo mayor con la cabeza rapada y pantalones de piel tarareaba, bailando solo en medio de una pequeña tarima. Era la única compañía que tenían en el bar.

Cam señaló dos taburetes. La piel verde que recubría el asiento estaba rasgada en el centro, y desde su interior salía una espuma beige en forma de enormes palomitas. Frente a uno de los taburetes ya había una copa medio llena con un líquido marrón aguado por el hielo.

—¿Qué tomas? —preguntó Luce.

—Un Georgia Moonshine —respondió, y le dio un sorbo—. No te lo recomiendo para empezar. —Ella lo miró entrecerrando un poco los ojos—. Es que llevo aquí todo el día.

—Me parece magnífico —afirmó Luce toqueteando el collar—. ¿Cuántos años tienes? ¿Setenta? ¿Sentado solo en un bar durante todo el día?

No parecía que estuviera borracho, pero no le gustaba la idea de haber ido hasta allí para dejarle las cosas claras y que él estuviera demasiado bebido para entenderlo. También empezó a preguntarse cómo se las iba a apañar para volver al reformatorio; en primer lugar, ni siquiera sabía dónde estaba.

—Au. —Cam se llevó la mano al corazón—. Lo bueno de que te castiguen sin clase, Luce, es que nadie te echa de menos en clase. Pensé que me merecía un descanso. —Ladeó la cabeza—. Pero ¿qué te preocupa? ¿Es este sitio? ¿O la pelea de ayer? ¿O el hecho de que no nos estén atendiendo?

Al decir esas últimas palabras alzó la voz, lo bastante para que un camarero fornido se asomara a la barra desde la puerta de la cocina. Llevaba el pelo largo, cortado en capas, y tatuajes que parecían cabello trenzado a lo largo de los brazos. Era todo músculos y debía de pesar como ciento cincuenta kilos.

Cam se volvió hacia ella y sonrió.

—¿Qué mejunje te apetece?

—Lo que sea —repuso Luce—. No tengo un mejunje favorito.

—En mi fiesta bebiste champán —dijo—. ¿Ves quién presta atención? —Le dio un empujón con el hombro—. Tráiganos el mejor champán que tenga —le pidió al camarero, que echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada sarcástica.

Sin pedirle el carnet, sin mirarla siquiera por encima para ver si tenía la edad suficiente para beber, se agachó y abrió la puerta corredera de una nevera pequeña. Las botellas tintinearon mientras buscaba entre ellas. Después de un buen rato, se levantó con una botella diminuta de Freixenet, en cuya base estaba creciendo algo naranja.

—No me hago responsable de esto —dijo dejándoles la botella en la barra.

Cam descorchó la botella y enarcó las cejas; con solemnidad, sirvió un poco de Freixenet en una copa de vino.

—Quería disculparme —empezó—. Sé que quizá he ido demasiado rápido contigo, y lo que pasó anoche con Daniel es algo de lo que no estoy orgulloso. —Esperó a que Luce asintiera para seguir—. En vez de volverme loco, debí haberte escuchado. Eres tú la que me interesa, no él.

Luce observó cómo subían las burbujas en su copa, pensando que si tenía que ser honesta debería decir que a ella era Daniel quien le interesaba, no Cam. Si de verdad se arrepentía por no haberla escuchado la noche anterior, quizá ahora empezaría a hacerlo. Se acercó la copa a los labios para darle un sorbo antes de empezar a hablar.

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