Authors: Lauren Kate
Miró a Luce como diciendo «No sé qué diablos está pasando, pero no podía abandonarte así como así». Luce no pudo evitar sonreírle.
La señorita Sophia se acercó y alzó el libro.
—Nuestra Lucinda ha estado investigando.
Daniel se frotó la mandíbula.
—¿Has estado leyendo ese libro viejo? No tenía que haberlo escrito nunca—. Lo dijo casi con timidez… pero Luce pudo añadir una pieza más a su rompecabezas.
—Tú lo escribiste —recapituló—. Y dibujaste en el margen. Y pegaste la fotografía.
—Has encontrado la fotografía —dijo Daniel sonriendo, y se acercó aún más, como si el hecho de mencionar la foto le trajera un torrente de recuerdos—. Claro.
—Me ha llevado un rato entenderlo, pero cuando he visto lo felices que éramos, algo se ha iluminado dentro de mí. Y entonces lo he sabido.
Luce le pasó la mano por el cuello y atrajo su cara hacia sí sin importarle que la señorita Sophia y Penn siguieran allí. Cuando los labios de Daniel entraron en contacto con los suyos, todo aquel cementerio pavoroso y oscuro desapareció: las tumbas deterioradas, los grupos de sombras que pululaban entre los árboles, e incluso la luna y las estrellas.
La primera vez que había visto la foto de Helston, se asustó. La idea de que existieran todas aquellas versiones de Luce en el pasado… era difícil de asimilar. Pero ahora, en los brazos de Daniel, de alguna manera podía sentirlas a todas ellas viendo a la vez, un vasto consorcio de Luces que amaban al mismo Daniel una y otra vez. Había tanto amor que este desbordó su corazón y su alma, rebasó su cuerpo y llenó todo el espacio que había entre ellos.
Y al fin había escuchado lo que le había dicho cuando estaban mirando las sombras: que ella no había hecho nada malo, que no había razón para que se sintiera culpable. ¿Era verdad? ¿Era inocente de la muerte de Trevor, de la muerte de Todd, como siempre había creído? En el momento en que se lo preguntó, supo que Daniel le había dicho la verdad, y sintió como si se despertara de un largo sueño. Ya no se sintió como la chica del pelo rapado y la ropa ancha y negra, ya no era la eterna fracasada, temerosa de aquel cementerio pútrido, y encerrada en un reformatorio con razón.
—Daniel —dijo, empujándole levemente los hombros hacia atrás para poder verlo mejor—, ¿por qué no me has dicho antes que eras un ángel? ¿A qué venía toda esa historia de que estabas condenado?
Daniel la miró nervioso.
—No estoy enfadada —le aseguró ella—. Solo siento curiosidad.
—No podía —respondió—. Todo está interrelacionado. Hasta ahora, ni siquiera sabía que pudieras descubrirlo por ti misma. Si te lo decía demasiado pronto o en el momento equivocado, y ya he esperado mucho tiempo.
—¿Cuánto?
—No lo suficiente para olvidar que merece la pena hacerlo por ti, todos los sacrificios, todo el sufrimiento.
Daniel cerró los ojos un momento; después miró a Penn y a la señorita Sophia.
Penn estaba sentada con la espalda apoyada en una lápida negra cubierta de musgo. Tenía las rodillas dobladas hasta la barbilla y se mordía las uñas, presa del nerviosismo. La señorita Sophia tenía los brazos en jarras, y parecía tener algo que decir.
Daniel retrocedió un paso y Luce sintió una bocanada de aire frió entre ambos.
—Todavía tengo miedo de que en cualquier minuto puedas…
—Daniel… —lo interrumpió la señorita Sophia con voz reprobadora.
Pero él le hizo un gesto con la mano para que se callara.
—Estar juntos no va a ser tan fácil como te gustaría que fuera.
—Claro que no —repuso Luce—, quiero decir, tú eres un ángel, pero ahora que lo sé…
—Lucinda Price. –Esta vez era a Luce a quien se dirigía la voz airada de la señorita Sophia—. Lo que él tiene que decirte no quieres saberlo —le advirtió—. Y Daniel, no tienes ningún derecho a hacerlo. Eso la mataría…
Luce sacudió la cabeza, confundida por lo que decía la señorita Sophia.
—Creo que podría sobrevivir a un poco de verdad.
—No es un poco de verdad —dijo la señorita Sophia, dando un paso para interponerse entre ellos—. Y no la sobrevivirías, igual que no las has sobrevivido en los miles de años que han transcurrido desde la Caída.
—Daniel, ¿de qué está hablando? —Luce intentó esquivarla para cogerle la mano a Daniel, pero la bibliotecaria se lo impidió—. Puedo soportarlo –insistió Luce, que notaba cómo los nervios le retorcían el estómago—. No quiero más secretos. Lo amo.
Era la primera vez que le decía a alguien esas palabras en voz alta. De lo único que se arrepentía era de haber dirigido las dos palabras más importantes que conocía a la señorita Sophia en lugar de a Daniel. Se volvió hacia él. Los ojos de Daniel brillaban.
—Es verdad —le dijo—. Te amo.
Plas.
Plas. Plas.
Plas. Plas. Plas. Plas.
Oyeron a alguien aplaudir lentamente detrás de los árboles. Daniel se apartó y miró hacia el bosquecillo; todo su cuerpo se puso en tensión. En ese instante, Luce sintió que la embargaba un viejo temor, y se quedó paralizada al imaginar lo que iba a ver en las sombras, aterrorizada por lo que iba a ver, antes de que pasara.
—¡Oh, bravo, bravo! De verdad, estoy emocionado, me habéis llegado al alma… y no hay muchas cosas que me lleguen tan hondo últimamente, me entristece decirlo.
Cam salió de entre los árboles. Se había pintado los ojos con una reluciente sombra de color dorado que la luz de la luna había resplandecer en su cara, confiriéndole el aspecto salvaje de un gato montés.
—Es increíblemente tierno —dijo—. Y él también te quiere, ¿verdad,
lover boy
? ¿Verdad, Daniel?
—Cam —le advirtió—, no lo hagas.
—¿Hacer qué? —preguntó Cam, levantando el brazo izquierdo. Chasqueó los dedos una vez y una pequeña llama, como la de una cerilla, apareció sobre su mano—. ¿Te refieres a esto?
El eco del chasquido de sus dedos pareció retumbar por encima de las lápidas del cementerio, crecer y multiplicarse, rebotando de un lado a otro. Al principio, Luce pensó que aquel sonido era más aplausos, como si un auditorio demoníaco lleno de oscuridad aplaudiera con sorna el amor de Luce y Daniel, igual que había hecho Cam. Y entonces se acordó de aquel batir atronador que había oído antes. Contuvo la respiración y el sonido adquirió la apariencia de miles de fragmentos de oscuridad revoloteando: era el enjambre de sombras con forma de langostas que se había desvanecido en el bosque y ahora reaparecía de nuevo.
El redoble era tan estridente que Luce tuvo que taparse los oídos. Penn estaba en el suelo, con la cabeza oculta entre las piernas. Pero Daniel y la señorita Sophia observaban el cielo estoicamente mientras la cacofonía aumentaba y se metamorfoseaba. Empezó a sonar como si se tratase de enormes aspersores apagándose… o como siseo de miles de serpientes.
—¿O a esto? —volvió a preguntar Cam y se encogió de hombros mientras aquella oscuridad espantosa y deforme se asentaba a su alrededor.
Los insectos empezaron a crecer y a desplegarse, convirtiéndose en ejemplares enormes de cuerpos negros y segmentados recubiertos con una especie de sustancia pegajosa. Entonces, como si estuvieran aprendiendo a usar sus extremidades de sombra al tiempo que se iban desarrollando, se apoyaron sobre sus numerosas patas y avanzaron, como si fuesen mantis de tamaño humano.
Cam les dio la bienvenida cuando se reunieron a su alrededor. En poco tiempo, detrás de Cam se había formado un enorme ejército que encarnaba el poder de la noche.
—Lo siento —dijo dándose una palmada en la frente—. ¿Te referías a que no hiciera esto?
—Daniel —susurró Luce—, ¿qué pasa?
—¿Por qué has puesto fin a la tregua? –le gritó Daniel a Cam.
—Ah, bueno, ya sabes lo que dicen sobre los momentos de desesperación —Hizo una mueca de desprecio—, Y verte cubriendo su cuerpo de esos besos angelicales y perfectos tuyos… me hizo sentir tan desesperado.
—¡Cállate, Cam! —gritó Luce, odiándose por haber dejado que la tocara alguna vez.
—Todo a su debido tiempo. —Los ojos de Cam se dirigieron a ella—. Sí, cariño, nos vamos a pelear por ti, otra vez. —Se acarició la barbilla y entrecerró los ojos verdes—. Esta vez creo que va a ser más espectacular, con algunas bajas más, pero qué le vamos a hacer.
Daniel estrechó a Luce entre sus brazos.
—Al menos dime por qué, Cam, eso me lo debes.
—Ya sabes por qué –le espetó Cam, señalando a Luce—. Ella todavía está aquí. Pero no por mucho tiempo.
Puso los brazos en jarras, y varias sombras negras, ahora con forma de gruesas serpientes de increíble longitud, reptaron por su cuerpo hasta llegar a sus brazos y se le enroscaron como si fueran brazaletes. Acarició la cabeza de la más grande con aire maternal.
—Y esta vez, cuando tu amor se convierta en ese trágico puñado de ceniza, será para siempre. ¿Ves? Todo es diferente esta vez.
Cam sonrió, y por un momento a Luce le pareció que Daniel temblaba.
—Ah, todo salvo una cosa… y es algo que puedo percibir fácilmente, Grigori. —Cam avanzó un paso, y su legión de sobras le siguió, obligando a Luce, Daniel, Penn y la señorita Sophia a retroceder—. Tú tienes miedo —dijo señalando de manera teatral a Daniel—, y yo no.
—Eso es porque tú no tienes nada que perder —le espetó Daniel—. Jamás me cambiaría por ti.
—Hummm —dijo Cam, dándose golpecitos en la barbilla—. Eso ya lo veremos. —Miró a su alrededor sonriendo—. ¿Tengo que decírtelo más claro? Sí. He oído que tal vez tú tengas algo más importante que perder esta vez, algo que hará que el hecho de aniquilarla resulte bastante más placentero.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Daniel.
A la izquierda de Luce, la señorita Sophia abrió la boca y empezó a proferir una serie de alaridos y sonidos salvajes. Agitó las manos sobre su cabeza desenfrenadamente y empezó a moverse como si bailara, con los ojos casi translúcidos, como si estuviera poseída. Movió los labios espasmódicamente, y Luce se sorprendió al darse cuenta de que estaba en trance y hablaba lenguas desconocidas.
Daniel tiró del brazo de la señorita Sophia.
—No, usted tiene toda la razón: no tiene ningún sentido —le susurró, y entonces Luce supo que entendía el extraño lenguaje de la señorita Sophia.
—¿Comprendes lo que está diciendo? —le preguntó Luce.
—Permítenos traducir —gritó una voz familiar desde el techo del mausoleo. Era Arriane, y a su lado estaba Gabbe. Parecía como si las iluminaran a contraluz, y estaban envueltas en una extraña aura plateada. Bajaron de un salto sin hacer ruido y se unieron a Luce.
—Cam tiene razón —dijo Gabbe con rapidez—. Esta vez hay algo diferente… algo que tiene que ver con Luce. El ciclo podría haberse roto, y no de la forma que nos hubiera gustado. Quiero decir que… podría acabarse.
—Que alguien me diga de qué estáis hablando —interrumpió Luce—. ¿Qué es diferente? ¿Qué se ha roto? Y, además, ¿qué hay en juego en toda esta guerra?
Daniel, Arriane y Gabbe la miraron un momento, como si intentara recordarla, como si la conocieran de algún otro lugar pero hubiera cambiado tanto en un instante que ya no pudiera reconocer su cara.
Al final Arriane habló.
—¿En juego? —Se frotó la cicatriz del cuello—. Si ellos ganan… es el infierno en la tierra. El fin del mundo tal y como todos lo conocemos.
Las figuras negras chillaban alrededor de Cam, luchando y devorándose entre sí, en una especie de precalentamiento enfermizo y diabólico.
—¿Y si ganamos nosotros? —dijo Luce sin apenas poder articular las palabras.
Gabbe tragó saliva, y respondió con el semblante grave:
—Aún no lo sabemos.
De repente, Daniel se tambaleó hacia atrás y se apartó de Luce, señalándola.
—A-a… ella no la han… —balbució cubriéndose la boca—. El beso –dijo al fin, acercándose a Luce y cogiéndola del brazo—. El libro. Por eso puedes…
—Daniel, ve al grano —apuntó Arriane—. Piensa rápido. La paciencia es una virtud, y ya sabes lo que piensa Cam de las virtudes.
Daniel estrechó la mano de Luce.
—Tienes que irte. Tienes que salir de aquí. —¿Qué? ¿Por qué? Miró a Arriane y a Gabbe en busca de ayuda, y al momento retrocedió, pues del techo del mausoleo empezó a surgir una multitud de destellos plateados. Como un torrente infinito de luciérnagas saliendo disparado de un tarro enorme. Cayeron como una lluvia sobre Arriane y Gabbe, e hicieron que les brillaran los ojos. A Luce le recordó los fuegos artificiales y un 4 de Julio en que la luz era perfecta y pudo contemplar los fuegos reflejados en el iris de su madre, un deslumbrante fogonazo de luz plateada, como si los ojos de su madre fueran un espejo. Pero aquellos destellos no se esfumaban como los fuegos artificiales. Cuando caían en el césped del cementerio, se transformaban en unos seres hermosos e iridiscentes. No eran exactamente figuras humanas, pero tenían un aire similar. Rayos de luz espléndidos y resplandecientes, criaturas tan deslumbrantes que Luce supo de inmediato que era un ejército de fuerzas angelicales, igual en tamaño y número que els seres oscuros que se replegaban detrás de Cam. Aquella era la verdadera apariencia de la belleza y la bondad: un conjunto de seres espectrales y luminiscentes tan puros que herían la vista, como el eclipse más espectacular, o quizá como el cielo mismo. Luce debería haberse sentido aliviada por estar en el lado que tenía que imponerse en aquella batalla. Pero empezaba a sentirse mareada.
Daniel le puso el dorso de la mano en la mejilla.
—Tiene fiebre.
Gabbe le dio unas palmaditas en el brazo a Luce y sonrió.
—No te preocupes, cielo —dijo apartando la mano de Daniel. El tono de su voz resultaba tranquilizador—. A partir de ahora nos ocupamos nosotros; tú debes irte. —Miró por encima de su hombro a toda aquella horda de negritud concentrada detrás de Cam—. Ahora.
Daniel tomó a Luce para abrazarla por última vez.
—Yo me ocuparé de ella —dijo la señorita Sophia. Todavía llevaba el libro bajo el brazo—. Conozco un lugar seguro.
—Vete —le dijo Daniel—. Iré a buscarte tan pronto como sea posible; quiero que me prometas que te irás de aquí y que no mirarás en ningún momento atrás.
Luce todavía tenía un montón de preguntas.
—No quiero separarme de ti.
Arriane se interpuso entre ellos y le propinó un empujón brusco y definitivo que la encaminó hacia las puertas del cementerio.
—Lo siento, Luce —dijo—. Ya es hora de que nosotros nos encarguemos de esta guerra. Somos bastante profesionales.