Los ojos cansados del policía se deslizaron sobre la diligencia que recogía la versión de la testigo. Leyó:
El comisario regresó mentalmente a la escena del crimen y trató de concentrarse en aquellos detalles o elementos que, desde su punto de vista, resultasen anómalos. Destapó la pluma y pasó a reseñarlos en un orden puramente aleatorio:
* * *
P
OCAS horas después, a las nueve de la mañana, de nuevo en su despacho de la Jefatura Superior, Antonio Moro removió pensativamente su café con una cucharilla de plástico. Le había puesto dos terrones. Además de goloso, era fanático de las propiedades del azúcar e iba a necesitar un plus de energía para mantenerse a tono hasta mediodía. Ni un minuto más. Pasara lo que pasara, a las tres de la tarde se retiraría a su domicilio para descansar un par de horas.
Antes de salir, había encarecido a su mujer que pusiera la radio y escuchara las noticias por si hablaban del crimen de la abogada.
Llamó a Sara por el móvil. Justamente, acababan de dar la noticia.
—Se han limitado a decir que la policía aún no tiene pistas y que el juez ha decretado el secreto de sumario —le informó Sara.
—¿Nada más?
—Algunos compañeros de la mujer asesinada expresaron su rabia e indignación. Uno de ellos, otro abogado, aseguró que se trataba de una venganza personal.
—¿Estás segura de eso, Sara?
—Sí. Me pareció raro.
—Lo es. ¿Ese abogado explicó por qué?
—No, pero sugirió que la policía haría bien en comprobar la nómina de clientes de la abogada y sus fuentes de información para trabajos documentales.
—¿A qué fuentes y trabajos se refería? ¿A la prensa?
—Tampoco lo explicó.
—¿Cómo se llama ese abogado?
—Lo dijeron, pero no lo recuerdo.
—Le localizaremos.
—Espera un momento, Antonio. Era un tal… Guzmán. Sí, ¡eso es!
—Gracias, cariño. Agradezco mucho tu ayuda. Te veré luego.
—¿Vendrás a comer?
—Lo intentaré.
* * *
El comisario apuró el café, porque los párpados se le estaban cerrando, y llamó al departamento de prensa para que se hiciesen con las declaraciones radiofónicas de ese tal Guzmán que tanto parecía saber sobre supuestas enemistades de Eloísa Ángel.
Acto seguido, marcó el móvil de Legazpi. El inspector estaba entrando por la puerta de la jefatura. A requerimiento del comisario, subió directamente a la primera planta.
—¿Novedades? —le preguntó su superior.
—Que tengo la espalda al jerez —resolló Legazpi—. Mis lumbares no aguantan tanto en pie. Me estoy haciendo viejo, comisario.
Era obvio que el inspector tampoco se había acostado. Una barba entrecana le nacía en la cara, dándole un aspecto descuidado. Tomó asiento frente a Moro y sacó su agenda electrónica.
—¿Recuerda la cafetería
Monte Igueldo
? Queda frente al edificio donde está el bufete.
—La conozco.
—En cuanto ha abierto el establecimiento, nos hemos presentado para solicitar la colaboración de su personal. La camarera que estaba atendiendo los desayunos fue la misma que la noche anterior sirvió a Marina, nuestra testigo. Lamentablemente, no se fijó en ningún momento en el portal número 12. No vio entrar ni salir a nadie.
—¿Y el resto de los camareros?
—Tampoco repararon en lo que pasaba fuera.
—¿Ha venido a decirme que nadie vio nada? —El tono del comisario sonó entre decepcionado y francamente irritado.
—Tenemos un… Hemos localizado a un mendigo que suele apostarse a la entrada del pasaje comercial. Un tal Tadeo.
—¿Un testigo?
La respuesta de Legazpi fue cauta.
—Pudiera ser.
—¿Qué información ha proporcionado? ¿Tiene interés?
—Juzgue usted mismo. Tadeo nos dijo que vio a un hombre vestido con un mono y gafas oscuras saliendo del portal número 12.
—¿A qué hora?
—No pudo recordarlo.
—¿Vestido con un mono de operario y gafas de sol a esas horas de la noche?
—Hay una explicación lógica, comisario. Cerca del portal, en una zanja abierta en el paseo, trabajaban los integrantes de una brigada del servicio de Obras del Ayuntamiento. Su prenda de faena es un mono azul. Algunos de esos obreros se hallaban soldando una tubería y uno o dos llevaban gafas de fundidor, que pudieron confundir al mendigo. Al menos uno de ellos entró al pasaje para utilizar el aseo de la cafetería y volvió a salir.
—Pero no entró ni salió del portal número 12.
—El mendigo no estaba muy seguro, señor.
Moro soltó un suspiro de irritación.
—¿De qué no estaba seguro?
El inspector tiró la toalla.
—De nada, en realidad.
—¿Se trata de un alcohólico, verdad? —adivinó su superior—. Esa gente suele tener perturbadas sus facultades mentales.
Legazpi asintió.
—Yo no lo llevaría a declarar a un juicio —agregó.
—Ésa era mi pregunta, inspector. Gracias por contestarla.
—¿Le tomo declaración, de todos modos?
—Hágalo.
El comisario se pasó las manos por la cara, como para intentar despejarse.
—El edificio número 12 sólo tiene una salida —siguió razonando—. En principio, a la hora del crimen no había nadie en toda la casa, pero ¿cómo estar seguros de eso? No hay viviendas particulares y las oficinas cierran a las ocho. Debe de haber cincuenta o sesenta firmas. Con los horarios de cierre suelen ser muy estrictos. A nadie le gusta hacer horas extras no remuneradas, pero podría haber gente en los despachos.
—Hemos comprobado que todos los empleados y clientes habían salido a las ocho —garantizó el inspector.
—¿Oficina por oficina?
—Sí, señor.
—Vuelvan a hacerlo.
—Lo haremos, señor… Lo que con seguridad sabemos es que dos hombres seguían allí dentro entre las ocho y media y las nueve y media. —Legazpi consultó algo en su agenda electrónica y presumió—: No tengo ninguna duda de que la testigo Marina Ángel va a identificar al primero de esos hombres, al gitano de la coleta.
—¿Han vuelto a citar a la testigo?
—Marina Ángel estará en comisaría antes de una hora.
—Avíseme cuando llegue, quiero hablar con ella. Y otra cosa, Legazpi. Un amigo de la víctima, también letrado, acaba de manifestar por la radio que a Eloísa la mataron por temas personales relacionados con su entorno o con alguno de sus casos. Lo he advertido a nuestro departamento de comunicación, pero asegúrese de que consiguen las señas de ese abogado y sus declaraciones. A usted le voy a pedir un listado de las parejas con las que la abogada se había relacionado sentimentalmente en los últimos tiempos, y otra relación de los asuntos en los que se hallaba trabajando… Hablando de periodistas, ¿ha leído a Murillo?
—No he tenido tiempo.
—Pues échele un vistazo —le aconsejó el comisario, alcanzándole su ejemplar de
El Periódico
.
En primera plana, en una foto a tres columnas, se veía el cuerpo de Eloísa cubierto por una lona. Un mechón de pelo rojo asomaba lúgubremente bajo la sábana.
La información remitía a páginas interiores. El inspector buscó el reportaje de Murillo y lo leyó con atención.
* * *
El Periódico
, Sucesos, 27 de mayo de 2011
ASESINADA UNA ABOGADA EN EL CENTRO DE ZARAGOZA
LUIS MURILLO. Zaragoza.
La abogada Eloísa Ángel Ruiz, de veintinueve años de edad, fue asesinada ayer en pleno centro de la capital aragonesa.
Su cadáver fue descubierto en torno a las diez de la noche por una pariente suya, M. Á., estudiante de Derecho en la facultad zaragozana, con quien Eloísa había quedado para salir una vez hubiese terminado su jornada en su despacho profesional, situado en el pasaje comercial de Independencia.
M. Á. encontró abierta la puerta del despacho, en la octava planta del edificio número 12 del mencionado pasaje y, en su interior, el cuerpo sin vida de Eloísa Ángel. El cadáver se hallaba cerca del escritorio. Presentaba diversos golpes y, en el pecho, una herida de arma blanca que, a la espera del resultado de la autopsia, probablemente le causó la muerte.
Agentes de la Brigada de Homicidios de la Jefatura Superior de Zaragoza se presentaron en el lugar de los hechos en torno a las once de la noche. La juez de guardia ordenó iniciar la preceptiva investigación en todo caso de muerte violenta: análisis y recogida de huellas y muestras, registro fotográfico y videográfico, interrogatorio a testigos, etcétera.
Con respecto al móvil, no se excluye ninguna hipótesis. La del robo tiene fundamento, pues del bufete desapareció una cierta cantidad de dinero
.
Hacia las dos de la madrugada, hora de la redacción de esta crónica, la juez no había ordenado aún el levantamiento del cadáver
.
MADRE DE UNA HIJA
Según ha podido saber este periódico, el último día en la vida de la abogada se ajustó, en apariencia, a su rutina laboral. Eloísa Ángel fue vista durante la mañana de ayer en la sede de los juzgados zaragozanos, a los que, como en tantas otras jornadas, se había dirigido para llevar a cabo gestiones en relación con casos de su competencia
.
La letrada trabajó por la tarde en su despacho, donde recibió varias visitas. A una hora todavía por concretar, pero que podría quedar establecida en torno a las nueve de la noche, fue asaltada por uno o varios desconocidos, que le ocasionaron la muerte
.
Eloísa Ángel era madre de una hija de corta edad. En la capital del Ebro llevaba un año ejerciendo la abogacía. Previamente, había hecho prácticas en un prestigioso bufete londinense. A su regreso, decidió abrir su propia firma, especializándose en casos penales, divorcios y demandas por maltrato de género.
CULTA Y SOLIDARIA
Compañeros suyos con los que nuestra redacción ha podido contactar la definieron como una mujer culta y vital, enamorada de su profesión, generosa y solidaria. Colaboraba con
Asociaciones No Gubernamentales
comprometidas con el medioambiente y la defensa de los derechos humanos y asesoraba a la Asociación de Mujeres Víctimas de Malos Tratos y al Ayuntamiento de Zaragoza en materia de emigración. Mujer de inquietudes intelectuales, se hallaba ultimando un ensayo sobre asesinos múltiples, razón por la que fue protagonista —yo mismo tuve el privilegio de entrevistarla— en estas mismas páginas
.
El decano del Colegio de Abogados de Zaragoza, Alberto Maturén, ha expresado, además de su profundo dolor, su confianza en que la policía arroje luz cuanto antes sobre la autoría de «un acto espeluznante que nos ha sumergido en un abismo de horror
».
* * *
—Murillo afirma que entrevistó a la abogada —comentó el comisario.
—No llegué a leer esa entrevista —admitió Legazpi—, pero es llamativo que entre ellos existiera un vínculo.
Moro cabeceó con seriedad.
—Compruebe hasta dónde llegó la relación de Murillo con la víctima, no sea que nos llevemos una sorpresa. Y solicite al juzgado autorización para acceder a las llamadas de teléfono móvil y fijo de Eloísa Ángel, así como a sus archivos y al disco duro del ordenador. ¿Tenemos agendas, ficheros?
—Así es, comisario. Eloísa era muy meticulosa. Llevaba sus cosas al día. Las fichas son completas, con nombres y apellidos de sus clientes, direcciones, números de teléfono, correos electrónicos y toda clase de observaciones escritas a mano. Para cada caso, abría una carpeta.
—Eso facilitará la investigación. ¿Qué sabemos de su vida privada?
—Nos hemos puesto en contacto con la familia. La madre de Eloísa ha llamado, destrozada, y su padre, que reside en Madrid, cogía muy de mañana un tren. Debe de estar a punto de llegar a Zaragoza.
—Avise al Instituto de Medicina Legal, para los trámites de reconocimiento.